A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
HistoriaLiteraturaBiografía

González de Mendoza, Pedro [biznieto] (1428-1495).

Eclesiástico español, conocido como el Gran Cardenal Mendoza, nacido en Guadalajara, en el palacio de los Mendoza, el 3 de mayo de 1428 y muerto en Guadalajara el 11 de enero de 1495. Era el quinto hijo del marqués de Santillana y de Catalina Suárez de Figueroa. Fue uno de los principales consejeros de los Reyes Católicos.

Debido a las peculiaridades de los apellidos en la Castilla medieval, los cuales no seguían las mismas reglas que en la actualidad, es preciso hacer una aclaración. En el seno de la familia Mendoza, uno de los linajes nobiliarios más antiguos de España, es fácil confundir a algunos de sus miembros debido a las coincidencias entre nombres y apellidos. En nuestro caso, hay que distinguir entre Pedro González de Medoza, el de Aljubarrota (poeta y militar que falleció en la batalla de Aljubarrota); Pedro González de Mendoza, conocido como el Gran Cardenal Mendoza (biznieto del anterior, eclesiástico y consejero de los Reyes Católicos); y Pedro González de Mendoza (también eclesiástico, llevaba el nombre en honor del Gran Cardenal, fue preceptor de Felipe II).

La figura del Gran Cardenal Mendoza fue una de las encarnaciones del Renacimiento en España: hombre culto y poderoso, que sabe latín y lee a los clásicos, interesado en el arte, que incluso practica en alguna de sus manifestaciones; mecenas de artistas y pensadores... Pedro González de Mendoza fue un poderoso aristócrata que encabezaba a la más influyente de las familias nobiliarias de la Castilla bajomedieval, un político hábil que mueve los hilos del reino castellano en uno de los momentos más interesantes del medievo; pero al mismo tiempo fue un típico representante de la Iglesia de su tiempo, eclesiástico que acapara todo tipo de títulos y prebendas, que incumple los votos eclesiásticos (tuvo tres hijos de dos mujeres distintas), pero que al mismo tiempo reivindica una transformación y mejora de la Iglesia. A estas dos facetas se une la de guerrero, en efecto, el Cardenal Mendoza fue un general brillante que ocupó un papel destacado en la última guerra granadina. Como mecenas de las artes subvenciono obras arquitectónicas y urbanísticas que introdujeron los cánones renacentistas en España; fue coleccionista de pinturas y armas. Introdujo maneras cortesanas típicamente italianas hicieron de la corte de los Reyes Católicos una corte renacentista.

La figura de Pedro González de Mendoza no puede ser comprendida sin tener en cuenta la complejidad de la época en la que vivió y sin conocer la familia que dirigió. Los Mendoza eran un linaje muy cohesionado que había ido acumulando poder durante siglos y que, en tiempos del Cardenal Mendoza, eran una de las primeras familias nobiliarias de Castilla. La importancia de los Mendoza, así como su peculiar interés por las artes, se traslucía en su esplendorosa corte de Guadalajara, importante núcleo cultural de Castilla. La magnificencia de la corte guadalajareña atrajo a un gran número de nobles menores que acabaron conformando una extensa clientela, base del poder de los Mendoza.

Infancia y educación

Pedro González de Mendoza nació en el seno de una de las familias más poderosas e influyentes de la Castilla medieval: su padre, el marqués de Santillana fue, además de uno de los grandes literatos castellanos del Medievo, una de las personas más influyentes de la política de la primera mitad del siglo XV; su madre, Catalina Suárez de Figueroa, era hija de Lorenzo Suárez, maestre de la Orden de Santiago. Dada su posición, era el quinto hijo del matrimonio, Pedro fue destinado a la carrera eclesiástica (sus cuatro hermanos mayores se convirtieron, en orden de nacimiento, en el primer duque del Infantado: Diego; el primer conde de Tendilla: Íñigo López; conde de Coruña: Lorenzo Suárez; y, por matrimonio con Inés Carrillo, señor de Mondejar: Pero Lasso). A los doce años fue designado arcipreste de Hita y logró el arcedianato de Guadalajara; en 1442 fue enviado a Toledo para que se educase junto a su tío, el arzobispo Guitierre Álvarez de Toledo. En Toledo aprendió Retórica, Historia y Latín. Regresó a Guadalajara en 1445, tras la muerte de su tío. Al año siguiente se marchó a Salamanca para continuar sus estudios en la Univesidad. En 1452 se doctoró en Derecho Civil y en Derecho Elcesiástico. Al terminar sus estudios regresó a Guadalajara, donde pasó una temporada junto a su familia y, posteriormente, ingresó como capellán en la corte de Juan II, con lo que inició su carrera política.

En 1454 obtuvo su primer obispado, lo que afianzó su fulgurante ascenso en la jerarquía eclesiástica, no obstante, Pedro González de Mendoza siempre se mostró más interesado por la vida cortesana y la política que por los asuntos de la Iglesia; por ello, al año siguiente de ser nombrado obispo abandonó su sede y regresó a la corte. Desde ese momento, a pesar de su imparable ascenso dentro de la estructura eclesiástica, Pedro se convirtió en una de las figuras más importantes de las cortes de Enrique IV y los Reyes Católicos.

Pedro González de Mendoza: el cortesano y el eclesiástico

Uno de los grandes estudiosos de los Mendoza fue el cronista Francisco Layna (op. cit.) quién describió así al Cardenal Mendoza:

Fue don Pedro González de Mendoza de estatura mediana, más bien delgado pero de fuerte complexión, pues harto mostró su resistencia corporal en la ajetreada vida que llevara años y más años cabalgando continuadamente de una a otra parte del reino; proporcionada disposición de los miembros, gentil presencia y airoso talle... era su rostro de muy buenas formas, gracioso, apacible y muy bien puesto; pelo castaño tirando a negro, suave y no muy abundoso que pronto dejó yerma la mayor parte del cráneo, haciendo así más espaciosa la ya ancha y bien curvada frente limitada por noble entrecejo cobijador de ojos grandes y expresivos cuya mirada afectuosa y acogedora solía tornarse altiva e hiriente cuando la cólera podía más que el freno de la voluntad; la nariz de fino diseño, algo aguileña; a la boca pequeña, bien delineada, con labios carnosos y sensuales, dábala extraordinaria expresión la sonrisa leve, casi imperceptible pero constante, sonrisa amable casi siempre mas en ocasiones enigmática o burlona concertándose con la mirada y la palabra cuya suave modulación daba singular encanto a la charla del cardenal.

El inicio de su carrera política en la corte de Juan II

En 1452, con apenas veinticuatro años, Pedro González de Mendoza entró a engrosar la corte de Juan II. En esto tuvo mucho que ver su poderosa familia, pero también influyó el talento del joven eclesiástico. Pedro González de Mendoza logró pronto el favor del rey gracias a su inteligencia, cultura y cuidada educación. Un comentario de la época lo expresa así: (...) quería y amaba con grande estremo a don Pedro González de Mendoza, y este, al soberano, e començó a seruir en la capilla real.

El 3 de junio de 1453 se produjo un hecho que impresionó enormemente a Pedro González de Mendoza: el ajusticiamiento público del privado Álvaro de Luna, antaño el hombre más poderoso del reino. Apenas un año más tarde, el 21 de julio de 1454, falleció en Valladolid Juan II, lo que dejó, momentáneamente, a Pedro González sin protector. No obstante, un mes antes de su muerte el rey había solicitado la concesión del obispado de Calahorra y Santo Domingo de la Calzada para Pedro González de Mendoza. De esta manera, a los 26 años de edad, el joven Mendoza se convertía en obispo.

Pese a que su permanencia en la corte de Juan II fue breve no cabe duda de que supo sacarle provecho: en apenas dos años de estancia supo hacerse con el favor del rey y lograr que éste le propusiera para un obispado. De igual manera, Pedro González de Mendoza aprovechó este primer contacto con la realeza para hacer importantes amistades que le servirán en su larga vida política.

Su carrera política durante el reinado de Enrique IV

Tras la muerte de Juan II se trasladó a Segovia para prestar juramento al nuevo rey, Enrique IV. Mientras estaba en Segovia llegó la bula papal que le nombraba obispo de Calahorra y Santo Domingo de la Calzada, por lo que tuvo que abandonar la corte y encaminarse a sus nuevos dominios. Unos meses más tarde, con motivo de la visita del rey a Guadalajara, Pedro González de Mendoza se dirigió a su ciudad natal para dar la bienvenida a Enrique IV.

El ascenso político de Pedro González de Mendoza se produjo en una época convulsa marcada por los enfrentamientos entre los nobles y por la debilidad de unos reyes, sobre todo en el caso de Enrique IV, en manos de sus privados.

Los últimos años del reinado de Juan II estuvieron marcados por la caída en desgracia del condestable Álvaro de Luna, el personaje que había marcado gran parte de la época. El marqués de Santillana tuvo un destacado papel en la muerte del condestable (3 de julio de 1453), pero el gran beneficiario de ella fue el intrigante marqués de Villena. El 21 de julio de 1454 Juan II falleció y subió al trono Enrique IV. El marqués de Santillana no sacó partido de la muerte de Álvaro de Luna debido a que su avanzada edad, y una serie de desgracias familiares como la muerte de su esposa, le hicieron retirarse de la política en 1455.

La influencia del marqués de Villena sobre Enrique IV era absoluta, como lo demuestra que fuera el marqués el que concertó el matrimonio del rey con la princesa Juana de Portugal. Esta maniobra provocó el rechazo de la nobleza castellana, encabezada por los Mendoza, y evidenció quien era el consejero que gozaba de mayor poder sobre el rey. El marqués de Villena, temeroso de seguir los pasos de Álvaro de Luna, trató de calmar los ánimos de los nobles mediante una campaña militar contra el reino de Granada, acontecida entre los años 1454 y 1456. No obstante, el absoluto desinterés de Enrique IV por la campaña y el nepotismo del poderoso tío del marqués de Villena: el arzobispo de Toledo, Alonso Carrilloque había quedado como regente del reino; provocaron que la campaña se suspendiera y los nobles regresaran a Castilla más preocupados que nunca por la primacía del marqués de Villena.

En los años siguientes el marqués de Villena provocó un serie enfrentamiento con Juan de Guzmán, duque de Medinasidonia, y con Miguel Lucas de Iranzo. El enfrentamiento con el duque de Medinasidonia no fue más que un nuevo capítulo de la lucha entre la alta nobleza y el privado del rey. Sin embargo, el enfrentamiento con Miguel Lucas de Iranzo tuvo consecuencias más importantes. Si en un principio pareció que Iranzo había vencido, fue nombrado condestable de Castilla, la verdad es que el nuevo cargo provocó el alejamiento de éste de la corte y por tanto la desaparición de un peligroso rival.

En 1456 Pedro González de Mendoza, completamente inmerso en la vida cortesana, se trasladó a Palencia con la corte para concertar el matrimonio de su sobrina, Beatriz de Ribera, con Beltrán de la Cueva, uno de los más importantes consejeros de Enrique IV, que pretendía así emparentar con una de las familias más importantes de Castilla. No obstante, el ascenso social de miembros de la nobleza menor como Lucas de Iranzo y el propio Beltrán de la Cueva, unido al nepotismo demostrado por el marqués de Villena y el arzobispo Carrillo, acabaron con la paciencia de la alta nobleza castellana; de echo, los Mendoza sólo accedieron a la unión entre Beatriz y Beltrán de la Cueva por las presiones del rey en persona. Pese a todo, la rotunda negativa de la madre de Beatriz (María de Mendoza) acabó por arruinar el matrimonio, que nunca llegó a celebrarse. El marqués de Villena intentó aplacar el creciente malestar de los grandes nobles por medio de un pacto en el que se repartían el poder.

En 1458 la figura de Pedro González de Mendoza, que ya tenía una indudable importancia en la corte de Enrique IV, se vio reforzada debido a la muerte de su padre (25 de marzo de 1458). El heredero legítimo del Marqués de Santillana era su primogénito, Diego Hurtado de Mendoza, el iniciador de la Casa del Infantado; no obstante, las malas relaciones entre el primer duque del Infantado y Enrique IV motivaron que Pedro González de Mendoza se convirtiera en el garante de los intereses familiares ante la corte. A pesar de que Enrique IV tenía cierta estima hacia Pedro González de Mendoza, era mayor el odio que éste tenía hacia el nuevo jefe de la familia, por lo que los años finales de la década de 1450 estuvieron marcados por el enfriamiento de las relaciones. En 1459 estalló la tensa situación y se desató el enfrentamiento esperado por los grandes nobles de Castilla entre el marqués de Villena y los Mendoza. El marqués de Villena pretendió hacerse con el rico patrimonio territorial acumulado por Álvaro de Luna, para lo que era necesaria una alianza matrimonial entre el primogénito del marqués, Diego López Pacheco, y María de Luna, hija y heredera de Álvaro de Luna. Juana de Pimentel, la viuda de Álvaro de Luna, se negó a las pretensiones del marqués de Villena y concertó el matrimonio de su hija con Íñigo López de Mendoza, primogénito de Diego Hurtado de Mendoza. El enfrentamiento entre el marqués de Villena y la principal casa nobiliaria de Castilla acabó por desestabilizar el frágil equilibrio del gobierno castellano. Ese mismo año el conflicto llegó a las armas cuando el marqués invadió los territorios alcarreños de los Mendoza y las tropas reales tomaron por sorpresa Guadalajara. Los Mendoza en pleno, incluido Pedro González, tuvieron que refugiarse en Hita. Para complicar aún más la situación, surgió una liga nobiliaria, auspiciada por Juan II de Aragón y encabezada por los Mendoza; en contra del marqués, cuya situación se volvió insostenible. Sólo su tremenda habilidad política logró mantenerle en el poder algo más de tiempo. El estallido de la guerra en Navarra, instigada por el propio marqués, obró el milagro de unir a los nobles castellanos, incluidos los Mendoza, en una empresa común. Finalmente, los Mendoza alcanzaron un acuerdo y recuperaron Guadalajara en 1460; para sellar dicho acuerdo Pedro González de Mendoza consintió en casar a su sobrina Mencía de Mendoza y Luna (hija de su hermana Mencía de Mendoza) con Beltrán de la Cueva. La boda tuvo lugar en 1462 en Guadalajara, en medio de grandes festejos. Enrique IV, para compensar a los Mendoza por el favor hecho a su privado, concedió a Guadalajara el título de ciudad. En la reconciliación tuvo mucho que ver la labor de Pedro González de Mendoza ya que éste era el único miembro de la familia al que el rey respetaba.

El fin de la guerra en Navarra coincidió con el nacimiento en Madrid de la infanta y heredera Juana, conocida como la Beltraneja por la supuesta infidelidad de la reina con Beltran de la Cueva. Poco tiempo después Enrique IV concedió el título de conde de Ledesma a Beltrán de la Cueva, enemigo declarado del marqués de Villena y que acababa de contraer matrimonio con Mencía de Mendoza y Luna (hija de Mencía de Mendoza y sobrina de Pedro González de Mendoza). Poco después, Enrique IV le concedió a Beltrán de la Cueva el maestrazgo de la Orden de Santiago, lo que acabó de encender los ánimos de la nobleza. El intrigante marqués inició entonces una serie de conspiraciones nobiliarias en las que incluso traicionó al rey y pactó con el monarca francés Luis XI. Descubierto por el rey fue destituido de sus cargos y sustituido por Beltrán de la Cueva, éste junto con Pedro González de Mendoza, auténtica cabeza de la familia, ingresaron en el Consejo Real y se hicieron rápidamente con su control. A partir de ese momento el marqués de Villena de ocupó de crear una gran conjura contra Enrique IV que tenía como objetivo que éste reconociera como heredero a su joven hermano Alfonso (sobre el que tenía una gran influencia), en perjuicio de su hija Juana. La conspiración dividió a la nobleza ya que los Mendoza en pleno apoyaron a Juana. Los Mendoza se convirtieron en ese momento en los más firmes defensores de Enrique IV.

Mientras en el terreno político Pedro González de Mendoza trataba por todos los medios de asegurar la preeminencia de su familia y acrecentar el poder de esta en Castilla, en el terreno personal vivía una época de grandes pasiones. Profundamente enamorado de la dama Mencía de Lemos (posiblemente de origen portugués), el eclesiástico vivió en los primeros años de la década de 1460 un apasionado romance, fruto del cual nació su primogénito: Rodrigo Díaz de Viva y Mendoza. En 1468 nació el segundo hijo de la pareja: Diego Hurtado de Mendoza.

El 4 de diciembre de 1464 Enrique IV reconoció a Alfonso el Inocente como su heredero y le concedió el Principado de Asturias. Los Mendoza contraatacaron y derrotaron a los alfonsinos en Arévalo, pero el marqués de Villena logró huir con el joven Alfonso hasta Ávila. Allí, el 5 de junio de 1465, se produjo la famosa Farsa de Ávila, la deposición fingida de Enrique IV. A partir de ese momento el rey volvió a apoyarse en los Mendoza, que se convirtieron en sus más fieles servidores. Estos, a cambio, recibieron las tercias de Guadalajara, en pago a sus muchos servicios.

Dos años más tarde las tropas de ambos soberanos se enfrentaron en la segunda batalla de Olmedo, la consecuencia más importante de este enfrentamiento fue que la infanta Juana quedó como rehén de los Mendoza a cambio de la participación de estos en el conflicto. Los Mendoza no confiaban en la palabra de Enrique IV, lo que es muy significativo para entender el complicado juego de alianzas de la época, por lo que exigieron un rehén a cambio de su ayuda y, como después de la batalla consideraron que el rey había faltado a su palabra, retuvieron a la infante durante los años siguientes. La guerra civil encubierta acabó en 1468 con la muerte, repentina, de Alfonso el Inocente. Pudiera parecer que la facción de Beltrán de la Cueva y los Mendoza había salido victoriosa, pero no era así. La batalla había provocado un tremendo descrédito en la persona de la infanta Juana a la que ya casi toda la nobleza veía como hija ilegítima de la reina. Sólo los Mendoza continuaban apoyando su legitimidad dinástica. De esta forma, tras la muerte de Alfonso el Inocente, los nobles conjurados continuaron con su rechazo a Juana, esta vez cogiendo como bandera a la infanta Isabel. Tras una larga serie de intrigas y tensiones entre ambos partidos finalmente se impusieron los partidarios de la infanta Isabel y el 19 de septiembre de 1468 se firmó el Pacto de los Toros de Guisando por el que Enrique IV reconocía a Isabel como su legítima heredera.

Mientras tanto, por indicación real, Pedro González de Mendoza había procedido a la fortificación de los castillos que la familia Mendoza poseía en la frontera con Aragón, para evitar así una posible invasión por parte del príncipe Fernando e incluso para evitar que éste entrara en Castilla. No obstante, Fernando de Aragón logró sortear las defensas de los Mendoza y entró en Castilla decidido a casarse con la princesa Isabel.

La boda entre la princesa Isabel y su primo Fernando (19 de octubre de 1469) sin el consentimiento de Enrique IV, provocó que éste diera por roto el pacto, volviera a reconocer la legitimidad de la infanta Juana y comenzase de nuevo la guerra civil. No obstante, en esta ocasión la princesa Isabel contó con el apoyo de buena parte de la nobleza castellana y, a partir de 1473, con los poderosos Mendoza, por lo que en diciembre de 1473 se produjo la reconciliación entre los hermanos. El cambio de bando de Pedro González de Mendoza en este segundo enfrentamiento tuvo un valor decisivo ya que dejó a Enrique IV, y sobre todo a Juana la Beltraneja, sin uno de sus aliados más poderosos. Mucho se ha especulado sobre el motivo que llevó a los Mendoza a defender la causa de la princesa Isabel y posiblemente no haya una única causa. Desde el Pacto de los Toros de Guisando la posición de Juana la Beltraneja era insostenible ya que su propio padre había puesto en duda la legitimidad de sus derechos. Esto provocó que cuando el Pacto se rompió en 1469 los apoyos de la princesa Juana fueran tan escasos como sus posibilidades de éxito. Por otro lado, parece lógico que Isabel y Fernando ofrecieron a Pedro González de Mendoza grandes ventajas para que se uniera a su bando. A los intereses políticos y económicos Pedro González de Mendoza unía los intereses de familia ya que Fernando de Aragón era tataranieto de Pedro González de Mendoza, el de Aljubarrota. En el cambio de bando de los Mendoza parece ser que también jugó un importante papel la intercesión en favor de Fernando e Isabel realizada por el cardenal Rodrigo Borgia, el cual también tuvo un destacado papel en la concesión del cardenalato a Pedro González de Mendoza.

De una u otra forma es indudable que el cambio de bando de Pedro González de Mendoza no pudo ser más oportuno ya que Isabel acabaría consiguiendo el trono. El 11 de diciembre de 1474 Enrique IV falleció en Madrid, sin un sólo aliado y puede que envenenado. Pedro González de Mendoza fue designado como su albacea testamentario y, en referencia a la princesa Juana, el rey ordenó antes de morir que: se hiziesse de doña Ioana lo que él ordenasse. A pesar del abandono final de la causa de la princesa Juana por parte de Pedro González de Mendoza, éste no olvidó su lealtad hacia el rey Enrique IV, de hecho si el rey fue enterrado honoríficamente lo fue gracias a la intervención de los Mendoza.

La carrera eclesiástica

En un período tan convulso como el que acabamos de describir Pedro González de Mendoza supo maniobrar con la agilidad suficiente como para ir ganando poder y aumentar el peso político de su familia, nada desdeñable desde los tiempos del marqués de Santillana. A la par que aumentaba su influencia política, casi siempre en función de la fuerza de las armas de la familia Mendoza, se desarrollaba su carrera en el seno de la Iglesia. Así en 1467 recibió el rico obispado de Sigüenza, cargo al que añadió, dos años más tarde, el abad de San Zoilo en Carrión de los Condes.

Escudo de Don Pedro González de Mendoza, Gran Cardenal de España. Coro de la catedral de Sigüenza.

En 1472 Sixto IV envió al cardenal Rodrigo Borgia para que mediara en el conflicto que enfrentaba a Enrique IV con su hermana Isabel. Pedro González de Mendoza fue encargado por Enrique IV de darle la Bienvenida al legado papal, para lo que se desplazó hasta Valencia. Los dos eclesiásticos hicieron una rápida amistad durante el tiempo que el cardenal Borgia residió en el palacio Mendoza de Guadalajara. Probablemente fuera entonces cuando Pedro González adquirió su gusto por las nuevas corrientes artísticas del Renacimiento.

El cardenal Borgia instó a Sixto IV para que nombrara cardenal a Pedro González, el cual además contaba con el apoyo de Enrique IV. De este modo, en 1473, aún bajo el reinado de Enrique IV, fue nombrado cardenal de la Santa Cruz. La urgencia política del momento llevó a Enrique IV a instar al flamante cardenal Mendoza a que se intitulase Cardenal de España, título que acabó convirtiéndose en el de Gran Cardenal de España, como sería conocido desde entonces. Enrique IV le nombró además canciller de Castilla y Toledo, ya que el condestable Miguel Lucas de Iranzo había muerto. A finales de ese mismo año el rey promovió su candidatura como arzobispo de Sevilla, cargo que se le concedería durante el reinado de los Reyes Católicos. En 1478 se hizo con el cargo de abad de Valladolid y fue designado obispo perpetuo de Osma. Pero sin duda la cima de su carrera eclesiástica llegó en 1482 cuando fue designado arzobispo de Toledo, primado de España, y patriarca de Alejandría; estos importantes cargos le hicieron renunciar a todos los demás, salvo al obispado de Sigüenza por el que sentía un especial apego. A lo largo de la Edad Media había un sólo cardenal para toda España que tenía bajo su jurisdicción a todos los religiosos del país. Este título tenía, por lo tanto, una gran importancia y situaba a su poseedor en un puesto comparable al de los propios reyes. El Cardenal de España mantenía su propia basílica en Roma, gracias a las inmensas rentas que recibía.

La carrera eclesiástica de Pedro González de Mendoza fue más allá de los Pirineos cuando el rey Luis XI de Francia le concedió la abadía normanda de Frecamp, en 1478, como muestra de agradecimiento por su reciente mediación para evitar el conflicto armado con Aragón por el Rosellón.

Al servicio de los Reyes Católicos

Pedro González de Mendoza, como cabeza de la familia, fue el responsable de que el poderoso linaje castellano apoyara la legitimidad de Isabel y Fernando cuando se produjo la ruptura última con Enrique IV. Desde ese momento la fidelidad del dirigente de la familia Mendoza, y por tanto de todos sus miembros, estuvo de parte de los futuros Reyes Católicos, los cuales supieron recompensar a su poderoso aliado. Rápidamente Pedro González de Mendoza se convirtió en uno de los principales consejeros de la joven pareja y, gracias a la fuerza de los Mendoza, en uno de sus principales valedores. El 2 de enero de 1475, cuando Fernando de Aragón fue jurado como rey de Castilla en Segovia estaban presentes tanto su esposa Isabel como el poderoso Cardenal Mendoza. En la trascendental batalla de Toro de 1476, en la que fueron definitivamente derrotados los partidarios de la Beltraneja, la participación de las mesnadas de los Mendoza fue decisiva. En reconocimiento a esta intervención, dos meses después de la batalla, la reina legitimó a los hijos de Pedro González de Mendoza y Mencía de Lemos.

Pedro González de Mendoza fue para los Reyes Católicos uno de sus consejeros más importantes y valiosos, hasta el punto de que en ocasiones sus enemigos le acusaron de gobernar en la sombra y de tener a los reyes completamente sometidos.

A lo largo del reinado de los Reyes Católicos Pedro González de Mendoza tuvo un destacado papel en momentos de gran trascendencia como la creación de la Inquisición, la expulsión de los judios (punto en el que siempre se mostró dispuesto a llegar a un acuerdo que evitara la expulsión) o los viajes colombinos. En este último episodio su papel fue fundamental ya que fue él quien presentó a Colón ante los Reyes Católicos. Alonso de Quintanilla le presentó a Colón y él lo introdujo en la corte dándole su protección y asegurándose de que no llevara su proyecto a otros reinos. Fue el protector y patrocinado de Francisco Jiménez de Cisneros en la corte de los Reyes Católicos, al que introdujo para suplir a Hernando de Talavera como confesor de la reina Isabel. Como consejero de los Reyes Católicos contribuyó a la pacificación del reino y al sometimiento de la nobleza, sobre todo en lo referente a las órdenes militares. Hasta tal punto llegó su influencia que en ocasiones fue llamado el tercer Rey de España.

El 1 de julio de 1482 falleció Alfonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo. Parece ser que fue el propio Carrillo quien eligió a Pedro González de Mendoza como su sucesor al frente de la diócesis primada. El 13 de noviembre de ese mismo año se produjo el anuncio oficial. El arzobispado de Toledo era el cargo más alto al que se podía acceder en el clero hispano, por lo que el Cardenal Mendoza renunció en ese momento al resto de sus cargos y prebendas eclesiásticas, a excepción del obispado de Sigüenza. Pese a la importancia del cargo, Pedro González de Mendoza tardó dos años en presentarse en la sede toledana para tomar posesión del mismo. Un hecho significativo del aprecio que los reyes tenían por el cardenal se produjo en la toma de posesión del arzobispado de Toledo, cuando la propia reina Isabel entró en Toledo al lado del Cardenal Mendoza.

El Cardenal Mendoza tuvo un papel importante en la Guerra de Granada. Desde 1485 Pedro González de Mendoza se comprometió en la aventura granadina de los Reyes Católicos y su actividad fue febril. Por un lado, como cabeza de su poderosa familia, lideró los esfuerzos de los Mendoza por tomar Granada; por otro, como uno de los principales nobles del reino, comandó sus propias fuerzas en numerosos combates. A instancias del Cardenal, los Mendoza en pleno acudieron a la llamada de los Reyes Católicos, especialmente significativos fueron los ejércitos enviados por el duque del infantado y el conde de Tendilla (uno de los delegados castellanos que negociaron la rendición de Boabdil a partir de octubre de 1491); pero no sólo acudió la familia Mendoza, también se presentaron multitud de caballeros de Guadalajara como Martín Vázquez de Arce, el famoso Doncel de Sigüenza. Pese a ello, fueron las tropas reunidas por Pedro González de Mendoza las que más destacaron en la guerra granadina.

En 1485, al inicio del conflicto, el Cardenal Mendoza se encontraba en Córdoba junto con el rey Fernando. Dos años más tarde participó en la toma de Málaga. Cuando en 1492 se produjo la toma definitiva de Granada el Cardenal Mendoza se encontraba entre los primeros caballeros que entraron en la ciudad. Tanto por sus servicios como por la alta dignidad eclesiástica que poseía, el Cardenal fue el encargado de bendecir el reino granadino en cuanto se produjo la conquista.

En el último gran acontecimiento de este apasionante reinado: el descubrimiento de América, Pedro González de Mendoza también tuvo un papel. El grupo homogéneo que formaban los Mendoza, dirigidos siempre por el Cardenal, fueron los mejores valedores del proyecto colombino ante la corte. Luis de la Cerda, duque de Medinaceli y sobrino del Cardenal, fue desde la primavera de 1490 el protector de Cristóbal Colón, al cual incluso alojó en su palacio, y uno de los que más lucharon para que el navegante no abandonara Castilla.

El humanista

Sin llegar a la altura de su padre, el Gran Cardenal Mendoza fue un hombre culto que mantuvo contacto con los mejores humanistas (véase humanismo en España) de su época y que participó activamente en la vida cultural del momento. En realidad, de no haber sido por la inmensa sombra del marqués de Santillana, el Gran Cardenal Mendoza ocuparía un lugar mucho más relevante en la historia cultural española. Gracias a su mecenazgo el Renacimiento atravesó los Pirineos y se asentó en Castilla.

Mantuvo una gran biblioteca, una de las mayores de su época, en la que se encontraban algunas de las mejores obras de la época y escribió algunos poemas, aunque no especialmente destacables. Realizó una traducción de la Ilíada a petición de su padre, traducción parcial que tomó como base la versión latina de Pier Cándido Decembrio. Fue uno de los mayores mecenas artísticos de su época y se le considera como una pieza clave en la introducción del renacimiento arquitectónico italiano en España, máxime cuando el estilo preponderante en la corte de los Reyes Católicos fue el gótico hispano-flamenco (véase: Arte gótico) En 1479 fundó el Colegio de Santa Cruz de Valladolid, cuyo edificio fue construido por Lorenzo Vázquez, arquitecto predilecto del Cardenal Mendoza; también construyó el Hospital de Santa Cruz de Toledo (o mejor dicho, inició los preparativos ya que el hospital se empezó a construir en 1503, ocho años después de la muerte del Cardenal). Pero, sin lugar a dudas, donde más influyó su gusto renacentista fue en Guadalajara, donde levantó su magnífico palacio. El Gran Cardenal centralizó sus actividades y las de los Mendoza en la ciudad, que se convirtió así en uno de los principales núcleos de España; no obstante, fracasó en el intento de convertir a Guadalajara en el centro de la Iglesia española, primacía que continuó establecida en Toledo; y fue vano el intento de fijar en Guadalajara algún órgano político. Pese a ello, en Guadalajara y su comarca se levantaron grandes palacios, castillos, nuevas iglesias, monasterios, jardines renacentistas; se almacenaron colecciones de arte y de joyas; se celebraron fiestas suntuosas...

Pedro González de Mendoza ordenó levantar gran número de edificios por toda Castilla, siempre bajo los cánones del renacimiento arquitectónico. Por citar algunos ejemplos además de los ya mencionados: construyó la portada principal y la sacristía de la catedral de Burgo de Osma; realizó numerosas obras tanto en el palacio arzobispal como en la catedral de Toledo (donde destaca especialmente su sepulcro renacentista); reformó el palacio episcopal de Alcalá de Henares; en Sevilla intervino en las obras de numerosas iglesias, incluida la propia catedral. Su labor mecenística no se limitó a España, ya que como arzobispo de Toledo también le correspondía el mantenimiento de un templo en Roma. No obstante, la mayor labor arquitectónica la realizó en Guadalajara, algunos ejemplos serían: su propio palacio en Guadalajara (destruido en el siglo XVIII por un incendio); los castillos de Jadraque y Pioz; la Universidad de Sigüenza o las reformas y ampliaciones realizadas en los monasterios de Sopetrán y San Francisco de Guadalajara. Tras Guadalajara, Sigüenza fue el foco principal de su actividad, sobre todo su catedral (donde destacan el coro y el púlpito). Dejando a un lado todas estas construcciones, también hay que señalar que muchos de sus proyectos se realizaron tras su muerte, el Hospital Santa Cruz de Toledo fue el más importante de ellos pero también se realizó según sus proyectos la plaza mayor de Sigüenza.

Su patronazgo cultural le granjeó la amistad de importantes humanistas, así, en 1481, Nebrija le dedicó sus Introductiones latinae. En 1492, trajo a la corte al humanista italiano Pedro Mártir de Anglería para que educara a los jóvenes caballeros. Su vida se relató en la Vida del Cardenal don Pedro González de Mendoza de Francisco de Medina y Mendoza y en la Chrónica del Gran Cardenal de España de Pedro de Salazar y Mendoza, así como dentro de las Vite del italiano Vespasiano da Bisticci.

Su vida privada

Pedro González de Mendoza, a pesar de su condición eclesiástica tuvo tres hijos de dos mujeres distintas, algo que no era infrecuente en la época. Con la primera, Mencía de Lemos (dama de probable origen portugués) convivió varios años, en la década de 1460, en el castillo de Manzanares. Fruto de esta relación nacieron dos hijos: Rodrigo Díaz de Viva y Mendoza, marqués de Cenete y Diego Hurtado de Mendoza, conde de Mélito. Años después tuvo un tercer hijo con la dama vallisoletana Inés de Tovar: Juan de Mendoza y Tovar. Los tres hijos del Cardenal se criaron en la corte de los Reyes Católicos y, sobre todo, en la de la reina Isabel que sentía predilección por los niños. A la reina se le atribuye una famosa anécdota en relación a estos niños: Fray Hernando de Talavera le comentó un día a la reina su disgusto ante el hecho de ver criarse en la corte a los hijos del Cardenal Mendoza y recibió esta respuesta de la reina: "¿Verdad que son bellos los pecados de mi cardenal?", mientras acariciaba a los pequeños.

Los tres hijos del Cardenal se convirtieron en perfectos nobles cortesanos, criados en la propia corte y absolutamente fieles a los designios políticos de los Reyes Católicos. El primogénito participó en la Guerra de Granada, de hecho tuvo un papel destacado. Por sus buenos servicios a los reyes, y por la influencia de su padre, los tres fueron legitimados por el propio Inocencio VIII (años antes, en 1478, Sixto IV permitió al Cardenal testar en favor de sus hijos) y lograron que los Reyes Católicos les concedieran importantes rentas territoriales, títulos nobiliarios e importantes sumas económicas.

Pedro González de Mendoza, el Gran Cardenal Mendoza, murió el 11 de enero de 1495, en su palacio de Guadalajara, donde se había retirado casi un año antes, cuando empezó a encontrarse enfermo. Sufrió una enfermedad renal, quizá un cáncer, que le hizo padecer fuertes dolores, fiebres frecuentes y largas estancias en la cama. Cuando falleció dejó la mayor parte de sus bienes al Hospital Santa Cruz de Toledo. Su cadáver fue transportado hasta Toledo por un suntuoso cortejo del que formaron parte los propios Reyes Católicos y la familia Mendoza al completo. Recibió sepultura e el presbiterio de la catedral de Toledo, en el primer sepulcro renacentista hecho en Castilla. El presbiterio de la catedral de Toledo era el lugar de mayor categoría de toda Castilla para ser enterrado, un lugar reservado a los reyes, lo que da una idea del poder que ejerció Pedro González de Mendoza.

Bibliografía

  • ARTEAGA Y FALGUERA, C. La casa del Infantado. Cabeza de los Mendoza, Madrid, 1944.

  • GUTIÉRREZ CORONEL, D. Historia genealógica de la Casa de Mendoza, (edición, prólogo e índice de Ángel González Palencia), Tomo I y II, Madrid, Instituto Jerónimo Zurita del CSIC y Ayuntamiento de la ciudad de Cuenca, 1946.

  • LAYNA SERRANO, F. Historia de Guadalajara y sus Mendoza en los siglos XV y XVI. (Guadalajara, Aache, 1993-95, 3 vols.)

  • LÓPEZ DE HARO, A. Nobiliario Genealógico de los Reyes y Títulos de España. (Madrid, Luis Sánchez, 1622. Ed. facsímil, Ollobarren, Wilsen Editorial, 1996, 2 vols.)

  • MINGUELLA Y ARNEDO, T.: Historia de la Diócesis de Sigüenza y sus Obispos, Tomo III.

  • NADER, H. Los Mendoza y el Renacimiento Español. (Guadalajara, Institución Marqués de Santillana, 1986).

  • SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., et al. Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV. (En R. Menéndez Pidal (dir.), Historia de España, Vol. XV, Madrid, Espasa-Calpe, 1964).

JACJ

Autor

  • Juan Antonio Castro Jiménez