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LiteraturaBiografía

Kafka, Franz (1883-1924)

Franz Kafka.

Narrador checo en lengua alemana, nacido en Praga el 3 de julio de 1883 y fallecido en Kierling (cerca de Klostenburg) el 3 de junio de 1924. A pesar de su breve existencia -murió sin haber alcanzado los cuarenta y un años de edad-, dejó un fecundo, intenso e inquietante legado literario que, volcado obsesivamente sobre algunos de los problemas de conciencia que atribulan al ser humano (como la culpa y el castigo), le convierte en uno de los mejores exponentes de la corriente existencialista que dominó las letras y las artes occidentales durante buena parte del siglo XX.

Contexto histórico, étnico y cultural.

Respecto a las complicaciones que habitualmente plantea la nacionalidad de Kafka a comienzos del siglo XXI, cuando las fronteras políticas y geográficas de la mayor parte de los territorios del centro y el este de Europa no tienen nada que ver con las trazadas en los mapas de finales del siglo XIX, cabe empezar por recordar -para situar cabalmente al autor de La metamorfosis en su entorno histórico y cultural- que, en el momento de su llegada al mundo, Praga era todavía la capital del antiguo reino de Bohemia, que formaba parte del Imperio Austro-húngaro y, más concretamente, de uno de los dos estados en que éste se había articulado a partir de 1867: la Cisleitania (origen de la Austria actual), en la que estaban comprendidos, además del citado reino de Bohemia, los territorios de Moravia, Galitzia, Dalmacia, Bucovina y Austria (el otro estado era el de la Transleitania, ocupado en su mayor parte por la Hungría contemporánea). Sería correcto, pues, referirse al escritor de Praga con el gentilicio de "bohemio" o, más correctamente aún, "austro-húngaro", si bien en la actualidad se le considera checo porque, tras la I Guerra Mundial y la subsiguiente y definitiva disolución del Imperio Austro-húngaro, Franz Kafka vivió sus últimos años de existencia como ciudadano de la recién creada República Checoslovaca, cuya capital quedó ubicada en la ciudad donde nació y murió el autor de El proceso.

Por lo demás, las circunstancias políticas y culturales que enrarecieron el entorno inmediato al escritor praguense (división entre los pueblos eslavos del norte y el sur; auge de las conciencias nacionalistas; recrudecimiento de las seculares inquinas entre checos y alemanes; y, entre otros grandes acontecimientos históricos, surgimiento de las primeras repúblicas inspiradas en la ideología marxista) no fueron sino una mera anécdota -en lo que a la vida del escritor se refiere- respecto a las circunstancias étnico-religiosas que le marcaron profundamente desde su llegada al mundo, sobrevenida en el seno de una familia judía. En la Praga de finales del siglo XIX, auténtico crisol de etnias, lenguas, nacionalidades históricas y creencias religiosas, los judíos eran un grupo minoritario -aunque no por ello reducido- al lado de la gran población checa, y dividido además entre partidarios o no de un incipiente panjudaísmo que luego habría de ser interpretado como una de la bases más sólidas del futuro movimiento sionista. Otras minorías bien definidas dentro de la capital de Bohemia (como las constituidas por croatas y húngaros) no se veían tan desprovistas de sus referentes nacionalistas como la formada por los judíos, quienes, víctimas de un cada vez más implantado antisemitismo entre las nuevas generaciones checas, eran despreciados por éstas debido a su conservación del idioma alemán y de otras herencias culturales germánicas que estaban en franco retroceso frente al impetuoso empuje de la cultura eslava. La difícil situación en que se hallaba en Praga la población de origen hebreo ha sido bien descrita por una de la editoras modernas de El proceso, Isabel Hernández, quien afirma que "para los jóvenes checos eran alemanes y para los alemanes eran judíos. Su condición era la de extraños eternos y eternos culpables en una tierra de nadie, cada vez más pequeña e inhabitable" (vid., infra, "Bibliografía").

El desarraigo, pues, resultó inherente al joven Kafka desde sus primeras inquietudes culturales de adolescencia, cuando advirtió que su pertenencia a una clase media judía profundamente secularizada y culturalmente adscrita a la decadente influencia alemana le situaba en el punto de mira del emergente nacionalismo checo; y, al mismo tiempo, esta sensación de extrañeza y desubicación se acentuaba en el futuro escritor al asumir que tampoco pertenecía de lleno a la cultura alemana, pues ni siquiera el idioma que utilizaba para entenderse con los suyos era el alemán oficial. En efecto, Franz Kafka -como la mayor parte de los judíos praguenses de su tiempo- hablaba familiarmente el mauscheldeutsch, una variedad de la lengua alemana resultante de la combinación entre el alemán oficial y el yiddisch de los judíos centroeuropeos, variedad característica de la población hebrea praguense e ininteligible para cualquier otro ciudadano germano-parlante. Así pues, en una escala más dentro su vertiginoso proceso de pérdida de identidad cultural, a la hora de ponerse a escribir hubo de prescindir también de este lenguaje cotidiano para recurrir al alemán normativo, desprovisto de mezclas e impurezas étnico-religiosas, en cuyo empleo siempre dejó patente una impoluta corrección.

Hay que anotar, por último, que tampoco su ascendencia y filiación hebrea le sirvieron para hallar unos sólidos referentes de arraigo entre las gentes de su propia confesión religiosa, pues, como ya se ha indicado anteriormente, el sector social al que pertenecía -la clase media judía- estaba hondamente secularizado desde hacía muchos años y no vivía sus inquietudes espirituales con la misma intensidad con que se reflejaban en otras comunidades hebreas. De hecho, el judaísmo en Kafka no cobró una cierta importancia hasta el último período de su vida, cuando el autor bohemio pareció adherirse a una propuesta internacional de hebreísmo que, más allá del mero dogma religioso y las pautas de vida derivadas de él, aspiraban a modelar una unidad intelectual, artística, cultural y lingüística entre los judíos de todo el mundo. En palabras de la citada estudiosa de su obra, "Kafka mostró interés y simpatía hacia el mundo judío y hacia un proyecto sionista socializante en un período tardío de su vida. Aunque vivió en un medio intelectual que era prácticamente un ghetto judío, aislado de los checos por su condición lingüística y cultural alemana, y de los alemanes por su condición judía, no empezó a sentir interés por la cultura hebrea hasta muy tarde (1911-1912) a través del contacto con un grupo de teatro yiddisch. Entre 1917 y 1918 estudió a Kierkegaard, lo que muestra su creciente interés por los diversos aspectos del judaísmo; en 1918 comenzó a estudiar hebreo y mística judía" (op. cit.).

Vida

Nacido en el seno de una familia de comerciantes que habían trabajado afanosamente hasta conseguir una moderada estabilidad social y económica, fue el mayor de seis hermanos de los que sólo sobrevivieron cuatro, ya que los dos niños que le siguieron (Heinrich y Georg) perecieron a muy temprana edad. Pronto quedó, pues, como único hijo varón en una familia compuesta por tres hermanas, la madre y el padre, lo que en parte dio pie a esa dificultosa relación con su progenitor que, muchos años después, fue objeto de tratamiento literario por parte del escritor en Brief an der Vater (Carta al padre, 1919). Recibió, en la cuna, el nombre hebreo de Amschel en memoria del abuelo materno de su madre, una mujer perteneciente a una familia procedente del sur de la Bohemia y caracterizada por su arraigada tradición hebrea, en la que brillaron varios antepasados por su cultura, su piedad y su relevancia dentro de la comunidad judía.

La familia Kafka vivía por aquel tiempo en la parte vieja de Praga, afincada en una antigua casa que había sido edificada en la época medieval, y cuya parte posterior daba al ayuntamiento de la capital bohemia. El negocio regentado por el padre del futuro escritor era una tienda en la que se vendían artículos de mercería (como algodón, hilos, botones) y lo que hoy se denominan "complementos" (paraguas, sombrillas, bastones, etc.), género que obligaba a sus progenitores a viajar con frecuencia, obligados a ir en busca de la mercancía que después despachaban. Con el paso del tiempo, este pequeño comercio abierto con la colaboración económica de la familia de su esposa fue notablemente desarrollado por el padre del futuro escritor, quien, junto a su notable habilidad mercantil y su acreditada capacidad de trabajo, mostró un singular empeño en que su hijo se preparase desde su más tierna infancia para alcanzar, de mayor, un ventajoso puesto laboral en la administración pública del reino. De ahí que, al término de unos estudios primarios que había iniciado en 1889 en una escuela elemental sita en la calle Fleischmarktgasse, el joven Franz fuera enviado por su progenitor al Instituto Alemán del Altstädter Ring, ubicado en el Palacio Kinsky, una bella edificación barroca sita en la parte antigua de Praga y próxima, por ende, al domicilio de la familia Kafka. Ocupadas, en su mayor parte, por alumnos judíos, en las aulas de este centro de enseñanza media se formaban casi todos los futuros funcionarios de la monarquía bohemia, quienes recibían una esmerada educación basada en el conocimiento profundo no sólo de la lengua y la cultura alemanas, sino también de la mejor tradición clásica greco-latina.

En 1893, fecha en la que ingresó el joven Franz en dicho centro de estudios, ya habían venido al mundo sus tres hermanas -Elli (1889), Valli (1890) y Ottla (1892)-, con las que mantuvo una espléndida relación fraternal a lo largo de toda su vida. Durante el resto de la década de los años noventa, en el Instituto Alemán, el futuro escritor tuvo ocasión de leer y estudiar a algunos de los grandes autores austro-alemanes que habrían de dejar en él una honda huella, como Heinrich Von Kleits, Franz Grillparzer y Adalbert Stifter. Al mismo tiempo, tuvo la oportunidad de asistir a las clases de algunos ilustres profesores como Oskar Pollak, un destacado historiador de arte que fue el primero en despertar la vocación humanística del joven Franz. Entretanto, la prosperidad del negocio familiar iba en aumento, como quedó bien reflejado en el traslado de los Kafka a una residencia mejor, sita ahora en la calle Zeltner.

Los estudios superiores del escritor praguense tuvieron su inicio en 1901, cuando, tras haber superado brillantemente la reválida del bachillerato, se matriculó en la Universidad de Praga para cursar la carrera de Química, en la que no duró más de dos semanas. Empujado por los deseos de su progenitor -que seguía empecinado en hacer de su único hijo varón un alto funcionario-, se pasó entonces a las aulas de la facultad de Derecho, donde tampoco dio muestras de un encendido entusiasmo capaz de anteponer la materia jurídica a su ya acusada vocación literaria. Así las cosas, en verano de 1902 aprovechó el paréntesis vacacional para centrarse en el estudio de algunas materias que pusieron de manifiesto sus inquietudes artísticas y literarias, como la pintura flamenca, la escultura cristiana y la literatura alemana. Pero, dispuesto también a satisfacer la voluntad paterna, regresó poco después a las aulas de la facultad de Derecho y se dedicó a estudiar con apatía una carrera que, aunque no colmaba en modo alguno sus expectativas culturales y vocacionales, al menos no le estorbaba demasiado en su dedicación paralela a la escritura creativa.

Fue en el transcurso de aquel fructífero año de 1902 cuando, un todavía joven e influenciable Kafka, conoció a una de las figuras que habrían de resultar determinantes en la forja de su personalidad y, sobre todo, en la conservación y difusión de su obra literaria: el escritor Max Brod (1884-1968), quien compartió con él una íntima relación de amistad e intercambio intelectual, le animó en todo momento a seguir escribiendo y a publicar sus textos literarios, y, una vez muerto Kafka, desobedeció su voluntad postrera negándose a dar a la hoguera las obras inéditas de su amigo, como éste le había encomendado por vía de una drástica disposición testamentaria. Brod, que compartió las aulas de la Facultad de Derecho con el escritor de Praga, asistió durante aquel intenso período estudiantil de ambos al desencanto de Kafka respecto al ideario socialista que le venía fascinando desde los dieciséis años de edad, y a su progresivo ensimismamiento en un rico, proteico y tortuoso universo interior en el que está pérdida de ilusiones colectivas generó, a su vez, un ambiente idóneo para el florecimiento de su singular y personalísima producción literaria.

Por los años en que comenzó a compartir lecturas y vivencias con Max Brod, Kafka seguía fascinado por el magisterio de Oskar Pollak, quien le aconsejó la lectura de algunas de las revistas literarias más influyentes del panorama cultural alemán de aquellos primeros compases del siglo XX, como Der Kunstwart y Die neue Rundschau. Las cada vez más tediosas clases de leyes influyeron poderosamente en la concentración del joven Franz en la redacción de su primer texto literario, Beschreibung eines Kampfes (Descripción de una lucha, 1904), al que pronto siguieron otras historias primerizas tan reveladoras ya de su inmenso talento narrativo como Der Ausflug ins Gebirge (La excursión a la montaña, 1905) y Kinder auf der Landstrasse (Niños en la carretera, 1905). Pero los últimos cursos de la carrera de Derecho supusieron un esfuerzo ímprobo para quien no tenía demasiado interés en aprobarlos, por lo que a comienzos del verano de 1905 se vio obligado a abandonar durante algún tiempo los ambientes estudiantiles y los cenáculos literarios de Praga para refugiarse en un discreto sanatorio de Zuckmantel, una bucólica población rural en donde -según dejó plasmado, dos años después, en Hochzeitsvorbereitungen auf dem Lande (Preparativos de boda en el campo, 1907)-, vivió su primera aventura amorosa.

De vuelta a su Praga natal, volvió a enfrascarse en los estudios de leyes para afrontar los exámenes finales, de los que salió airoso para recibir, el día 18 de junio de 1906, el título de Doctor en Derecho. Una vez en posesión de este preciado documento oficial, decidió entrar de lleno en la administración del reino, pero no por las razones de bienestar y seguridad que desde siempre había alegado su padre, sino buscando con ello dos objetivos que se le antojaban urgentes e imprescindibles en aquel período de su vida: tener un trabajo que le permitiera emanciparse del hogar familiar, y ejercer al mismo tiempo un cómodo y abúlico oficio que le dejara mucho tiempo libre para el despliegue de su ya por aquel entonces intensa actividad creativa. Fue así como, a partir de octubre de 1906, realizó un primer año de prácticas en los tribunales para acabar aceptando, justo al cabo de un año, un puesto de auxiliar administrativo en una empresa de seguros (Assicurazioni Generali). Obsesionado, al mismo tiempo, no sólo por su vocación literaria, sino por el conocimiento de la vida y la obra de los grandes autores europeos de épocas pasadas, estudió en profundidad durante aquellos años de 1906 y 1907 los más variados documentos biográficos de algunos escritores tan notables como Johann von Goethe, Christian Grabbe, Christian Hebbel, Henri Amiel, Lord Byron y el ya citado Franz Grillparzer.

Pero su intento de detraer de la jornada laboral mucho tiempo libre para la escritura se vio frenado en las oficinas de Assicurazioni Generali, donde la acumulación de trabajo le impidió redactar una sola línea durante todo un año. De ahí que en 1908 abandonara esta empresa para, sin salir de dicho sector laboral, ocupar un puesto de asesor jurídico en la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, donde fue desarrollando una discreta promoción interna que ponía de manifiesto su conformidad -ahora sí- con un trabajo que le dejaba las tardes libres (fue admitido primero como trabajador eventual, más tarde elevado a pasante con categoría de funcionario, en 1913 ascendido a vicesecretario y, en 1922, nombrado finalmente secretario, cargo que apenas tuvo ocasión de ostentar, pues se jubiló prematuramente por razones de salud en el transcurso de aquel mismo año).

Conseguido, pues, su propósito de asegurarse el tiempo necesario para escribir desde un cómodo puesto burocrático, en 1910 inició sus luego celebérrimos Diarios (Tagebücher), al tiempo que experimentaba un renacer de esas inquietudes socio-políticas que le habían agitado durante su adolescencia, y que ahora le llevaron a afiliarse al Klub Mladých, un colectivo revolucionario en el que, entre otras sonadas acciones, se protestó airadamente contra la ejecución en España de Francisco Ferrer (1859-1909), el gran pedagogo anarquista que había fundado la Escuela Moderna (injustamente acusado de ser uno de los instigadores de los sucesos violentos de la Semana Trágica). Por aquel tiempo también empezó a tomar auténtica conciencia de su condición de judío y, tras asistir en 1911 a las funciones teatrales en lengua yiddisch puestas en escena por el colectivo Lamberg, se enemistó con su padre -siempre empeñado en orientarle por el sendero de la tradición alemana- y comenzó a estudiar la lengua hebrea y la literatura escrita en yiddisch.

Simultáneamente, Franz Kafka empezó a ser conocido y respetado por sus primeros escritos literarios, y a ser recibido en los principales foros intelectuales y artísticos de Praga, donde tuvo ocasión de conocer a algunas de las figuras más notables de la cultural universal del momento, como el matemático Kowalewski y los físicos Ehrenfels y Einstein, con los que intercambió puntos de vista en los salones de Berta Fanta, una rica señora de la alta sociedad praguense que se complacía en reunir en su casa a lo más granado del arte, las letras, las ciencias y el pensamiento europeos. Oyó hablar allí de los postulados científicos más novedosos en su tiempo, como la teoría de la relatividad del susodicho Einstein, la teoría cuántica de Max Plank y las propuestas del psicoanálisis freudiano; y, desde luego, entabló contacto con algunos de los jóvenes autores llamados a convertirse muy pronto en las figuras más notables de la vanguardia literaria checa, como Frána Srámek, Stanislav Kostka Neumann y -entre otros- Jaroslav Ha?ek, el futuro autor de Las aventuras del valeroso soldado Schwejk (1920), a la sazón muy conocido en Praga por haber fundado en 1911 un grotesco "Partido del progreso moderado en el ámbito de la ley", puesto irónicamente al servicio del moribundo Imperio Austro-húngaro.

Fue también durante este fructífero período previo a la I Guerra Mundial cuando Franz Kafka realizó sus primeros desplazamientos al extranjero, casi siempre en compañía de su inseparable amigo Max Brod, con el que visitó Italia en 1909, París en 1910, nuevamente el norte de Italia y la capital gala en 1911 (para quedarse luego él solo, durante una semana, en el sanatorio de Erlenbach, próximo a Zurich), y Weimar en 1912 (viaje que le condujo, a su término, hasta la residencia naturalista de Jungborn, en el Harz, donde recibió cuidados médicos durante tres semanas). De regreso a Praga, decidió realizar un esfuerzo titánico que convenciese a todos los que le rodeaban -empezando por él mismo- de su valía como escritor, esfuerzo del que surgieron algunas de sus mejores obras (como La condena y La metamorfosis) y fragmentos interesantes de otras (como América, El proceso y El castillo).

