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HistoriaBiografía

Luna, Álvaro de, Condestable de Castilla (¿-1453).

Aristócrata castellano de raíces aragonesas fallecido el tres de junio de 1453, una de las personalidades más importantes en el confuso panorama de la Historia peninsular del siglo XV. Álvaro de Luna fue hijo ilegítimo de un noble aragonés del mismo nombre, señor de los territorios de Cañete, Jubera y Cornado. La familia Luna siempre tuvo buenas relaciones con la nobleza castellana, en especial con Fernando de Antequera, hecho que proporcionó a Álvaro la posibilidad de engrandecerse en los ambientes políticos de dicho reino; antes de ello, ya había sido objeto de una notable educación caballeresca, donde demostró su valía tanto en las armas como en las letras, bajo la admonición de un gran protector: Pedro Martínez de Luna, su tío-abuelo, coronado Papa en Avignon bajo el nombre de Benedicto XIII.

Los inicios de su poder

La primera mención que ofrecen las crónicas de la época acerca del joven Álvaro data del año 1408, cuando entró a formar parte del séquito del monarca castellano Juan II como paje y compañero de juegos. Así pues, Álvaro de Luna es un estupendo ejemplo de aquellas personas ligadas a la criazón regia desde jóvenes y que reciben el nombre de continos. Tras servir en la corte en asuntos de poca importancia, contrajo matrimonio en 1419 con su primera mujer, doña Elvira de Portocarrero; un año más tarde hizo su primera gran acción en el denominado Atraco de Tordesillas. La influencia de los hijos de Fernando de Antequera en la política castellana propició que uno de ellos, el infante don Enrique, efectuase un ataque por sorpresa a la Guardia Real establecida en Tordesillas y tomase prisionero a Juan II. Álvaro de Luna, con la ayuda de la familia de su esposa y de las tropas de la Hermandad concejil de Toledo, consiguió huir con el rey de su prisión en la ciudad toledana de Talavera de la Reina para hacerse fuerte en el inexpugnable castillo de Montalbán. Tanto don Enrique de Aragón como su hermano Juanasistieron atónitos al primer gran golpe de Álvaro de Luna, nombrado a raíz de ello conde de San Esteban y recibiendo, por los excelentes servicios prestados a la corona, los señoríos de Gormaz y Ayllón, además del castillo de Bayuela, la ciudad de Arjona y las tierras de la villa abulense de La Adrada. El poder de Álvaro de Luna se vio nuevamente favorecido en 1423, año en el que fue nombrado Condestable de Castilla en sustitución del defenestrado Ruy López Dávalos, antecesor suyo en el cargo acusado de aragonesista. Desde la condestablía de Castilla, Álvaro de Luna no dejó de aumentar su poder y de sostener la política del reino a modo de valido con la anuencia de Juan II, monarca que prefería la literatura y las artes a las complejas relaciones entre la nobleza y la monarquía.

La política de Álvaro de Luna

Dichas relaciones no eran precisamente fáciles, puesto que la nobleza castellana se debatía entre mantener su relación con el monarca (la forma más segura, al menos en teoría, de dirigir los asuntos del estado) o de incrementar sus posesiones señoriales y obligar al rey a admitir su concurso en todos los temas del reino. Ante esta confusa situación, Álvaro de Luna se decantó siempre como el más firme adalid de la monarquía, en contra de una nobleza dominada por las intrigas palaciegas y las conspiraciones, conjuras que amenazaban con destrozar la unión del reino merced a la dirección de los infantes de Aragón (que se comportaban como meros nobles castellanos). Dicha labor tuvo momentos de gran éxito y otros de rotundo fracaso, como las dos veces en las que fue desterrado por la unión de la nobleza en su contra (1427-1428 y 1439-1441). Durante todo el resto de su gobierno, las líneas maestras de Álvaro de Luna siempre fueron aliarse con Francia y Portugal, buscando aislar al reino de Aragón de contactos exteriores, y no dudar nunca en utilizar cualquier método, por reprobable que éste fuese, con tal de conseguir el objetivo monárquico. Debido a ello, Castilla se alió con el pontífice Martín V (enemigo acérrimo de Alfonso V de Aragón) pese a las relaciones familiares que le unían a Benedicto XIII (pontífice protegido por los aragoneses); de igual modo, y gracias a su puesto de Condestable, instigó a las tropas castellanas a continuar con la labor de Reconquista del territorio islámico en la célebre campaña de Granada (1430-1431), campaña mucho más propagandística que militar pero que consiguió el doble objetivo que Álvaro de Luna se propuso: encumbrarle como uno de los más grandes militares de su siglo tras la victoria obtenida en la batalla de Higueruela (1431) y mantener entretenidos a los aristócratas castellanos mientras su equipo burocrático, situado en el interior, se hacía con lo que hoy se denominaría como maquinaria del poder.

La reacción nobiliaria: la batalla de Olmedo (1445)

(Véase Batalla de Olmedo).
Pese a todo, la política autoritaria de Álvaro de Luna siempre tuvo ínclitos enemigos, no sólo los infantes de Aragón sino también varios destacados personajes de la aristocracia castellana, como el Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, el linaje Pimentel (hasta su matrimonio en segundas nupcias con doña Juana de Pimentel en 1431), los Stúñiga, don Íñigo López de Mendoza (marqués de Santillana) y quizá los dos personajes que precipitaron su triste final: el Príncipe de Asturias, futuro Enrique IV de Castilla, y su valido, don Juan Pacheco, el todopoderoso marqués de Villena. Por contra, Álvaro de Luna contó siempre con el apoyo de familias segundonas que, gracias a su mecenazgo interesado, consiguieron levantar sus linajes por encima de donde realmente les correspondía. Entre los más firmes partidarios del condestable se pueden citar a los Carrillo, a los Álvarez de Toledo y a los Guzmán, además del importantísimo apoyo que para su política le prestaban las minorías de judíos conversos, encabezadas por el burgalense Alvar García de Santamaría.

Unas y otras facciones (aunque el príncipe de Asturias combatió en esta ocasión al lado de su padre y, por ende, al de don Álvaro) acabaron por encontrarse en el campo de batalla situado en la castellana villa de Olmedo. El choque, escasamente sangriento, sí tuvo una honda consecuencia política, principalmente porque Alfonso V de Aragón abandonó a su suerte a sus hermanos, y porque una de las escasas muertes que se produjeron fue la del infante don Enrique, por lo que Álvaro de Luna también fue investido (al menos de facto) como Gran Maestre de Santiago, incrementando con el poder económico de dicha orden sus innumerables señoríos, repartidos por las actuales provincias de Madrid, Toledo, Ávila, Cáceres y Segovia. Álvaro de Luna se encontraba en la cúspide de la gloria, como muestran los versos que uno de sus protegidos, Juan de Mena, le dedicó en su obra Laberinto de Fortuna (ca.1450):

" Éste caualga sobre la Fortuna
y doma su cuello con áperas riendas;
aunque d`el tenga tan muchas de prendas,
ella non le osa tocar ninguna;
míralo, míralo, en plática alguna,
¿cómo, indiscreto, y tú no conosçes
al condestable Álvaro de Luna?.

Caída y muerte de Álvaro de Luna

Sin embargo, su gloria se tornó efímera en apenas ocho años. Tradicionalmente, la caída del poderoso valido se ha explicado por una mera decisión personal de Juan II, cansado de las constantes quejas de la nobleza acerca de la política de su gobernador; incluso se ha especulado con el hecho de que la segunda mujer del monarca castellano, la princesa Isabel de Portugal (madre de la futura Isabel la Católica) fuese la instigadora de la prisión del condestable. Hoy en día, aún sin descartar motivos personalistas, se tiene constancia de varias razones que parecen más fuertes que las esgrimidas con anterioridad: por una parte, la taimada política monetaria del condestable había provocado su desprecio por la tímida burguesía urbana, que apreciaba claramente que las devaluaciones monetarias estaban hechas con el único y exclusivo motivo de enriquecer al valido y de perjudicar al comercio castellano. Por otra parte, el acaparamiento del poder en sus manos le había hecho perder el apoyo de varios de sus más firmes partidarios, entre ellos los agentes reales de Toledo y los Santamaría burgaleses, sin olvidar que el constante clima de guerra civil encubierta respirado en Castilla durante todo el siglo XV hacía necesaria una solución, por traumática que ésta resultase. Todos estos argumentos fueron hábilmente mezclados y utilizados por la nobleza castellana, que merced a la constitución de la denominada Gran Liga Nobiliaria (Coruña del Conde, 1449), se presentó como paladín de un reino oprimido por el condestable aunque, naturalmente, ello fuese sólo media verdad de la situación real. Con todo, Álvaro de Luna fue hecho prisionero por Álvaro de Stúñiga en Burgos y, tras un proceso carente de toda garantía judicial, fue llevado al cadalso situado en la plaza pública de Valladolid el día tres de junio de 1453, poniendo fin a uno de los mayores poderes nobiliarios de la Edad Media castellana.

El legado de Álvaro de Luna

Pese a que la base del poder de don Álvaro se encontraba situada en las mismas razones ideológicas que el resto de nobleza, lo cierto es que actualmente está considerado como uno de los más fieles representantes del ideal monárquico medieval. A su afianzamiento dedicó su vida entera, pese a que al final probase la depuración del poder autoritario de la monarquía en sus propias carnes. Toda su obra política fue magnamente culminada con la unión monárquica efectuada por los Reyes Católicos, a la que incluso ayudaron algunos de sus antiguos partidarios como los Chacón o los Cárdenas.

Por lo que se refiere a su persona, Álvaro de Luna destacó en su tiempo por ser un anticipo del posterior caballero humanista, igualmente versado en las armas que en las letras. Su ingenio militar quedó demostrado en todas aquellas batallas en las que participó, mientras que en el campo de cultura dejó su Libro de las claras e virtuosas mugeres, participando en un género puramente humanista como son las galerías de personajes. La muerte de don Álvaro fue enormemente sentida por todos los castellanos del siglo XV, incluidos sus más ínclitos enemigos. Con el bello epitafio de Jorge Manrique, en las Coplas a la muerte de su padre (1477), quedaba claro que había desaparecido no sólo un hombre poderoso, sino también toda una época y una manera de entender el gobierno:

"Pues aquel gran Condestable
maestre que conosçimos
tan privado
no cumple que dél se fable,
sino sólo que lo vimos
degollado;
sus infinitos tesoros
sus villas y sus lugares
su mandar
¿qué le fueron sino lloros?,
¿qué fueron sino pesares
al dexar?
"

Bibliografía

  • PASTOR BODMER, I. Grandeza y tragedia de una valido. La muerte de don Álvaro de Luna. (Madrid: II vols., 1992).

  • SILIÓ, C. Don Álvaro de Luna y su tiempo. (Madrid: Espasa-Calpe, 1937).

  • SUÁREZ FERNÁNDEZ, L. Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV. (Madrid: vol. XV de HISTORIA DE ESPAÑA. Dir. Menéndez Pidal, 1968).

  • TORRES FONTES, J. Los condestables de Castilla en la Edad Media. (Separata del AHDE: Madrid, 1964-65).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez.