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ReligiónBiografía

Ignacio de Loyola, San (ca. 1491-1556).

Monasterio de Loyola. Azpeitia.

Religioso español, fundador de la Compañía de Jesús, nacido en Loyola (Azpeitia) hacia 1491 (probablemente el 25 de diciembre) y muerto en Roma el 31 de julio de 1556. Fue bautizado como Íñigo López de Regalde.

Vida

Iñigo López fue el último de los ocho hijos varones de Beltrán Ibáñez de Oñaz, señor de Loyola, y de Marina Sánchez de Licona. Entre 1507 y 1517 estuvo al servicio del contador mayor Juan Velázquez de Cuéllar, y luego pasó al servicio del virrey de Navarra, Antonio Manrique de Lara, duque de Nájera. Tomó parte en la defensa de Pamplona en 1521, cuando fue atacada por el ejército francés, donde fue herido en las piernas.

Fue trasladado a su casa de Loyola para su recuperación. Durante su convalecencia, pidió que le dejaran algún libro, y le fue entregado la Vida de Cristo del cartujo Ludolfo de Sajonia y el Flos sanctorum de Jacobo de Varazze. La lectura de estos libros provocaron en su ánimo el inicio de la conversión del hombre de armas al religioso, y deseó empezar una nueva vida, peregrinar a Jerusalén e imitar a los santos.

Salió de Loyola en febrero de 1522, y de camino a Montserrat hizo voto de castidad. En Manresa comenzó a escribir los Ejercicios espirituales, y el 20 de marzo de 1523 se embarcó en Barcelona para ir a Roma y pedir permiso al papa para peregrinar a Tierra Santa. Llegó a Jerusalén (vía Venecia) el 4 de septiembre, pero allí no le permitieron quedarse.

Volvió a Venecia a mediados de enero de 1524, y luego pasó a Barcelona, donde permaneció dos años para estudiar latín, cuando ya contaba con 33 años de edad. Fue a la Universidad de Alcalá para cursar filosofía, entre marzo de 1526 y junio de 1527, y en ella fue acusado por sospechoso de alumbradismo, encarcelado durante cuarenta y dos días y privado del permiso de predicar hasta cumplir, al menos, tres años de estudios.

Decidió ir a la Universidad de Salamanca, pero allí también despertó sospechas entre los dominicos de San Esteban, y fue encarcelado de nuevo por su tendencia erasmizante (véase erasmismo). Le sentenciaron a no poder predicar hasta no haber cumplido cuatro años de estudio. En vista de que no le era posible hacer discípulos, decidió ir a París para estudiar y ganar compañeros que siguieran su mismo ideal de apostolado.

Llegó a París el 2 de febrero de 1528, y repitió los cursos de humanidades en el colegio de Monteagudo. Para pagar sus estudios pidió ayuda económica a los mercaderes españoles de Brujas, Amberes y Londres. En la capital francesa dio sus Ejercicios espirituales a tres estudiantes, los cuales cambiaron sus vidas. Fue acusado ante el inquisidor Mateo Ory, pero no le encontró culpa alguna. Estudió también Filosofía en el colegio de Santa Bárbara, donde tuvo por compañeros al saboyano Pedro Fabro y al navarro Francisco Javier, que terminaron siguiendo su doctrina. También ganó la amistad de Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Simón Rodríguez y Nicolás Alfonso de Bobadilla. Obtuvo el grado de bachiller en Artes en 1532, licenciado en 1533 y el de maestro en 1535. Comenzó a estudiar luego teología, pero sólo durante un año y medio.

Iñigo era de pequeña estatura, con cara redonda, y de joven fue rubio y con cabellos largos. Sus coetáneos lo describen como un hombre sereno, afectivo y alegre, con tendencia a llorar por sus sentimientos. A su alrededor se fue formando un grupo de compañeros que serían los fundadores de la Compañía de Jesús, refendada con los votos, celebrados en Montmartre el 15 de agosto de 1534, de pobreza. Decidieron peregrinar a Jerusalén, pero si en un año esto les resultaba imposible, acudirían al papa para ponerse a su servicio.

Iñigo volvió a España, pasó por Azpeitia, Obanos (Navarra), Almazán (Soria), Sigüenza, Madrid, Toledo, Segorbe y Valencia, donde se embarcó para Italia. Pasó todo el año de 1536 en Venecia para proseguir sus estudios y esperar a sus compañeros, que llegaron a comienzos de 1537, pero ese año no salió ninguna nave hacia Jerusalén por el peligro otomano. Iñigo cambió entonces el nombre por el de Ignacio, más parecido al nombre latino. Ignacio fue acusado de nuevo por las autoridades eclesiásticas, pero, tras un proceso judicial fue absuelto.

Reunidos todos los compañeros, fueron a Roma para cumplir con el voto de ponerse a disposición del pontífice. Cerca de Roma Ignacio tuvo una visión de la Trinidad que repercutirá en la fundación de la Compañía, pues quedó claro que el grupo de amigos serían los “compañeros de Jesús”. En Roma fue acusado de nuevo por la Inquisición, y tras un proceso en el que coincidieron en Roma todos lo que le acusaron en Alcalá, Salamanca, París y Venecia, fue declarado inocente el 18 de noviembre de 1538.

Ignacio concibió de modo vago lo que sería la Compañía de Jesús primeramente en Manresa (ilustración del Cardoner, 1522), perfiló algunos rasgos en París (votos de Montmartre, 1534) y, de forma definitiva, estableció la Congregación de Clérigos Regulares con voto especial de obediencia al papa en Roma en 1539. Los compañeros decidieron elegir un superior, formando una Orden religiosa. Ignacio redactó la Fórmula del Instituto de la Compañía de Jesús, que fue aprobada por Paulo III el 3 de septiembre de 1539, pero con la limitación de que el número de miembros profesos no pasara de sesenta, con la bula de aprobación Regimini militantis Ecclesiae, del 27 de septiembre de 1540. El 19 de abril de 1541 fue elegido como general de la nueva Orden. De los nueve compañeros del fundador que aparecen en la bula, cuatro eran españoles: el soriano Diego Laínez, el navarro Francisco Javier, el toledano Alfonso Salmerón y el palentino Nicolás Alfonso de Bobadilla. La fundación fue una empresa colectiva, si bien Ignacio fue admitido siempre como la cabeza, en gran medida porque inspiraba seguridad y por su carácter bondadoso, que hacía que los adeptos crecieran a su alrededor.

Ignacio permaneció casi todo el resto de su vida en Roma. Tuvo muchas iniciativas solidarias con los pobres, enfermos, prostitutas, convertidos del judaísmo, huérfanos, etc. Pese a su experiencia tan negativa con la Inquisición, fue partidario de su introducción en Roma para frenar el protestantismo. Fundó el Colegio Romano y el Colegio Germánico y redactó las Constituciones, modelo para otras órdenes y fundaciones.

Estos religiosos (clérigos regulares) comenzaron a ser llamados en París “iñiguistas”, y luego en Francia e Italia con el apelativo de “sacerdotes reformados”, mientras que en Roma y España los confundieron con los “teatinos”, y en Portugal e India fueron denominados “apóstoles”. Comenzaron a ser llamados “jesuitas” en Lovaina en tono de burla, aunque luego ese nombre se propagó por Colonia y Viena entre 1544 y 1551. En pocos años el apodo se extendió por Francia y Alemania.

Ignacio dio a la Compañía una orientación claramente misionera; así, la Orden se propagó por Brasil, lejano Oriente y Etiopía; se fundaron colegios en Portugal, Alemania, Austria, Bélgica, Bohemia, España, Francia, Italia; y hubo misioneros en Malaca, Molucas, Ormuz y en un total de once provincias asiáticas. Al morir Ignacio la Compañía contaba con unos mil miembros, doce provincias, unas cien casas y cuarenta y seis colegios en Europa.

El objetivo primordial de la Compañía fue la defensa y propagación de la fe. Tres de los primeros jesuitas fueron destinados a Alemania (Fabro, Jayo y Bobadilla), los cuales predicaban, daban ejercicios y participaban en las disputas teológicas con los protestantes. Fabro atrajo a la orden a Pedro Canisio, que fue considerado apóstol de Alemania. La estrategia de Ignacio frente a los protestantes se puede seguir a través de siete instrucciones que dirigió a los jesuitas, y con ciertas limitaciones llegó a sugerir la pena capital y la confiscación de sus bienes, aunque no era partidario de imponer la Inquisición en Alemania. A Irlanda y Escocia fueron como nuncios Alfonso Salmerón y Pascasio Broet, pero obtuvieron poco éxito. Ignacio quiso trabajar personalmente en las misiones, tanto en el norte de África como en Etiopía, y siguió de cerca las actividad misional de Francisco Javier.

Durante los quince años de gobierno como general marcó un estilo novedoso con respecto al resto de órdenes. Los jesuitas no tenían hábito propio, ni coro, ni penitencias impuestas por regla, ni tiempo determinado de oración, ni posibilidad de recibir dignidades civiles o eclesiásticas, con el fin de que estuvieran disponibles para cualquier misión apostólica. No admitió un rama femenina de la Orden, si bien hubo algunas mujeres que hicieron los votos, como la princesa Juana de Austria, hija de Carlos V. La máxima de Ignacio fue hacerlo todo para mayor gloria de Dios por todos los medios a su alcance. Dio mucha importancia a la obediencia por ser un instrumento de cohesión y eficacia apostólica.

El noviciado duraba dos años, al cabo de los cuales se pronunciaban los votos simples; había coadjutores espirituales (sacerdotes) y temporales, se impartían estudios prolongados, un tercer año de probación tras acabar los estudios, una profesión solemne, y un cuarto voto de obediencia al papa que hacían los profesos respecto a la misiones. Otra novedad era que el cargo de general era vitalicio.

En vida de Ignacio, empezaron a tomarse notas y apuntes sobre la vida del fundador de la Compañía (llevados a cabo por Laínez, Polanco, Ribadeneira, Oliverio Manareo, etc.) entre los cuales merece mención especial el padre Luis González de Cámara, que había ido a Roma con comisión de Juan III de Portugal para observar de cerca el proceder de Ignacio, y para que tomase buena nota de todo. Ignacio no desconocía la misión de Cámara, y por eso no le sorprendió el pertinaz interés por saber vida y milagros del fundador. De hecho, llegaron a un acuerdo: Ignacio le consintió que tomara nota de todas sus palabras. Resultado de estas anotaciones fue la Autobiografía. Su Diario espiritual, de difícil lectura por no estar destinado al público, revela un místico que ha recibido dones y carismas sobrenaturales. Aunque Ignacio experimentó especiales comunicaciones divinas, fue contemplativo en la acción. Su salud fue siempre delicada (padecía litiasis biliar, con reflejos que repercutían en su estómago). Murió en la madrugada del 31 de julio de 1556. Su cuerpo fue sepultado en la pequeña iglesia de Santa María de la Strada, en el actual altar de la iglesia del Gesù.

A la muerte de Ignacio siguieron dos años de crisis dentro de la Compañía, hasta el inicio de la primera congregación general. Tuvo que producirse una reconciliación entre algunos de los primeros compañeros de Ignacio, especialmente de Bobadilla, que acusaba a Nadal y Polanco de haber cambiado el estilo de gobierno. El papa Paulo IV fue muy crítico con la Compañía, toda vez que Ignacio fue amigo de Morone y Carranza, sospechosos de herejía, si bien liberados luego de toda sospecha. Todo se superó con la elección de Diego Laínez como segundo general y la aprobación de las Constituciones, publicadas y difundidas en 1560.

Canonización

Ignacio fue beatificado el 27 de julio de 1609, y canonizado el 12 de marzo de 1622, juntamente con Francisco Javier, Teresa de Jesús, Felipe Neri e Isidro Labrador. La imagen de Ignacio se ha falseado a través de la historia tanto por los que han pretendido una leyenda áurea como los que se han dejado llevar por la leyenda negra, por los que viven en la exaltación gloriosa de los amigos como por los de la falsa crítica de los adversarios y enemigos. En el contexto barroco es donde se ha creído que comenzó a desdibujarse la imagen de Ignacio, toda vez que el barroco pretendía, en su afirmación católica, exaltar lo heroico y extraordinario. Reflejo de esto aparece en la literatura y el arte en sus diversos campos, como la arquitectura, escultura, pintura, teatro y música. Las fiestas celebradas en ese año y con ocasión del primer centenario (en 1640) supusieron un triunfalismo no deseado por el padre general Mucio Vitelleschi (1615-1645).

Espiritualidad

Los Ejercicios espirituales de Ignacio orientan la espiritualidad de la Compañía. En los Ejercicios se recogen muchos modos de orar, pero el rasgo común que los caracteriza es la relación entre oración y realización de la voluntad de Dios en la acción, y su referencia a Cristo como principio de discernimiento. En este sentido, tienen plenitud las palabras de Ignacio “en todo amar y servir”, porque la actividad del jesuita está orientada al servicio divino por amor, a cumplir la voluntad de Dios dedicándose por entero a ayudar a los hombres para que consigan la santidad a la que son llamados. Es una espiritualidad misional, de enviado, apostólica.

Los elementos característicos de la Fórmula del Instituto, base de las Constituciones aprobada por Paulo III son:

1ª. Fines y descripciones de la vida religioso-apostólica de la Compañía de Jesús.
2ª. Cuarto voto de los profesos y misiones encargadas por el papa.
3ª. La relación entre los superiores y los súbditos.
4ª. Pobreza de la Compañía
5ª. Peculiaridad de su vida en común.

Leyenda negra

La figura de Ignacio (y con él toda Compañía de Jesús) ha sido desfigurada por historiadores, ridiculizada por fantásticas leyendas, tergiversando en algunos casos la verdad histórica. Desde finales del siglo XIX la propia Orden ha tenido como objetivo publicar todo lo concerniente a la historia de la Compañía, y de hecho el Diccionario histórico de la compañía de Jesús ha analizado al detalle los ataques y las razones, motivados en gran medida por el desconocimiento exacto de las circunstancias.

Las primeras críticas que tuvo Ignacio vinieron de testigos cercanos que habían visto las vicisitudes que pasó con las autoridades eclesiásticas. Agustín Mainardi (OSA) en 1538 repetía que Ignacio era hereje, que había sido condenado una y otra vez en España, Francia e Italia, que venía huyendo de las hogueras inquisitoriales y sembraba por doquier sus errores y perversidades. El padre Bobadilla era crítico con Ignacio por su modo de gobernar. Guillermo Postel, erudito francés que fue jesuita durante algunos años, tuvo el propósito en los últimos meses de 1552 de escribir la vida de Ignacio de Loyola con algunas críticas. Los memorialistas, que comenzaron con el padre Dionisio Vázquez, confesor de Francisco de Borja, pretendían un “remedio o reformación de tres cosas que en la Compañía hay”: la desigualdad entre los estados (coadjutores, temporales y espirituales; y profesos, con tres y cuatro votos); la elección de provinciales y rectores (el general no los conoce); y el hecho de no despedir a nadie si no es a votos de los de la casa. El reformador Teodoro Beza lo clasificó entre los “temibles monstruos”. Los ataques más duros vinieron del dominico Melchor Cano, pero también hay críticas de Tomás de Villanueva, Carlos Borromeo, Teresa de Jesús y Arias Montano (que ha recogido Miguel Mir). Dentro de la orden podemos citar sobre todo a Juan de Mariana, Hernando de Mendoza, José de Acosta, Diego Luis Fajardo y Gutiérrez Hurtado; estos últimos, no obstante, son críticos con la Orden, no con la figura de Ignacio.

Debido a que después de la publicación de las biografías escritas por Pedro de Ribadeneira (1572) y J. Pedro Maffei (1586) los documentos ignacianos quedaron vedados, las biografías posteriores de los siglos XVII y XVIII tendrán como única base estas dos biografías oficiales. Quien más influyó en los historiadores fue Pedro de Ribadeneira, el cual fue muy crítico con todo lo referente a Ignacio que no hubiera salido de su pluma. Se sabe que logró retirar de la circulación las pocas copias que había de la Autobiografía de Ignacio que el padre Cámara escribió bajo sus indicaciones, por parecerle que contenían errores, y consideró cuentos las noticias que el padre Araoz recogió entre los monjes de Montserrat; hizo, asimismo, una crítica escrupulosa de la biografía escrita por el Maffei. El primero que aportó nuevos datos fue Danielo Bartoli en su Vida editada en 1650, si bien él mismo dice que no escribe el libro tanto “por historia como por apología”.

Ribadeneira se empeñó en dejar para las posteridad una imagen que en no poco contribuyó a forjar su leyenda negra. Por aquellas fechas ya se había consolidado la tradición teatral de los jesuitas en lengua alemana, en Colonia, Múnich, Praga y Viena. Detrás estaba una ideologización política de las comedias de santos, aprovechando las fiestas de beatificación o canonización. Así, por ejemplo, el caso de san Estanislao de Kotska, cuyas representaciones teatrales exaltaban una Polonia católica que frenaba a los turcos. Y lo mismo podemos decir de Ignacio de Loyola como antilutero, o incluso Francisco Javier iniciando una nueva Cristiandad. De Kostka podemos contar en el período de 1615 a 1640 representaciones en los colegios de Gratz, Viena, Burghausen, Friburgo y Ratisbona. En ese contexto hubo referencias a un aspecto que ha quedado marcado en la historiografía, el de la oposición Lutero-Ignacio de Loyola, como si Ignacio fuera un antilutero y hubiera nacido para contrarrestarle, idea sublimada por algunos biógrafos, como Ribadeneira, que dice, en el cap. XVII del libro II de la Vida de San Ignacio: “Dios nuestro Señor quebró la pierna al padre Ignacio en el castillo de Pamplona para sanarle, y de soldado desgarrado y vano hacerle su capitán y caudillo, y defensor de su Iglesia contra Lutero”. Sin embargo, Ignacio nombrará una sola vez a Lutero en su correspondencia de más de 7.000 cartas.

Entre los ataques destacan las acusaciones de que era soldado, que fue paje, que el nombre de Compañía tiene un sentido militar. Todo esto provocó una antipatía añadida a la que ya Ignacio tuvo en vida como defensor del papado. En algunos casos provocó rechazo a su persona, lo cual llevó al antijesuitismo, de modo que todo lo malo que veían en cada individuo en la Orden en general lo achacaban a Ignacio. Podemos decir lo mismo de Pascal con sus Cartas Provinciales, los jansenistas, los enciclopedistas y, finalmente, los que lograron su extinción.

Una biografía ecuánime está todavía por hacer, especialmente en lo concerniente a antes de su llegada a Roma, porque se sabe muy poco de ese período. Los primeros biógrafos, como Polanco, Cámara y Ribadeneira, hicieron de Loyola un retrato algo difuminado, situación que quedó reflejada en los artistas. Del retrato de Jacopino del Ponte dirá Ribadeneira que “más parece de algún clérigo muy regalado y relleno o algún labrador que no de Nuestro Padre”. Es curioso que tantos siglos después el juicio de Ribadeneira coincide con otro cuatro y con otro biógrafo del santo, el cuadro de Elías de Salaverría (1893-1940), en el salón de la Diputación de San Sebastián, del que dice Villoslada: “diríase un cura de una aldea guipuzcoana, que ha venido a hacer los Ejercicios espirituales en Loyola y se pasea meditabundo por la huerta, con el Izarraitz al fondo”. La imagen del barroco no cambio mucho de esta idea de Ribadeneira, aunque pueda citarse a artistas de la talla de Sánchez Coello, Rubens, Andrea Pozzo, Roelas o Valdés Leal.

La biografía ignaciana ha pasado por tres fases: edificante, crítica y antropológica. En la contrarreforma es presentado como antilutero, durante la ilustración los protestantes agudizan la hostilidad de las figuras históricas del catolicismo, y en nuestra época va cediendo la agresividad y se insiste en el conocimiento del hombre histórico en su totalidad. La mejor biografía hasta hoy sea probablemente la de Danielo Bartoli, si bien peca de credulidad al fiarse de los procesos de beatificación y canonización y, por eso, incluir nada menos que 100 milagros, mientras que Ribadeneira no recoge ninguno. Otra buena biografía es la de Francisco García, Vida, virtudes y milagros de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (Madrid 1722); el autor copia de Ribadeneira (1572), Maffei (1585), Orlandini, Nieremberg (Vida del glorioso San Ignacio de Loyola, Madrid 1631) y Gabriel de Henao (1689). Fue tanto el empeño de los milagros que la biografía de Nieremberg tuvo que ser incluida en el Índice de Libros Prohibidos porque dio preferencia al aspecto maravilloso, a las profecías, sucesos extraordinarios, dichos que se le atribuían, etc.; en suma, un santo idealizado.

Dentro de las críticas exteriores, el caso más interesante es el de Hércules Rasiel de Selva, que publicó en francés la Histoire de l´admirable Don Iñigo de Guipúzcoa, chevalier de la Vierge et fondateur de la monarchie des Inighistes (La Haya, 1736-1737); esta obra fue puesta en el Índice de 1759, y cuenta que Iñigo fue condenado a fuego por el colegio de Santa Bárbara, y hace un paralelo entre el Quijote e Ignacio, como locos por su independencia, además de que se debe tener presente el tema de la peregrinación como clave espiritual de la Contrarreforma. Años más tarde, el célebre enciclopedista Denis Diderot (1713-1784) dirá de Ignacio en 1762 en su artículo Jésuite que “escribió los ejercicios cuando no sabía leer”.

En la época contemporánea hay dos frentes: los que se empeñaron en destacar su papel como contrarreformista y antiluterano, y los que se hicieron resaltar su papel dentro de la reforma católica, en especial por jesuitas. Entre los primeros están Leopold von Ranke, Maurenbrecher, M. Philippson, Gothein y Böhmer. Entre los segundo puede citarse a Astrain, Tachi-Venturi, Paul Dudon, Leturia, Villoslada, Ravier y Tellechea.

Bibliografía

Fuentes

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Estudios

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Autor

  • 0204 Enrique García Hernán