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HistoriaPolíticaBiografía

Juana I, la Loca. Reina de Castilla (1479-1555)

Reina de Castilla desde el 26 de noviembre de 1504 hasta la fecha de su muerte, apodada la Loca. Nacida en Toledo el 6 de noviembre de 1479 y muerta en Tordesillas el 12 de abril de 1555.

Juana I, La Loca, reina de Castilla.

Síntesis biográfica

Tercera hija de los Reyes Católicos, condesa de Borgoña y archiduquesa de Austria por su matrimonio con Felipe el Hermoso (1496). Tras producirse la muerte de su sobrino Miguel(1500) se convirtió en la legitima heredera de las coronas de Castilla y Aragón. Desde la muerte de Isabel la Católica (1504) doña Juana fue nombrada reina de Castilla, aunque en todo momento permaneció al margen de las decisiones políticas que adoptó Felipe I, el cual tras enfrentarse a Fernando el Católico logró hacerse con el control absoluto del reino. Tras el fallecimiento de Felipe, Juana I entregó el poder a su padre, el cual debido a la fragilidad mental de su hija decidió alejarla de sus enemigos políticos, para que éstos no pudieran utilizarla en su contra. Así Juana fue recluida en el palacio de Tordesillas en el año 1509, lugar donde permaneció hasta la fecha de su muerte.

Los Reyes Católicos con su hija Juana.

Primeros años

Tercera hija de los Reyes Católicos, en opinión de la mayor parte de sus biógrafos su nacimiento no debió suponer un gran acontecimiento, dado que la sucesión había quedado asegurada con anterioridad. La infanta Juana pasó los primeros años de su vida en la corte itinerante de sus padres, con los que probablemente tuvo una relación distante, debido a sus múltiples ocupaciones. De este modo, como indica Manuel Fernández Álvarez, Juana se educó probablemente en compañía de sus hermanas menores, las infantas María y Catalina, en palacios alejados de la frontera con Granada y bajo la supervisión de personas de confianza de los monarcas. Por lo que respecta a sus hermanos mayores, también estuvo bastante alejada de ellos, ya que su hermano Juan se educó en condiciones diferentes debido a que era el heredero al trono y la infanta Isabel era demasiado mayor para compartir juegos y educación con ella. Así, sus primeros años fueron un tanto solitarios y estuvieron centrados fundamentalmente en su educación, la cual dio comienzo cuando ésta contaba con 5 años de edad.

Debido a que fue siempre un personaje secundario, era bastante improbable que se convirtiera en la heredera de los Reyes Católicos, resulta difícil determinar cuáles fueron los aspectos que rodearon su vida hasta que firmó su compromiso matrimonial. No obstante, gracias a la documentación que se conserva sabemos que el preceptor de la infanta desde 1485 hasta el año 1496, fue el dominico Andrés de Miranda, aunque no fue el único en impartir clases a doña Juana. En diversos documentos está atestiguado que Beatriz Galindo le impartió lecciones de latín durante un año (1487-1488), al igual que Alexandro Geraldino, que pasó a estar a su servicio en el año 1483. Así a pesar de que el latín debió tener un puesto de honor en su formación, no parece probable que su educación se centrara sólo en este punto, ya que en la corte de sus padres se reunieron importantes humanistas. Tampoco se descuidó su formación artística, está atestiguado que desde su infancia demostró tener una gran afición por la danza y por la música, así según indican algunos autores demostró gran soltura a la hora de tocar el clavicordio.

Matrimonio con Felipe el Hermoso y primeros años en Flandes

Los Reyes Católicos desde el año 1490 intentaron concertar el matrimonio de la infanta Juana y el príncipe Juan con Felipe y Margarita, hijos del futuro emperador Maximiliano I, con la intención de aislar políticamente a Francia, aunque no tuvieron éxito hasta finales del año 1494. Así los primeros acuerdos alcanzados para llevar a cabo el doble matrimonio fueron firmados el 20 de enero de 1495 y las negociaciones concluyeron el 5 de noviembre del mismo año, tras la firma del contrato matrimonial. Poco después tuvo lugar la celebración de los esponsales por poderes, ceremonia que marcó el inicio de una nueva vida para la joven infanta, que se convirtió en la nueva duquesa de Borgoña y en archiduquesa de Austria. Desde el citado mes de noviembre comenzó a planificarse cuidadosamente todos los detalles del viaje. Dichos preparativos fueron supervisados en todo momento por la reina Isabel, ya que era necesario velar por la seguridad de su hija puesto que la monarquía hispánica se encontraba en guerra con Francia, por no mencionar que los monarcas pretendían impresionar a su futuro yerno. Por estos motivos Juana llegó a Flandes acompañada por un nutrido grupo de sirvientes, además de equipada con vestidos y joyas que pretendían ser una muestra de su elevada posición. Se dispuso que iniciara su viaje en Laredo custodiada por 22 navíos, tripulados aproximadamente por 4.500 hombres, los cuales fueron puestos bajo las ordenes del almirante Enríquez.

Concluidos todos los preparativos en agosto de 1496, Juana se dirigió a Laredo en compañía de su madre y sus hermanos. No ha quedado constancia de que se celebrasen fiestas en su honor en esos momentos, aunque debido a la magnificencia del séquito que la acompañaba, en el que se encontraban importantes miembros de la nobleza castellana y aragonesa, parece probable que si debieron tener lugar. A pesar de la falta de datos, sabemos por los cronistas de la época que Juana pasó su última noche en España en compañía de su madre, la cual debió darle instrucciones precisas a cerca de cual debía ser su modo de proceder.

Por el cronista Lorenzo Padilla sabemos que el viaje que condujo a Juana a los Países Bajos dio comienzo el 21 de agosto de 1496 y que fue azaroso desde sus comienzos, ya que el 31 de agosto los vientos desfavorables y las corrientes obligaron a la escuadra a refugiarse en las costas inglesas hasta el 2 de septiembre. De este modo la llegada al puerto de Arnemuiden, seis días más tarde, debió suponer un gran alivio para la archiduquesa y sus acompañantes, que muy pronto sufrieron una tremenda desilusión al recibir la noticia de que Felipe el Hermoso no había acudido a recibir a su futura esposa, la cual tras ser recibida por la archiduquesa Margarita, se dirigió a la ciudad de Amberes, donde se encontraba el 19 de septiembre. Fue en esta ciudad donde el séquito de la archiduquesa se vio obligado a detenerse, ya que Juana tras contraer fiebres tercianas tuvo a guardar reposo durante algunos días. De este modo tras conocer el 1 de octubre a Margarita de York y quedar totalmente restablecida, emprendió el viaje hacia la villa de Lierre, lugar donde debía esperar a Felipe el Hermoso.

Juana de Castilla conoció a Felipe III de Borgoña el 20 de octubre de 1496 y según apuntan reiteradamente todos sus biógrafos se enamoró de él nada más verle. Dicho sentimiento posiblemente se vio acrecentado por el gran arrebato pasional que sufrió el archiduque, el cual tras la presentación oficial dio orden a sus servidores para que tuviera lugar la ceremonia religiosa lo antes posible, para asi poder consumar el matrimonio. Pero este comienzo tan prometedor muy pronto se vio empañado, puesto que los roces entre los miembros del séquito de la archiduquesa y algunos consejeros de Felipe estuvieron a la orden del día, dado que eran muchos los nobles flamencos que vieron con malos ojos este matrimonio y que opinaban que la unión sería un obstáculo para mantener las relaciones de amistad con Francia. Además hay que señalar que Felipe desde un principio incumplió las obligaciones que había adquirido con su esposa en materia económica, circunstancia que indujo a los Reyes Católicos a enviar a Juan de Daza a finales de ese mismo año (1496), para conocer de primera mano los motivos que tenía su yerno para no entregar las rentas acordadas y sobre todo para despedir a la mayor parte de los servidores de su esposa.

Ignoramos como reaccionó Juana ante estos acontecimientos. Desde que Juana llegó a Flandes comenzó a comportarse de forma extravagante, comportamiento que ha sido interpretado por algunos autores como una de las primeras manifestaciones de la grave enfermedad mental que padeció, aunque estudios recientes apuntan que posiblemente el extraño comportamiento de Juana no fue más que una forma de rebelarse ante los malos tratos que sufrió en la corte flamenca, ya que parece evidente que en ningún momento fue tratada con la consideración y respeto que imponía su condición. Por otro lado tradicionalmente se ha apuntado que Juana nunca aceptó de buen grado las frecuentes infidelidades que cometió su esposo, aunque esta afirmación ha sido rebatida por algunos investigadores que opinan que la archiduquesa debía estar acostumbrada a este tipo de comportamiento, ya que era del dominio público que Fernando el Católico había sido infiel a Isabel. Pero fueran cuales fueran los motivos de Juana es evidente que su actitud causó gran preocupación en la corte de sus padres, los cuales decidieron enviar a los Países Bajos en 1498 a fray Tomás de Matienzo, el cual tenía su autorización para actuar como mejor considerara, aunque con la máxima discreción.

Por las cartas que fray Tomás envió a los Reyes Católicos sabemos que la salud de Juana era buena, a pesar de que se encontraba a punto de dar a luz, aunque da la impresión de que ésta se mostró turbada cuando el dominico intentó indagar en los entresijos de su vida privada. Así en un momento en que las relaciones entre la corte borgoñona y la Monarquía Hispánica eran muy tensas, debido a los acercamientos que había realizado Felipe el Hermosos al rey de Francia, parece que Juana se sintió incapaz de oponerse a las decisiones políticas adoptadas por su esposo, aunque fueran contrarias a los intereses de sus padres, ya que se encontraba prácticamente aislada en la corte borgoñona y sus protestas, si las hubo, en ningún momento fueron escuchadas. Pero lo que llama poderosamente la atención no es que la alianza que tan cuidadosamente había preparado Isabel y Fernando fracasara, sino el extraño comportamiento de Juana, que parece que con cierta frecuencia descuidaba sus deberes religiosos a pesar de las presiones que ejerció en este sentido el fraile dominico. El 16 de septiembre de 1498 nació la hija primogénita de Juana y Felipe el Hermoso, Leonor, nacimiento que provocó gran alegría en la corte por la gran facilidad con la que la archiduquesa dio a luz, aunque muy pronto reaparecieron los problemas conyugales entre ambos esposos. En opinión de autores como José Manuel Calderón, Juana mostró abiertamente el descontento que le provocaba la reciente alianza firmada con Luis XII de Francia, intromisión que no gustó lo más mínimo a Felipe.

Juana de Castilla princesa de Asturias

Las relaciones entre Felipe el Hermoso y los Reyes Católicos se fueron deteriorando más con el paso de los años, sobre todo tras la muerte del príncipe Juan (1497) y el fallecimiento de Isabel de Portugal (1498), ya que el archiduque desde entonces comenzó a titularse príncipe de Castilla sin que Juana tomara parte en el asunto, al menos aparentemente. Así, las malas relaciones de Felipe con Isabel y Fernando repercutieron directamente sobre la archiduquesa que cada vez se encontraba más aislada, aunque debió conocer momentos de felicidad conyugal, dado que el 25 de febrero de 1500 nació en Gante su segundo hijo, el futuro Carlos V. Una vez más, doña Juana sorprendió a todos en la corte por su facilidad para dar a luz, ya que los primeros dolores del parto le llegaron cuando se encontraba en una fiesta y el alumbramiento se produjo poco tiempo después, sin que apenas tuviera tiempo para abandonar el salón donde se encontraba.

Fue precisamente el nacimiento del pequeño duque de Luxemburgo, el que abrió un nuevo periodo de negociaciones entre Felipe III y sus suegros, interesados en que su nuevo nieto se educara junto a ellos con el propósito de asegurar la sucesión, puesto que el príncipe Miguel no gozaba de buena salud. Pero Felipe el Hermoso no estaba dispuesto a renunciar a sus opciones a los tronos de Aragón y Castilla, motivo por el cual mandó a uno de sus hombres de confianza a la corte de los Reyes Católicos para que le mantuviera informado de cualquier cambio. Así Felipe y Juana fueron informados rápidamente de que había fallecido el citado príncipe el 20 de julio de 1500, circunstancia que les convertía en los nuevos príncipes de Asturias.

A pesar de las presiones que ejerció el embajador de los Reyes Católicos, para que ambos iniciaran rápidamente el viaje a España, Felipe hizo todo lo posible para retrasar su marcha, sin que su esposa hiciera nada por evitarlo. Juana fue utilizada como pretexto para posponer la marcha, puesto que a finales del año 1500 se encontraba nuevamente embarazada de la que sería su tercera hija, Isabel de Austria, la cual nació en Bruselas el 27 de julio de 1501. Tras el citado alumbramiento Felipe decidió viajar a España, aunque en contra de lo que estaba previsto decidió emprender la marcha por tierra, en un claro desafío a sus suegros. Así tras su llegada a Blois, Felipe prestó homenaje a Luis XII como exigía el protocolo, aunque Juana se negó rotundamente a hacer lo propio con la reina de Francia, puesto que ella era la legitima heredera de las coronas de Aragón y Castilla, circunstancia que cambiaba totalmente su posición. Existen discrepancias a la hora de determinar si Juana actuó con independencia en estos momentos, ya que a pesar de que son muchos los que opinan que la maniobra fue calculada por su esposo, el cual no la castigó por su impertinencia como había hecho en otras ocasiones, parece posible afirmar que Juana se negó a aceptar semejante homenaje por considerar que era una grave afrenta hacia sus padres. No obstante si Juana actuó de forma independiente fue la última vez en su vida que lo hizo, ya que desde entonces se plegó por completo a las decisiones adoptadas por su esposo.

Juana llegó a Castilla el 26 de enero de 1502, visiblemente abrumada por los acontecimientos y a pesar del gran recibimiento que todos le prodigaron, no despertó de su letargo hasta que no se encontró con su padre, en Olias, en el mes de abril. Para ella fue un placer ejercer como traductora entre Fernando y Felipe y se mostró feliz tras reencontrarse el 7 de mayo en Toledo, con la reina Isabel, con la que compartió algunos momentos de intimidad antes de que las cortes castellanas la reconocieran como heredera. Pero la felicidad por encontrarse nuevamente en las tierras de su niñez no duró mucho, puesto que tras recibir el homenaje de las cortes de Aragón, Felipe el Hermoso comunicó a sus suegros su deseo de abandonar España lo antes posible, para desconsuelo de Juana que no podía acompañarle en su regreso por encontrarse nuevamente embarazada.

De este modo Felipe abandonó la corte el 19 de diciembre de ese mismo año (1502), dejando a su esposa en un estado lamentable, pues la princesa no podía soportar estar lejos de su esposo por mucho tiempo, aunque finalmente se convenció de que debía quedarse por el bien de su hijo, Fernando de Austria, el cual nació en Alcalá de Henares el 10 de marzo de 1503. Pero cuando Juana se sintió con fuerzas para emprender el camino de regreso a los Países Bajos solicitó una y otra vez que se la permitiera regresar, para disgusto de sus padres que no entendían su insistencia.

De este modo a finales del año 1503 la situación era ya insostenible, dado que ésta tras intentar escapar del castillo de Mota y permanecer toda una noche a la intemperie, decidió instalarse en una pequeña habitación situada junto a las barreras de la fortaleza, de la que se negó a salir hasta que se le permitiera abandonar el castillo. Dicha situación impulsó a la reina Isabel, que se encontraba gravemente enferma, a abandonar la ciudad de Segovia para encontrarse con su hija, a la que reprendió con dureza por sus acciones, aunque sin ningún éxito, ya que la princesa lejos de plegarse a los deseos de su madre se enfrentó a ella, causando gran impacto en la reina, que posteriormente comento: "(…)me habló tan reciamente, de palabras de tanto desacatamiento y tan fuera de lo que la hija debe decir a su madre, que si yo no viera la disposición en que ella estaba, yo no se si las sufriera".

El comportamiento de la princesa se fue haciendo cada vez más extraño, sobre todo tras recibir una carta supuestamente escrita por su hijo Carlos, que tuvo unos efectos demoledores en ella, ya que éste suplicaba a su madre que regresara lo antes posible. Pero dicha carta no fue redactada por el joven duque, que tan sólo contaba con 4 años, sino por Felipe el Hermoso, el cual desde que llegó a Flandes había intentado por todos los medios que su esposa regresara para conservar el ascendiente que tenía sobre ella, ya que era consciente de que con los métodos adecuados sus padres podrían conseguir doblegar su frágil voluntad. Pero nada pudieron hacer los Reyes Católicos para convencer a su hija, ya que si hubo una constante en la vida de ésta fue el profundo amor que sintió por su esposo, motivo por el cual finalmente la dejaron marchar en la primavera del año 1504.

Juana I reina de Castilla

Cuando Juana llegó a los Países Bajos no encontró al marido solícito y cariñoso que esperaba encontrar y tampoco mejoró su situación en la corte flamenca, ya que incluso sus damas de compañía la trataron con desdén, circunstancia que no acepto de buen grado y que fue causa de importantes refriegas con Felipe, el cual cansado por su extraño comportamiento y por sus continuos requerimientos amorosos evitó todo lo posible la compañía de su esposa. De este modo a pesar de que es innegable que el amor enfermizo que sintió Juana, fue una de las causas que contribuyeron a deteriorar su salud mental, esta no fue la única razón, ya que para la heredera de los Reyes Católicos debió suponer una terrible humillación que no se contara con ella a la hora de tomar cualquier decisión importante, especialmente cuando se discutían asuntos relacionados con su herencia. Por tanto es en este contexto donde hay que inscribir los frecuentes ataques de ira de Juana, la cual atacó con unas tijeras a la favorita de su esposo e incluso a importantes personajes de la corte que osaron contradecir sus ordenes. Pero estos ataques de cólera cada vez más frecuentes terminaron por agotar la paciencia del archiduque, que finalmente decidió recluir a Juana en sus aposentos. Completamente aislada, el comportamiento de la princesa se fue haciendo cada vez más irregular, ya que con más frecuencia que antes descuidaba sus obligaciones religiosas, se negaba a ingerir alimentos, se negaba a lavarse o por el contrario no paraba de hacerlo y cada vez era más evidente su deterioro físico y mental.

Entretanto Felipe decidió informar a sus suegros de los pormenores del comportamiento de su hija con el fin de justificar sus actuaciones en este sentido, aunque no fue consciente hasta meses después, gracias a la intervención de don Juan Manuel, que sus explicaciones podían ser utilizadas en su contra por Fernando el Católico, ya que ignoraba que Isabel, convencida de la incapacidad de su hija para gobernar, decidió poco antes de morir incluir en su testamento una cláusula en la cual se especificaba que en el caso que Juana no pudiera o no quisiera gobernar la regencia sería ocupada por Fernando el Católico y no por su yerno, que no era visto con buenos ojos en Castilla. Nada parece indicar que Juana fuera consciente de lo que ocurría a su alrededor y posiblemente no se le informó de que su madre se encontraba en su lecho de muerte, aunque si debió conocer la noticia de que ésta había fallecido el 26 de noviembre de 1504. De lo que no hay duda es que su esposo, contando con la ayuda de Maximiliano, desde que recibió la noticia hizo todo lo que estuvo en su mano por procurar su restablecimiento, ya que era contrario a sus intereses que las cortes dictaminaran que ésta era incapaz de gobernar, como deseaba Fernando. Así como fruto de este acercamiento Juana quedó nuevamente embarazada y el 15 de septiembre de 1505 nació en Bruselas, María de Austria.

En estos momentos doña Juana era una persona profundamente inestable y cuando era presionada podía actuar de forma contraria a los intereses de su esposo, motivo por el cual el rey consorte se convenció de que era necesario mantener su aislamiento, sobre todo desde que uno de los enviados de Fernando el Católico, López de Cochinillos, había conseguido que la nueva reina de Castilla firmara una carta en la que entregaba el poder a su padre. De este modo tras interceptar dicha carta y apresar al enviado del rey católico, Felipe obligó a su esposa a firmar una misiva dirigida a Filiberto de Veyre, en la que ésta justificaba su extraño comportamiento, alegando que se debía únicamente a los celos. En este momento es evidente que a nadie le importaba como se encontraba Juana, que sumida cada vez más en su "locura" permanecía ajena a los enfrentamientos que mantuvieron su padre y su esposo por ocupar el poder. Por otro lado hay que señalar, que cuanto más empeoraba el estado mental de la reina, más irracional se mostraba en todos los asuntos que rodeaban la vida personal de su esposo, llegando al extremo de prohibir que cualquier mujer joven se acercara a él y despidiendo a sus propias damas de compañía. Doña Juana con motivos o no, desconfiaba de cualquier mujer en cualquier circunstancia y se negó a embarcar, cuando su esposo dispuso que debían emprender su viaje a España, porque éste quería que les acompañara una dama.

Finalmente Juana abandonó los Países Bajos, para no regresar, el 8 de enero de 1506, dejando en los dominios de su esposo a 4 de sus 5 hijos, ya que Fernando había quedado bajo la custodia de sus padres en 1504. La travesía que se preveía tranquila, fue un tanto ajetreada, puesto que una tormenta estuvo a punto de hacer naufragar la nave donde se encontraban los monarcas, sin que Juana se inmutara por ello, ya que según comentaron algunos cronistas, mientras todos se preparaban para lo peor ella reclamaba que fuera servida la cena. Debido a los múltiples destrozos que sufrió la embarcación, fue necesario hacer escala en las costas inglesas, circunstancia que fue aprovechada por la reina de Castilla para visitar a su hermana Catalina, aunque tras permanecer algunos días en su compañía regresó a la costa, posiblemente por deseo de su esposo, que no quería que se comportara de forma inconveniente. Los nuevos reyes de Castilla desembarcaron en La Coruña a finales de abril de 1506, sin que Juana atendiera a las fiestas que se organizaron en su honor, ya que aparentemente sólo le interesaba controlar a su esposo, el cual tras tener en su bando a la mayoría de los nobles castellanos se convirtió en el dueño absoluto del poder en el reino. Pero a pesar de que éste intentó liberarse de la carga que suponía mantener a su esposa a su lado, la mayor parte de los grandes de Castilla se negaron a reconocer que Juana estaba incapacitada, ya que el propio almirante Enríquez expuso ante los notables del reino que tras pasar dos días en Mucientes conversando con la reina no halló en ella síntomas claros de locura.

Los últimos meses de vida de Felipe el Hermoso, fueron muy duros para doña Juana, ya que además de conocer las circunstancias en que su padre había abandonado Castilla, la distancia con su esposo era ya insalvable, puesto que éste a la espera de poder deshacerse de su esposa evitaba permanecer junto a ella todo lo posible, saliendo a cazar con frecuencia e incluso visitando lugares de mala reputación, como prostíbulos. Pero a pesar de este distanciamiento, Felipe el Hermoso no pudo evitar siempre los requerimientos de su esposa, que quedó embarazada por sexta y última vez poco antes de que se produjera su muerte.

El fallecimiento de Felipe el Hermoso fue un duro golpe para Juana, que durante los días que duró su agonía permaneció junto a él sin derramar una sola lágrima. Así sólo fue posible separarla del lecho de su esposo cuando los cirujanos procedieron a embalsamar su cuerpo, aunque una vez que quedó concluido el proceso estuvo junto al cadáver hasta que fue depositado en la Cartuja de Miraflores. Juana nunca se recuperó de su pérdida y ya desde los primeros momentos fue evidente que la reina era incapaz de gobernar en solitario, motivo por el cual ante el caos que se adueñó de la administración se decidió, por petición expresa de la reina, entregar el poder a Fernando el Católico, aunque éste en aquellos momentos se encontraba fuera de España, circunstancia que complicaba considerablemente la situación. Así podemos afirmar que doña Juana se obstinó en no firmar ningún documento sin la autorización expresa de su padre, para desconcierto de los notables del reino que no sabían como actuar y sobre todo no sabían como sacar de su estado de postración a una reina que sólo tenía fuerzas para visitar a su esposo muerto.

Juana I, la reina loca de Tordesillas

El 20 de diciembre de 1506, aproximadamente tres meses después de la muerte de su esposo, doña Juana se personó como era su costumbre en la Cartuja de Miraflores, aunque en esta ocasión no se conformó con ver el cadáver, sino que ordenó a sus servidores que realizaran los preparativos necesarios para trasladar los restos mortales de Felipe a Granada. Nadie fue capaz de negarse a cumplir sus deseos, ya que se temía que un disgusto pudiera adelantar el parto. Así ese mismo día se puso en marcha la comitiva, la cual viajando siempre por la noche llegó a la villa de Torquemada cuatro días más tarde. En Torquemada nació la infanta Catalina el 14 de febrero de 1507 y allí fue donde en un principio Juana decidió esperar a su padre, lejos de las presiones a las que se veía sometida en Burgos. No obstante, sin que sepamos por qué, a mediados del mes de abril la reina decidió partir, llegando el día 21 a Hornillos, donde recibió la noticia de que Fernando el Católico se encontraba de camino a Castilla. Durante esto meses la reina siguió celebrando misas fúnebres en memoria de su esposo. Además se había negado a viajar de día y había dado ordenes para que ninguna mujer se acercara al cadáver de Felipe, al igual que cuando éste vivía.

Finalmente el ansiado encuentro de Juana con su padre se produjo el 29 de agosto de 1507, e la villa de Tórtoles, donde la reina entregó el gobierno de Castilla a éste, que nada pudo hacer por corregir los extraños hábitos que había adquirido su hija, motivo por el cual dio su autorización para que se instalara en Arcos. La reina permaneció en Arcos durante algunos meses, aunque la falta de medios de la villa hizo necesario que su padre la convenciera para trasladarse, siempre de forma provisional a Tordesillas, alojamiento temporal que se convirtió en su última residencia.

Fernando el Católico controló prácticamente sin oposición el poder en Castilla hasta la fecha de su muerte. Mientras su hija Juana pasó a estar bajo la custodia de uno de los colaboradores de su padre, el aragonés Luis Ferrer, el cual se encargó de que la reina quedara completamente aislada del mundo exterior, sin que nada de lo que ocurría en el interior del palacio de Tordesillas trascendiera a la opinión pública. De este modo tan bien hizo su trabajo Ferrer, que apenas disponemos de datos sobre como transcurrió la vida de Juana durante estos años, aunque sabemos que se la prohibió terminantemente salir de su residencia y que su salud mental empeoró considerablemente. Dicho empeoramiento fue aprovechado hábilmente por el gobernador de Castilla, que acompañado de los personajes más importantes del reino visitó a su hija encontrándola en un estado lamentable, ya que ésta se negaba a lavarse, a cambiarse de ropa, dormía en el suelo y frecuentemente se negaba a comer.

Hubo que esperar a que se produjera la muerte del rey Católico para recibir nuevas noticias sobre el estado en que se encontraba la reina de Castilla. Así cuando el cardenal Cisneros asumió el poder, Ferrer tuvo que abandonar su cargo acusado de no haber intentado lograr que Juana se recuperara y de haber abusado de su autoridad. Pero no podemos olvidar que Cisneros conocía de primera mano la situación de doña Juana y aunque no confiaba en que fuera posible que se produjera su curación, con el fin de eliminar las suspicacias que su situación generaba, permitió a diferentes médicos que examinaran el caso de ésta, la cual al parecer tras recibir algunos cuidados experimentó una notable mejoría. No obstante el nuevo gobernador, Hernán Duque de Estrada y de Guzmán, a pesar de que fue más permisivo, en líneas generales cumplió el mismo cometido de su antecesor, ya que Juana permaneció ajena a cualquier acontecimiento acaecido más allá de los muros del palacio y ni siquiera fue informada de que se había producido la muerte de su padre.

La llegada de Carlos I a España en el año 1517 supuso un importante cambio en las condiciones de vida de la reina castellana, ya que su hijo, sobre todo tras el estallido de la sublevación comunera, no sólo se mostró interesado en aislar a su madre, como ya había hecho Cisneros y su abuelo, sino que además debido al modo irregular en que llegó al poder, hizo todo lo posible para que fuera olvidada por todos. Así tras despedir a Hernán Duque de Estrada, nombró como gobernador de la Casa de doña Juana a un hombre de probada lealtad, don Bernardo Sandoval y Rojas, II marqués de Denia, el cual permaneció en este cargo desde el 15 de marzo de 1518 hasta la fecha de su muerte (1536), siendo sucedido por su hijo primogénito, don Luis, el cual utilizó el mismo título que su progenitor. Podemos afirmar que ambos duques ejercieron un control total sobre una Juana cada vez más indefensa, que como única arma recurría al ayuno para rebelarse. No hay duda sobre que nada se hizo porque Juana recuperara la cordura, ya que por el contrario se endurecieron sus condiciones de vida. Así no se la permitía recibir ningún tipo de visitas fuera del ámbito familiar, como tampoco se la dio autorización para que visitara la tumba de su esposo instalada en el convento de Santa Clara, por no mencionar que se llegó al extremo de prohibirla salir de sus aposentos, los cuales tenían que ser constantemente iluminados con velas, ya que no tenían ventanas. Así tan sólo en una ocasión pudo salir Juana del palacio, por causa de un brote de peste que hizo temer por su salud, aunque esta salida fue controlada en todo momento por el marqués de Denia y tan sólo duró unos pocos días.

Mención a parte merece la única oportunidad real que tuvo Juana para sacudirse la autoridad tanto de su carcelero, como de su hijo, en 38 años, que no es otra que el levantamiento comunero, ya que éstos desde el principio se mostraron partidarios de restaurar el poder de la reina legítima. Carlos I había logrado que las cortes castellanas le reconocieran como rey antes de la muerte de su madre, situación claramente irregular, aunque ésta cuando vio por primera vez a su hijo, tras los largos años que habían estado separados, aceptó que este ejerciera el poder en su nombre. Así, aunque en un principio Juana se mostró aliviada tras la huida del marqués de Denia y apoyó verbalmente las aspiraciones de los comuneros, que se instalaron junto a ella en Tordesillas, se negó a firmar cualquier documento que pudiera indisponerla con Carlos V, decisión en la que se mantuvo firme a pesar de las numerosas presiones que se ejercieron sobe ella en este sentido. De este modo nunca más volvió a tener una oportunidad semejante, ya que Carlos V dio ordenes tajantes al marqués de Denia, para que fuera todo lo estricto que fuera necesario, otorgándole para ello libertad absoluta para disponer lo más conveniente en cada momento.

Por último parece importante señalar que la monótona vida que llevó Juana en Tordesillas sólo se vio interrumpida por las escasas visitas que recibió de sus familiares y sobre todo por la marcha de la infanta Catalina, la única de sus hijos que se crió junto a ella y de la que habían intentado separarla en 1518, para que la joven llevara una vida acorde con su posición. Aunque Juana por regla general apenas mostró interés por estas visitas, de las que posiblemente no tenía noticia hasta poco antes de la llegada del personaje en cuestión, podemos atestiguar momentos en los que ésta se alegró sinceramente de ver a sus familiares. Fue evidente la alegría que sintió cuando su hijo Carlos y su hija Leonor la visitaron por primera vez cuando llegaron a España, como también lo fue que disfrutó viendo bailar a sus nietos, el futuro Felipe II y María Manuela de Portugal, cuando estos acudieron a visitarla tras contraer matrimonio. De esta manera también es palpable la indiferencia que le provocó por regla general las visitas de Carlos V y la animadversión que sintió por su nieta Juana de Austria, seguramente por la belleza de ésta, ya que la misoginia acompañó la reina hasta su muerte.

Muerte de doña Juana

Con el paso de los años es posible detectar como el interés de la familia imperial por el estado de salud de doña Juana fue en aumento, ya que una cosa era aceptar que ésta hubiera permanecido encerrada durante la mayor parte de su vida por razones de Estado y otra muy diferente que se condenara eternamente por no cumplir con los preceptos que marcaba la iglesia Católica. Así comenzaron a tomarse medidas en este sentido desde el año 1552, momento en el que el marqués de Denia informó de que el estado físico de la madre del emperador se deterioraba rápidamente.

De este modo el futuro Felipe II, decidió solicitar la ayuda del jesuita Francisco de Borja, ya que éste además de gozar de un enorme prestigio, conocía a doña Juana desde su infancia, puesto que había sido menino de su hija Catalina. Pero la todavía reina de Castilla por derecho propio, obstinada hasta el final de sus días, aun aceptando que estaba de acuerdo con todos los preceptos marcados desde Roma se negó tajantemente a cumplir con sus deberes religiosos, alegando en su defensa que las dueñas que permanecían junto a ella, eran unas brujas que se reían de ella cuando iniciaba sus rezos, motivo por el cual hasta que éstas no desaparecieran no podría cumplir con lo que el padre jesuita le solicitaba. Francisco de Borja no dio crédito a lo que consideró los desvaríos de una perturbada, aunque informó puntualmente de los comentarios de la reina a su nieto, que se mostró interesado por saber todos los detalles de los progresos de Juana, que al parecer rechazó unas velas benditas y no se comportaba con corrección cuando se celebraba la eucaristía en su presencia. Así Francisco de Borja profundamente decepcionado por la falta de progresos, decidió dejar el cuidado del espíritu de doña Juana en manos de fray Luis de la Cruz, el cual intentó presionarla para que aceptara los sacramentos, sin obtener resultados apreciables, aunque finalmente se vio obligado a admitir que ésta no era responsable de sus actos, motivo por el cual estaba libre de cualquier culpa. Juana de Austria no estaba tranquila con esta resolución y por ese motivo envió a Tordesillas nuevamente al ya citado Francisco de Borja, el cual sin poder tomar una determinación decidió recurrir al profesor de Salamanca Francisco de Soto, que viendo el lamentable estado de Juana, decidió que era necesario esperar a que la reina perdiera el conocimiento, para proceder a la unción de enfermos, ya que seguía sin querer confesarse, motivo por el cual no se sentía en disposición de administrar el viático.

Dejando de lado las consideraciones sobre el estado espiritual de doña Juana, hay que señalar que ésta padeció un terrible calvario los últimos años de su vida, ya que tras quedar paralizadas sus piernas, se encontró postrada en una cama sin apenas movilidad, circunstancia que favoreció la aparición de llagas. Dichas llagas a pesar de que en un primer momento aparecían y desaparecían, poco a poco se fueron haciendo permanentes, hasta que finalmente derivaron en la temida gangrena, enfermedad irreversible para la que no existía tratamiento adecuado. Ni siquiera fue posible ahorrarle sufrimientos a la reina, dado que ésta se negó a ingerir las medicinas que preparaban sus farmacéuticos.

Juana de Castilla tras perder el conocimiento durante unas horas, falleció a las 6 de la mañana del 12 de abril de 1555, a la edad de 76 años, sin contar con la compañía de ninguno de sus hijos y nietos. Tras quedar certificada su muerte, el marqués de Denia organizó un discreto funeral, que se celebró 3 días después en la iglesia del convento de Santa Clara, lugar donde permanecieron sus restos hasta el año 1574, fecha en la que Felipe II decidió trasladar el cuerpo de su abuela a la catedral de Granada, aunque su sepulcro no estuvo terminado hasta el año 1603.

Bibliografía

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  • ZALAMA. M. A. Vida cotidiana y arte en el palacio de la reina Juana I en Tordesillas. (Valladolid, Universidad de Valladolid, 2000).

Autor

  • Esther Alegre Carvajal; Cristina García Sánchez