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PolíticaHistoriaBiografía

Allende y Unzaga, Ignacio María de (1769-1811).

Militar insurgente criollo nacido en la villa de San Miguel el Grande (Guanajuato) el 21 de enero de 1769 y muerto fusilado el 26 de junio de 1811 en Chihuahua. Fue un iniciador del movimiento de independencia de México junto al cura Miguel Hidalgo, al que cedió el protagonismo en la dirección de la insurgencia.

Fue el quinto hijo de los españoles Domingo Narciso de Allende y Ayerdi y María Ana de Unzaga y Menchaca, distinguida familia del comercio local dedicada a la cría de ganado bovino y lanar. Huérfano de madre en la niñez, estudió en la escuela del Oratorio de San Felipe Neri y en el colegio Salesiano, hasta que perdió a su padre a los 18 años. Durante su juventud destacó por su afición a los caballos y su destreza en las corridas de toros, que lidiaba como uno de los "catrines" más destacado entre las mejores familias del lugar. En enero de 1791 ingresó en el cuerpo de granaderos y fue destinado al regimiento ubicado en San Miguel el Grande, alcanzando en 1795 el grado de teniente de la tercera compañía. Según un oficio del Ayuntamiento era "soltero, robusto y apto para la carrera militar". Compartió la milicia con sus hermanos Domingo y José María, tenientes de granaderos y con Juan de Aldama, alférez de la primera compañía y posteriormente compañero de insurgencia.

En 1800, al mando de la primera compañía del regimiento de Dragones Provinciales de la Reina, se trasladó a San Luis Potosí, a las órdenes del coronel Félix María Calleja, que se disponía a combatir a un asaltante apodado "Máscara de Oro", por lo que se organizó un cantón de tropas. Se distinguió por su celo, disciplina, y capacidad organizativa, además de lucir sus habilidades de jinete en las fiestas organizadas con motivo de la bendición del Santuario de Guadalupe, en las que ofició Miguel Hidalgo y Costilla, cura de San Felipe. Un año más tarde, la invasión del aventurero norteamericano Felipe Nolland, obligó a Calleja a organizar una división en la que participó Allende. En 1802, de regreso a San Miguel, casó con María de la Luz de las Fuentes y Vallejo, que falleció antes de cumplirse un año de matrimonio.

Pocos años más tarde se le trasladó a la capital, donde en 1806 el virrey mandó establecer un cantón de tropas y en el Ejido de la Acordada realizó un simulacro de guerra. Fue destinado posteriormente a Jalapa y otros lugares del Estado de Veracruz, en los que coincidió con los oficiales José Mariano Michelena e Ignacio Aldama. Se encontraba en este cantón cuando llegaron las primeras noticias de los acontecimientos en la Península, la destitución del valido Godoy, la invasión de los ejércitos de Napoleón y las renuncias al trono de Carlos IV y Fernando VII.

Entre junio y septiembre de 1808 ocurrieron en la ciudad de México los enfrentamientos entre la Audiencia, el Ayuntamiento y el virrey, la formación del partido criollo que apoyaba al licenciado Primo de Verdad y la destitución final de José Iturrigaray. Disuelto el cantón de Jalapa, se trasladó con su regimiento a San Juan de los Llanos y San Agustín del Palmar para regresar a comienzos de 1809 a San Miguel, en donde recibió el nombramiento de capitán.

Según sus biógrafos, la participación de Allende en las primeras conspiraciones de Nueva España se había iniciado en Jalapa cuando, siendo un maduro teniente de 39 años de edad, se adhirió con entusiasmo a las exigencias de autonomía y libertad, como respuesta al peligro de invasión francesa, el vacío institucional y sobre todo a la violencia de los españoles peninsulares, organizados en torno a la Audiencia, que destituyeron al Virrey y persiguieron a cuantos pretendían enfrentarse al poder español. Precisamente José Iturrigaray había convocado en enero de 1808 unas maniobras y simulacros militares, con base en el cantón de Jalapa, que permitió reunir en esta plaza a un gran ejército y a numerosos oficiales, criollos en su mayoría, por lo que se desarrolló entre ellos el espíritu de independencia, compañerismo y amistad.

Desplegados más tarde en las provincias del Bajío, Allende y sus compañeros constituyeron varios grupos de criollos que, en San Miguel el Grande, se reunían en la casa de su hermano Domingo y en Querétaro había establecido una Academia Literaria, lo que les permitía discutir todo tipo de novedades. Con base en estos lugares, Allende inició el desarrollo de una red de contactos por todo el país. El año de 1809 fue pródigo en conspiraciones y levantamientos. A pesar de la confianza proclamada por el virrey-arzobispo Lizana, en su escrito de 23 de enero de 1810, "pues vuestro virrrey está tranquilo, vivid vosotros también seguros", Allende y sus amigos organizaron nuevos centros de conspiración en Guanajuato, San Luis Potosí, Celaya, San Felipe e incluso en la capital, donde se iniciaron las reuniones de una llamada "Sociedad de Los Guadalupes".

En mayo de 1810, en carta a un amigo de San Miguel, escribía Allende: "me siento capaz de tomar el sable, poner la patria en libertad, sacudir el yugo […] y conservar esta preciosa América, a sus legítimos señores […] ¡Ojalá y tuviera quinientos hombres del entusiasmo y brío del amigo don Miguel!". Sus contactos con Miguel Hidalgo y Costilla, cura de Dolores, a quien tenía por hombre ilustrado, prudente, sabio y capacitado para la seducción de las muchedumbres, le llevó a entrevistarse con él en varias ocasiones hasta que tomaron al acuerdo de iniciar un levantamiento popular, coincidiendo con una importante feria que se realizaba todos los años en San Juan de los Lagos. Entre los objetivos de este acuerdo figuraban los de "quitar el mando a los españoles, aprehendiéndolos a todos, pero respetando sus personas y sus intereses", "que los españoles quedaran presos en los lugares de su residencia hasta el triunfo de la causa", "que si el gobierno se oponía con las armas Allende, con el carácter de generalísimo […] continuaría la guerra hasta obtener la victoria", "que logrado el triunfo, los jefes y comisionados de todas las ciudades, villas y pueblos se reunirían en la capital del país, para formar una Junta Nacional que gobernase en nombre de Fernando VII, en tanto se determinaba la forma de gobierno más conveniente", etc.

Al ser descubiertos por las autoridades los conjurados de Querétaro, con las aprehensiones de Josefa Ortiz de Domínguez, esposa del corregidor y sus secuaces, el capitán Allende y el cura Hidalgo decidieron dar el llamado "grito de Independencia" en la ciudad de Dolores, en la madrugada del domingo 16 de septiembre de 1810. El cura Hidalgo proclamó: "No conviene que siendo mexicanos, dueños de un país tan hermoso y rico, continuemos por más tiempo bajo el gobierno de los gachupines. ¡Viva la América, Viva Fernando VII, Muera el mal gobierno!". Entre tanto, Ignacio Allende y su compañero Juan Aldama se dedicaron a organizar una columna de soldados que partió de Dolores a media mañana y llegó a San Miguel el Grande por la tarde, tras reducir la resistencia de los regimientos acuartelados y de los españoles temerosos de sus personas y sus bienes.

Al producirse en San Miguel los primeros saqueos de las turbas incontroladas, Allende reaccionó con energía, enfrentándose a la pasividad de Hidalgo. Tras varias horas de pillaje se cuenta que exclamó, dirigiéndose a Hidalgo: "Señor Cura, todo lo andado se ha perdido, pues este desorden nada tiene de común con nuestra empresa y antes bien, la desnaturaliza y desvirtúa completamente, pero vive Cristo, que en ninguna parte y mucho menos aquí he de permitirlo".

En la primera Junta de Jefes insurgentes que se celebró en San Miguel, Ignacio Allende renunció al liderazgo y propuso que la suprema dirección del movimiento recayera en Hidalgo a quien manifestó: "Mi espada será siempre en los combates; mi consejo, aunque débil estará siempre a la disposición de usted, seguro de que la suerte que usted corra la correré yo tambien indefectiblemente". Tras constituir el primer Ayuntamiento independiente y organizado un remedo de ejército, en el que se mezclaron regimientos uniformados y masas de campesinos y de indios carentes de armamento, sin otra munición que palos, horcas y flechas, se inició la marcha hacia Guanajuato, "la joya de la corona" del Bajío.

La columna de Allende se dirigió por Celaya, Salamanca, Irapuato y Silao hasta llegar a Guanajuato el 28 de septiembre. La ciudad, tras una inútil resistencia inicial, fue tomada por el Regimiento de Dragones Provinciales de la Reina, que inició su despliegue con eficacia y disciplina, pero la llegada de las masas desorganizadas provocó el asalto de la Alhóndiga de Granaditas y el saqueo generalizado de la población. El bando firmado por Allende por el que se castigaba con la pena de muerte a los ladrones, resultó insuficiente y tanto él como los principales jefes militares tuvieron que intervenir tratando de aplacar al populacho. Los ecos de lo ocurrido en Guanajuato llegó pronto a la capital y provocó el rechazo generalizado por parte de los grupos criollos que simpatizaban con el movimiento insurgente.

En Guanajuato se nombró nuevo Intendente, se reorganizó el Ayuntamiento y se estableció una Casa de Moneda. También se encargó la construcción de nuevos cañones y se reorganizaron los cuerpos de ejército. Mientras el cura Hidalgo y el general Aldama salían en busca de las tropas del realista Felix María Calleja, Allende se dedicó a encuadrar y disciplinar las masas de campesinos y de indios cada vez más numerosos. El 8 de octubre un nuevo ejército insurgente, con más de 60.000 hombres y numerosos cañones emprendía la marcha hacia Valladolid, ciudad en la que Hidalgo y Allende fueron recibidos el día 17 con todo entusiasmo.

Prosiguiendo su marcha hacia la Ciudad de México, el 21 se celebró una revista general en Acámbaro, en la que se presentó el ejército, compuesto de más de 80.000 hombres y numerosos cañones. En el curso de esta revista se proclamó Generalísimo a Miguel Hidalgo, mientras Allende recibía el título de Capitán General. Al día siguiente se reinició la marcha con rumbo a la ciudad de Toluca, donde se encontraban las fuerzas realistas, mandadas por el teniente coronel Torcuato Trujillo, que había llegado a Nueva España acompañando al nuevo virrey Francisco Javier Venegas. Este había ordenado a don Manuel de Flon, Intendente de Puebla y al coronel Felix María Calleja, comandante de San Luis Potosí, que acudieran en su auxilio.

El 30 de octubre, tras una serie de maniobras envolventes, brillantemente dirigidas por Allende, se libró la batalla del "Monte de las Cruces", en la que Trujillo perdió a sus mejores jefes, cañones, materiales y hombres, decidiendo retirarse hasta la capital, por lo que las avanzadillas insurgentes acamparon esa noche en la Venta de Cuajimalpa, a la vista de la Ciudad de México. Se enviaron emisarios al Virrey y tras conocer su negativa a rendirse, Allende convocó una junta de jefes, en la que se debatió la situación. Frente a su opinión de avanzar, atacando "a sangre y fuego" la capital, prevaleció el criterio de Hidalgo, que exigía retirarse a Valladolid o Querétaro, para reorganizar sus fuerzas. Allende, que se encontraba en plena forma y saboreaba las mieles del triunfo, entendió la decisión de Hidalgo como un duro revés moral, que marcó el inicio de su enfrentamiento.

La retirada de los insurgentes se hizo desordenada y sin disciplina, en medio de frecuentes deserciones. Decidido Hidalgo a llegar hasta Querétaro, ignoró las prevenciones de Allende y pronto tuvieron que enfrentarse a las tropas de Calleja, que avanzaban hacia San Jerónimo Aculco, en cuyas inmediaciones el día 7 de noviembre se libró una batalla que diezmó y aniquiló a los insurgentes. Estos, desmoralizados, abandonaron ante el victorioso Calleja toda su artillería, pólvora, dos banderas, carros de víveres, equipajes y archivos. En la desbandada posterior, mientras Hidalgo y sus ayudantes pasaban por Valladolid rumbo a Guadalajara, Allende y sus generales prefirieron encerrarse en Guanajuato, tratando de hacer frente al presumible asalto de Calleja.

El coronel realista atacó y conquistó Guanajuato el 25 de noviembre, iniciando una violenta represión, que consolidó la fama de sanguinario de quien poco después sustituiría al Virrey Venegas en la gobernación de Nueva España. La mayoría de las plazas de la ciudad se llenaron de horcas en las que se exhibían los cuerpos de los ajusticiados. Allende y sus lugartenientes consiguieron llegar a Guadalajara, donde el 12 de diciembre se encontraron con Hidalgo y el resto de los líderes insurgentes. Se había iniciado la decadencia del primer movimiento insurgente mexicano. La batalla del Puente de Calderón, el 17 de enero de 1811, en la que Calleja volvió a infringir tremenda derrota de las huestes comandadas por Hidalgo y Allende, significó la certificación de un final anunciado.

Durante su retirada rumbo a las provincias del norte, en las que esperaban ofrecer una mayor resistencia, volvieron a enfrentarse las dos posturas, la que defendía el doble liderato, militar y político y la que propugnaba la mayoría de los oficiales que, tras despojar a Hidalgo del mando supremo, nombraron a Ignacio Allende Generalísimo del ejército insurgente. La columna rebelde siguió hasta Zacatecas y Saltillo, donde a finales de febrero se encontraron con el teniente general José Mariano Jiménez, líder insurgente de las provincias del norte. El consejo de jefes que presidió Allende en Saltillo el 16 de marzo, decidió continuar su marcha en dirección a los Estados Unidos, con el objeto de adquirir armas y buscar nuevos apoyos.

El 21 de marzo, esta columna llegó a la Hacienda de Acatita o Norias de Bajan, cerca de Monclova, donde los recibió el teniente coronel don Ignacio Elizondo, que había decidido traicionar a la insurgencia. Sin previo aviso atacó y redujo a prisión a Allende y sus acompañantes y poco después al propio cura Hidalgo, situado en la retaguardia. Conducidos todos a la ciudad de Chihuahua, a donde llegaron el 23 de abril, se inició de inmediato la instrucción del Consejo de Guerra y Miguel Hidalgo y Costilla fue ajusticiado una semana más tarde.

Don Ignacio Allende y Unzaga, líder militar y protagonista del primer movimiento insurgente de México, tras un juicio sumarísimo que se prolongó durante los meses de mayo y junio, fue fusilado el 26 de junio, junto con don Juan de Aldama, su inseparable compañero de armas, en la Plazuela de los ejercicios de Chihuahua. Sus cabezas, junto con las de Hidalgo y Jiménez, se enviaron a la ciudad de Guanajuato, donde fueron colocadas y expuestas en los torreones de la alhóndiga de Granaditas.

Bibliografía

  • Manuel Rivero Cambas. Ignacio de Allende. En Los gobernantes de México. Editorial Citlaltépetl. México, 1963

  • Heriberto García Rivas. 150 biografías de mexicanos ilustres. Editorial Diana. México, 1967

  • José María Miquel I Vergés. Diccionario de Insurgentes. Editorial Porrúa. México, 1969 y 1980

  • Julio Zárate. La Independencia. En México a través de los siglos. Compañía General de Ediciones. México, 1951

  • Antonio Barajas Becerra. Generalísimo don Ignacio de Allende y Unzaga, fundador de la Independencia de México. Editores Mexicanos Unidos. México, 1969

  • Francisco Sosa. Biografías de mexicanos distinguidos. Editorial Porrúa. S.A. México, 1985.

Manuel Ortuño

Autor

  • Sánchez / 0305 Manuel Ortuño