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Enrique el Navegante o Enrique de Portugal (1394-1460).

Don Enrique el Navegante.

Explorador portugués, príncipe de Portugal y duque de Viseo, maestre de la orden de Avís, más conocido por el apelativo de El Navegante. Nació en Oporto el 4 de marzo 1394 y murió el 13 de noviembre de 1460, era el tercero de los hijos de Juan I el Grande, el primer soberano de la dinastía de Avís en el trono luso, y de Felipa de Lancaster, hija del duque de Lancaster, Juan de Gante, y hermana de Enrique IV de Inglaterra. Fue por tanto hermano del rey Duarte I de Portugal. Fue educado en la literatura, la política y la guerra, y se convirtió en un gran impulsor de las ciencias, en especial de la náutica y la astrología.

El infante Enrique de Portugal

Cuando en 1383 se extinguió en Portugal la dinastía de Borgoña estalló una guerra entre Juan I de Castilla que reclamaba el trono para sí por su matrimonio con Beatriz de Borgoña; y el maestre de Avís, Juan, el cual sería finalmente el vencedor y ascendería al trono con el nombre de Juan I, éste para premiar la actuación de su hijo, el infante Enrique, en este conflicto, en 1415 le concedió el título de duque de Viseu y señor de Covilhâ.

En 1415 Juan I a instancias de su mujer Felipa de Lancaster inició una expedición al norte de África, en concreto a Ceuta. Dicha expedición, que Felipa nunca llegó a ver ya que falleció mientras aún se realizaban los preparativos, supuso el inicio de la expansión del imperio portugués. Juan I puso sus barcos, unos doscientos, y sus hombres, más de cincuenta mil, a disposición de su hijo Enrique, que apenas contaba más de 20 años de edad y al concedió el mando de la flota. Cuando los portugueses llegaron al norte de África tomaron la ciudad de Ceuta, y tras tomar en ella multitud de datos geográficos del interior de África, volvió a Portugal.

Desde su regreso a Portugal en 1416, el infante Enrique empezó a sopesar la idea de acometer la exploración de las costas africanas. Enrique era, además de maestre de Avís, gran maestre de la Orden de Cristo de Portugal. Esta orden era heredera directa de la desaparecida Orden del Temple por lo que en Portugal había conservado los cuantiosos bienes de los templarios. Probablemente Enrique el Navegante se sirviese de esos bienes para financiar en parte sus expediciones.

En 1416, junto con su hermano el infante Pedro, duque de Coimbra, fundó en el Algarve, junto al cabo Sagres, uno de los primeros observatorios astronómicos que hubo en Europa y la famosa Academia Náutica de Cartografía y Técnicas de Navegación y Construcción Naval, en la que reunió a numerosos eruditos, cosmógrafos y navegantes, y desde la que se proyectó y dirigió la exploración de la costa occidental africana. También tuvo una importancia capital en las exploraciones atlánticas portuguesas.

El cronista portugués Gomes Eanes de Azurara, que escribió los acontecimientos iniciales de la expansión portuguesa, señaló en sus crónicas que el al infante don Enrique, le movían sus deseos de conocer las tierras existentes más allá del cabo Bojador y de las Canarias; de comprobar si había cristianos con quienes comerciar; de saber hasta dónde llegaba el poder de los musulmanes en África y de difundir la fe cristiana convirtiendo a los infieles. Enrique el Navegante perseguía al fundar la Academia Náutica alcanzar el mercado oriental de las especies rodeando el continente africano; también estuvo impulsado por el deseo, compartido con Castilla, de mantener la lucha contra el debilitado Islam y lograr ensanchar las fronteras del reino, al tiempo que se trataba de arrebatar de las manos árabes el control del comercio con Oriente, ya que los árabes, que se beneficiaban de su privilegiada posición entre culturas, cobraban fuertes impuestos a todos los productos que los mercaderes transportaban por sus territorios. Por último, Enrique perseguía el sueño de contrastar personalmente lo que había estudiado en su reciente aventura africana y de lograr desarrollar un rico intercambio comercial con los habitantes de África, ya que según las noticias que se tenían en Europa, el continente africano guardaba tesoros inimaginables.

Enrique fijó desde ese momento su residencia en Sagres, junto a la Academia, a la que le gustaba asistir para conocer los nuevos descubrimientos y comentar los adelantos náuticos con los marinos. Enrique contribuyó al arte de la construcción naval, aportando numerosas mejoras. Entre lo más destacado de la Academia de Sagres hay que destacar el diseño de la carabela, el gran barco de las exploraciones portuguesas.

En 1449 Enrique el Navegante fue nombrado consejero de su sobrino Alfonso V, hijo del rey Duarte, después de que Alfonso matase en el campo de batalla a su tío y tutor el infante don Pedro (otro de los hermanos de Enrique). Ocupó el cargo hasta 1460 fecha en la que falleció.

En 1448 Maciot de Bethencourt, descendiente de Jean de Bethencourt el cual conquistó las islas en 1402, vendió la tenencia de Lanzarote a Enrique el Navegante, lo que originó la primera crisis entre portugueses y castellanos por el control del archipiélago canario. Por un lado, las islas Canarias suponían una formidable base para el príncipe portugués desde la cual llevar a cabo su proyecto de rodear África para controlas la ruta marítima del comercio con Extremo Oriente. Por otro, Castilla, que hacía poco que había descubierto las islas, no estaba dispuesta a perder el control del archipiélago a favor de una potencia vecina como Portugal. En 1448 Enrique el Navegante colocó como gobernador de Lanzarote a Antão Gonçalves. Los españoles no estaban dispuestos a que su gobernador fuera un extranjero por lo que estalló una revuelta, en la que también tomaron parte los indígenas, y que obligó a los portugueses a abandonar la isla. Con ello Enrique el Navegante tuvo que renunciar a usar las Canarias como base para sus conquistas africanas.

Los descubrimientos geográficos

Los antecedentes

Los mapas de Dalorto (1325) y Dulcert (1339) constituyen la prueba de que los portugueses tenían noticias de las tierras del interior de África con anterioridad a las expediciones de Enrique el Navegante. Igualmente conocieron las descripciones de los viajes de Ibn Battuta hasta Tombouctou, de Benjamín de Tudela, Ibn Haukal o Ibn Jaldún. Otras fuentes de información, posiblemente más directas, a las que tuvo acceso Enrique el Navegante fueron las noticias de los mercaderes musulmanes y los viajeros como Anselmo de Isalguier, que en 1413, regresó a su ciudad natal con una negra sudanesa por esposa; Antonio Malfante, que residió en el oasis sahariano de Tuat hasta 1448; el mercader florentino Benedetto Dei que alcanzó por tierra, entre 1462 y 1467, la región del Níger.

Las causas

Las nuevas necesidades, tanto económicas como de recursos, a los que los nuevos Estados europeos modernos debían de hacer frente, así como la incipiente economía capitalista, llevaron a los diferentes países al problema de encontrar unas fuentes de ingresos más estables y abundantes de las que hasta esos momentos habían necesitados los Estados medievales. Este motivo impulsó a Portugal y posteriormente a España, a buscar una ruta que les pusiera en contacto con el Extremo Oriente y las riquísimas mercancías que de allí llegaban a Europa, especias, azúcar, incienso, seda y piedras preciosas entre otras. La necesidad de encontrar una nueva ruta de comercio venía también impuesta por la inestabilidad que creaba el hecho de que la ruta caravanera terrestre estuviera controlado por los musulmanes que eran los que hacían de puente entre el Extremo Oriente y Europa.

Además del incentivo político-económico, estaba el religioso; el deseo de encontrar el mítico reino del Preste Juan, que desde hacía siglos tenía fama de riqueza sin igual en Europa. Se deseaba encontrar el Paraíso Terrenal en algún lugar de Asia o África; se buscaba la conversión de los no creyentes al cristianismo, de llevar la religión a todos los confines del mundo como reflejo del nuevo espíritu misionero que caracterizó la Edad Moderna en Portugal y España principalmente.

Un tercer componente de este ansia viajero que inundó Europa fue el espíritu aventurero alentado por las fantasiosas narraciones de viajes a prodigiosos países, viajes que se entremezclan con leyendas como las de El Dorado, la Fuente de la Eterna Juventud, las amazonas y un sin fin de historias a cual más inverosímil.

A todo lo anterior hay que sumar la avidez de nuevos conocimientos de los hombres cultos del Renacimiento, su ansia por saber y comprender las leyes del mundo que les rodea. Los progresos técnicos se suceden a gran velocidad; se recuperó a Ptolomeo de Alejandría, el cual afirmaba que el mundo era esférico, pero se equivocaba terriblemente en cuanto a la distancia que separa Europa y Asia por occidente.

En Portugal, al igual que en España, se dio la conjunción de todos estos incentivos unidos a una larga tradición marinera y a los avances náuticos propios de la navegación por el Atlántico, así como su especial situación geográfica, en la parte más occidental del continente europeo, lo cual, al trasladarse las rutas del comercio mundial desde el Mediterráneo al Atlántico benefició sobremanera a estos países. Por lo que eran los estados de la península Ibérica los idóneos para que figuras y obras como las de Enrique el Navegante se desarrollasen en ellos.

Enrique de Portugal, el Navegante

El gran objetivo mercantil de la época era llegar por mar a la India y tener así acceso a las riquezas que hasta ese momento controlaban en exclusiva los musulmanes por ruta terrestre. Enrique el Navegante, tras la expedición a Ceuta de 1415, aún mandó una nueva expedición a África, en concreto a Tánger, pero debido a que no obtuvo los resultados esperados Enrique pasó a dirigir su atención en el océano Atlántico y logró que su padre, Juan I financiase una serie de expediciones, en la que colaboró de forma fundamental la Academia de Náutica. Dichas expediciones obtuvieron rápidos e importantes éxitos. En 1418 Joâo Gonçalves Zarco y Tristâo Vaz Teixeira alcanzaron la isla de Porto Santo, desde donde vieron el Pico Ruivo de Madeira, tras sufrir una tormenta que les llevó a la deriva durante días. En 1419 Bartolomé Perestrello, siguiendo las indicaciones de Gonçalves y Teixeira, alcanzó la isla de Madeira (Madeira se convertiría a la muerte de Enrique el Navegante en señorío personal de los descendientes del infante); Diego de Silves llegó a las Azores en 1427 y Gonçalo Belho Cabral alcanzó las islas más orientales del archipiélago en 1431. En 1434 la expedición de Gil Eanes logró doblar el cabo Bojador; Nunho Tristao dobló el cabo Blanco en 1441 y tres años más tarde, el propio Nunho llegó a Senegal; el cabo Verde fue descubierto en 1445 por Dionis Dias; en 1445 Álvaro Fernández de Madeira llegó al cabo Rojo. Otros navegantes llegaron a la desembocadura del río Gambia alrededor del año 1446. En 1460 Antoniotto da Noli y Diogo Gomes iniciaron la colonización de las islas de Cabo Verde. Sin embargo, la ruta a la India no se completó hasta la expedición que Vasco da Gama realizó entre 1497 y 1499.

El infante Enrique pobló las islas descubiertas con colonos portugueses, al tiempo que mandó plantar caña de azúcar importada de Sicilia. La caña de azúcar era uno de los cultivos económicamente más fructíferos de la época. Enrique siempre se preocupó por fomentar la cultura y el conocimiento en Portugal, por lo que en estas fechas llegó incluso a regalar a la ciudad de Lisboa el palacio que tenía allí para que se convirtiera en la sede de la universidad, y le concedió a ésta una renta de doce marcos de plata para aumentar el número de profesores.

Durante algún tiempo la corona de Portugal logró mantener en secreto la ubicación de sus descubrimientos geográficos con el objeto de poder practicar sin impedimentos una política de monopolio y exclusividad comercial, amparados en una serie de bulas papales. El papa Nicolás V concedió a Alfonso V una primera bula, denominada Dum diversas, por la cual se le autorizaba para hacer la guerra a los infieles, conquistarlos e incluso esclavizarlos.

En 1434 el escudero del Infante, Gil Eanes, logró lo que hasta la fecha parecía imposible, doblar el cabo Bojador, también conocido como cabo del Miedo. Multitud de marinos lo había intentado con anterioridad, pero debido a que ninguno lo había logrado, una multitud de leyendas existían sobre el lugar. El cabo Bojador era una pesadilla para Enrique el Navegante, ya que era el gran obstáculo para cumplir su sueño de navegar por toda la costa africana. Cuando Gil Eanes regresó triunfante a Portugal, Enrique el Navegante le recibió como un auténtico héroe. Al año siguiente Gil Eanes navegó de nuevo hacia el sur, esta vez en compañía de Gonçalves Baldaia; ambos desembarcaron unas 30 millas al sur del cabo Bojador, pero lo que se encontraron fue desolador, no había vida humana, ni apenas vegetación o animales, habían desembarcado en un desierto.

En 1440 Antao Gonçalves, en compañía de Nunho Tristao navegaron hasta el Río de Oro, lugar descubierto por Alfonso Gonçalves Badayal cuatro años atrás. Antao Gonçalves y Nunho Tristao regresaron con un rico cargamento de pieles animales y con algunos nativos de la zona. Enrique el Navegante al enterarse de ello ordenó que los hombres fuesen inmediatamente devueltos al lugar de donde los habían capturado, pero los exploradores portugueses, viendo la posibilidad de negocio, no hicieron caso a la orden del infante y vendieron a los nativos a cambio de polvo de oro. De esta manera, posiblemente, se inició la trata de esclavos africanos en Portugal. Gonçalves prosiguió con la trata de hombres durante más de diez años en los cuales logró una importante fortuna.

En 1443 se estableció la primera factoría portuguesa en África, en concreto en cabo Blanco, la factoría no sólo se utilizaba para el comercio de objetos, sino que su uso más habitual era el comercio de esclavos. En 1444 Tristao consiguió llegó a la desembocadura del Senegal, a la que llamó Terra dos Negros.

En 1445, Diego Alfonso mandó colocar en el cabo Blanco un pedrao, el primero de los mojones que fueron jalonando la ruta de los descubrimientos portugueses. En 1446 Alvaro Fernández alcanzó Sierra Leona. Durante los siguientes años las exploraciones se detienen, tras un ritmo frenético en el que cada década traía varios descubrimientos a cual más significativo. El motivo no está claro, pero se sabe que hasta que las pretensiones portuguesas no fueron sancionadas en 1454 por la bula de Nicolás V Romanus Pontifex, que en la práctica ponía todas las tierras descubiertas en manos de Portugal, las exploraciones no continuaron. En 1456, el nuevo papa, Calixto III, otorgó a la Orden de Cristo, de la que como ya dijimos Enrique el Navegante era su gran maestre; la jurisdicción espiritual de las islas, puertos, tierras y lugares, desde el cabo Bojador hasta Guinea, y más allá de sus playas meridionales hasta la India.

Pese a que Enrique el Navegante no llegó a realizar su sueño de navegar alrededor de África en busca de la ruta de las especias, sus exploraciones dieron un resultado inesperado ya que llevaron al descubrimiento de especias originarias de África con las que los mercaderes portugueses hicieron considerables fortunas y con las que se financiaron los posteriores viajes, entre ellos el de Vasco de Gama que finalmente en 1498 alcanzó la India por mar.

A la muerte de Enrique el Navegante en 1460, las exploraciones portuguesas sufrieron un duro revés, ya que el infante portugués había sido el mayor apoyo de los marinos y hombres de ciencia embarcados en dicho proyecto. Por otro lado, la política del monarca luso Alfonso V, más interesado en explotar los territorio ya descubiertos que en emprender nuevas exploraciones, contribuyó en gran manera a este imprevisto freno de los descubrimientos portugueses, los cuales no se retomaron hasta el reinado de Juan II.

Enrique el Navegante dejó algunos manuscritos como: Consejo sobre la guerra de África y Consejo a su país cuando partió para Tánger.

Autor

  • Juan Antonio Castro Jiménez