A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
HistoriaLiteraturaBiografía

Carrillo de Huete, Pedro (1380-1448).

Hidalgo y escritor castellano,señor de Priego (Cuenca), nacido en Huete hacia 1380 y muerto en Cañaveras (Cuenca) en 1448. Fue oficial de la corte de Juan II, en la que tuvo el oficio de Halconero Mayor.

Pedro Carrillo era hijo primogénito de Fernán Carrillo Calvillo y de Teresa García. Por confusión con uno de sus nietos, y también por el famoso adagio castellano que reza "no hay Carrillo sin Albornoz", es frecuente que se le llame erróneamente Pedro Carrillo de Albornoz, cuando él siempre fue Pedro Carrillo de Huete.

Su familia era posesora del señorío de Huete desde la concesión del mismo, efectuada por Fernando IV en 1298, al tatarabuelo de Pedro, Alonso Ruiz Carrillo. Su padre, Fernán Carrillo, había entrado en 1377 a servir en la corte de Enrique II de Trastámara como montero mayor del infante Juan (futuro Juan I). Al parecer, su hijo heredó las habilidades paternas para el deporte de la caza, y hacia los últimos años del siglo XIV entró a formar parte del séquito de Fernando de Antequera. Con ocasión de una campaña contra los musulmanes previa a la conquista de Antequera, Pedro Carrillo fue armado caballero por el infante castellano en Setenil (Cádiz), el día 19 de octubre de 1407. No obstante, cuando Fernando fue elegido rey de Aragón en 1412 por los compromisarios reunidos en Caspe, Pedro Carrillo decidió permanecer en Castilla y no acompañar a su señor. En el Cancionero de Baena, la compilación lírica del entorno cortesano de Juan II, se encuentra citado al Halconero hacia el año 1408, dentro de una composición de Alfonso Álvarez de Villasandino (Baena, ed. cit., p. 142):

Mi señor Adelantado,
aquí tengo un anillo
que me dio Pero Carrillo
en grant preçio apodado
[...]

Para aquellas fechas es bastante posible que ya hubiese contraído matrimonio con Guiomar de Sotomayor, dama de la corte femenina de Leonor de Alburquerque, esposa de Fernando de Antequera. De esta forma, a partir de 1408 Pedro Carrillo debió de entrar al servicio de Juan II de Castilla, que le nombró su Halconero Mayor hacia el año 1415. Se trataba este oficio de uno de los más codiciados en la época, no sólo porque la retribución económica era amplia sino porque la cercanía al rey le hacía ser susceptible de engrandecer aún más el patrimonio a aquella persona que ostentase tal cargo. Fue de esta forma cómo, desde 1415, Pedro Carrillo se convirtió en confidente de Juan II, el cual admiraba las cualidades de Pedro Carrillo: la austeridad, el oficio de la caza y su inquebrantable lealtad.

Aproximadamente desde 1420 hasta 1441, Pedro Carrillo recopiló una serie de notas y documentos oficiales que le sirvieron de base para escribir su crónica, de la que se conservan tres versiones: la propiamente llamada Crónica del Halconero de Juan II, una versión algo más breve que se conoce como Abreviación de la Crónica del Halconero, y una tercera más completa, con añadidos efectuados por el obispo de Cuenca, Lope Barrientos, conocida como Refundición de la Crónica del Halconero. El máximo estudioso de la labor cronística de Pedro Carrillo, el profesor Juan de Mata Carriazo y Arroquia, expresó de esta forma el valor de su obra:

No era un escritor de raza Pero Carrillo, ni lo fue por educación. Escribe sin aliño y sin preocupaciones literarias las cosas que ocurren ante sus ojos, con más delectación las de carácter caballeresco, las expediciones militares, las fiestas y los torneos. Cuando le ha impresionado fuertemente un suceso en el que ha tomado parte [...] acierta a comunicar esa emoción a su prosa y a sus lectores. Pero de ordinario, el relato no está a la altura de esas páginas de antología, convirtiéndose en un monótono diario de la vida del rey o de la corte, especialmente preocupado de las precisiones de tiempo y lugar. Esta ausencia de intención artística, esta objetividad, que añade en valor histórico lo que falta de calidad literaria, culmina en el uso frecuente y sistemático de fuentes documentales.

Se trata, pues, la Crónica del Halconero de una de las más fidedignas fuentes de información para el reinado de Juan II, debido a la objetividad de los acontecimientos narrados y al frecuente uso y transcripción de fuentes documentales.

Pedro Carrillo de Huete vivió prácticamente en un discreto segundo plano toda la convulsa lucha de los infantes de Aragón contra el condestable Luna, siempre al lado de Juan II, el monarca castellano a quien sirvió fielmente. De hecho, en 1420 fue uno de los más activos participantes en la liberación de Juan II, prisionero en Montalbán por orden del infante Enrique de Aragón, su primo. Gracias a esta acción, el monarca le recompensó con la tenencia de las fortalezas de Alcañabate y Zafra. A partir de esta fecha, la confianza que tenía en él Juan II hizo que Pedro Carrillo traspasase el umbral de sus labores cortesanas para convertirse varias veces en mensajero de importantes despachos regios. Así ocurrió en 1421, cuando el Halconero, acompañado de los maestresalas Fernán Pérez de Illescas y Fernando de la Maleta, llevó una negociación al infante Enrique de Aragón sobre el importante tema de la ocupación del marquesado de Villena efectuada por don Enrique. Con ocasión de esas negociaciones, Pedro Carrillo de Huete conoció al que fuera gran escritor de la época, Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres, que era a su vez mensajero del infante de Aragón.

En 1423 de nuevo el Halconero se vio envuelto en una negociación con motivo del incumplimiento del obispo de Segovia, Juan de Tordesillas, de lo pactado en Montalbán con Juan II: realizar un inventario del Tesoro regio contenido en los alcázares segovianos. El monarca castellano había conseguido del Papado la posibilidad de que el obispo de Zamora, Diego de Fuensalida, mediase en el asunto para amonestar al obispo de Segovia, pero el propio Juan II prefirió enviar a Pedro Carrillo al mando de treinta caballeros armados por si esta amonestación romana no fuera suficiente.

No existen más noticias del Halconero hasta el 22 de septiembre de 1427, fecha en la que viajó hacia Tudela (Navarra) con objeto de cumplir una orden regia: hacer prisionero a Abraham Benveniste, un rico judío que financiaba económicamente las empresas militares de los infantes de Aragón. Al parecer, la maniobra estaba ligada con la prisión del tesorero Fernán Alonso de Robles, uno de los principales enemigos del condestable Álvaro de Luna. Nótese que la filiación de Pedro Carrillo por las operaciones favorables al condestable es alta, pero, al contrario que en el resto de la nobleza, en el caso del Halconero esta sumisión a don Álvaro se basaba en el absoluto acatamiento de la autoridad regia.

Un año más tarde, Pedro Carrillo presenció los más fastuosos festejos de la época: las famosas justas celebradas en Valladolid durante el mes de mayo de 1428. Su Crónica contiene la descripción más folclórica de estas celebraciones, en las que la pluma del Halconero hace denotar toda la impresión que los espectáculos causaban en su percepción. Él mismo fue recompensado por el rey como uno de los jueces que dictaron sentencia en el torneo caballeresco celebrado para la ocasión. En 1429, siguiendo con las misiones que le encomendaba Juan II, escoltó a dos misioneros del Reino de Aragón desde Burgos hasta Miraflores, donde el monarca castellano les recibió. El prestigio del Halconero debía de ser grande para que Juan II confiase en él para tales acciones. Desde luego, otro poeta de la corte castellana, Juan de Valladolid, le incluye en la nómina de cortesanos ilustres en otra poesía recogida en el Cancionero de Baena (ed. cit, pp. 805-806).

Desde su lejana participación en el asedio de Setenil de 1407, cuando Fernando de Antequera le armó caballero, Pedro Carrillo no había participado en ningún hecho de armas notable, al menos no lo recogen las crónicas de la época y mucho menos la suya, en la que la ausencia de menciones de sí mismo es una de las características esenciales. Pero gracias a la Refundición hecha por el obispo Barrientos (sin duda alguna, amigo del Halconero, como bien sostiene el profesor Carriazo y Arroquia), permite saber su participación, en diciembre de 1429, en el asedio y conquista del castillo de Montánchez, feudo afín a los infantes de Aragón. En 1430, tuvo que asistir a uno de los acontecimientos que más le marcaron, como fue el confinamiento de la reina Leonor de Aragón en el monasterio de Tordesillas por orden de su nieto Juan II, en previsión de posibles enfrentamientos entre el monarca castellano y sus primos (hijos de Leonor), los infantes de Aragón. La escena de despedida de la reina Leonor conmovió tanto a Pedro Carrillo que las líneas de su crónica en las que narra el suceso consiguen traspasar el ánimo del lector, ofreciendo sin duda alguna un retrato perfecto de tan tenebrosa situación.

Después de una breve misión negociadora encomendada por el rey, esta vez para cambiar pareceres con el maestre de la orden de Alcántara, Juan de Sotomayor (afín a los infantes de Aragón), Pedro Carrillo volvió de nuevo al campo de batalla, participando, el 1 de julio de 1431, en la victoriosa batalla de la Higueruela, en la que el ejército castellano dirigido por el condestable Luna obtuvo el éxito que previamente había pactado con la quintacolumna granadina. Evidentemente, la Crónica del Halconero no recoge ninguna noticia que pueda ensombrecer un triunfo que el autor atribuyó a la pericia de su amado monarca. Finalizada la campaña granadina, de nuevo las fortuna adversa quiso que Pedro Carrillo se hallase en otro suceso tenebroso: la prisión decretada en febrero de 1432 contra varios nobles contrarios a la política del condestable Luna, como el conde de Haro (Pedro de Velasco), el obispo de Palencia (Gutierre de Toledo), el señor de Valdecorneja (Fernán Álvarez de Toledo) o el ya citado señor de Batres, el literato Fernán Pérez de Guzmán, que fue precisamente de quien se encargó el Halconero. De nuevo, ambos escritores volvieron a compartir no precisamente buenas letras, sino todo lo contrario.

El rastro de Pedro Carrillo se pierde desde este acontecimiento hasta 1437, salvo su presencia como aposentador del rey en la villa de Madrid en enero de 1433. En 1437 fue testigo de una gran nevada que impidió al monarca practicar su deporte preferido, la cetrería, acontecimiento éste algo trivial, pero digno de figurar, por supuesto, en una narración realizada por un halconero. Desde este momento hasta la interrupción de su crónica, las noticias sobre Pedro Carrillo de Huete se vuelven algo confusas. El estudio de Carriazo y Arroquia intuye que pudo mostrarse favorable a los intentos de Pedro Fernández de Velasco, llamado el Buen conde de Haro, por solucionar mediante la negociación pacífica las constantes luchas de bandos castellanas. Sí estuvo presente, sin lugar a dudas, en el famoso seguro de Tordesillas (1440), uno de los momentos de mayor fragilidad en la autoridad regia de Juan II, pues los nobles le obligaron a aprobar una especie de directrices de gobierno totalmente lesivas a la práctica monárquica medieval. El inusual halconero-cronista también muestra a través de sus líneas la tristeza de Juan II, pero también la poca firmeza mostrada por el mismo monarca ante su levantisca nobleza, lo que constituye un episodio realmente poco habitual en su línea narrativa.

Las últimas noticias fiables del Halconero se sitúan en el año 1441. En febrero, llevó a Segovia un mensaje de Juan II a su hijo, el entonces príncipe de Asturias don Enrique (futuro Enrique IV). Un mes después, el rey castellano le comisionó para que intentase abortar una conjura. El conde de Benavente (Rodrigo de Pimentel), el almirante de Castilla (Fadrique Enríquez), el conde de Paredes (Rodrigo Manrique) y Pedro de Quiñones, todos ellos acérrimos enemigos del condestable Luna, habían preparado un gran ejército para devastar los señoríos toledanos de Álvaro de Luna, sobre todos las villas de Maqueda y Escalona. Enterado Juan II, quiso desbaratar la confrontación enviando a su Halconero con cartas para todos los antagonistas. Pedro Carrillo salió desde Ávila y llegó a Maqueda, donde acampaban los insurrectos. Cuando el emisario mostró las cartas, el almirante y el conde de Paredes se enfurecieron tanto que quisieron, nunca mejor dicho, matar al mensajero; sólo la mediación de Pedro de Quiñones, a quien le unía cierta amistad con el Halconero, evitó la catástrofe.

Quién sabe si este peligro vivido hizo al ya veterano Halconero replantearse su situación. El profesor Carriazo y Arroquia intuye que Pedro Carrillo pasó sus últimos años lejos de la corte, ya que su crónica se interrumpe en 1441, pero se tiene la certeza de que, cuando menos, continuaba vivo en 1447. Es posible que pasase los últimos años de su vida en tierras de Murcia, lugar en el que escribiría su crónica con la documentación y los apuntes que pudo tomar hasta entonces.

De su matrimonio con Guiomar de Sotomayor, Pedro Carrillo de Huete dejó una hija, Teresa Carrillo, que casó con Diego Hurtado de Mendoza, hijo a su vez de Inés Manuel y de Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla. El primogénito de este matrimonio, Pedro Carrillo de Mendoza, adoptó el apellido Carrillo de Albornoz, de donde deriva la confusión posterior. Volviendo a la descendencia del Halconero, algunas fuentes de la época nombran a un Juan de Rivera, casado con doña Juana de Guzmán, como hijo bastardo suyo. En cualquier caso, este hijo no heredó el oficio de Halconero Mayor. A ciencia cierta, desde la última noticia en vida de Pedro Carrillo de Huete no se tiene constancia de que alguien haya ocupado el oficio hasta que en 1455 Enrique IV, hijo y sucesor de Juan II, nombró para el puesto a Miguel Lucas de Iranzo; sin embargo, las investigaciones del profesor Torres Fontes han demostrado de que existen dudas razonables para que el oficio de Halconero, antes de pasar a Lucas de Iranzo, fuese ostentado por Pedro Carrillo Calvillo, sobrino de Pedro Carrillo de Huete, hijo de su hermano Fernán Pérez Calvillo.

Bibliografía

  • BARRIENTOS, L. Refundición de la Crónica del Halconero. (Ed. J. de M. Carriazo y Arroquia, Madrid, 1946).

  • DUTTON, B. & GONZÁLEZ CUENCA, J. (eds.) Cancionero de Juan Alfonso de Baena. (Madrid, 1993).

  • CARRILLO DE ALBORNOZ FABREGAS, J. "Aparición, difusión y abuso del apellido Carrillo de Albornoz". (Hidalguía, 285 [abril 2001], pp. 227-239).

  • CARRILLO DE HUETE, P. Crónica del halconero de Juan II. (Ed. J. de M. Carriazo y Arroquia, Madrid, 1946).

  • TORRES FONTES, J. El Halconero y los halcones de Juan II de Castilla. (Murcia, 1961).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez