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Ocio y entretenimientoBiografía

Pérez Gutiérrez, Silverio, o "El Faraón de Texcoco" (1915-2006).

Matador de toros mexicano nacido en Texcoco (en el estado de México) el 20 de noviembre de 1915 y fallecido el 2 de septiembre de 2006 en Ciudad de México. En el planeta de los toros fue conocido con el sobrenombre de "El Faraón de Texcoco". Hermano menor del también matador de reses bravas Armando Pérez Gutiérrez ("Carmelo Pérez"), la repentina muerte de éste le animó definitivamente a seguir su camino en el mundo del toreo, en el que alcanzó una de las cotas más altas de la tauromaquia mexicana de todos los tiempos.

Tras el inesperado fallecimiento de Carmelo Pérez (sobrevenido en Madrid el 18 de octubre de 1931, a causa de las complicaciones pulmonares que se le declararon en un proceso postoperatorio), el joven Silverio, con tan sólo dieciséis años de edad, vino a España para hacerse cargo del traslado a México de los restos mortales de su hermano. Fue a raíz de este viaje cuando, en homenaje a esa figura en ciernes que desaparecía con la temprana muerte de Carmelo Pérez, se hizo el firme propósito de seguir su ejemplo hasta alcanzar las metas que se había fijado su malogrado hermano mayor.

Así, a su regreso a México emprendió una briosa andadura novilleril que, tras varios clamorosos triunfos conseguidos en suelo americano, le condujo directamente a los cosos españoles en la temporada de 1935, en la que pronto se colocó en los puestos cimeros del escalafón de los espadas noveles. En Madrid, aquel año de su debut en España, se presentó por vez primera en el pequeño coso de Tetuán de las Victorias, en un cartel en el que también figuraba un joven novillero cordobés que después pasaría a los anales universales del toreo como Manuel Rodríguez Sánchez ("Manolete"). Tan brillante fue la presentación del futuro "Faraón de Texcoco" en el modesto redondel de Tetuán de las Victorias, que no sólo consiguió ver repetido su nombre en los carteles de dicha plaza en otras cuatro ocasiones a lo largo de aquella campaña de 1935, sino también una oportunidad para vestirse de luces, por vez primera -y, a la postre, única en su vida-, en la plaza Monumental de Las Ventas. Aquella tarde, hizo el paseíllo en compañía de los jóvenes novilleros "Venturita" y Arturo Álvarez.

De vuelta a su México natal tras esta campaña triunfal entre los novilleros españoles, el joven Silverio Gutiérrez continuó su arduo proceso de aprendizaje durante otras dos temporadas completas (1936 y 1937), y a comienzos -en México- de la siguiente consideró que ya había alcanzado el grado de madurez y conocimiento necesarios para dar el paso definitivo en su evolución desde el escalafón novilleril hasta el gremio de los matadores de reses bravas. Así, el día 6 de noviembre de 1938, en el ruedo de la ciudad de Puebla, recibió la alternativa de manos de uno de los toreros más destacados en su tiempo, el coletudo de Saltillo Fermín Espinosa Saucedo ("Armillita Chico"); el cual, bajo la atenta mirada del espada Francisco Górraez Arcante("Paco Gorráez" o "El Cachorro de Querétaro"),que hacía las veces de testigo en la ceremonia del doctorado, le cedió los tratos con los que había de dar lidia y muerte a estoque a una res perteneciente a la ganadería americana de La Punta.

Al cabo de un mes, el nuevo doctor en tauromaquia compareció en las arenas de la capital mexicana para confirmar la validez de su título. Iba otra vez apadrinado por el famoso "Armillita Chico", aunque esta vez tuvo por testigo al diestro de San Luis de Potosí Fermín Rivera Malabehar, quien dio fe de su confirmación al verle muletear y estoquear a un morlaco criado en las dehesas de La Laguna. Corría, a la sazón, el día 11 de diciembre de 1938, y a partir de entonces Silverio Pérez pasó a convertirse en uno de los toreros más queridos por la afición azteca, que identificaba su original y peculiar concepción del arte del toreo con su abolengo indígena.

Triunfó ruidosamente en su país natal, a pesar de que solía fallar a espadas con demasiada frecuencia. Otra de sus limitaciones -entre una afición acostumbrada a que los propios matadores asieran las banderillas- radicaba en su falta de interés por el segundo tercio de la lidia, que siempre dejaba en manos de sus subalternos. Sin embargo, en el manejo de los engaños lucía unas artes primorosas, sobre todo en la ejecución de algunos lances de muleta de gran poderío y vistosidad, como el trincherazo. Entre sus características más sobresalientes, toda la crítica coincide en destacar esa difícil conjunción entre dominio de las reses y pellizco mágico -o "duende", como dicen los andaluces- ante la cara de los toros. Lo cierto es que la afición achacaba esta magia natural en el toreo de Silverio Pérez a sus orígenes indígenas, en los que se adivinaba una presencia cotidiana de esos elementos misteriosos y sobrenaturales que parecían adornar también el arte del "Faraón de Texcoco". Y tan querido llegó a ser entre los suyos, que después de su retirada la afición mexicana levantó, por suscripción popular, un monumento a su memoria delante de la capitalina plaza de El Toreo. Precisamente fue en este bello circo taurino donde, el día 31 de enero de 1943, protagonizó una de sus actuaciones más recordadas, frente a un toro de la ganadería de Pastejé que atendía a la voz de Tanguito.

En España no llegó a gozar Silverio Pérez de tanto predicamento, debido en parte a que, por los años en que estuvo en activo, la afición peninsular tenía depositado su favor en un ídolo prácticamente inamovible: el susodicho Manuel Rodríguez Sánchez ("Manolete"). A pesar de ello, toreó con acierto durante algunas temporadas, especialmente en el transcurso de la de 1945, en la que cumplió once ajustes en suelo español (tres en Barcelona, y uno en Jerez, Valladolid, Burgos, Pontevedra, La Línea de la Concepción, Vitoria, Santander y San Sebastián) y dos Portugal (ambos en el coliseo de Lisboa). Fue precisamente durante aquel año cuando se produjo uno de los episodios más polémicos en la trayectoria profesional del "Faraón de Texcoco", quien, después de haber anunciado su confirmación de alternativa en Madrid para el día 31 de mayo de 1945, se cayó del cartel y no sólo no compareció en la Monumental de Las Ventas aquella tarde, sino que no llegó a pisar su arena jamás en calidad de matador de reses bravas.

Según era opinión extendida entre los críticos españoles contemporáneos, Silverio Pérez -como les ha ocurrido a otras muchas figuras del toreo azteca a lo largo de todos los tiempos- nunca llegó a adaptarse a la mayor fiereza y seriedad del toro hispánico; de ahí que rehuyera los compromisos más difíciles en suelo peninsular. Sin embargo, los cronistas mexicanos de su época opinan que el diestro de Texcoco fue ninguneado por los empresarios, periodistas y demás profesionales del toreo ibérico durante las primeras corridas que lidió en España y Portugal en 1945, antes de su anunciada confirmación en Las Ventas, lo que provocó el enojo del carismático torero indígena y su espantá en tan severo compromiso. Lo cierto es que algo de razón asiste a ambas partes, ya que, si bien es cierto que Silverio Pérez perdía muchos enteros cuando se enfrentaba a la bravura del ganado hispánico, no lo es menos que, por aquellos años, el ídolo "Manolete" ya contaba con un rival mexicano, Carlos Ruiz Camino ("Carlos Arruza"), que le hacía una beneficiosa competencia en los cosos españoles y portugueses, dentro de una sana rivalidad que contaba con el beneplácito de todos los sectores profesionales del mundillo taurino. No es de extrañar, por ende, que a poca gente le interesase la irrupción en la Península de un nuevo competidor mexicano del sacralizado "Manolete", cuando este papel ya lo desempeñaba -y con gran mérito- el colosal "Carlos Arruza".

En cualquier caso, tampoco es cierto que los compañeros de cartel que se le ofrecieron al "Faraón de Texcoco" no estuvieran a la altura del -por aquel entonces- gran triunfador mexicano, ya que pudo medirse con algunos espadas españoles de la talla de Luis Miguel González Lucas ("Luis Miguel Dominguín"), Domingo López Ortega ("Domingo Ortega") y, entre otros, José Luis Vázquez Garcés ("Pepe Luis Vázquez"), sin olvidar a los tres grandes coletudos mexicanos que en dicha época triunfaban en España, como el susodicho "Arruza", su padrino "Armilita Chico" o el excepcional diestro de Monterrey Lorenzo Garza Arrambide.

A todo ello conviene añadir el dato -ciertamente digno de consideración- de que "El Faraón de Texcoco" vino a España aquel año de 1945 después de haber sido gravemente herido en México por un toro (de nombre Zapatero) que le infirió una cornada de tres trayectorias en la región inguino-frontal, con exteriorización del testículo, destrozo de la fosa ilíaca y, en general, grandes daños en todo el muslo derecho. Tal vez este hecho baste para justificar su desconcierto -que lo hubo- ante el peligro que descubrió en el toro español.

En cualquier caso, la competencia entre Silverio Pérez y "Manolete" quedó entablada en 1946 en las arenas mexicanas, donde el "Faraón de Textoco" salió triunfador en varios encuentros mano a mano sostenidos con el espada cordobés. El día 13 de febrero del año siguiente anunció su retirada del ejercicio activo del toreo, aunque pronto reapareció para seguir pisando los redondeles de su país natal y otras plazas hispanoamericanas. En esta segunda etapa de su trayectoria profesional, los toros, que ya le habían dado más de un disgusto, le castigaron con desusada saña: el 18 de junio 1950 cayó gravemente herido en las arenas venezolanas de Maracay, después de haber cumplido cuarenta ajustes a lo largo de la temporada mexicana; y dos años después (concretamente, el día 11 de febrero de 1952), volvió a ser alcanzado seriamente por un astado en la plaza Monumental de México.

Ya por aquel entonces parecía evidente que su carrera como matador de toros estaba prácticamente concluida, lo que no fue obstáculo para que el "Faraón de Texcoco" decidiera poner un broche de oro a su trayectoria profesional con el cumplimiento de su viejo sueño de recibir la alternativa en el coso venteño, ante la recta sindéresis de la primera afición del mundo. Pero, cuando ya estaba incluso instalado en Madrid, dispuesto a alcanzar tan ansiado objetivo, una serie de circunstancias rocambolescas -alimentadas por burdos ingredientes supersticiosos- vinieron a impedir que Silverio Pérez pusiera este brillante colofón a su andadura torera: primero, le robaron el equipaje en el que portaba sus trajes de alamares; después, no halló reserva en el Hotel Savoy, donde gustaba alojarse cuando visitaba la capital de España; luego, una vez que la dirección del establecimiento le hubo resuelto el problema, resbaló en la habitación hotelera y se lesionó la mano diestra; y, por último, cuando presenciaba un festejo en el tendido de Las Ventas, pocos días antes de su anunciada comparecencia, un pájaro dejó caer sus excrementos sobre la castigada extremidad derecha de Silverio Pérez, circunstancia que el irracional espada mexicano tomó por el peor agüero que pudiera caer sobre su atemorizada persona, por lo que optó por suspender su inminente actuación madrileña.

De regreso a México, siguió toreando allí durante aquella campaña de 1952 y, en la siguiente, anunció su definitiva despedida de los ruedos. Su última intervención vestido de luces tuvo lugar en la plaza Monumental de México el día 1 de mayo de 1953, fecha en la que compartió cartel con los espadas Antonio Velázquez Martínez y Jorge Aguilar González ("El Ranchero"). El "Faraón de Texcoco" se cortó la coleta tras haber muleteado y despenado a Malagueño, un burel que había pastado en las dehesas de San Diego de los Padres.

Tras esta retirada, convertido en un ídolo popular de su país, Silverio Pérez aprovechó su fama para encauzar las inquietudes políticas que había sentido desde su juventud. Así, en la década de los años sesenta llegó a ocupar un escaño en el Congreso mexicano, después de haber sido elegido diputado federal.

Bibliografía.

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  • CANTÚ, Guillermo H.: Silverio o la sensualidad del toreo (México, 1987).

  • COSSÍO, José María de: Los Toros (Madrid: Espasa Calpe, 1995). (2 vols.).

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  • VILLATORO, Ángel: Antología taurina mexicana (Madrid, 1964).

  • VINYES RIERA, Fernando: México, diez veces llanto (Madrid: Espasa-Calpe, 1987).

Autor

  • JR.