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Juan, Príncipe de Asturias (1478-1497).

Príncipe heredero de Castilla y Aragón, segundo hijo de los Reyes Católicos, nacido en Sevilla, el 30 de junio de 1478, y fallecido en Salamanca, el 4 de octubre de 1497. Fue el primer y único hijo varón de Isabel y Fernando, destinado a unir en su corona los dos reinos peninsulares más extensos. Debido a esta circunstancia especial, su nacimiento estuvo rodeado de una gran expectación, expectación que pronto se derrumbó debido a su fallecimiento cuando sólo contaba con diecinueve años de edad.

Nacimiento y bautizo

El príncipe don Juan fue concebido durante una estancia de los Reyes Católicos en los Reales Alcázares de Sevilla, mientras preparaban una de las fases de la Guerra de Granada. Como prueba de la alegría que desencadenó el nacimiento del heredero, valga la muestra de que el cabildo hispalense había dispuesto una recompensa de 50.000 maravedíes para la persona que transmitiese la noticia, que resultó ser Martín de Távara, uno de los criados de la reina Isabel. Incluso el propio rey Fernando, que se encontraba sitiando la fortaleza de Castronuño, abandonó su labor militar para conocer a su heredero. El cuidado de la reina durante el parto corrió a cargo de una mujer llamada la Herrera, una conocida partera sevillana de la época; por otra parte, doña María de Guzmán, tía de Luis de Guzmán, señor de la Algaba, fue nombrada ama del príncipe, y se encargó de su salud en los delicados días después del nacimiento. Poco tiempo después, la ciudad sevillana se preparó para celebrar las acostumbradas "fiestas e alegrías", como se recogen en la crónicas de la época, con ocasión del bautizo, celebrado con toda la pomposidad posible el 9 de julio de 1478. Entre otras muchas celebraciones, durante el bautizo tuvo lugar una justa entre varios caballeros, en la que compitió el propio Rey Católico, y se lidiaron ocho toros, pagados por el cabildo catedralicio hispalense como regalo a los Reyes por el natalicio.

Los padrinos del príncipe fueron Pedro González de Mendoza, Arzobispo de Toledo; Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro y condestable de Castilla; y Rodrigo Alonso de Pimentel, conde de Benavente, además de otros dos personajes extranjeros, un embajador veneciano y un nuncio papal, que quisieron ser honrados de esta forma durante su casual estancia en Castilla. El papel de la madrina correspondió a Leonor de Mendoza, duquesa de Medina Sidonia, esposa del duque Enrique de Guzmán. Ya desde el propio bautizo el ambiente de expectación popular creado alrededor del príncipe se transformó, gracias a las plumas de los cronistas y relatores del suceso, en un complejo entramado de mentalidad mesiánica con respecto a su nacimiento que le acompañarían hasta su muerte. Así, después del bautizo, el 9 de agosto de 1478, tuvo lugar otra ceremonia que fue convertida en una especie de espectáculo parateatral en el que, ni más ni menos, se escenificó la conocida escena bíblica de la presentación al Templo de Jesucristo. Aunque durante la Edad Media solía ser usual esta costumbre religiosa, la pluma del cronista Bernáldez describe adecuadamente la grandeza y suntuosidad del momento:

"Iba el rey delante de ella [la reina] muy festivamente, en una hacanea rucia, vestido de un rozagante brocado e chapado de oro, e un sonbrero en la cabeça chapado de hilo de oro, e la guarnición de la hacanea era dorada, de terciopelo negro. Iva la reina cabalgando en un trotón blanco, en una muy rica silla dorada [...] Íbanles festejando muchos instrumentos de tronpetas e cheremías e otras muchas cosas, e muy acordadas músicas que iban delante de ellos [...] Iba el ama del príncipe encima de una mula, en una albarda de terciopelo, e con un repostero de brocado colorado: llebava al príncipe en sus brazos [...] Ofreció la reina con el príncipe dos excellentes de oro de cincuenta excellentes cada uno."

(A. Bernáldez, Memorias, p. 75).

Educación y Casa del príncipe Juan

Los Reyes Católicos dispusieron para su hijo una educación completa, muy del gusto humanista de la época, tan versada en las letras como en las armas. Al frente de su casa se encontraba fray Diego de Deza, el dominico maestro en Teología en la Universidad de Salamanca que se encargaría de la educación académica, al más puro estilo medieval aunque sazonada con el humanismo coetáneo, y también de su adoctrinamiento moral. Pérez Priego ha señalado con acierto que Deza "venía a encarnar la vieja figura del educador de príncipes de la tradición medieval. Era el sabio y piadoso consejero que acompañaría al príncipe prácticamente en todos los momentos de su vida" (op. cit., p. 8). Por lo que respecta a la educación en las armas, es bastante probable que sus padrinos, de alta alcurnia, dispusieran de algunos criados para evaluar la destreza del príncipe en el manejo de la espada y la montura del caballo de guerra. Sin embargo, la principal dedicación del príncipe, donde mostró más interés durante su educación, y a la que dedicaba gran parte de sus ratos de ocio, fue la música, espoleada por su amistad con el gran instrumentista y compositor Juan de Anchieta, maestro principal de su capilla, y uno de los más grandes músicos de la época.

Otra de las novedades dispuestas por los Reyes Católicos para su hijo fue la configuración de una Casa, es decir, de una nómina de criados y consejeros puestos a su servicio continuamente, y que contaron, también como novedad, con un lugar estable para su quehacer cotidiano: la corte del príncipe, establecida en el palacio de los Mendoza de Almazán, villa cuyo señorío se concedió al príncipe en el año 1496. Además de Diego de Deza, preceptor del príncipe, la disposición de su casa quedó conformada en torno a diez consejeros, de los cuales cinco eran caballeros ancianos, de prestigio y solvencia en la época (Sancho de Castilla, Nicolás de Ovando, Pero Núñez de Guzmán, Juan de Calatayud y Juan Velázquez), y cinco mancebos, de similar edad a don Juan, todos ellos procedentes también de lo más granado de la nobleza castellana: Sancho y Diego de Castilla (hijos de Sancho de Castilla, antes citado) Hernán Gómez de Ávila, Luis de Torres (hijo del condestable Iranzo y doña Teresa de Torres), y Hernán Arias.

Palacio de los Mendoza. Almazán (Soria).

Además de estos consejeros, el príncipe también contó con la presencia de veinticuatro pajes, la mayoría de ellos también hijos de los principales nobles del reino. La descripción de los oficios de la casa del príncipe, donde se pueden observar los detalles cotidianos de una incipiente corte humanista, se han conservado hasta la actualidad gracias a la descripción de un cronista del siglo XVI, Gonzalo Fernández de Oviedo, autor del Libro de la Cámara real del Príncipe don Juan, compuesto a petición del emperador Carlos V, ya que quería una organización semejante para la educación del joven príncipe Felipe de Habsburgo, futuro Felipe II.

La boda del príncipe

La privilegiada situación de don Juan de Aragón y Castilla en la descendencia regia hizo que, desde su nacimiento, los planes políticos de los Reyes Católicos tuviesen especial consideración hacia su figura. Así, en el marco de las castellanas Cortes de Toledo (1480), fue investido con el título de Príncipe de Asturias, para legitimar su posición de heredero del reino castellano; poco tiempo más tarde, Fernando el Católico consiguió que don Juan fuera jurado como heredero de Aragón por los estamentos reunidos en las Cortes de Tarazona (1484). El siguiente aldabonazo en su carrera hacia los tronos tuvo lugar en 1495, cuando los Reyes Católicos le incluyeron en el doble tratado matrimonial con el emperador de Alemania, Maximiliano de Austria, de vital importancia para el futuro de la península. Mediante procuradores de ambas partes, las capitulaciones establecían el matrimonio de los hijos de Maximiliano, Felipe el Hermoso y Margarita de Austria, con los hijos de los Reyes Católicos, la infanta Juana y el propio don Juan. Para tal efecto, los castellanos dispusieron una flota de más de cien embarcaciones, al cuidado del Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez de Cabrera, que partió en 1496 desde Laredo hacia Flandes para llevar a la infanta Juana y traer a Castilla a doña Margarita.

La princesa Margarita cumplía todos los requisitos imprescindibles para convertirse en la gran reina de Castilla durante el s. XVI: dos años menor que el príncipe Juan, unía a su exquisita educación germano-borgoñona una belleza sin par, a juzgar por los encendidos elogios que le dedicaron los humanistas castellanos de la época, en especial Lucio Marineo Sículo y Pedro Mártir de Anglería. Cabe destacar que Margarita había sido prometida, cuando aún era una niña y por motivos políticos, con el monarca francés Carlos VIII, y había residido en el país galo hasta que, en 1493, la enemistad franco-germana quebró la alianza y Margarita, aún sin compartir tálamo nupcial con Carlos VIII, fue ofrecida como esposa al príncipe castellano. Después de celebradas las bodas entre Juana y Felipe, la flota del Almirante Enríquez regresó en marzo de 1497 a costas cántabras, en concreto a Santander, donde tuvo lugar el recibimiento de la princesa y la comitiva europea. Finalmente, la boda se celebró a primeros de abril (3 o 4) en Burgos, con toda la grandeza inherente a tal celebración.

La inesperada muerte

Después de las bodas, los recién casados partieron hacia la corte principesca de Almazán, donde pasaron la primavera. Poco más tarde, el matrimonio y su séquito se trasladaron a Medina del Campo para pasar el verano, donde el príncipe Juan enfermó de viruela, lo que obligó a guardar reposo a la comitiva hasta septiembre. Aprovechando una ligera mejoría en la salud del príncipe, la corte se trasladó hacia Salamanca, donde la ciudad les obsequió con unas magníficas fiestas, celebradas en el palacio de Fray Diego de Deza. Sin embargo, a los pocos días, el príncipe Juan sufrió un ataque acompañado de violentas fiebres de las que nunca se recuperaría, y que a la postre fueron la causa de su fallecimiento, el 4 de octubre de 1497, seis meses después de la boda con la princesa Margarita. Fue sepultado en la capilla mayor de la catedral de Salamanca, aunque posteriormente los Reyes Católicos ordenaron el traslado del cadáver al convento abulenses de Santo Tomás; el luto oficial duró cuarenta días. Las muestras de dolor, tanto individuales como colectivas, sobre todo las organizadas por las ciudades, no tuvieron parangón durante el s. XV, y un sentimiento colectivo de frustración invadió la península durante esa época ante tan inesperada muerte. Sin embargo, realmente no fue tan inesperada, como se verá a continuación.

Ya desde su pubertad, el príncipe Juan había dado muestras de tener una salud débil y enfermiza. Viruelas, resfriados y, en especial, fiebres parecidas a las que le causaron la muerte, le habían acompañado durante sus escasos diecinueve años. Sin embargo, a juzgar por algún testimonio contemporáneo, parece ser que hubo también otra razón para explicar la funesta debilidad que le condujo a la muerte: un exceso de actividad sexual motivado por los constantes y deseosos furores de su bella y joven esposa. Por su interés para dilucidar la cuestión, creemos propio reproducir una carta de Pedro Mártir de Anglería, dirigida al cardenal de Santa Cruz, Bernardino de Carvajal, en la que estos últimos motivos quedan explícitamente condensados:

"Pallet iam nimis, huius puelle amore pellectus, hic noster ephebus Princeps. Hortant medici Reginam, hortant et Rex, ut a Principis latere Margaritam aliquando semoveat, interpellet indutias precantur, pretestant periculum ex frequenti copula ephebo imminere."

(Pérez Priego, op. cit., p. 21).

('Preso del amor de la doncella, nuestro joven Príncipe vuelve a estar demasiado pálido. Tanto los médicos como el Rey aconsejan a la Reina que, de cuando en cuando, aparte a Margarita del lado del Príncipe, que los separe y les conceda treguas, pretextando el peligro que la cópula tan frecuente constituye para el príncipe').

(Traducción del autor).

La debilidad del príncipe, junto con los ardores sexuales propios de la juventud de los cónyuges, acabaron por quebrar su precaria salud. No en vano, el duque de Maura, erudito de la mitad del siglo XX, tituló su obra dedicada a la biografía de don Juan con estas esclarecedoras palabras: El príncipe que murió de amor.

Literatura alrededor del príncipe Juan

El hondo trastorno causado en la península por el fallecimiento del heredero tiene en la literatura de la época una excelente muestra para calibrar su impacto, no sólo en el aspecto político sin también en el sentimiento popular. Antes de valorar estas apreciaciones, conviene destacar, también dentro del terreno literario, el gusto del príncipe por los libros religiosos y de retórica, pues entre sus adquisiciones particulares se contaban varias Biblias, un quodlibet de San Buenaventura, y varias obras de Gramática. También, como es lógico, contó con su propio Espejo de Príncipes destinado a apoyar su educación, compuesto por Alonso Ortiz, capellán toledano, y titulado Liber de educatione Joanis serenissimi principis.

Las cuestiones literarias en conexión con el príncipe don Juan, magistralmente estudiadas por Pérez Priego en su monografía, también han servido para intuir, cuanto menos, la presencia de varios poetas y literatos en su corte de Almazán: "Aunque por su corta vida, don Juan no llegó a ser un príncipe del Renacimiento, promotor y mecenas de grandes empresas humanísticas, sí es cierto que para algunos artistas de la época comenzaba a simbolizar la nueva edad dorada que anunciaba la España de los Reyes Católicos" (op. cit., p. 13). El poeta y músico Juan del Encina, de quien se piensa que sirvió en la corte principesca, dedicó varias obras a don Juan, entre ellas su Arte de poesía castellana y su traducción de las Bucólicas de Virgilio. Por otra parte, otros acontecimientos relacionados con su vida fueron tomados como objeto de composiciones literarias: es el caso de las Coplas al recibimiento de la princesa Margarita en Santander y Burgos, de Hernán Vázquez de Tapia (de las que no hay prueba manuscrita o impresa que haya llegado a nuestros días, pero se tiene la certeza de su composición), o de las anónimas Coplas fechas a los altos estados, un panegírico festivo cortesano que describe a todos los nobles y prelados asistentes a la boda. Con ocasión de las fiestas salmantinas de 1497, poco antes de la muerte del príncipe, el propio Encina había compuesto unos versos para loar al nuevo matrimonio. Para finalizar, también es obligatorio destacar que dos de los jóvenes donceles de la corte principesca de Almazán, Diego de Castilla y Luis de Torres, fueron destacados poetas de la época, cuyas composiciones pueden verse, por ejemplo, en el Cancionero general de Hernando del Castillo (1511). En el mismo Cancionero figura una composición de Pinar, poeta del círculo de los Reyes Católicos, en la que se atestigua la participación de don Juan en los juegos, justas y divertimentos cortesanos: el Juego Trobado, que contiene unos versos dedicados al príncipe:

Vuestra Alteza ha de tomar,
Príncipe, Rey y Señor,
tres coronas a la par,
qu'es señal d'emperador;
y por árbol la justicia,
por ave la caridad,
por canción la humildad,
qu'es cantar de haver cobdicia;
y el refrán: en cosa alguna,
pensar muchas y hazer una.

Véase Cancioneros Españoles.
Cancionero general.

A pesar de todo, el género más marcado por la influencia del príncipe fue la literatura consolatoria destapada a raíz de su muerte, aunque decirlo pueda parecer una cruel frivolidad. Esta profusión de escritos fúnebres, tanto en castellano como en latín, tuvieron a varios destacados protagonistas entre los más selectos literatos de la época: Lucio Marineo Sículo, Juan de Velázquez, Pedro Mártir de Anglería (De obitu Principis Hispaniarum), Diego Ramírez de Villaescusa (Dialogi quator super auspicato Joannis Hispaniarum Principis emortuali die), o el propio Alfonso Ortiz (Tratado del fallecimiento del príncipe), autor del citado Espejo principesco de don Juan. Además de estas obras específicas, pequeñas poesías fueron dedicadas a la muerte del príncipe por vates cancioneriles tan conocidos como Garci Sánchez de Badajoz, Diego Guillén de Ávila (hijo de Pero Guillén de Segovia o de Ávila, autor de los famosos Siete Salmos Penitenciales Trobados), el propio Juan del Encina o el comendador Román. No sólo la literatura culta en latín o la cortesana en romance de la época se hicieron eco del suceso; el romancero popular escogió una forma más dramática, el desmayo del Rey Católico ante la visión de su hijo enfermo, para incidir en el aspecto crucial de la muerte de don Juan, como era la falta de heredero:

Estas palabras estando el Rey su padre llegava.
-¿Qué es aqueso, hijo mío, mi eredero de España?
O teneis sudor de vida o se os arranca el alma.
Si vos morís, mio hijo, ¿qué hará aquel que tanto os ama?
Estas palabras diziendo ya cae que se desmaya.

(Pérez Priego, op. cit., p. 47).

Si bien resulta difícil abandonar el pesar que un suceso como el narrado tuvo para las gentes de la época, cuyas muestras literarias no hacen sino demostrarlo más fehacientemente, quizá el romancero popular desglose mejor el estigma que se cernió desde 1497 en la península: la falta de un heredero de los reinos. La cuestión pudo haberse solucionado si la princesa Margarita, embarazada por el príncipe en uno de sus fogosos encuentros, no hubiese perdido el fruto de su seno, quizá agobiada por el profundo pesar que causó la muerte de su marido. Por las parcas descripciones de los cronistas que registran el suceso, el nonato debió causar algún problema a la princesa durante el séptimo mes de gestación, por lo que fue necesario intentar su nacimiento prematuro, que no dio el resultado esperado. La falta de heredero varón (incluso el aborto de Margarita era una niña) significaba para los Reyes Católicos la extinción regia de la Casa de Trastámara como cabeza de los reinos de Aragón y Castilla, lo que dejaba la sucesión en manos de Felipe el Hermoso, esposo de la reina Juana, y en el hijo de ambos, Carlos de Gante, tras el fallecimiento de Felipe (1506) y los problemas de salud mental de Juana. Los intentos de Fernando el Católico, una vez fallecida Isabel (1504), por obtener un nuevo hijo de su matrimonio con Germana de Foixfueron infructuosos, lo que dejó un amargo sabor en la última época de los Reyes Católicos tanto a ellos como a sus súbditos, que sentían, otra vez, el peligro de las guerras civiles entre facciones nobiliarias al no existir una línea de sucesión clara y meridiana tras la muerte de don Juan. Una de las coplas cancioneriles citadas anteriormente, compuesta por Juan del Encina, sirve para finalizar estas líneas y también para demostrar el sentimiento de frustración, ansiedad y desasosiego que dominó España en el tránsito de las dos centurias:

Todo nuestro bien perdemos
perdiendo Príncipe tal,
pérdida tan desigual
no ay con qué la consolemos;
ningún consuelo busquemos,
que buscar consolación
claro está qu'es traición.

(Pérez Priego, op. cit., p. 71).

Bibliografía

  • ALCALÁ, A. y J. SANZ HERMIDA: Vida y muerte del príncipe don Juan. (Valladolid, Junta de Castilla y León - Consejería de Educación y Cultura, 1999).

  • AZCONA, T. DE. Isabel la Católica. Estudio crítico de su vida y su reinado. (Madrid; BAC, 1964).

  • BERNÁLDEZ, A. Memorias del reinado de los Reyes Católicos. (Eds. J. de M. Carriazo & M. Gómez-Moreno. Madrid; RAH, 1962).

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  • VEREDAS RODRÍGUEZ, A. El príncipe Juan de las Españas, 1478-1497: bosquejo histórico del malogrado heredero de los Reyes Católicos. (Ávila; Senén Martín, 1938).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez