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HistoriaBiografía

Alonso Pimentel, María Josefa de la Soledad. Condesa duquesa de Benavente (1752-1834).

Aristócrata y mecenas española nacida en 1752 y fallecida en Madrid en 1834.

Hija del conde duque de Benavente, Francisco de Borja y Vigil de Quiñones, y de María Francisca Téllez Girón, heredó el condado ducado de Benavente a los once años de edad, pues su padre falleció en 1763, y también habían muerto siendo muy niños sus hermanos y hermanas.

Por el inmenso patrimonio ligado al título nobiliario de Benavente y todos los títulos vinculados por la Casa que recaerían en María Josefa, su madre concertó para ella el matrimonio con Pedro Téllez Girón, segundogénito de los duques de Osuna. Con buen criterio, Francisca quería para su hija un marido de igual rango pero de "menos fuste", para que su dignidad no llegase nunca a ensombrecer la de los Benavente, así que quiso casar a María Josefa con un segundón, desde su pinto de vista la opción ideal. Pero el destino se torció, ya que el primogénito de los Osuna, José María, falleció sólo unos días antes de la boda de su hermano, que se celebró en 1771. Para disgusto de su madre (que de hecho quiso anular el compromiso, aunque los novios se opusieron), María Josefa estaba destinada a convertirse en duquesa de Osuna. Eso sí, la aristócrata usó siempre en sociedad el nombre que por sangre le correspondía, el de condesa duquesa de Benavente.

Muy pronto María Josefa comenzó a destacar en la Corte de Madrid. Era una intrépida amazona que asombraba a todas las damas y a muchos hombres con su destreza con el caballo. Aunque intentó ser madre enseguida, su primer embarazo se malogró y no dio a luz a su primer heredero hasta 1775. El niño fue bautizado con el nombre de José María del Pilar, pero sólo sobrevivió un año. La misma suerte correrían los siguientes vástagos del matrimonio: Ramón, Micaela y Pedro Alcántara. Ninguna de las criaturas pasaría de los cuatro años, lo cual hizo sufrir a la Benavente, que por encima de todo quería ser madre. Mientras otras damas de la nobleza entretenían su ocio con meras demostraciones de aburrimiento, la condesa entregó su tiempo a la lectura. Leía con avidez, y cuando echaba en falta algún volumen en la rica biblioteca de su casa, se apresuraba a encargarlo.

Después de la muerte del pequeño Pedro, que le resultó particularmente dolorosa, la condesa duquesa decidió reunirse con su esposo, que desde hacía tiempo permanecía con su regimiento en la Isla de Mahón. Allí, donde María Josefa sufrió otro aborto, permanecieron unos meses hasta que en 1782 recibieron orden de trasladarse a Barcelona. En esa ciudad nació unos meses más tarde una hija del matrimonio, Josefa Manuela. Al poco de nacer la niña, los duques trasladaron su residencia a Madrid, donde, en 1785, nacería su segunda hija, Joaquina. Un año más tarde, en 1786, vendría al mundo el tan deseado heredero, que llevaría el nombre de Francisco de Borja. En 1788 nació otro niño, Pedro Alcántara, y todavía vendría otra niña más, Manuela Isidra, nacida en 1794. En contra de la costumbre de la aristocracia de la época, por la que los niños quedaban desde su nacimiento confiados a ayas, doncellas y amas, Josefa Pimentel quiso ocuparse personalmente del cuidado y la educación de sus hijos, entregándoles todo el tiempo posible

Desde su traslado a Madrid, la condesa duquesa y su esposo vivieron en su casa de la Cuesta de la Vega, que la propia María Josefa se había encargado de acondicionar, demostrando un exquisito buen gusto que sorprendió en la Corte. Pronto la casa, muy cercana al Palacio Real, se convertiría en uno de los puntos de reunión de la sociedad madrileña y, sobre todo, en refugio de intelectuales a los que María Josefa gustaba de proteger y ayudar. Pero fue en 1783 cuando María Josefa auspició el más ambicioso de sus proyectos: la construcción, en las afueras de Madrid, de un palacio magnífico rodeado por una finca de recreo al que, con toda justicia, la duquesa de Osuna llamó "Mi Capricho", y que ha llegado a nuestros días conservando parte de su antiguo esplendor y con el nombre de "El Capricho de la Alameda de Osuna". El jardín es toda una fantasía de grutas, estanques, templetes, plantas exóticas y árboles raros. El palacio cuenta con un fastuoso salón de baile donde pronto se dieron las mejores fiestas de Madrid, y cuenta además con una biblioteca tan bien surtida que, cuando muchos años después los herederos de la Casa pretendieron abrirla al público, se les prohibió expresamente por contener los estantes muchos y muy raros libros que se consideraban prohibidos. En la rica pinacoteca con que cuenta el palacio se encuentran muchos lienzos expresamente encargados a un pintor entonces muy de moda en la corte de Madrid, Francisco de Goya y Lucientes, que ya en 1785 había realizado un retrato de los duques de Osuna. Entre los cuadros que Goya pintó con destino a "El Capricho" estaba el lienzo titulado La pradera de San Isidro.

Goya fue uno de tantos protegidos de la condesa duquesa de Benavente, que además de ser extraordinariamente generosa en sus dádivas a la beneficencia, acogió y ayudó a muchos de los intelectuales de la época. María Josefa demostró ser lo que podría llamarse un auténtico "espíritu ilustrado". Su interés por aprender y cultivarse trascendió las artes, pues se sabe que también trabó contacto con inventores y científicos a los que no dudó en ayudar. Como también fueron objeto de su protección y su generosidad escritores como Tomás de Iriarte, Ramón de la Cruz o Leandro Fernández de Moratín. Todos eran habituales en las tertulias (y también en la mesa) de María Josefa, y algunas veces correspondieron a su generosidad dedicándole algunos de sus textos. Con algunos de ellos mantuvo también abundante correspondencia que aún se conserva, muy útil para reconstruir la vida de la condesa duquesa. En algunos casos, como el de Ramón de la Cruz, la protección de la duquesa llegó más allá de la muerte de éste, pues al fallecer el autor y quedar su viuda y su hija en una situación muy precaria, María Josefa dispuso que se les pasaran seis reales diarios, suficiente para subsistir sin estrecheces.

Se decía que en aquel momento la condesa de Benavente era la gran rival en la corte de la duquesa Cayetana de Alba, lo que es cierto sólo en parte, pues cada una de las dos aristócratas (que además eran amigas) mantenían su particular círculo de influencia, que estaba marcado por el casticismo en el caso de la de Alba y por el más puro afrancesamiento en el caso de la Benavente Osuna. En una época en la que en Madrid empezaron a surgir con viveza las tertulias, la condesa duquesa de Benavente consiguió que la suya fuera una de las más nombradas, no sólo por la solvencia de los nombres que allí se daban cita, sino por la esplendidez con que se obsequiaba a los que visitaban la casa. También solía ofrecer representaciones musicales, en las que contó con orquesta propia que mantenían con cargo a su pecunio y que dirigían, entre otros, Lidon y Boccherini. Además, y por iniciativa de la propia María Josefa, se compraban en todos los puntos de Europa partituras de los compositores de moda, con lo que la biblioteca de la casa se enriquecía con una colección de música que tenía fama de ser la mejor dotada de todo Madrid.

Cuando, en 1798, Carlos IV decidió nombrar al duque de Osuna su embajador en Viena, María Josefa no sólo apoyó a su marido, sino que aceptó trasladarse con él y sus cinco hijos a tierras centroeuropeas. El viaje fue largo y peligroso, y requirió un paso por el París revolucionario que lo haría todavía más complicado. La Benavente se negó a dejar solo a su marido. Complicaciones diplomáticas obligaron a los duques a pasar en París mucho más tiempo del previsto, y Josefa aprovechó para conocer a los intelectuales del país, visitar museos y comprar libros. Cuando, en 1800, y a causa de haber caído enfermo el duque, la familia se vio obligada a volver a España, María Josefa trajo consigo la amistad de un ilustrado francés, Charles Pougens, antiguo enciclopedista con quien la duquesa no dejó de cartearse nunca. Fue, precisamente, gracias a Pougens cómo llegarían a casa de la duquesa las novelas de autores desconocidos en el país, como Walter Scott o Fenimore Cooper, que se introdujeron en España de la mano de Josefa Pimentel. También le enviaría ejemplares de Le journal des debats o Le journal des Modes, que mantendrían a la condesa duquesa al tanto de las novedades del mundo.

El duque de Osuna murió en 1807. Su esposa le sobrevivió veintisiete años, los suficientes para mantener sus labores de socorro y mecenazgo y para ver casados y con descendencia a sus cinco hijos, lo que aseguraba la superviviencia de la casa de Osuna y también de la estirpe de los Benavente. La condesa duquesa todavía habría de sobrevivir a otro de sus hijos, el heredero Francisco de Borja, y asumir la obligación de criar a sus dos hijos.

Murió el 5 de octubre de 1835 en su casa de Puerta de la Vega, cuando ya era un hombre su nieto y heredero, Pedro Alcántara Téllez Girón.

Bibliografía

  • CONDESA DE YEBES. La condesa duquesa de Benavente, una vida en unas cartas. Madrid, Espasa Calpe 1955.

  • FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, F. Mis memorias íntimas. Madrid, Atlas, 1966.

Autor

  • Marta Rivera de la Cruz