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HistoriaLiteraturaBiografía

Scott, Sir Walter (1771-1832).

Poeta, traductor y novelista escocés, nacido el 15 de agosto de 1771 en College Wynd (Edimburgo), y fallecido el 21 de septiembre de 1832 en su mansión de Abbotsford-on-the-Tweed (condado escocés de Roxburgh). Además de estar considerado como uno de los mejores representantes del romanticismo literario británico, de la producción bibliográfica de Walter Scott destacan, sin duda alguna, las novelas históricas, género del que se considera al escocés como creador y fijador de sus primeras pautas, y al que contribuyó decisivamente engalanándole con varias de las primeras obras maestras salidas de su fina pluma y de su prodigiosa labor de documentación histórica.

Véase Romanticismo.

Vida

La mayoría de datos referentes a la biografía de Sir Walter Scott proceden de los siete volúmenes en que su yerno, John G. Lockhart, distribuyó sus monumentales Memoirs of the life of Sir Walter Scott (Edimburgo, 1836-1838). Se trata, no obstante, de una biografía íntima y un tanto fantasiosa, más dirigida a especular con rasgos de la vida del novelista que de narrar, en el plano objetivo, su devenir vital. La crítica moderna, sobre todo a partir de los trabajos de H. J. C. Grierson en la década de 1930 (uno de los editores de la correspondencia de Scott), ha polemizado acerca de la veracidad de muchos de los datos esgrimidos por Lockhart, contribuyendo con ello decisivamente a la objetivización de la figura legendaria del literato escocés.

Walter fue el tercero de los doce hijos habidos en el matrimonio entre su padre, también llamado Walter Scott, un notario de la capital escocesa, y Anne Rutherford, la hija de un prestigioso profesor de medicina en la universidad de Edimburgo. Cuando aún no contaba con dos años de edad, una rara enfermedad le afectó de parálisis la pierna derecha, lo que obligó a que el pequeño Walter, bajo la estricta vigilancia de su abuelo, el doctor Rutherford, residiera durante largas temporadas en la granja campestre que su familia paterna poseía en Sandy-Knowe, un pequeño enclave rural escocés, así como en Bath, donde el doctor Rutherford le asistía continuamente hasta que Walter cumplió los cinco años. De manera habitual, se ha venido afirmando que esta estancia en núcleos relativamente rurales fue decisivo para que el literato británico se aficionase con pasión a las leyendas y cantos heroicos escoceses, que posteriormente le servirían de base para la redacción de sus más conocidas novelas. Desde pequeño, Scott destacó por poseer una extraordinaria capacidad de memoria, una retentiva fuera de lo común que le hacía aprenderse en pocos segundos cualquier tipo de relato histórico, leído o recitado.

De las aulas al altar

Ya repuesto de estos primeros varapalos infantiles, el joven Scott ingresó en la Edimburgh High School y en la Grammar School de Kelson, donde cursó sus primeros estudios hasta que en 1783 inició la carrera de Derecho en la universidad de su ciudad natal. De estos primeros tiempos de su vida data su amistad con John Ballantyne, compañero en el instituto y en la facultad, con quien Scott se asociaría para editar sus primeras novelas. También durante esta época, al menos por el testimonio de sus cartas privadas, Scott se enamoró profundamente de una mujer, perteneciente al estamento nobiliario, que constituiría su primer fracaso amoroso, en la línea de la vida de corazón atormentado tan del gusto de la estética romanticista. El joven Scott solía pasar las tardes de su época universitaria en la biblioteca ambulante que Mr. James Sibbald ponía a disposición de los estudiantes de Edimburgo; años más tarde, en sus notas autobiográficas, el literato describiría con gran emoción el impacto que le produjo conocer, en 1786, al gran poeta escocés de la época, Robert Burns, una de las máximas influencias de Scott en el plano lírico.

Scott se graduó como abogado en 1792; con el título como aval, y la recomendación paterna, comenzó a trabajar como escribano del sello en Edimburgo, aunque muy pronto su desmedida afición a la lectura se reveló como un grave inconveniente a la rutina funcionarial. Scott fue un lector voraz, más un bibliófago que un bibliófilo, que alcanzó mediante ese canal un conocimiento inusitado de la poesía trovadoresca francesa, italiana, española y alemana. De esta forma, Scott simultáneo el trabajo en la cancillería escocesa con sus primeros trabajos en materia literaria, como fueron sus traducciones de poetas alemanes.

En 1797, al parecer ya sanadas viejas heridas sentimentales, el novelista contrajo matrimonio con Margaret Charlotte Charpentier (cuyo apellido se britanizó en Carpenter), la hija de un noble francés que se había afincado en Edimburgo tras su huida de los revolucionarios galos. A partir de entonces, Scott abandonó la residencia familiar de George's Square y se afincó en su nueva casa de Castle Street con su esposa, a la que siempre trató con fervoroso cariño y a la que consideraba parte fundamental de su inspiración como novelista. Fue también durante estos años, concretamente en 1798, cuando trabaría amistad con el también escritor Matthew Gregory Lewis, autor de The Monk ('El Monje'), uno de los mayores éxitos editoriales del mercado británico de la época, y que le serviría a Scott como acicate en su labor de documentación de leyendas y cantos escoceses de épocas pasadas. A esta preocupación antropológica ayudó, sin duda, el que en 1799 Scott fuera nombrado ayudante del sheriff de Selkirkshire, un puesto de trabajo que, pese a continuar siendo de índole administrativa, le permitió viajar por el todo el condado para acrecentar su conocimiento del folclore escocés.

La familia y los primeros negocios

También en ese mismo año de 1799 nació la primera hija del matrimonio Scott-Carpenter, Sophia (futura esposa de Lockhart, el biógrafo del novelista escocés), acontecimiento éste que palió un tanto la desgracia de la muerte de Walter Scott senior, ocurrida el mismo año. Con los nacimientos de Walter (1801), Anne (1803) y Charles (1805), Scott compatibilizaría sus estancias en Edimburgo con su cargo en Selkirk, lo que le obligó a una intensa actividad viajera, acrecentada con su ya más que notable dedicación a la literatura: no en vano, el nacimiento de sus hijos corresponde a la época de gestación de las primeras recopilaciones de poemas románticos e históricos sobre trovadores fronterizos escoceses. Ya totalmente decidido a publicar sus numerosos escritos, Scott recuperó la amistad con su antiguo compañero Ballantyne (y el hermano de éste, James) para invertir en la editorial Constable & Co., donde verían la luz los primeros trabajos de Scott durante 1805, bajo el amparo del editor Archibald Constable. Y, desde luego, no parece que las cosas le fueran demasiado mal, sobre todo contando con que, a partir de ese mismo año, trabajó como administrativo en la Audiencia de Edimburgo; no obstante, se endeudó gravemente en sus primeras y monumentales ediciones de Dryden y Swift. Pese a todo, gracias al dinero obtenido por las ventas de una de sus obras, El canto del último trovador, Walter Scott pudo negociar la compra de un extenso territorio en Abbotsford-on-the-Tweed, en el condado de Roxburgh, donde construiría la mansión familiar en 1812 y hacia donde se trasladaría a vivir toda la ya prolífica familia.

Éxitos editoriales y grandes viajes

A los éxitos poéticos hubo que sumar, a partir de 1814, la publicación de las primeras novelas de Scott, lo que le encumbraría definitivamente como uno de los grandes literatos de la época. El escritor escocés, lejos del resabiado tópico (aun en la actualidad vigente) del escritor romántico underground y alejado del reconocimiento en su entorno histórico, vivió holgadamente de los beneficios económicos que le reportó la venta de sus libros, aunque también gran parte de los mismos iban destinados a tapar los inmensos agujeros económicos que su socio John Ballantyne iba realizando en la editorial. Pero la inmensa cantidad de lujosas y caras antigüedades que, desde ese momento, comenzaban a adornar las paredes de su mansión en Abbotsford, conformaron también una muestra de alto nivel de vida que el literato adquirió gracias al éxito comercial de sus novelas.

Así pues, de reconocido prestigio y con la cartera llena, a partir de 1814 Walter Scott comenzó a viajar por toda Europa, una experiencia más propia, en el cliché literario de uso común, para la juventud que para sus ya largos cuarenta años. Pero la posibilidad fue aprovechada al máximo: Bélgica y Francia fueron sus primeros destinos, aunque tuvo que regresar en 1817 a su mansión escocesa aquejado de graves dolencias de salud, en especial los indicios de las apoplejías (heredadas de su quebrazida salud infantil) que tantos problemas le causarían a partir de entonces. De hecho, a partir de 1817, el deterioro físico de Scott, agravado por su incesante actividad literaria, hizo necesario que contratase a tres secretarios, a los que dictaba sus novelas.

Hacia 1819 viajó por primera vez a Irlanda, aunque regresó de nuevo a Edimburgo en 1820 con ocasión de la boda de su hija, Sophia, con el que habría de ser su biógrafo, John G. Lockhart. En el mismo año de publicación del exitoso Ivanhoe, la fama de Scott era lo más parecido, en toda Gran Bretaña, a un actual escritor de best-sellers; valgan, como prueba, dos acontecimientos: su nombramiento como baronet, título nobiliario que llevaba aparejado el tratamiento de sir, en el propio año de 1820, así como el hecho de que el propio monarca británico, Jorge IV, gran protector de las letras de su tiempo, quisiese conocer a Scott durante su breve estancia en Edimburgo del año 1822. El encuentro se produjo en la sala principal del castillo capitalino escocés, y el monarca quedó vivamente impresionado de la calidad memorística de Scott, capaz de recitar innumerables leyendas británicas; a pesar de la cordialidad con que el literato recibió al rey Jorge, hay que destacar que Scott fuese a la recepción ataviado con el típico traje de highlander, incluido, por supuesto, la falda escocesa (kilt). Rico, famoso y encumbrado a las más altas esferas de la nobleza británica y de la literatura contemporánea, en 1824, tras un período de mejora en su deteriorada salud, Scott volvió a viajar a Irlanda, buscando nuevos alicientes temáticos para sus novelas.

La ruina editorial: últimos años de Scott

Sir Walter Scott tuvo que interrumpir sus andanzas irlandesas para regresar a Edimburgo: lady Scott-Carpenter, su esposa, falleció en mayo de 1826. Por si esta situación personal fuese poco delicada, la editorial Constable & Co., donde había publicado sus trabajos desde su amistad con su viejo amigo John Ballantyne, se declaró en quiebra. Tras un complicado proceso administrativo, las deudas contraidas por Walter Scott quedaron fijadas en un total de 114.000 libras, una verdadera fortuna para la época. Aunque el novelista quedó eximido de cualquier responsabilidad penal, pero no así del pago de la deuda. Para ello, tuvo que vender su casa de Castle Street, en Edimburgo, pero ni siquiera así solventó la enorme deuda contraida. En ese punto, Scott hizo valer su fama y sus éxitos editoriales para que sus acreedores aceptasen cobrar de las rentas producidas por sus siguientes novelas.

Walter Scott, pues, hipotecó sus ganancias literarias desde 1826, con lo que puede decirse que sus últimos seis años de producción literaria (y de vida) fueron entregados a las hipotecas. Ni siquiera con ello varió su alto tren de vida, pues los viajes siguieron siendo la tónica dominante, incluso por encima de dos ataques de apoplejía sufridos en 1830 y otro en 1831, cuando se hallaba embarcado en un viaje marítimo por el Mediterráneo en el que visitó Nápoles y Malta. Estuvo varios meses enfermo en Roma, tras los cuales regresó, ya con un estado de salud precario, a su mansión de Abbotsford. El 21 de septiembre de 1832, poco después de la publicación de sus últimas novelas, Walter Scott falleció en su casa escocesa. Fue enterrado unos días más tarde, al lado de su esposa, en la abadía de Dryburgh, donde se hallaba el panteón familiar.

Obra

En este apartado se repasarán las principales aportaciones de Walter Scott a la literatura, dejando de lado su producción literaria menor, fundamentalmente epístolas familiares que, pese a tal vitola, constituyen también una muestra excepcional de sus preocupaciones literarias. El análisis de las mismas sería demasiado prolijo para los planteamientos de estas líneas, pero no así su producción poética, novelística y, en primer lugar, su poco conocida faceta de traductor y editor.

Traducciones y ediciones

Sus primeras obras publicadas, concretamente en 1796, fueron dos traducciones anónimas del poeta germano Bürger: Lenore y Der wilde Jäger. Dos años más tarde, ya con la aparición de su nombre, vio la luz la traducción del Goetz von Berlinchingen de Goethe, otro poeta alemán. Parece evidente, y así es destacado por la mayoría de sus biográfos, que la afición de Scott a la poesía popular germana conformó una notable influencia de la misma en su abundante, aunque con altibajos cualitativos, materia lírica, tal como se verá en el apartado siguiente.

Por lo que respecta a las ediciones, gracias al amplio margen de maniobra con que Scott contaba dentro de su propia editorial editó algunos trabajos de enorme mérito; entre ellos, hay que destacar la edición (18 volúmenes) de las obras de John Dryden, seguida de un libro sobre la biografía de este autor (ambas en 1808), y también la edición de las obras del nunca bien ponderado en su época Jonathan Swift (1814), en 19 volúmenes, contribuyendo con ello Scott no ya a ampliar los éxitos económicos de la editorial, sino también a reafirmar su vasta cultura literaria.

Poética

La primera obra poética propiamente salida del acervo de Scott fueron los tres volúmenes titulados Minstrelsy of the scottish border ('Trovas de la frontera escocesa'), aparecidos en Edimburgo entre 1803 y 1804. Se trata, en esencia, de una recopilación de baladas menores en clave historicista, cuyo principal fundamento se halla en leyendas tradicionales del folclore escocés, interpretadas muchas de ellas en clave amorosa y conforme a los criterios de la estética del romanticismo. La influencia de los literatos germanos a los que Scott había traducido se deja notar ampliamente, tanto en el tratamiento de los temas amorosos como en la conservación de casi todos los elementos tradicionales de las leyendas. Dentro de esta misma línea poética se hallan obras como The lay of the last minstrel ('El cantar del último trovero' o 'trovador'), publicada en 1805, y también el poema Marmion (1808), la primera obra impresa para Constable & Co., la editorial financiada por Scott y Ballantyne. Dentro de las mismas prensas, y también con los mismos planteamientos literarios, hay que anotar otros poemas de Scott, como los seis cantos en que se divide The lady of the lake ('La dama del lago', 1810), o el poco conocido poema que el escocés redactó bajo la inspiración de la Edad Media hispana: Vision of Don Roderick ('La visión de don Rodrigo', 1811), una particular reanudación del tema que había capitalizado buena parte del romancero medieval castellano.

La última obra lírica publicada por Scott, Rokeby (1813), resulta sorprendente, más que por su calidad literaria, porque significó la voluntaria retirada del literato escocés del campo de la poesía al considerar que había fracasado como vate. Realmente, las ventas de sus obras funcionaban, en el plano comercial (ha de recordarse que gracias a los beneficios económicos pudo comprarse la mansión de Abbotsford), y también le había reportado la fama suficiente como para que en el mismo año de 1813 el gobierno británico le hubiera ofrecido el puesto de Poet Laureate, es decir, poeta oficial de la corte. Scott renunció a ello argumentando que su poesía era un completo fracaso en el aspecto lírico y personalmente la abandonaba. Entre sus biográfos, los que son partidarios de encumbrar el latente nacionalismo escocés de Scott encuentran en este inusual acontecimiento uno de sus más destacados episodios, estableciendo una no demasiado objetiva relación causa-efecto entre el ofrecimiento británico y la negativa del poeta. Por contra, parece más evidente que la mente en ebullición de Scott ya tenía totalmente preparada la estructura del género que le haría famoso, y por ello rechazó seguir redactando irregulares poesías. Tal vez sea la plena dedicación a la novela histórica la causa de este abandono de la lírica, o también, como han apuntado algunos estudiosos, la plena consciencia por parte de Scott de que poco tenía que hacer ante la irrupción de quien iba a copar las ventas poéticas: lord Byron.

Novelas históricas

En el año 1814, apenas doce meses después del truculento abandono de la fuente Castalia por parte de Scott, se publicó, de manera anónima (hasta 1827 Scott no reconocería su paternidad) su primera novela: Waverley. Según las noticias de Lockhart, el manuscrito había sido comenzado a redactar en 1805, pero Scott lo había abandonado en beneficio de sus labores poéticas. El éxito, de crítica y de ventas, fue inmediato, al presentar, con sencillez argumental pero con una compleja trama entre los personajes, una historia ambientada en la resurrección del orgullo escocés a raíz de la rebelión jacobita de 1745, afinando Scott su análisis de la sociedad de las Highlands con una alabanza implícita de sus costumbres.

Este éxito animó al literato a continuar las llamadas Waverley novels con dos títulos más, que, a modo de trilogía histórico-novelada, cubrían la última mitad del siglo XVIII en Escocia: Guy Mannering (1815) y The antiquary ('El anticuario') publicada anónima, como el resto de la trilogía, en 1816. En la misma línea de recuperación del pasado histórico de Escocia hay que situar sus otras obras coetáneas: The Lord of the isles ('El señor de las islas') y The field of Waterloo ('El campo de Waterloo'), ambas de 1815.

El descubrimiento del formato seriado como fórmula de éxito comercial en la literatura, otra de las sucintas aportaciones de Scott al gremio, se tradujo en el inicio, en 1816, de la primera entrega de los Tales of my landlord ('Cuentos de mi huésped'): The black dwarf ('El hombrecillo negro') y Old mortality ('Vieja mortalidad'). Los críticos consideran a este último "cuento" como la primera de las obras maestras de Scott en la narrativa. En 1817, Harold the Dauntless ('Harold el Intrépido') y Rob Roy, una genial visión de la Escocia rural y orgullosa del siglo XVIII, completaron la primera serie de los Tales, que se vio ampliada al año siguiente con la publicación de The heart of Midlothian ('El corazón de Midlothian'). Aún habría una tercera serie de los Tales, que vio la luz en 1819 y en la que se hallan dos soberbios relatos: The bride of Lammermoor ('La novia de Lammermoor', aunque ha sido traducida al castellano como 'Lucía de Lammermoor') y The legend of Montrose ('La leyenda de Montrose').

Alejándose por el momento de la historia escocesa, y ampliando su campo de miras hacia la historia británica en general, la culminación de la técnica narrativa de Scott llegaría en 1820 con la que tal vez es su mejor novela: Ivanhoe, enmarcada en la Inglaterra feudal del siglo XII. El brillo de Ivanhoe eclipsaría a la serie de novelas que, sobre la vida eclesiástica en época de María Estuardo, publicó en el mismo año: The monastery ('El monasterio') y The abbot ('El abad'). La actividad de publicación de Scott fue frenética: sobre la época de la reina Isabel de Inglaterra, escribió Kenilworth y The pirate ('El Pirata') en 1821; sobre la complejísima época de Jacobo II de Escocia redactó The fortunes of Nigel ('Las aventuras de Nigel') en 1822; Quentin Durward (extraordinaria reconstrucción de la Francia de Luis XI), Redgaunlet y The talisman, donde la acción se desarrolla en Tierra Santa durante las Cruzadas, fueron escritas entre 1823 y 1825, al igual que The well of Saint Ronan ('El pozo de San Ronan'), con la que en 1824 regresó a los entornos históricos escoceses del siglo XVIII, en una novela de éxito espectacular.

Tras el endeudamiento de 1826, esta actividad literaria se mantendría, a pesar de que Scott comenzaba a estar cada vez más afectado de parálisis. Es obligado destacar que el peso de la deuda, que obligó al literato a escribir para pagar a sus numerosos acreedores, no mermó en demasía la calidad de sus novelas, que, si bien ya no alcanzarían nunca el esplendor de un Ivanhoe o de un Rob Roy, sí continuaron siendo excelentemente planteadas, resueltas y, naturalmente, con éxito. En 1827 aparecieron los nueve volúmenes de Life of Napoleon Buonaparte, sobre los que Scott llevaba trabajando desde antes del cierre de Constable & Co., en un intento de extender su fuente de creatividad hacia temas más contemporáneos aunque igualmente históricos. La vía del entorno sociocultural de los hombres de religión fue recuperado por Scott también este año, para dar lugar a las fantásticas Chronicles of the canongate ('Crónicas de la canonjía').

Sin embargo, en sus tres últimas novelas sí que se aprecia cierto declive, aunque más achacable a los ataques de apoplejía sufridos entre 1829 y 1830 que a una visión puramente crematística de su labor literaria. Los Tales of a grandfather ('Cuentos de un abuelo'), publicados en 1830, fueron un intento de recuperar el éxito anterior de los Cuentos de mi huésped, sabedor como fue Scott del relativo fracaso de la novela editada en 1828, The fair maid of Perth ('La linda doncella de Perth'). Con las andanzas del Count Robert of Paris ('El conde Roberto de París') y las aventuras en el Castle Dangerous ('El peligroso castillo'), ambas de 1832, se cerró el ciclo iniciado en 1815. Ambas se pueden considerar como el testamento literario de su autor.

Valoración: Scott y la novela histórica

Resulta extraño que sea Walter Scott uno de los principales nombres del romanticismo europeo del siglo XIX cuando, según lo expuesto en líneas anteriores, no cumple ninguno de los clichés típicos de su entorno. Nada que ver la hiriente realidad sentimental de un Larra, por ejemplo, con el felizmente casado y enamorado Scott. Nada que ver la turbulenta vida estudiantil de un Espronceda, o las andanzas heroicas y aventureras de un lord Byron, con el apocado agente administrativo que aprendía de sus contactos con el pueblo las tradiciones con las que aquél estaba más sensibilizado. De igual modo, el tópico del literato bohemio, pobre y de vida miserable poco tiene que ver con el afamado, orgulloso, expensivo y hasta a veces ostentóreo bolsillo de quien conoció las mieles del triunfo en vida.

Las esencias del romanticismo de Scott se halla en su amor por lo pintoresco, por el ocre fulgor de las viejas y gloriosas épocas pretéritas. Su exhaustivo conocimiento del pasado histórico de Europa le sirvió de base para realizar una extraordinaria investigación, por pura curiosidad científica, sobre la cual fundamentó el éxito de sus novelas. Pero, lejos de las atormentadas pasiones, lejos de los terroríficos y violentos paisajes con que sus coetáneos dibujaban ese mismo grado de recuperación del pasado, en Scott siempre hay un guiño hacia lo humorístico, hacia lo grotesco, hacia la risa, y no hacia la lágrima. Las batallas sentimentales, el amor y el desamor, siempre aparecen bajo el aliento del optimismo, nunca de la desesperación. Su capacidad para contar historias que, por su sencillez, parecían reales, apoyado en unos diálogos vivaces y nutridos de ingenio, hicieron el resto, una fórmula de éxito que parece fácil de realizar pero que no ha tenido parangón en la literatura de Occidente desde su época. Ninguna palabra mejor que el epíteto inglés storyteller, sin traducción aproximada al castellano que contenga toda la esencia, para resumir lo que significó Walter Scott en la literatura europea.

La fijación del género

Como se decía al principio, habitualmente se considera a Walter Scott como el novelista que contribuyó a popularizar lo que hoy conocemos como un género literario, la novela histórica. El prurito de erudición del literato escocés fue, verdaderamente, adelantado a su época, más en la línea de un Flaubert que consultaba tratados médicos para realzar la enfermedad de su Madame Bovary que en el camino seguido por la fantasiosa novela gótica coetánea a Scott. Su gran éxito fue el otorgar igual importancia en cualquiera de sus novelas al discurso de un pordiosero, de un vagabundo o de un bufón, que al de un caballero, un rey o un general. En Ivanhoe, por ejemplo, Cedric el sajón comparte gran parte de la trama argumental con los propios protagonistas, Ivanhoe y Malvoisin, y lo mismo cabe decir de dos extraordinarios personajes, como el porquero Gurth o el bufón Wamba. De hecho, su preocupación por los detalles le llevaba a 'adornar' el discurso de estos personajes menores con giros lingüísticos propios de la región (o del estado social) donde se hallaba enmarcado el diálogo. Scott conocía al detalle las costumbres y usos populares de cualquier lugar y época utilizada como marco de sus novelas, por lo que la investigación histórica, pura y dura, fue soberbia y como tal ha de destacarse merecidamente. Su gusto por los paisajes rurales, excelente y minuciosamente descritos, así como la capacidad para resolver complejas tramas argumentales entre los personajes en apenas dos líneas, son otros detalles que, desde Scott, son utilizados de forma fehaciente por cualquier cultivador del género.

No obstante, la mayor agudeza historicista de Walter Scott se halla en la utilización del narrador omnisciente, posición de privilegio y de dominio que, en términos literarios, sirve para agudizar las precisiones de carácter histórico. Así, desde su atalaya de erudición, Scott domina la escena, la dirige hacia el terreno donde se muestra más seguro y proyecta en ella el concepto que desea, siempre con la complicidad de un lector que, en su época, se identificaba bastante bien con la narración; la avalancha de datos que sufre el lector moderno no es sino la prueba fehaciente del dominio narrativo de Scott. De igual modo, el soporte histórico de la novela no es sólo un entramado, un escenario, sino que influye también en la resolución de las historias contadas. El ejemplo más clásico de este concepto es, cómo no, el de la magistral Ivanhoe: cualquier lector, de la época de Scott y de la actual, siempre se preguntará, en términos literarios, por qué razón Ivanhoe no acaba sucumbiendo ante la irresistible pasión amorosa mostrada por la hebrea, Rebeca, y prefiere desvivirse por el corazón de lady Rowena, cuyo amor por el caballero sólo se muestra a cuentagotas, de manera fría y desposeída de cualquier apasionamiento. Scott, gran conocedor de la época medieval, sabía que un cristiano no podía tomar por esposa a una judía sin que alguno de ambos cónyuges se convirtiera a la religión del otro. En tal caso, una hipotética boda entre Ivanhoe y Rebeca destrozaría todo el marco delimitado con anterioridad, con un Ivanhoe peleando en nombre de Dios y la justicia, o una familia hebrea, la de Rebeca, orgullosa de sus costumbres y de su religión. Naturalmente, cabe pensar que cualquiera de los autores contemporáneos que dicen hacer novela histórica tirase por tierra el marco supuestamente histórico en beneficio del final feliz superventas, pero no así Scott: la estética literaria puede ser igual de bella, o incluso más, sin necesidad de cometer errores diacrónicos de bulto.

La novela histórica y la época de Scott

Si en cualquier análisis de un literato hay que calibrar en su justa medida los acontecimientos históricos en que se vio rodeado su devenir histórico, parece que, en el caso de Scott, al tratarse de novelas históricas, sus vivencias cotidianas desprenden gran parte de las claves con que hay que leer sus obras. El literato escocés vivió inmerso en la polémica integración de Escocia en el Reino Unido, proceso iniciado en 1707 con el Act of Union y que levantó en el territorio norteño las sucesivas rebeliones jacobitas de mediados de siglo, rebeliones que sirvieron de base a Scott para sus novelas. Si bien no los vivió personalmente, sí es Scott un clarísimo exponente de cómo continuaban vigentes esos mismos cambios un siglo más tarde de su puesta en marcha, cómo convivían el proverbial respeto escocés por sus más vetustas tradiciones y el nuevo futuro, industrializado, próspero y moderno, que se abría con la integración en Gran Bretaña.

De hecho, sus novelas responden a esta compleja dicotomía. Fue el propio Scott quien, en su afán por documentar las tradiciones, leyendas y poemas medievales y modernos, mantuvo viva la llama de la férrea Escocia, que vestía con kilt, era jacobita y fundamentaba en el honor y el respeto sus códigos de conducta. Pero, al mismo tiempo, los personajes heroicos convivían en sus narraciones con juristas, trabajadores, mercaderes y granjeros, todos ellos protagonistas de los hechos pasados pero, fundamentalmente, de los hechos futuros. Sí existe en las novelas, sobre todo en la serie Waverley, una amarga queja de la pérdida de identidad nacional escocesa, pero de nuevo Scott recurría al optimismo para mostrar al pueblo, a esos medianos y pobres personajes de sus novelas con quien se identificaban sus lectores, que ellos eran los protagonistas del futuro, un futuro que sería mucho más próspero cuanto más alejados estuvieran los escoceses de luchas dinásticas jacobitas, que pertenecían al pasado. En el caso de Ivanhoe, gran parte del éxito de la novela entre sus contemporáneos se debió a la total identificación entre los protagonistas del conflicto literario, sajones y normandos, con los escoceses y los ingleses. El conflicto existe, y existía en la época, pero no por la pugna entre ambos pueblos sino por la ausencia de paz y de justicia. Por ello, en Ivanhoe, cuando regresa el rey Ricardo, se implanta el bienestar, la armonía, la justicia, aspectos que no distinguen entre sajones (escoceses) y normandos (ingleses), sino que los consideran a todos británicos, ese Reino Unido con un futuro apasionante para el novelista escocés. Si siempre se ha destacado que la literatura de los hermanos Grimm prestó un inmejorable favor a la causa de la unidad alemana en el siglo XIX, por mostrar a todos los germanos que, con independencia del principado o estado en que vivían, todos participaban de una misma tradición, el mismo carácter hay que observar en las novelas de Walter Scott con respecto a la integración escocesa en Gran Bretaña, anticipando un cierto "nacionalismo cultural", exento de violencia pero orgulloso de su carácter distintivo, que es un caso único en la política europea, como es el nunca bien ponderado nacionalismo escocés.

El legado de Walter Scott

Como es lógico pensar, las reediciones de las obras de Scott continuaron a buen ritmo durante los siglos XIX y XX, centuria ésta que incluso vio cómo se editaban sus Memorias de viajes (1920), compuesto por varias notas tomadas por el novelista escocés durante sus múltiples estancias en el continente, sobre todo en Italia y en Grecia. Pueden verse reminiscencias de las técnicas de la novela histórica propugnada por Scott, si bien tamizadas por la estética del realismo, en los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, así como en muchas otras epopeyas noveladas de la decimonona centuria. En la península ibérica, los casos más evidentes de influencia scottiana son los del sevillano Manuel Fernández y González, y su Doncel de don Pedro de Castilla (1838), y el del lisboeta Herculano de Carvalho, con su O monge de Cister (1848), sin olvidar toda la producción novelesca de Francisco Navarro Villoslada, en especial su Amaya (1879), o el innegable apego al neomedievalismo de Scott que se vislumbra en las obras del portugués Da Silva Leitao y, ya fuera del entorno ibérico, en las del suizo Heinrich Zschokke. Al otro lado del Atlántico, el norteamericano James Fenimore Cooper, que conoció a Scott durante un viaje a Europa, adaptó los temas del escocés para sus novelas sobre los indios americanos, como en El último mohicano (1826). De hecho, en la resurrección de la novela histórica como género, planteada a partir de 1970 por autores como Marguerite Yourcenar, Amin Malouf o Umberto Eco, todos los ingredientes manejados hábilmente por Scott continuaron siendo efectivos, en especial la inherente documentación histórica y el recurso a frases, expresiones y modos de hablar propios de la época y de la estratificación social del personaje.

Las novelas de Scott, convenientemente adaptadas, se escenificaron en los teatros de medio mundo desde el propio siglo XIX. También la ópera se vio tentada de ambientar musicalmente sus creaciones, entre las que hay que destacar la adaptación de Ivanhoe en los umbrales del siglo XX, a cargo del compositor inglés Arthur Sullivan, o la de Quintin Durward, realizada por el compositor francés Gevaert en 1930. Por último, también cabe señalar a Walter Scott como uno de los grandes guionistas que el Séptimo Arte, el cine, tuvo durante sus primeros cien años de historia, en el transcurso del siglo XX. La existencia de una trama perfecta en las novelas de Scott, así como los innumerables componentes efectistas para el espectro visual desprendidos de sus narraciones, fueron factores que redujeron considerablemente el trabajo de adaptación para que muchas de sus novelas fueran llevadas al cine. El memorable y oscarizado Ivanhoe dirigido por Richard Thorpe (1950), con Robert Taylor en el papel protagonista, contiene la escena de torneos medievales más brillantemente lograda de la historia del cine, reproduciendo con asombrosa fidelidad el ambiente cortesano descrito por Scott, de tal forma que es prácticamente imposible hablar de torneos medievales sin que la memoria colectiva recurra a esas imágenes. El propio Robert Taylor volvió a reencarnar, cinco años más tarde, al héroe diseñado por la pluma de Walter Scott en Las aventuras de Quintin Durward. Su novela Rob Roy ha sido llevada al cine tres veces, la primera de ellas en 1922, la segunda en 1953, por la factoría Disney, y la versión más lograda y conocida, en 1995, con un fenomenal Liam Neeson interpretando todas las virtudes y defectos, todas las contradiciones, de la Escocia dibujada por Walter Scott.

Bibliografía

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  • LUKÁCS, G.- La novela histórica. (México, Era: 1966).

Enlaces de Internet

http://www.tartans.com/articles/famscots/walterscott.html; Biografía de Walter Scott y listado de sus principales novelas (en inglés).
http://www.lucidcafe.com/lucidcafe/library/95aug/scott.html; Breve biografía del autor, con enlaces hacia varias de sus novelas en línea y fuentes sobre su vida (en inglés).

OPR

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez