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HistoriaBiografía

Navarro, Antonio, "El Encubierto" (ca. 1496-1522).

Embaucador hispano que desempeñó un papel relevante en las rebeliones valencianas del siglo XVI conocidas como Germanías. Nació hacia 1496, probablemente en Andalucía, y murió en Burjassot (Valencia) el 18 de mayo de 1522, asesinado por orden del virrey de Valencia. Durante la última fase de las Germanías, fue conocido por los sublevados como Lo Senyor Rey Encubert, el Rey Encubierto, y protagonizó una treta rocambolesca en la que se mezclaron las creencias mesiánicas y proféticas con las conspiraciones de palacio para intentar mantener encendido el espíritu de la revuelta de los agermanats.

La trama de El Encubierto

Durante el año 1522, la rebelión había sido parcialmente controlada por las tropas de Rodrigo Díaz de Mendoza, marqués de Cenete, y por su hermano Diego Hurtado de Mendoza, conde de Mélito y virrey designado por el emperador Carlos V para solucionar el conflicto. Únicamente quedaba un reducto en manos de los rebeldes, la ciudad de Játiva, que resistía con el grueso del ejército agermanat a las órdenes de Vicent Peris, el más famoso caudillo de las Germanías. En un intento de lograr la adhesión de la ciudad de Valencia, Peris salió de Játiva junto a algunos de sus hombres y se dirigió a la capital del Turia para instar al Consell a mantener la sublevación; allí fue interceptado por las tropas del marqués de Cenete, que le hostigaron sin cesar hasta encerrarle en su casa valenciana, que fue derruida y todos los sublevados hechos prisioneros. El propio Peris fue ajusticiado el 4 de marzo de 1522, con lo que parecía ponerse fin a la revuelta. Únicamente la ciudad de Játiva permanecía en manos de los rebeldes.

Sin embargo, el 21 de marzo del mismo año, en la catedral de Játiva, un hasta entonces poco conocido personaje pronunció un incendiario discurso, plagado de referencias apocalípticas contra la Iglesia y la monarquía, en el que hostigaba a todos a mantener la revuelta en nombre de la justicia divina. La trama del personaje era realmente inteligente y atractiva: según sus propias palabras, se trataba del hijo secreto fruto de la unión entre el príncipe don Juan, el malogrado heredero de los Reyes Católicos fallecido en 1497, y la archiduquesa Margarita de Austria. Siguiendo con su discurso, las intrigas del cardenal Pedro González de Mendoza y de Felipe el Hermoso, archiduque de Austria, habían hecho posible que el nacimiento del hijo del príncipe se ocultase a la opinión pública con el fin de que, como ocurrió, Felipe reinase en Castilla, pero ahora, en virtud de la justicia emanada por las peticiones, el Rey Encubierto había decidido salir a la luz para comandar la reacción contra quienes habían cometido la traición de ocultar su nacimiento.

Desde luego, la trama estaba tejida de manera extraordinaria, y además por diversos motivos. El primero de ellos es que, efectivamente, cuando el príncipe don Juan falleció, la archiduquesa estaba embarazada de quien habría de ser el heredero póstumo del príncipe, en cuya cabeza ceñiría las coronas de Castilla y Aragón. Cumplido el plazo natural, la archiduquesa parió una niña que apenas sobrevivió unas horas, con lo que la compleja sucesión de la Casa de Trastámara quedó en manos del príncipe Miguel, nacido en 1498, hijo de la princesa Isabel, primogénita de los Reyes Católicos, y del rey Manuel de Portugal. Como quiera que la madre murió de sobreparto y el príncipe Miguel falleció en el año 1500, entonces fue cuando se verificó que la princesa Juana y su marido, Felipe el Hermoso, serían los reyes de Castilla. En el discurso del Encubierto, la conspiración podría tener visos de certidumbre: en realidad, el hijo de Juan y Margarita había sido oculto para que no reinase merced a la conspiración del cardenal Mendoza y Felipe el Hermoso. En el plano real, un mero detalle cronológico invalidaba este complot, ya que el cardenal Mendoza había muerto en 1495, es decir, dos años antes que el príncipe Juan, por lo que no pudo haber efectuado las maniobras oscuras de que le acusaba el Encubierto. Sin embargo, este detalle es también significativo de lo bien construida que estaba la trama: el cardenal Mendoza era un personaje odiado por los valencianos, ya que, a la sazón, había sido el padre tanto del marqués de Cenete como del virrey de Valencia, los dos nobles que habían protagonizado la represión de las Germanías.

La breve fama y el triste fin

Es complejo entrar en razones sociológicas, pero el caso es que el Encubierto, de origen castellano y que se hacía llamar Enrique Enríquez (o Manrique) de Ribera (apellidos de rancio abolengo), fue creído y montó en Játiva una verdadera corte regia. Dispuso de criados, se vestía como noble, tenía una guarda armada que le protegía y, naturalmente, impartía justicia, armaba caballeros, repartía títulos nobiliarios, prebendas y rentas a aquellos que le estaban apoyando, prometiéndoles que cuando llegase el momento del triunfo, todos serían recompensados. En los días posteriores al discurso, la leyenda fue aumentada convenientemente por el embaucador, acudiendo a todos los tópicos posibles. Los encargados de asesinarle cuando apenas era un bebé se habían arrepentido y no concretaron su macabra acción, entregándole a cambio de dinero a unos mercaderes que lo llevaron a Gibraltar para que se criase entre una modesta familia de pastores. Una vez allí, había entrado al servicio de un rico mercader de Orán, ciudad de la que había tenido que huir con dirección a Valencia debido a los amoríos con la esposa del mercader. Este ingrediente de sex-appeal masculino de la trama del Encubierto se vio también aderezado con el rumor de que se había unido a la revuelta merced al odio que tenía a la clase nobiliaria, puesto que, ya en Valencia, el embaucador había sido castigado a cien azotes supuestamente por haber cometido adulterio con la esposa de un corregidor, de ahí que apoyara la revuelta. No obstante, si la descripción de este personaje que nos ha legado el cronista Martín de Viciana es cierta, la verdad es que la calidad de donjuán del Encubierto parece ser, en efecto, pura invención:

Hombre de mediano cuerpo, membrudo, con pocas barvas y roxas, el rostro delgado, los ojos zarcos, la nariz aguileña, las manos cortas, boca muy chiquita, las piernas corvadas, la hedad de 25 años, hablava muy bien castellano y del palacio; vestía una bernia de marinero parda, capotín de sayal abierto a los lados, calzones de lo mismo, de marinero, bonete castellano, una avarca de cuero de buey y otra de cuero de asno por calzado.

(Recogido por García Cárcel, op. cit., pp. 132-133).

Como opina Ricardo García Cárcel, "lo que decía de sí el Encubierto se completaba con lo que la sociedad decía de él, quería de él" (op. cit., p. 134). En efecto, en las semanas siguientes al discurso pronunciado en la ciudad de Játiva, diferentes signos fueron interpretados por la comunidad como símbolos inequívocos de que, en efecto, el Rey Encubierto era el verdadero Mesías. Durante una escaramuza en Alberique, el embaucador había sobrevivido sorprendentemente a un masivo ataque de flechas; este detalle fue convertido en la leyenda de que era inmortal a las armas de combate convencionales y que sólo podía morir en Jerusalén. De igual forma, abundaron los testimonios referentes a que le habían visto levitar mientras que oraba, con lo que la fama de santidad comenzó a rodearle y a extenderse a su paso. Sin embargo, el 19 de mayo de 1522, el Encubierto demostró que su mesiánica protección ante las armas era falsa, ya que cayó asesinado en Burjassot por cinco matones a sueldo, contratados (y recompensados económicamente con una grandísima retribución) por el virrey Diego de Mendoza. Su cuerpo fue trasladado a Valencia, donde fue quemado no sin que antes la Inquisición le hubiese cortado la cabeza para exponerla en la torre de Quart como escarmiento para los herejes y los agermanats. La suerte de la rebelión parecía finiquitarse, aunque todavía Játiva resistió algunos meses.

Explicación del mito

Fue el profesor García Cárcel quien encontró, a través del estudio documental, la verdadera identidad de este embaucador. En las listas de confiscaciones efectuadas por las autoridades a todos aquellos que apoyaron la revuelta, aparece el nombre de un "Anthoni Navarro, alias Lo Encubert". Los testimonios de quienes testificaron en el proceso inquisitorial abierto contra él concuerdan en su origen castellano (parece ser que era de Andalucía), en que apenas tenía bienes y que ni siquiera estaba avencidado en ninguna ciudad del reino de Valencia, lo que avala completamente la posibilidad de que fuese el personaje que catapultó a las Germanías con su compleja trama pseudohistórica. El mismo García Cárcel sospechó, por el contenido de sus incendiarias predicaciones, que se trataba más bien de un miembro de capas sociales más bajas.

El éxito de la trama de Antonio Navarro hay que explicarlo desde el punto de vista sociológico. Muerto Vicent Peris, la desilusión y el temor al fracaso de la revuelta cundió entre los agermanats, que necesitaban un nuevo líder para hacer frente a las amenazas de la autoridad real o rendirse. Si este nuevo dirigente, además, llegaba investido con las trazas de la justicia (era el verdadero rey, por ser hijo del príncipe Juan), del mesianismo y de la salvación, ell significó cierta revitalización de un movimiento que había tocado fondo y que aún sobrevivió unos meses más. La carga mesiánica del Encubierto es principalmente conocida por el proceso inquisitorial que se abrió contra él, donde las declaraciones de diversos personajes ayudan a entender el éxito de la propuesta de Antonio Navarro. La profecía sobre la existencia de un Rey Encubierto no era en absoluto novedosa en la Europa medieval: piénsese, por ejemplo, en el archiconocido mito del retorno del rey Arturo para ceñir la corona de Inglaterra. De igual modo, en el siglo XII, en plenas Cruzadas, un ermitaño que se hizo pasar por Balduino de Flandes después de su muerte halló acomodo en las comarcas europeas que habían sido gobernadas por el verdadero, enunciando el mito del Emperador Dormido, vigente desde las profecías francas que hablaban de la llegada de un Segundo Carlomagno, cuya venida coincidiría con el fin de los tiempos, para instaurar la justicia. En la Baja Edad Media, la extensión de las teorías milenaristas de Joaquín de Fiore propició el basamento intelectual y sociológico para que esta figura, la del Emperador Dormido o el Rey Encubierto, tuviese acogida entre las masas necesitadas (véase milenarismo).

En la península ibérica, y sobre todo en la Corona de Aragón, estas tradiciones proféticas estaban profundamente arraigadas desde el dominio de Sicilia por sus monarcas, con lo que existió toda una literatura de este género encargada de fomentar la imagen del Rey Encubierto: desde el incipiente Vademecum in tribulationis de Juan de Rocatallada, pasando por las profecías de Fray Anselmo de Turmeda hasta llegar a Francesc Eiximenis, la imagen de un Rey Encubierto o de un Emperador Mesiánico estaba bien asentada en toda la península ibérica, en la que también destacaron algunas profecías anónimas que vinculaban el papel mesiánico de Rey Encubierto a Fernando el Católico. En resumen: el caldo de cultivo estaba preparado para que alguien con la destreza necesaria lo aprovechase, y, desde luego, Antonio Navarro conocía estas profecías y las supo aprovechar en beneficio propio. Lamentablemente, en el proceso inquisitorial llevado contra él no se ha podido profundizar en su formación académica o cultural, pero debió de ser muy alta dado el nivel de sus discursos.

Otra cuestión que podría explicar el éxito del Encubierto fue el apoyo prestado por la minoría conversa a las Germanías. Muchos de ellos eran en realidad criptojudíos, es decir, hebreos que continuaban con sus prácticas judaizantes; por esta razón, estaban familiarizados con un cálculo efectuado por el filósofo Isaac Abravanel, según el cual el Mesías de los judíos llegaría en los primeros lustros del siglo XVI. Muchos de estos conversos valencianos, bien por motivos mesiánicos, bien buscando un salvador que les redimiese de su papel en el conflicto, otorgaron validez a la figura del Encubierto y la dotaron de un ingrediente vital en su éxito. De hecho, como corrobora Ricardo García Cárcel, la existencia de un converso llamado Antonio Navarro, natural de Teruel, condenado en 1516 por la Inquisición de Valencia, añade dudas acerca de si no es éste el mismo Rey Encubierto, que pudiera haber sido converso. Con todo, el mismo clima de mesianismo se pudo respirar en las Germanías de Mallorca o incluso en la rebelión comunera de Castilla, por lo que, en esencia, fue el clima de descontento y la necesidad social de una solución sobrenatural lo que provocó que la trama de Antonio Navarro le condujese hacia el liderazgo de la rebelión.

Ecos de El Encubierto

Buena prueba de que el componente sociológico y profético del Encubierto, y no el hipotético carisma de Antonio Navarro, fue el factor determinante para el éxito de su engaño es que después de conocerse su muerte, existieron al menos otros tres personajes que se autoproclamaron como nuevos Encubiertos. El primero de ellos, de nombre desconocido, fue promovido por los capitanes agermanats que defendían Játiva de los ejércitos del virrey Mendoza, diciendo de él que "era al mateix Rei Encobert, que el que havien mort en Burjassot no era lo Encobert, sino un altre qui semblava." (Recogido por García Cárcel, op. cit., p. 137). Un humilde vendedor de fruta fue convertido en el estandarte sociológico que los habitantes de Játiva necesitaban para resistir moralmente la ofensiva final contra ellos, efectuada por el virrey Mendoza en agosto de 1522. A primeros de este mes, un nuevo Encubierto, llamado Juan Bernabé y de profesión platero, hizo resucitar la estela de la rebelión acaudillando tropas de descontentos por las fronteras entre el reino de Valencia y el reino de Aragón, aunque fue ejecutado antes de poder llegar a prestar su ayuda a los asediados en Játiva y Alcira. Aún tuvo el mito encubertista otro estertor en los primeros meses de 1523, cuando un gramático natural de Calatayud se presentó en la capital levantina haciéndose pasar por el hermano del primer y verdadero Encubierto, el asesinado en Burjassot. Naturalmente, también fue ejecutado por orden de la Inquisición en marzo de 1523, cuando se cumplía un año del primer surgimiento del mito.

El papel del Encubierto en el conflicto de las Germanías fue casi inmediatamente magnificado y mitificado, no sólo por la conciencia colectiva popular sino a través de plumas literarias de cierto relumbrón. El autor teatral sevillano Diego Jiménez de Enciso (1585-1634) fue el primero en alumbrar un extenso drama con el embaucador como protagonista. La literatura del romanticismo decimonónico, como es lógico pensar, recuperó toda la brillantez estética e impresionista del mito en algunas obras, como El Encubierto de Valencia (1849), del gaditano Antonio García Gutiérrez, y sobre todo la novela homónima del valenciano Vicente Boix (1852), natural de Játiva y buen conocedor de todos los detalles del Encubierto. En el siglo XX, el conocimiento de la vida y de la verdadera identidad del Encubierto se debe a la investigación de Ricardo García Cárcel, que ha contribuido, de manera determinante y meritoria, a situar el mito en su real perspectiva historiográfica.

Bibliografía

  • COHN, N. En pos del milenio. (Madrid, Alianza, 1986).

  • DANVILA Y COLLADO, M. Las Germanías de Valencia. (Madrid, 1886, ed. facsímil en Valencia, París-Valencia, 1985).

  • DURÁN, E. & REQUESENS, J. (eds.) Profecia i poder al Renaixement. Texts profètics catalans favorables a Ferran el Catòlic. (Valencia, Tres i Quatre, 1997).

  • GARCÍA CÁRCEL, R. Las Germanías de Valencia. (Barcelona, Edicions 62, 1981).

  • VICIANA, M. DE. Crónica de la ínclita y coronada ciudad de Valencia. (Ed. facsímil Valencia, París-Valencia, 1980, 2 vols.)

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez