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HistoriaPolíticaBiografía

Felipe I. Rey de Castilla (1478-1506)

Archiduque de Austria, duque de Borgoña y rey consorte de Castilla, desde el 26 de noviembre de 1504 hasta la fecha de su muerte, apodado el Hermoso. Nacido en Brujas el 22 de junio de 1478 y muerto en Burgos el 25 de septiembre de 1506.

Síntesis biográfica

Hijo del emperador Maximiliano I y de María de Borgoña, el 27 de marzo de 1482 fue proclamado duque de Borgoña. Su matrimonio con Juana de Castilla, celebrado el 20 de octubre de 1496, le convirtió, tras la muerte del príncipe Miguel, en príncipe de Asturias y algunos años más tarde, tras la muerte de la reina Isabel, en rey consorte de Castilla, aunque debido a los múltiples enfrentamientos que sostuvo con Fernando el Católico, no pudo hacerse cargo del poder hasta pocos meses antes de morir.

Primeros años

Hijo del por entonces archiduque Maximiliano y de María de Borgoña, su nacimiento fue motivo de grandes celebraciones en todas las ciudades y territorios que conformaban en aquellos años los Países Bajos. Su bautizo, oficiado por el obispo de Tournay en la iglesia de San Donato, causó gran expectación, debido a que se había extendido el rumor de que el primer hijo de los duques era una niña, circunstancia que indujo a su abuela materna a mostrar a todos los presentes los genitales de su nieto para que no existiera ninguna duda con respecto a su sexo.

Felipe apenas conoció a su madre, puesto que ésta murió de forma prematura el 27 de marzo de 1482, cuando el joven tenía 4 años. De este modo desde la mencionada fecha, se convirtió en el único heredero de todas las posesiones de la duquesa María, la cual especificó en su testamento que entregaba la custodia de su hijo, así como la regencia de todos sus territorios al archiduque Maximiliano. No tardaron en aparecer las discordias en el interior de los Países Bajos, ya que la alta nobleza intentó impugnar el testamento por considerar que quedaban vulnerados sus derechos. A pesar de sus esfuerzos, Maximiliano no pudo afianzar su autoridad, ya que tuvo que pactar en diversas ocasiones con los notables de los distintos territorios. Parece claro que la infancia de Felipe estuvo plagada de sobresaltos, circunstancia que le obligó a madurar muy deprisa ya que asumió el poder a la edad de 15 años, cuando Maximiliano abandonó Flandes para ser proclamado emperador (1493).

Desde su llegada al poder, el joven duque se negó a aceptar el Gran Privilegio que había otorgado María de Borgoña en 1477 a sus Estados y decidió utilizar las antiguas formas que había adoptado su abuelo, Carlos el Temerario. El 27 de marzo de 1494 realizó su Alegre Entrada en Malinas y poco después repitió la misma fórmula en el país de Henao, tras lo cual visitó a su padre en Insbruck para comunicarle sus intenciones. Decidido a perseverar en sus posiciones, el 12 de diciembre de ese mismo año (1494) informó a los representantes de Holanda y Zelanda, que no iba a ratificar el citado Privilegio, sin que aparentemente aparecieran muestras de descontento.

Pese a su corta edad, no tardó Felipe en distanciarse de la política que había llevado a cabo su padre, ya que a pesar de que no era partidario de fomentar los particularismos de cada región, tampoco intentó acabar con las diferencias que existían en sus territorios. Dichas medidas no impidieron al borgoñón realizar importantes mejoras en la administración, aunque tuvieron como consecuencia que las relaciones que mantenía con Maximiliano I se vieran dañadas seriamente, ya que el emperador no comprendió muchas de las decisiones conciliadoras adoptadas por su hijo. Por lo que respecta a la política exterior, poco después de su llegada al poder el 24 de febrero de 1496, firmó con Inglaterra el llamado Intercursus Magnus, por el cual se restablecían las relaciones comerciales entre ambas orillas del Canal de la Mancha.

Matrimonio con Juana de Castilla

Los Reyes Católicos mantuvieron unas relaciones excelentes con Maximiliano durante su etapa como gobernador de Flandes, por este motivo decidieron en 1490 iniciar las negociaciones para concertar el matrimonio de sus hijos, el príncipe Juan y la infanta Juana, con los hijos de éste, Felipe y Margarita. Aunque este primer intento no fructificó por la oposición de Carlos VIII de Francia, en 1494 dieron nuevamente comienzo las negociaciones. Nada tuvo que objetar Felipe III al respecto, puesto que la unión podía reportar importantes beneficios a sus Estados, a pesar de las diferencias que sostenía con su padre. De este modo los primeros acuerdos para llevar a cabo dicho matrimonio fueron firmados el 20 de enero de 1495 y el 5 de noviembre quedó sellado definitivamente el contrato matrimonial.

Juana de Castilla llegó a los Países Bajos el 8 de septiembre de 1496, pero Felipe el Hermoso no se encontraba en sus territorios cuando se produjo su llegada, ya que algunos meses antes había iniciado un viaje a la corte imperial para visitar a su padre. Algunos investigadores opinan que el archiduque había comenzado a cambiar de parecer con respecto a la conveniencia de contraer matrimonio con la infanta, ya que en ningún momento apresuró su retorno a sus Estados y no llegó a la villa de Lierre, donde se encontraba su futura esposa, hasta el 19 de octubre de 1496. Felipe III conoció a Juana de Castilla el 20 de octubre y según apuntan todas las crónicas, inmediatamente después se sintió profundamente atraído por ella, motivo por el cual ordenó a sus servidores que se adelantara la ceremonia religiosa para poder consumar inmediatamente el matrimonio. La boda tuvo lugar en la iglesia de San Gomaro, ese mismo día, tras lo cual comenzaron a celebrarse fiestas fastuosas en la corte, que no debieron prodigarse mucho, porque que el 26 de octubre estaba previsto que Felipe presidiera una asamblea de la Orden del Toisón de Oro, de la que era miembro desde su infancia. Tanto los biógrafos de Felipe de Borgoña como los de Juana de Castilla, coinciden a la hora de afirmar que ambos esposos sintieron un arrebato pasional nada más conocerse. Pero a pesar de este prometedor comienzo, parece que muy pronto aparecieron las primeras desavenencias entre ellos motivadas en la mayor parte de los casos por las diferencias que existían entre la corte española y la borgoñona. Según informaron algunos de los acompañantes de Juana a los Reyes Católicos, en presencia del archiduque se había tratado desdeñosamente a miembros destacados de séquito de la infanta, sin que Felipe hiciera nada por evitarlo. Estos desaires estuvieron motivados, según apunta José Manuel Calderón, por los recelos que provocó esta unión en muchos de los consejeros del archiduque, ya que temían que los monarcas de Castilla y Aragón interfirieran en las buenas relaciones que el borgoñón mantenía con Francia.

Todo parece indicar que el duque de Borgoña mantuvo en un primer momento la distancia con sus suegros, dejando los contactos diplomáticos con la monarquía Hispánica bajo la supervisión de su padre. Pero la orientación de su política a este respecto cambió notablemente una vez que conoció la noticia de que se había producido la muerte del príncipe Juan el 4 de octubre de 1498. De este modo según indicó el embajador español destacado en la corte Imperial, Gómez de Fuensalida, Felipe barajó la posibilidad de reclamar las coronas de Castilla y Aragón con la ayuda del rey de Francia, con el que mantenía unas relaciones sumamente cordiales para disgusto de Isabel y Fernando. Los Reyes Católicos, alertados por el citado Fuensalida, decidieron solicitar inmediatamente la presencia en su corte de Manuel I el Afortunado y de su hija Isabel de Castilla, para que las Cortes les juraran como herederos. De este modo la crisis dinástica abierta tras producirse la muerte del príncipe de Asturias, quedó temporalmente resuelta tras el nacimiento del infante Miguel, el cual fue reconocido como heredero a los pocos días de nacer.

A partir de este momento los Reyes Católicos comenzaron a mostrar abiertamente la desconfianza que les provocaba las actuaciones de Felipe el Hermoso, motivo por el cual el propio emperador intentó tranquilizar a sus aliados, afirmando que llegado el momento su hijo no tendría inconveniente en respetar sus intereses. No obstante, dicha afirmación, no calmó los ánimos de los monarcas hispanos, ya que al poco tiempo, fueron informados de que su hija carecía de los medios necesarios para pagar a los miembros de su séquito, puesto que Felipe no le entregaba las rentas que se había comprometido a facilitarle. No fue este el único punto de fricción, ya que el deseo de Felipe de afianzar sus relaciones con Francia le llevó incluso a oponerse a los deseos de su padre. Maximiliano I apoyó la candidatura de Ana de Bretaña para que ocupara el ducado de Milán, mientras que Felipe apoyó los intereses que tenía sobre este territorio el nuevo rey de Francia, Luis XII, motivo por el cual envió al conde de Nassau a la corte francesa, tras esto quedó sellada la paz de Bruselas, el 15 de agosto de 1498. La firma de esta paz fue la gota que colmó la paciencia de los Reyes Católicos, que decidieron enviar a Borgoña a Sancho de Londoño y a fray Tomás de Matienzo, para lograr que Felipe abandonar la política de amistad que mantenía con Francia y para descubrir que motivaba la aparente falta de interés que sentía Juana por la religión.

A pesar de las presiones que se ejercieron sobre Felipe el Hermoso, éste se negó a renunciar a la reciente alianza firmada con el rey de Francia, en un momento en que sus relaciones con Juana parece que alcanzaron un punto de equilibrio, ya que la archiduquesa se encontraba feliz con su primer embarazo. Tras aproximadamente dos años de matrimonio, el 6 de septiembre de 1498, se produjo el nacimiento de la hija primogénita de los archiduques, bautizada con el nombre de Leonor. No obstante, pasados los primeros momentos de euforia por la facilidad con la que Juana había dado a luz, comenzaron nuevamente las desavenencias entre ambos esposos, posiblemente por la desilusión que sintió Felipe porque su primer hijo no hubiese sido un varón y sobre todo por las continuas protestas de su esposa, que consideraba que el comportamiento que mantenía Felipe respecto a Francia era desleal con sus padres. Este cambio en las relaciones de los archiduques, afectó no sólo a la vida privada de Felipe, sino que también contribuyó a enfriar más aun las relaciones que mantenía con sus suegros, aunque los contactos entre ambas cortes no quedaron interrumpidos totalmente por el bien de la infanta Juana, cuya situación preocupaba enormemente a Isabel y a Fernando.

Así las cosas la situación no mejoró mucho los meses siguientes, en el verano del año 1498 Felipe escribió una carta en la que solicitaba que se produjera el regreso de su hermana Margarita, como ya había hecho su padre, afirmando tajantemente que nada hacía en Castilla su hermana tras la muerte de su esposo y de su hijo. Muy pronto fueron conscientes Isabel y Fernando del peligro de esta petición, ya que en aquellos momentos se estaba negociando el matrimonio de la infanta Catalina y el príncipe de Gales, motivo por el que parecía probable que tanto Felipe como Maximiliano I utilizaran a Margarita para entorpecer las mencionadas negociaciones, como finalmente ocurrió.

Felipe III de Borgoña, príncipe de Asturias

El 25 de febrero de 1500 nació el segundo hijo de Felipe el Hermoso y la archiduquesa Juana, el cual recibió por expreso deseo de su padre en nombre de Carlos. El nacimiento del que con los años se convirtió en el emperador Carlos V, provocó que los Reyes Católicos intentaran nuevamente reconciliarse con Felipe, ya que la salud del príncipe Miguel no era muy buena en aquellos momentos y éstos vieron en el pequeño duque de Luxemburgo un posible sucesor. De este modo como sus abuelos temían, el 20 de junio de ese mismo año (1500) se produjo la muerte del príncipe de Asturias, acontecimiento que convertía automáticamente a Juana y a Felipe, en legítimos herederos a las coronas de Castilla y Aragón.

Tras recibir la noticia, el primer paso que dio Felipe fue el de afianzar las relaciones con su padre, pese a que el archiduque en ningún momento interrumpió los contactos con Luis XII, con el que continuaba manteniendo unas relaciones de profunda amistad a las que no estaba dispuesto a renunciar. De este modo, a pesar de que Isabel y Fernando enviaron rápidamente al embajador Fuensalida a los Países Bajos, con el propósito de que Juana y Felipe acudieran lo antes posible a España para ser jurados como herederos por las Cortes, Felipe se mostró remiso a acatar los deseos de sus suegros, que se iban desesperando a medida que Fuensalida mandaba informes en los cuales el embajador se lamentaba de la aparente falta de interés del archiduque por preparar su marcha. Felipe estaba buscando el momento propicio para utilizar su nueva posición y el momento llegó el 10 de octubre de 1500, cuando recibió la noticia de que Fernando el Católico y Luis XII había firmado un acuerdo de paz, por el cual ambos acordaban repartirse el reino de Nápoles, territorios que el archiduque deseaba poner bajo la autoridad de su hijo Carlos. Por este motivo, no tardó Felipe en enviar a algunos de sus hombres a la corte francesa, donde se iniciaron las primeras negociaciones para sellar el compromiso matrimonial del pequeño Carlos y de la princesa Claudia, la hija del rey de Francia; ya que este matrimonio podía favorecer que el ducado de Nápoles fuera a parar a manos del futuro Carlos V y por extensión mientras éste fuera menor de edad, a su padre; sin que Fernando e Isabel pudieran protestar por ello, ya que por un lado se encontraban en paz con Francia y por otro el control de Nápoles recaería en manos de su nieto.

Cuando parecía que sus maniobras políticas en Francia iban a alcanzar los frutos deseados, tras meses posponiendo su marcha, Felipe decidió que había llegado el momento de enviar a uno de sus representantes a la corte de los Reyes Católicos, el cual tenía una doble misión, iniciar en nombre de su señor los preparativos del viaje a España y sobre todo conseguir que Fernando e Isabel dieran su consentimiento para que se llevara a cabo el matrimonio de Carlos y Claudia. No obstante no contaba Felipe con que Juana se iba a negar a firmar la acreditación del embajador flamenco, ya que ésta se mostró contraria a aceptar que su hijo emparentara con el monarca francés, circunstancia que provocó la ira del archiduque y más adelante la preocupación de los Reyes Católicos.

Pero a pesar de que las discusiones entre Felipe y Juana cada vez eran más virulentas, estas no impidieron a la archiduquesa quedar nuevamente embarazada en diciembre del año 1500, circunstancia que proporcionó una nueva excusa a su esposo para posponer su viaje a España ante la desesperación del embajador Fuensalida, que recientemente había entregado 100.000 florines al archiduque para que éste sufragara los gastos que ocasionara el traslado de su Corte. Este nuevo retraso no tuvo nada que ver con el estado en el que se encontraba Juana, ya que el borgoñón no tuvo inconveniente en que ésta se trasladara a Bruselas a dar a luz a la infanta Isabel, a pesar de lo que recomendaron los médicos, para así recibir un importante subsidio de la ciudad. Por tanto parece claro que decidió retrasar nuevamente su marcha para presionar a los Reyes Católicos, que se habían negado a aceptar el compromiso de su nieto con la hija del rey de Francia. Finalmente, éstos se vieron obligados a ceder en este punto y enviaron a Flandes a Juan Rodríguez de Fonseca.

Conseguidos sus propósitos no dudo el archiduque Felipe en iniciar los preparativos de su viaje el 27 de julio de 1501, fecha en la que se produjo el nacimiento de su hija Isabel en Bruselas. Así tras encomendar el cuidado de sus hijos a Ana de Borgoña y el control del gobierno al conde de Nassau, los herederos de Castilla y Aragón iniciaron su marcha el 4 de noviembre de ese mismo año. Pero la alegría de los Reyes Católicos tras conocer que finalmente su hija y su esposo habían iniciado su viaje duró poco, ya que en el último momento Felipe en vez de emprender el viaje por mar decidió aceptar la invitación de Luis XII, que le había asegurado que él y su esposa gozarían de su protección en el caso de que decidieran cruzar los Pirineos para llegar a España. Dicho comportamiento fue considerado como un claro desafío de Felipe a Isabel y Fernando.

Finalmente los príncipes de Asturias llegaron a la frontera el 26 de enero de 1502, lugar donde fueron recibidos por el comendador mayor de Santiago, Gutierre de Cárdenas, y por Francisco de Zúñiga, tras lo cual marcharon rápidamente a Burgos, donde Felipe y Juana juraron que mantendrían todos los privilegios de la ciudad cuando llegaran al poder. Puestos en camino nuevamente llegaron a Valladolid, donde les esperaba el almirante Enríquez y aproximadamente el 15 de marzo llegaron a Medina del Campo, ciudad donde según apunta el cronista del archiduque, Felipe visitó de incógnito la feria que allí se celebraba. Diez días después, ambos esposos se encontraban en Madrid celebrando la Semana Santa, ciudad desde donde iniciaron su camino hacia Toledo. Pero no pudieron continuar, puesto que el séquito de los príncipes tuvo que detenerse en Olías, donde Felipe estuvo convaleciente unos días tras haber contraído sarampión, aunque la citada enfermedad no le impidió entrevistarse por primera vez con Fernando el Católico, con el que parece que mantuvo una relación cordial desde los primeros días, a pesar de los recelos que ambos sentían. Superada la enfermedad sin dificultad, Felipe y su esposa fueron jurados herederos a la corona de Castilla el 7 de mayo de 1502, en una majestuosa ceremonia oficiada en la catedral de Toledo.

Estaba previsto que los representantes del reino de Aragón repitieran el mismo juramento poco después, aunque una nueva enfermedad del archiduque impidió que esta ceremonia se llevara a cabo hasta el 27 de octubre, en la ciudad castellana de Alcalá de Henares, donde un nutrido grupo de procuradores aragoneses esperaron la llegada de la legítima heredera y su esposo. Si bien Felipe fue reconocido por los representantes de las cortes castellanas como rey consorte de Castilla, apenas sin condiciones, no ocurrió lo mismo con los representantes de las cortes de Aragón, que se mostraron muy claros a la hora de afirmar que el archiduque sería rey de Aragón mientras su esposa viviera, al mismo tiempo que especificaron que en el caso de que Fernando el Católico contrajera nuevas nupcias y lograra engendrar un hijo varón, Juana perdería todos sus derechos.

Tras estos importantes acontecimientos una vez más afloró la fuerte personalidad del príncipe Felipe, que consideró que había llegado el momento de emprender el regreso a sus Estados, sin más dilación. Esta decisión no fue una sorpresa para sus suegros, que habían sido prevenidos de esta eventualidad por Fuensalida algunos meses antes, aunque no por ello dejaron de indignarse por la falta de cortesía de su yerno. La propia reina Isabel intentó convencerle de que era necesario que permaneciera más tiempo en España, ya que debía afianzar su autoridad en los que en el futuro iban a ser sus reinos. A pesar de que la reina católica utilizó todos los medios a su alcance para que Felipe cambiara de opinión, no consiguió que éste variara lo más mínimo sus planes, el príncipe de Asturias expresó que no podía faltar a la promesa que había hecho a sus súbditos, con los que se había comprometido a iniciar el viaje de regreso antes de que acabara el año en curso (1502).

Felipe el Hermoso abandonó la corte de los Reyes Católicos el 19 de diciembre, para desconsuelo de la princesa Juana, que tuvo que quedarse junto a sus padres a pesar de sus súplicas, debido a que se encontraba embarazada del que sería su cuarto hijo. De este modo en opinión de algunos autores, Felipe sintiéndose profundamente liberado pasó la Navidad en Sigüenza, tras lo cual le encontramos el 7 de febrero de 1503 cruzando la frontera en Perpiñán. Mientras se encontraba cruzando Francia, recibió la noticia del nacimiento de su hijo Fernando y el 29 de marzo firmó el Tratado de Lyon con Luis XII, por el cual Felipe consiguió el control sobre la provincia de Capitanata y afianzó el acuerdo matrimonial de don Carlos y la princesa Claudia. Profundamente satisfecho por los logros obtenidos, tanto en España como en Francia, Felipe el 10 de abril visitó a su hermana Margarita, la cual se había convertido en duquesa de Saboya, tras contraer matrimonio con el duque Filiberto. Pero la alegría de encontrarse nuevamente con su única hermana muy pronto se vio interrumpida, puesto que la salud de Felipe muy pronto se resintió a causa de su ajetreada vida y se vio obligado a guardar reposo tras contraer unas fuertes fiebres, que le tuvieron durante semanas al borde de la muerte. Así no abandonó Saboya hasta el mes de septiembre de 1503, aunque no por ello decidió regresar a los Países Bajos, ya que se proponía viajar a la corte imperial, con el fin de visitar junto a su padre, todas las posesiones patrimoniales de la Casa de Austria.

Desde que Felipe emprendió el camino de regreso a sus Estados, decidió tomar medidas para evitar que Juana permaneciera más tiempo en Castilla, ya que algunos de sus consejeros le informaron que posiblemente los Reyes Católicos intentarían volver a Juana en su contra para que actuara de forma independiente, circunstancia que no favorecía los intereses de Felipe, que sólo podría ser rey de Castilla y Aragón en el caso de que siguiera controlando la frágil voluntad de su esposa. De este modo, con el fin de ejercer más presión sobre la princesa de Asturias, decidió enviarle una carta, supuestamente escrita por el futuro Carlos V, en la cual el pequeño duque suplicaba a su madre que regresara junto a él y sus hermanas. Esta carta causó una honda impresión en Juana, que suplicaba una y otra vez que se la dejara marchar a Flandes. Dicha actitud exasperó profundamente a la reina Isabel, que llegó a enfrentarse con su hija en diversas ocasiones por su falta de control.

Las informaciones que recibió Felipe a cerca de los planes de sus suegros, sí bien no eran correctas, eran bastante aproximadas, ya que Fernando e Isabel una vez que quedaron convencidos de que su hija no estaba dispuesta a permanecer mucho tiempo más en sus reinos, decidieron utilizarla para presionar a su esposo, puesto que consideraban que era necesario que Carlos se educara junto a ellos en su corte. Dicha petición no fue rechazada por el príncipe de Asturias, que dando la vuelta a la situación, afirmó que su hijo partiría hacía España tan pronto como su abuelo le entregara los territorios que poseía en Nápoles, dejando claro que no era posible negociar el regreso de Juana, ya que ésta se comportaba de forma tan extravagante por el profundo amor que ambos se profesaban y no mejoraría mientras permaneciera recluida en Castilla. De este modo aunque Carlos no viajó a Castilla hasta muchos años más tarde (1517), Juana finalmente tuvo la autorización de sus padres para marchar a los Países Bajos el 1 de marzo de 1504, lo cual supuso un importante éxito diplomático para su esposo.

Convencido de su éxito, mientras Juana se encontraba en Laredo a la espera de que los vientos fueran favorables para iniciar el camino de regreso hacia Flandes, Felipe firmó una nueva alianza con Luis XII por la cual el borgoñón se comprometía a prestar su ayuda al rey francés frente a Venecia, a cambio de que se mantuviera el compromiso matrimonial de su hijo. Esta nueva alianza, al igual que las anteriores, no gustó a los Reyes Católicos, que protestaron enérgicamente dado que se habían roto las hostilidades nuevamente entre sus reinos y Francia. Estas protestas apenas afectaron a Felipe, que continuaba convencido de la necesidad de mantener sus buenas relaciones con el monarca francés a pesar de los consejos de Fernando el Católico, que en todo momento le recomendó que se mostrara cauteloso frente a Luis XII, ya que éste sólo pretendía perjudicar a la monarquía Hispánica y no dudaría en traicionarle llegado el momento, motivo por el que no debía permitir que Carlos contrajera matrimonio con Claudia. Pero el príncipe de Asturias no prestó oídos a estas recomendaciones y tras recibir la noticia de que Fernando se proponía entregar Nápoles al almirante Enríquez, sintiéndose traicionado montó en cólera y firmó un nuevo tratado con Luis XII (el Tratado de Blois), que finalmente no entró en vigor gracias a la habilidad del rey de Aragón, que le comunicó a través de uno de sus hombres de confianza, que entregaría el reino de Nápoles a su nieto mayor a cambio naturalmente que éste se educara en España. No obstante, estas negociaciones no fueron fáciles, en parte por los numerosos conflictos que tuvo Felipe con su esposa desde que ésta regresó a los Países Bajos. Juana montó en cólera tras conocer la identidad de la nueva amante de su esposo, a la que llegó a agredir con unas tijeras, causando un gran escándalo por su comportamiento en todas las cortes europeas.

Felipe I rey de Castilla

Los numerosos problemas conyugales que existieron entre Felipe y Juana fueron una fuente inagotable de conflictos con Isabel y Fernando, que cada vez estaban más convencidos de la incapacidad de su hija para ocupar el poder de forma efectiva. La actitud de Felipe hacia su esposa no contribuyó a que ésta recuperara el equilibrio mental, ya que el príncipe de Asturias optó por pasar largas temporadas alejado de ella y cuando la situación llegaba a unos extremos que el mismo se sentía incapaz de soportar, tomó la decisión de recluir a la princesa en sus aposentos.

El empeoramiento del estado de Juana explica porque Felipe se negó a viajar a Castilla cuando Fernando le comunicó que la muerte de Isabel se encontraba próxima, ya que el príncipe opinaba, posiblemente a instancias de don Juan Manuel, el cual se había incorporado a la corte borgoñona recientemente; que si su esposa quedaba incapacitada ante los notables castellanos y aragoneses sería muy difícil que llegara a reinar en Castilla y prácticamente imposible en el caso de Aragón. Dicha opinión resultó ser acertada, puesto que en el testamento de la reina Católica se incluyó una cláusula por la cual en el caso de que Juana no pudiera hacerse cargo del poder la regencia del reino quedaría en manos de Fernando hasta que Carlos fuera mayor de edad.

Por tanto, desde que se recibió en Flandes la noticia de que la reina de Castilla había fallecido, el 26 de noviembre de 1504, Felipe multiplicó sus esfuerzos para ocultar el verdadero estado de su esposa y decidió enviar al señor de Veyre a Castilla para defender sus intereses frente a Fernando el Católico. El rey consorte de Castilla, asesorado por el ya mencionado don Juan Manuel, ante los sucesivos intentos llevados a cabo por los colaboradores de Fernando para conseguir que la legítima heredera de Castilla renunciara al gobierno en favor de su padre, respondió siempre del mismo modo, afirmando que el comportamiento de su mujer estaba plenamente justificado ya que se habían tomado por desequilibrios mentales sus frecuentes ataques de celos, situación a la que no había sido ajena la propia reina Isabel. Pero estas explicaciones fueron rechazadas por Fernando, que afirmaba que se trataba de una treta de su yerno para conservar el poder, motivo por el cual decidió enfrentarse abiertamente a Felipe el Hermoso, lo que impulsó a éste a retomar su amistad con el rey de Francia. De este modo Felipe I firmó un nuevo tratado por el cual reconocía los derechos de Luis XII sobre el ducado de Milán a cambio de que se celebrara la boda del futuro Carlos V con la princesa francesa.

Los numerosos conflictos que mantuvo Felipe I con el rey de Aragón, pasaron a un segundo plano en el verano del año 1505, cuando éste se vio obligado a tomar las armas para ocuparse personalmente de la conquista de Güerldres, que permanecía bajo el control de Carlos de Egmont. No obstante una vez que el conflicto quedó resuelto, Felipe comunicó a sus colaboradores que pretendía viajar a España lo antes posible para ocupar el trono castellano. Decisión en la que se reafirmó tras conocer lo mucho que había perjudicado a la causa de Fernando la llegada de una carta firmada supuestamente por Juana, en la cual la reina propietaria de Castilla reclamaba a su padre la herencia de su madre.

Pero un hecho iba a trastocar los planes de Felipe, puesto que Fernando el Católico y Luis XII iniciaron las conversaciones de paz mientras éste preparaba su viaje, negociaciones que dejaban en el aire la posición política del rey consorte de Castilla, que sólo contaba con el firme apoyo de Maximiliano I, el cual le convenció de que era necesario que negociara con su suegro para afianzar su posición; al mismo tiempo que intentó sacar de su estado de profunda postración a doña Juana, que tras recibir las atenciones de su suegro experimentó una notable mejoría. En este momento parecía que Felipe estaba dispuesto a aceptar el matrimonio de Fernando con Germana de Foix, aunque este casamiento podía lesionar profundamente sus intereses si la nueva reina de Aragón tenía descendencia; para de este modo iniciar las negociaciones con su suegro, aunque la intervención de don Juan Manuel le impulsó a cambiar de opinión en el último momento, ya que éste le convenció de que lo más conveniente para sus intereses era ordenar a Filiberto de Veyre que intensificara sus ataques en contra de Fernando, ya que su nuevo matrimonio no había sido visto con buenos ojos en Castilla, puesto que eran muchos los que consideraban que se había traicionado el recuerdo de la reina Isabel.

Los ataques de Veyre provocaron que la autoridad de Fernando fuera cada vez más cuestionada, situación que propició que Felipe decidiera viajar a Castilla el 8 de enero de 1506, dejando en Flandes a cuatro de sus cinco hijos, incluida la pequeña María, que había nacido en septiembre del año anterior.

Tuvo Felipe que enajenar gran parte de sus propiedades para poder soportar los gastos que suponía el traslado de él y su esposa a Castilla, pero el momento parecía el más adecuado, por lo que decidió que no era necesario posponer más su entrada a sus nuevos reinos. Es evidente que los preparativos se apresuraron todo lo posible y finalmente Felipe decidió emprender su viaje por mar con la intención de desembarcar en Sevilla, donde se encontraba uno de sus más poderosos aliados, el duque de Medinasidonia. Pero no tardaron en complicarse las cosas, ya que cuando llevaban unos días de travesía, una fuerte tempestad obligó a la flota de los reyes de Castilla a desembarcar en Portland (Inglaterra). Enrique VII no dudo en invitar a Felipe y a Juana a Londres, invitación que fue aceptada cortésmente por ambos. No obstante no sólo ansiaba el monarca inglés enseñar la capital de su reino a éstos, ya que aprovechó la circunstancia para obligar a Felipe a que le entregara al duque de Suffolk, dado que le impidió abandonar Inglaterra mientras éste permaneciera en Flandes. Petición que le fue concedida aunque no sin que el rey de Castilla le impusiera como condición que se respetara la vida del prisionero. Así tras despedirse de su anfitrión Felipe el Hermoso decidió desembarcar en La Coruña, en vez de en Vizcaya como había decidido durante los meses que permaneció en Inglaterra, el 26 de abril de 1506, ya que había recibido noticias de que Fernando se encontraba en las proximidades de esta ciudad.

Desde que Felipe llegó a Castilla las actividades de don Juan Manuel se intensificaron hasta tal punto, que éste se convirtió sin duda en el político más importante del reino. De este modo fue él el principal impulsor de que su señor acercara sus posiciones a las del cardenal Cisneros, el cual pasó sin escrúpulos a su bando. Así la posición de Fernando se fue haciendo más desesperada, ya que uno por uno fue perdiendo todos sus apoyos políticos, circunstancia que le obligó a negociar con su yerno con el que finalmente se reunió el 20 de junio en Remensal, lugar donde el rey Católico renunció a ocupar la regencia en Castilla. Pero a pesar de esta renuncia, la situación de Felipe y Juana no estuvo legitimada hasta la firma de la Concordia de Villafafila, 7 días después, por la cual Juana quedaba apartada del poder y Felipe quedaba como dueño absoluto de los destinos del reino de ésta. No duraron mucho las buenas relaciones de Felipe con su suegro, ya que el rey de Castilla se negó a entregar a César Borgia, que se encontraba prisionero en el castillo de Mota desde 1504, a los emisarios del rey Católico, para disgusto del aragonés que le consideraba su prisionero.

La ruptura de Felipe con Fernando, no fue un obstáculo para que éste conservara su autoridad, ya que desde su llegada había recompensado a todos sus partidarios y eran pocos los que deseaban el regreso del rey de Aragón, aunque muy pronto iba a tener problemas. De este modo, una vez que su posición estuvo sólidamente afianzada, el rey emprendió una serie de reformas para mejorar la administración, especialmente la de justicia, y remodeló la corte, donde cada vez estuvieron presentes mayor número de alemanes y flamencos. Además consciente del gran poder que habían alcanzado los grandes nobles, gracias a enfrentamientos que había sostenido con su suegro, hizo todo lo posible para que la administración estuviera bajo la autoridad de la pequeña nobleza. Esta decisión no gustó a muchos de sus antiguos servidores, los cuales aunque en principio no mostraron abiertamente su descontento, poco después se negaron a reconocer que Juana era incapaz de gobernar, tal y como el rey consorte deseaba. Personajes de la talla del almirante Enríquez aseguraron que la reina, a pesar de su comportamiento irregular, se encontraba en plenas facultades mentales por lo que ésta debía acompañar a su esposo en todo momento, pues según dictaminaron las Cortes era ella la reina propietaria de Castilla. Pero a pesar de este contratiempo y de las frecuentes protestas de su esposa, de la que se encontraba cada vez más distanciado, Felipe continuo ejerciendo el poder prácticamente en solitario y pudo llevar a cabo acciones como la reforma de la Inquisición, aunque sus actuaciones en este sentido provocaron que muchos de sus súbditos consideraran que el rey había sido sobornado por los conversos.

La muerte de Felipe I el Hermoso

Según apuntan los cronistas de la época, Felipe I empezó a sentirse enfermo el 16 de septiembre de 1506 después de beber un vaso de agua fría tras jugar un partido de pelota. Así los días siguientes el rey prosiguió con sus actividades cotidianas, aunque su estado se fue agravando con el paso de los días hasta que finalmente falleció. Su prematura muerte sorprendió a sus súbditos, que no dudaron en afirmar que el rey había sido envenenado, aunque según apuntan recientes investigaciones, la causa más probable es que éste falleciera de peste, enfermedad que había aparecido en la corte algunos meses antes. De este modo cabe la posibilidad de que Felipe I contrajera dicha enfermedad en una de sus múltiples salidas, ya que en su afán de distanciarse de doña Juana, con mucha frecuencia salía de caza e incluso visitaba prostíbulos donde era frecuente la aparición de todo tipo de infecciones.

Felipe I pasó los últimos días de su vida en Burgos, en la Casa del Cordón, donde estuvo acompañado en su larga agonía por su esposa, que sorprendió a todos por su gran entereza y su constancia, a pesar de que se encontraba embarazada de la que sería su sexta y última hija, la infanta Catalina. Una vez que quedó certificada su muerte, sus servidores le vistieron con sus mejores galas, tras lo cual se le instaló en un trono, lugar desde donde presidió simbólicamente durante toda la noche los ritos religiosos que se oficiaron por su alma. Por la mañana, se procedió a embalsamar su cuerpo, siendo su corazón enviado inmediatamente a Bruselas y una vez que concluyeron las actividades de los cirujanos, fue conducido a la catedral de la ciudad, donde se celebró en presencia de toda la corte un Réquiem. Para la historia queda la negativa de su esposa a darle sepultura durante los meses que deambuló por Castilla, aunque finalmente años después sus restos fueron enterrados, por orden de Carlos V, en la Capilla Real de Granada.

Bibliografía

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Autor

  • Cristina García Sánchez