El día 13 de agosto de 1912, en casa de su amigo Max Brod, conoció a la mujer que habría de protagonizar su primera relación amorosa digna de consideración, Felice Bauer, con la que mantuvo un tormentoso noviazgo (con presentación oficial ante la familia de ella y petición de mano incluidas) interrumpido en septiembre de 1913 por las dudas del escritor. El propio Kafka se juzgaba incapaz de ofrecer un matrimonio digno a Felice sin abandonar para ello su vocación literaria, por lo que, puesto en el trance de elegir entre vida y literatura, optó por ésta última y, tras la ruptura, emprendió un largo viaje por el norte de Italia, desde donde mantuvo una fluida correspondencia con su ex-novia (con la que llegó a intercambiar más de quinientas cartas). Así las cosas, durante la primavera de 1914, ya otra vez en Praga, se produjo la reconciliación entre ambos, en buena parte merced a la valiente iniciativa de Felice Bauer, que abandonó su domicilio en Berlín para alquilar un piso en Praga. Pero, sólo dos meses después, Franz Kafka volvió a romper el compromiso, coincidiendo con el estallido de la conflagración bélica en Sarajevo y, en el plano personal, con la necesidad de abandonar por fin el hogar familiar (pues una de sus hermanas tenía que instalarse allí, con sus dos hijos pequeños, a causa de la guerra). Forzado, pues, en cierto modo por las circunstancias, hasta los treinta y un años de edad Kafka no se dio de bruces con esa ansiada -y, a la vez, rehuida- soledad que parecía reclamar en pro de sus necesidades creativas.

Preso, entonces, de una frenética actividad literaria, se entregó a la redacción compulsiva de la que habría de ser su obra maestra, El proceso, sin tener más contactos con Felice que los mantenidos por vía epistolar. Entre 1914 y 1915, sin que el escritor praguense jamás llegara a saberlo, engendró en Grete Bloch (una amiga íntima de su ex-novia) un niño que falleció a los siete años de edad, y del que sólo se tiene noticia por las confesiones realizadas por la propia Grete en una carta dirigida a un amigo suyo en 1940 (al parecer, la relación entre Kafka y Grete Bloch surgió a raíz de la mediación de ésta en una nueva reconciliación entre los novios separados; de ahí que, por respeto a su amiga, la madre soltera jamás revelara el nombre del padre de su hijo). Sea como fuere, lo cierto es que el autor praguense ya había manifestado en numerosas ocasiones su aversión a la paternidad y su intención de no tener nunca hijos, tal vez en una muestra más de esa necesidad de ensimismamiento e introspección que le requería su dedicación a la escritura. La propia Felice Bauer estaba al tanto -siempre por vía epistolar- de este deseo de Franz Kafka, quien pareció volver a su lado en 1915, sin demasiado interés, para ocupar de alguna manera un dilatado período de esterilidad creativa.

Ya por aquel entonces su fama comenzaba a circular con fluidez por los mentideros literarios de las principales ciudades germano-parlantes, y a finales de aquel año de 1915 recibió en Berlín el prestigioso premio Fontane, después de que el célebre dramaturgo Carl Sternheim hubiera retirado su candidatura en favor de Franz Kafka, a quien juzgaba más digno merecedor de dicho galardón. Acababa de aparecer, en el mes de septiembre, La metamorfosis, pero el escritor seguía varado en una fase estéril, por lo que buscó desesperadamente una salida intentando ser admitido -en plena conflagración mundial- en la prestación del servicio militar, del que en su momento había quedado excluido por su endeble constitución y su naturaleza enfermiza. Pero su petición no fue atendida, y tampoco funcionó su nuevo intento de unión con Felice Bauer, por lo que se volvió a concentrar en su actividad literaria hasta recuperar, por fin, esa fecundidad creativa de que venía haciendo gala desde los veintiún años de edad.

Así las cosas, durante el bienio de 1916-1917 escribió con febril dedicación y asombrosa capacidad fabuladora, interrumpidas en varias ocasiones por las molestias que le causaba el vecindario, pues no soportaba los ruidos excesivos y se veía forzado a mudar su domicilio en cuanto las voces ajenas irrumpían en la soledad de su cuarto (llegó, incluso, a trasladarse por las tardes-noches a casa de su hermana Ottla, donde al parecer se respiraba un mayor sosiego ambiental). Convencido, tras aquel vigoroso renacimiento de su inspiración, de que le era posible abandonar cualquier otro oficio para vivir con dignidad valiéndose únicamente de su oficio de escritor, decidió por fin casarse con Felice, por lo que, en el mes de julio de 1917, ambos prometidos hicieron público y oficial su compromiso. Sin embargo, un mes más tarde, después de haber regresado de un viaje a Hungría, empezó a advertir los primeros síntomas de la gravísima dolencia que le sería diagnosticada al cabo de un tiempo (tuberculosis pulmonar), y volvió a caer en un hondo proceso depresivo que le invitó a refugiarse de nuevo al lado de su hermana Ottla, en la ciudad de Zürau. Hasta allí llegó también, procedente de Berlín, Felice Bauer, quien a finales del mes de septiembre acordó con Franz Kafka la ruptura definitiva de ese compromiso matrimonial que habían anunciado hacía menos de tres meses.

Tras apoyar decididamente a Ottla en sus proyectos agrarios -apoyo que aumentó aún más el distanciamiento entre el autor y su padre-, Kafka regresó a Praga en el verano de 1918 y, poco después, se instaló en la pequeña villa rural de Schelesen, en la ribera del Elba, donde conoció a Julie Wohryzek, la hija del zapatero y sacristán local, con la que volvió a sellar un compromiso de boda en 1919. A finales de dicho año retornó a su ciudad y escribió, entre otros textos, su famosa Carta al padre, en la que, entre otras objeciones al comportamiento de su progenitor, le reprochaba la indiferencia que mostraba hacia su obra literaria y el rechazo que había manifestado respecto a su intención de contraer nupcias con Julie (que era de origen checo). Pero la ruptura de este segundo compromiso matrimonial de Kafka no se produjo finalmente por la oposición del viejo mercero de Praga, sino por la irrupción impetuosa en la vida del escritor de la joven checa Milena Jesenká-Polak, que vivía en Viena casada con un judío y había establecido una fecunda correspondencia con el autor de La metamorfosis, con el propósito inicial de traducir al checo algunos de sus escritos. Entre 1921 y 1922, Franz y Milena vivieron una apasionada relación sentimental sostenida durante las frecuentes visitas a Praga de la joven traductora, quien, desde su propia condición de literata, entendió mejor que nadie los complejos y traumas del escritor y le fue descubriendo todas sus limitaciones, desde su cobardía para enfrentarse a todos los problemas de la vida hasta su repliegue desesperado en la ficción literaria, pasando por un evidente sentimiento de inferioridad que, en el plano de las relaciones sexuales, bastaba para explicar sus tortuosas indecisiones y sus fracasos amorosos con otras mujeres.

Aunque se reunían en Praga, el escritor se había trasladado desde 1920 a la residencia de tuberculosos de Matliary, sita en los Altos Tatra (en territorio de la actual Eslovaquia), desde donde realizaba frecuentes retornos a la capital checa, diversas visitas a sus hermanas y, entre unos y otras, constantes desplazamientos por la Europa central. Durante el verano de 1923, en compañía -ahora- de su hermana Elli, viajó por Alemania y llegó hasta Müritz, a las orillas del Báltico, donde conoció a una muchacha judía de veinte años de edad, Dora Diamant, cuya simpatía e ingenuidad le cautivaron profundamente. Ilusionado con esta nueva relación, a finales de septiembre de 1923 se instaló con ella en Steglitz, cerca de Berlín, y vivió a su lado unos meses de plena felicidad, ratificada por proyectos tan exultantes como la de retirarse ambos a Palestina e integrarse en la gran comunidad hebrea de la que se sentían parte inherente. Pero la penosa enfermedad que aquejaba al escritor, agravada por la mala alimentación y otras penurias derivadas de la inflación que afectaba a toda Europa, se interpuso entre Dora y Franz para anular trágicamente sus planes: unos días antes de la llegada de la primavera de 1924, el autor praguense hubo de ser conducido por su leal amigo Max Brod y su tío Siegfried hasta su ciudad natal, en un intento desesperado de atajar allí la propagación de un mal que le había atacado ya seriamente la laringe. Comenzó, entonces, un triste recorrido por diferentes centros sanitarios que, iniciado en el hospital Wiener Wald, le llevó luego hasta la Clínica Universitaria de Viena y, pocos días después, de retorno hasta el sanatorio del doctor Hoffmann en Kierling, donde, acompañado en todo momento por una desesperada Dora Diamant, perdió la vida a comienzos del mes de junio de 1924.

Enterrado en el cementerio de Straschnitz, tuvo, en su prematura desgracia, la fortuna de no presenciar la terrible persecución desatada contra su legado y sus seres queridos. A comienzos de la década de los años treinta, la Gestapo irrumpió en la residencia berlinesa de Dora Diamant y se apoderó de numerosos documentos y manuscritos que, en la actualidad, siguen dándose por desaparecidos. En 1935, las autoridades alemanas consiguieron paralizar y, a la postre, prohibir la primera edición de sus obras, y, poco después, la ocupación de Checoslovaquia por parte de las tropas nazis propició la detención de las tres hermanas del escritor, que fueron deportadas a diferentes campos de concentración en los que pronto fueron asesinadas. Convertido en un símbolo de los judíos europeos, la inquina de los nazis contra todo lo que pudiera guardar la menor relación con Kafka alcanzó proporciones dantescas, llegando a ocasionar no sólo la feroz destrucción de su biblioteca, sus archivos y todos sus documentos conservados en Praga (entre los que se guardaba gran parte de su abundante correspondencia), sino también la detención y aniquilación de otros parientes y amigos del escritor.

Obra

En línea generales, los relatos y novelas que conforman la espléndida producción narrativa de Franz Kafka presentan una serie de personajes atribulados por una inquietud, culpa o condena que, de repente (y casi siempre de forma tan inesperada como absurda) recae sobre ellos para privarlos de su identidad, sumirlos en la más inextricable confusión, reducirlos a la insignificancia y, en definitiva, excluirlos de cualquier posibilidad de seguir llevando una vida feliz y apacible. Se ha dicho, en ocasiones, que el autor de Praga proyectó sus inquietudes religioso-espirituales en ese cúmulo de situaciones asfixiantes que configuran su obra de ficción, como si se hubiese tratado de una especie de vidente o visionario capaz de advertir y reflejar simbólicamente otros mundos, o al menos, una dimensión de la realidad desconocida para el resto de los mortales. Pero, tal vez con mayor acierto, la gran mayoría de sus críticos y lectores ha visto en los escritos de Kafka un deslumbrante enfoque existencialista que, potenciado por la libérrima capacidad fabuladora del autor praguense, pretende reflejar la imagen alegórica del hombre contemporáneo, de su alienación en medio del descontrolado progreso científico-técnico que le envuelve y arrastra, y de su radical soledad en unas sociedades urbanas masificadas, sujetas a rigurosos controles tan ocultos como poderosos.

Resulta, desde luego, imposible ofrecer en un artículo de esta naturaleza una semblanza exhaustiva de la vasta, variada y sugerente producción literaria de Franz Kafka. Con todo, parece al mismo tiempo ineludible recordar, al menos, todos los títulos que conforman su extensa obra narrativa, para proceder a continuación a un somero repaso de los argumentos de sus cuatro obras más relevantes, cada una de las cuales hubiera bastado por sí misma para sustentar el reconocimiento literario universal de que goza el autor judío. Por orden cronológico de composición, he aquí el impresionante legado que se resistió a dar al fuego Max Brod: Beschreibung eines Kampfes (Descripción de una lucha, 1904); Der Ausflug ins Gebirge (La excursión a la montaña, 1905); Kinder auf der Landstrasse (Niños en la carretera, 1905); Das gassenfenster (La ventana del callejón, 1906-1909); Der Kauffmann (El comerciante, 1907); Hochzeitsvorbereitungen auf dem Lande (Preparativos de boda en el campo, 1907); Der Nachhauseweg (El camino de regreso, 1908); Der Fahrgast (El pasajero, 1908); Die Aeroplane in Brescia (Los aeroplanos de Brescia, 1909); Betrachtung (Contemplación, 1909); Wunsch, Indianer zu sein (Deseo de ser indio, 1909-1910); Zum Nachdenken für Herrenreiter (Reflexiones para aficionados, 1909-1910); Unglücklichsein (Ser desgraciado, 1910); Grosser Lärm (Mucho ruido, 1911); Das Unglück des Junggesellen (La desgracia de ser soltero, 1911); Die städtische Welt (El mundo urbano, 1911); Entlarvung eines Bauernfängers (Desenmascaramiento de un engañabobos, 1911-1912); Richard und Samuel (Ricardo y Samuel, 1911-1912); Die Bäume (Los árboles, 1912); Das Urteil (La condena, 1912); Zerstreutes Hinausschauen (La contemplación distraída, 1912); Rede über die jiddische Sprache (Discurso sobre la lengua yiddisch, 1912); Die Verwandlung (La metamorfosis, 1912); Die Abweisung (La negativa, 1912); Der plötzliche Spaziergang (El paseo repentino, 1912); Kleider (Vestidos, 1912); Ameika (América, 1912-1913); Der Heizer (El fogonero, 1913); Vor dem Gesetz (Ante la ley, 1914); Der Verschollene (El desaparecido, 1914); Der Dorfschullehrer [Der Riesenmaulwurf] (El maestro del pueblo [El topo gigante], 1914); Erinnerungen an die Kaldabahn (Recordando el ferrocarril de Kalda, 1914); Der Prozess (El proceso, 1914); Der Unterstaatsanwalt (El fiscal, 1914-1915); Ein Traum (Un sueño, 1914-1915); Blumfeld, ein älterer Junggeselle (Blumfeld, un solterón, 1915); Das nächste Dorf (El pueblo vecino, 1917); Schakale und Araber (Chacales y árabes, 1917); Ein Brudermord (Un fratricidio, 1917); Auf der galerie (En la galería, 1917); Ein altes Blatt (Una hoja vieja, 1917); Ein Bericht für eine Akademie (Informe para una academia, 1917); Eine kaiseliche Botschaft (Un mensaje imperial, 1917); Beim Bau der Chinesischen Mauer (La muralla china, 1917); Der neue Advokat (El nuevo abogado, 1917); Die Sorge des Hausvaters (La preocupación del padre de familia, 1917); Ein Besuch im Bergwerk (Una visita a la mina, 1917); Brief an der Vater (Carta al padre, 1919); In der Strafkolonie (En la colonia penitenciaria, 1919); Ein Landarzt (Un médico rural, 1919); Nachts (De noche, 1920); Der Kreisel (La peonza, 1920); Poseidon (Poseidón, 1920); Zur Frage der Gesetze (Sobre la cuestión de las leyes, 1920); Erstes Leid (Primer sufrimiento, 1921); Ein Hungerkünstler (Un artista del hambre, 1922); Das Schloss (El castillo, 1922); Forschungen eines Hundes (Investigaciones de un perro, 1922); Der Bau (La guarida, 1923); Eine kleiner Frau (Una pequeña mujer, 1923); y Josefine die Sängerin, oder Das Volk der Mäuse (Josefina la cantora o el pueblo de los ratones, 1924).

La metamorfosis

Una mañana de un día cualquiera, Gregor Samsa, un insignificante viajante de comercio, se despierta de una agitada pesadilla convertido en un insecto. A pesar de que viene siendo el único sostén de su familia desde la quiebra de los negocios de su padre, no se atreve a comparecer en público ni siquiera ante los suyos, pues es consciente de la repugnancia que provoca su presencia. Refugiado en la soledad de su alcoba, vive debajo de la cama asistido únicamente por una vieja criada que, de cuando en cuando, le alimenta con las sobras de la casa. Por fin, un día en que su hermana Grete está tocando el violín escucha los acordes musicales y no se resigna a seguir oculto; pero cuando llega a la sala donde se encuentran sus familiares resulta herido de muerte por una manzana que le arroja su padre. La vieja fámula que lo había estado alimentando hasta entonces es la única que siente algo de compasión por él; pero, con todo, arroja su cadáver a la basura, como hubiera hecho con cualquier otro insecto.

América

Una América risueña y feliz, edénica como cualquier otro paraíso inventado, saluda la llegada de Karl Rossman, un también apacible y alegre adolescente que, a sus dieciséis años de edad, ha dejado embarazada a una criada de su casa, motivo por el cual sus padres lo han embarcado rumbo a ese paraíso remoto donde es fácil que se olvide muy pronto de la atracción que siente hacia la sirvienta encinta. De repente, sin que medie explicación alguna, todo se vuelve en su contra: rechazado sin motivos por un tío suyo que, poco tiempo atrás, le había recibido con los brazos abiertos, se ve abocado a una vida de subsistencia que le lleva a compartir andanzas con dos vagabundos. El joven Karl encuentra luego trabajo como ascensorista en el Hotel Occidental, pero -también sin causa aparente- pronto resulta despedido por sus superiores. Vuelve entonces con los dos vagabundos que conoció al comienzo de sus desgracias y acaba encontrando un nuevo empleo en el Gran Teatro de Oklahoma... La novela, que vio la luz póstumamente, queda aquí interrumpida.

El proceso

Publicada también después de la muerte de Kafka (aunque en el mismo año de su desaparición), esta delirante novela -que por sí mismo justifica la acuñación del adjetivo kafkiano para aludir a un suceso incomprensible o una situación inexplicablemente absurda- narra las tribulaciones del modesto empleado bancario Josef K., a quien "sin que hubiera hecho nada malo, una mañana lo arrestaron". Se le comunica que está encausado dentro de un proceso judicial que en un principio no parece inquietarle, ya que está muy seguro de su inocencia sea cual sea el delito que se le imputa. Pero absorbido muy pronto por la poderosa maquinaria procesal, paulatinamente va perdiendo esa seguridad en sí mismo hasta desatender sus obligaciones laborales y quedar plenamente sumido en una vorágine absurda que le lleva a asumir (e, incluso, a aceptar como irrevocable) una condena por no se sabe qué causa. En la víspera del día en que cumple treinta y un años de edad, dos hombres vestidos de negro lo arrestan en su propio domicilio y lo conducen hasta un descampado, donde le dan muerte a cuchilladas.

El castillo

Publicada a los dos años de la muerte del escritor judío, El castillo refiere la peripecia del agrimensor K., quien desea instalarse y ejercer su oficio en una aldea a la que acaba de llegar, gobernada por un poderoso señor que habita en un castillo emplazado en la cima de una colina. Pero ni los desconfiados funcionarios que controlan la burocracia del lugar, ni los hostiles pobladores de la aldea -que parecen habituados a sufrir con resignación las tropelías legales más arbitrarias- reciben con los brazos abiertos a K., quien, a pesar del rechazo que le rodea, decide quedarse en ese lugar, donde se ha enamorado de la joven Frieda. Cuando ésta también abandona al protagonista, aparece, en medio de su desesperación, un funcionario del castillo que parece ser la única persona de la aldea dispuesta a ofrecerle una ayuda; pero K., adormilado en el cuarto de su hotel, no llega a escuchar este ofrecimiento. Y aunque la novela quedó interrumpida en este punto, por las anotaciones dejadas por el propio Kafka se ha podido conocer el final que pensaba dar a esta historia: las gentes de la aldea sólo se animan a brindar su apoyo a K. cuando éste, moribundo, ya no lo necesita.

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Autor

  • José Ramón Fernández de Cano