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HistoriaPolíticaBiografía

Cerda Sandoval Silva y Mendoza, Gaspar de la (1653-1697).

Administrador colonial español nacido el 11 de enero de 1653 en Pastrana y muerto el 12 de marzo de 1697 en Cádiz. Fue conde de Galve y trigésimo virrey de Nueva España(1688-96). Su genealogía es complicada; era miembro de la influyente casa de los Silva y Mendoza, su padre fue Rodrigo de Silva y Mendoza, cuarto duque de Pastrana, casado con Catalina de Sandoval y Mendoza, duquesa del Infantado.

Nació el 11 de enero de 1653 en el palacio de los duques en Pastrana y se le bautizó el domingo día 19 en la iglesia colegial de la villa. Sus primeros años los pasó en Pastrana, donde se educó en el ambiente aristocrático, manierista y elitista de la alta nobleza, en el que se rendía un culto especial a las letras y a las artes. Inclinado a la práctica del teatro, demostró una gran afición al arte escénico, que conservó a lo largo de toda su vida.

En 1675, recién cumplidos veintiún años y tras la muerte de su padre, se trasladó a la corte de Madrid en compañía de su madre y hermanos, para instalarse en el palacio de las Vistillas, que fue su residencia durante largo tiempo. A partir de entonces desarrolló funciones cortesanas y gozó de la confianza y amistad de Carlos II, como segundón de su hermano mayor, que había heredado el título del padre. Su ascenso en la corte real fue rápido y eficaz, al compás de la promoción general de sus favoritos impulsada por la reina Mariana de Austria.

En la capital y en la corte destacó “con el lucimiento y autoridad que correspondía a su sangre”, en palabras de un cronista de la época. Se empleó en el aprendizaje y la práctica de las buenas letras, el conocimiento de las lenguas y la participación en las representaciones teatrales, colaborando con el director de escena Fernando Valenzuela, favorito de la reina y apodado “el duende de palacio”, por la información que le proporcionaba y la devoción que siempre le mostró.

Casó en primeras nupcias en 1677 con doña María Atocha Ponce de León y Guzmán, en ceremonia que ofició el cardenal Pascual de Aragón, Arzobispo de Toledo. No tuvo descendencia y su esposa falleció en 1684, lo que le llevó a contraer segundas nupcias con doña Elvira María de Toledo, nieta de una de las camareras favoritas de la reina madre.

En 1679 acompañó a su hermano Gregorio, quinto duque de Pastrana y de Éboli, a la ciudad de París, al formar parte de la embajada que llevó las joyas nupciales a la princesa María Luisa de Orleans, prometida de Carlos II. El título de Conde de Galve, con el que se le conoció más tarde, recayó en su persona al morir su tío Diego de Silva y Mendoza y fracasar los intentos de su hermano Gregorio, que lo reclamaba para su primogénito. Conviene tener en cuenta que este clan familiar, en las luchas sucesorias de finales de la casa de Austria, junto con otros personajes como el marqués de Mancera, se habían inclinado a favor del “partido austriaco”.

Una acusada característica de esta familia fue la relación de sus miembros con la representación real en tierras de América. Su suegro, el marqués de Villafranca había sido propuesto virrey de Nueva España en abril de 1672, a lo que renunció en favor del duque de Veragua. Su hermano José estaba casado con la única hija del marqués de Mancera, virrey de México en la década anterior. No es de extrañar, por lo tanto, que en sus deseos de obtener fama y riqueza, en un ambiente cortesano de fuerte competencia pero de carencias económicas graves, presionado tanto por su esposa como por otros familiares, solicitara del monarca, que lo consideraba entre sus favoritos, la provisión del virreinato novohispano. A su favor obró que el candidato previsto, marqués de Fuente de Sol, casado y con una prole numerosa, no contara con el beneplácito del Consejo de Indias; algunos autores se inclinan a pensar en la recompensa a la fidelidad “austriaca” del recién titulado conde de Galve.

Aceptada su petición, recibió la notificación real el 6 de mayo de 1688 por lo que se aprestó a navegar lo antes posible, con salida desde de Cádiz. Llegó a Veracruz a finales de agosto y el 17 de septiembre, en compañía de su esposa y de una amplia comitiva compuesta de más de 80 servidores, se dispuso a realizar el viaje tal y como estaba programado. En su camino hacia la capital se entrevistó con el conde de Monclova, que partía hacia el virreinato de Perú. Todavía se demoró unos meses, hasta que hizo su entrada en la ciudad de México en noviembre, recibido con la pompa y el lucimiento, las procesiones y los festejos acostumbrados.

Jurada lealtad al rey ante la Audiencia, inició el ejercicio de su gobierno a comienzos de diciembre, para ocuparse de combatir la piratería, así como de atajar las incursiones francesas en los territorios del noreste, confirmadas plenamente. Informado de la presencia de comerciantes británicos en las costas de Tabasco y Campeche dedicados a cortar maderas preciosas que enviaban a Jamaica, ordenó la salida de otra fuerza armada a combatirlos. Más tarde se supo que esta actividad la realizaban los indios mayas, dirigidos por soldados ingleses que pagaban a los indios con aguardiente y algunas monedas.

Como por aquellos años la corona había establecido una nueva alianza con Inglaterra para hacer la guerra contra Francia, el virrey dispuso en 1691 que, con el apoyo de la marina británica, se recuperase La Española, isla que estaba en poder de los franceses. Derrotados en Santo Domingo, se les quitaron cañones y municiones y se aprovechó la ocasión para levantar algunos fuertes.

Una de las preocupaciones más relevantes del virrey fue la colonización de Nuevo México y las provincias del norte, en las que numerosas tribus indias estaban en pie de guerra desde hacía décadas. Gracias a la experiencia acumulada con el paso de los años, a las expediciones anuales que se despachaban con el propósito de su pacificación y a la visita de oficiales encargados de establecer informes y de plantear reformas, se fue configurando un conjunto de políticas y planes, que el virrey discutió, a lo largo de una copiosa correspondencia, con los funcionarios del Consejo de Indias.

En 1691 se nombró gobernador de la provincia a Diego Vargas Zapata, que recibió la orden de llegar hasta Santa Fe, donde resistían los tanos, a los que dominó sin necesidad de entablar combate. Nuevo México quedó pacificado a partir de este momento y en Santa Fe, convertida en capital de la nueva provincia, se establecieron 800 nuevos pobladores hispanos.

Esta obra colonizadora continuó gracias a la incorporación de nuevos contingentes y al refuerzo de familias españolas, que llegaban acompañadas de los misioneros franciscanos, dispuestos a continuar su catequesis. Santa Cruz de la Cañada se fundó el 12 de abril de 1695, mientras los misioneros procedían a la constitución de congregaciones de indios. Al establecerse las ciudades de Cerrillo y Bernalillo, a mediados de junio de 1696, se rebelaron las tribus de los tehacos, los taos, los gemes y otras comunidades indias, que fueron combatidas y lograron ser pacificadas por el gobernador Vargas y sus hombres.

En la zona del Golfo, entretanto, proseguía la tarea de investigar la presencia de colonos franceses. En marzo de 1689 Alonso León, gobernador de la nueva provincia de Coahuila, salió al frente de una expedición, que se dirigió por tierra hasta la laguna de San Bernardo, junto a la bahía del Espíritu Santo, donde descubrieron las ruinas de un fuerte de madera y los cadáveres de algunos defensores. Enterado el gobernador de que sobrevivían algunos prisioneros envió a buscarlos y así pudo conocer con detalle lo ocurrido: el Gobierno francés había organizado en 1684 una expedición al mando de Robert Cavalier de la Salle, quien en 1682 había descendido desde Canadá hasta las bocas del Mississippi y navegado por el Golfo hasta llegar en enero de 1685 a una bahía al la que llamó de San Bernardo, en realidad ya visitada por los españoles, que la conocían con el nombre del Espíritu Santo.

En marzo de 1690 el gobernador León volvió a dirigir otra expedición, que partió de Monclova para someter a las tribus vecinas y tomó la decisión de fundar la misión de San Francisco Texas, en el mismo lugar que más tarde ocuparía San Antonio Béjar, pero antes de regresar a Coahuila instaló una nueva misión llamada de Jesús, María y José. Como consecuencia de estas actuaciones, se decidió llamar Texas a estos territorios, aceptando un nombre tomado de la palabra india que significaba “amigos”. Su primer gobernador fue Domingo Terán, sucesor de Alonso León en el gobierno de Coahuila, ahora ampliado, al que se encomendó la tarea de establecer nuevas misiones.

Para defender esta zona de las incursiones francesas y tras conocer los informes recibidos, se ordenó desde Madrid la construcción de un fuerte en Panzacola (Florida) por lo que el 25 de marzo de 1693 salió de Veracruz el almirante Andrés de Pez en compañía del historiador y cosmógrafo Carlos de Sigüenza y Góngora, buenos conocedores de estos mares. La expedición llegó el 8 de abril a la bahía del Espíritu Santo, en la que el cosmógrafo realizó un completo estudio geográfico de los contornos, alabando su posición estratégica y recomendando su poblamiento. Se inició la construcción del fuerte, que recibió el nombre de Santa María de Galve en honor del virrey, pero su terminación se prolongó hasta 1696.

En el otro extremo de la frontera norte, por tierras de Chihuahua y Sonora, a comienzos de 1692, se habían producido los levantamientos de indios que asolaban pueblos, rancherías y reales de minas. Juan Isidro de Pardiñas, gobernador y capitán general de Nueva Vizcaya, dirigió la represión desde Papigoche auxiliado por misioneros jesuitas, entre los que se encontraban Juan María Salvatierra y Eusebio Kino, que emprendieron una prolongada tarea de pacificación.

Establecidos en Sonora a partir de 1688, los jesuitas Salvatierra y Kino, éste último había aprendido la lengua de los pimas y llegó a escribir un vocabulario y un catecismo en esa lengua, penetraron en 1691 en territorio pima, a orillas del mar de California. Más tarde, mientras Salvatierra se dirigía en misión al país de los tarahumaras, Kino se dedicó a catequizar en tierras de la Pimería. Los indios pimas permanecieron en paz hasta 1695, fecha en que se registró un nuevo levantamiento general. La inquietud entre las tribus se mantuvo durante muchos años, lo que provocó el envío de nuevas expediciones de castigo, ordenadas por el gobernador de Sonora.

En política interior, el conde de Galve demostró un gran interés hacia las obras públicas, sobre todo por la atención que prestó a la mejora de las obras de desagüe de la ciudad y el valle de México. Al llegar a la capital el virrey había podido comprobar personalmente el deplorable estado y el abandono evidente de cuanto se había realizado en fechas anteriores, por lo que repuso en su cargo a fray Manuel Cabrera, como superintendente de las obras. La muerte de Cabrera en 1691, sin embargo, impidió superar los conflictos personales, las opiniones contradictorias y los problemas técnicos de que siempre adoleció tan ambicioso proyecto.

Por otra parte, su inclinación por las letras y las artes, así como por el teatro, resultó patente, al favorecer de manera notable y especial la actividad de los poetas, literatos, pensadores y científicos más destacados. Se puede mencionar a Sor Juana Inés de la Cruz, fallecida en 1695, que contó con la protección virreinal para publicar algunas obras y representó comedias en el propio palacio, así como la actividad incomparable de Carlos de Sigüenza y Góngora, sacerdote, filósofo, historiador, crítico y cosmógrafo, cronista de “las proezas” civiles y militares del virrey y que murió a comienzos de 1700. Ha llamado la atención de los historiadores la polémica entre Sigüenza y el doctor Salmerón, catedrático de cirugía de la Universidad de México, en la que intervino el padre Kino, en torno al famoso cometa de 1681, que tenía aterrorizada a la población.

A pesar de sus aptitudes para las artes, Gaspar de la Cerda fue incapaz de satisfacer la presión cada día mayor de la corte, que exigía el envío de fuertes contribuciones económicas para paliar los gastos de la corona. La verdadera crisis de este periodo tiene un claro acento social y fue consecuencia del enfrentamiento entre clases y grupos, de condición muy desigual. Los problemas de subsistencia ocurridos en 1691, resultado de las sequías prolongadas y las malas cosechas de maíz y trigo, fueron el detonante final que provocó el levantamiento de los indios y otros grupos, integrantes de la llamada “plebe” (en los escritos de Sigüenza y Góngora) de la capital, que prendieron fuego al palacio del virrey, las casas del cabildo y otros edificios oficiales. Estos sucesos se conocen como “el motín del 8 de junio de 1692” y han sido estudiados y revisados recientemente.

Los festejos de 1691, con motivo del casamiento de Carlos II y Mariana Neoburgo, habían constituido un precedente mal acogido, pero la celebración del Corpus Christi el 5 de junio de 1692 y las fiestas de palacio y en plazas y calles, donde se habían instalado tablados para la representación de sainetes, el ofrecimiento de colaciones a personas distinguidas, la lidia de toros, los desfiles de gremios, los juegos de cañas y combates, etc. se entendieron como provocación a quienes sufrían la pobreza y el hambre. Al parecer la protesta se inició en los mercados, pero se extendió a los barrios bajos, de los que salieron las turbas armadas de piedras, teas y cuchillos.

Existe constancia documental de la intervención de Sigüenza y Góngora, que logró salvar los archivos virreinales y contener a los tumultuosos con ayuda de otros criollos y a pesar de la actitud titubeante de autoridades y funcionarios peninsulares. El virrey tuvo que huir de palacio y se refugió, junto con su esposa, en el convento de San Francisco. Cuando se inició la represión, después de sofocada la revuelta, algunos comentaristas destacaron la intervención de los jesuitas en favor de los indios. Por fortuna, el año 1693 resultó de cosechas abundantes con lo que volvió a prevalecer la tranquilidad en todo el país. A partir de entonces, sin embargo, cayó por los suelos el prestigio y la opinión que en la corte se mantenía con respecto al virrey. Pese a todo, aunque solicitó permiso para retirarse en enero de 1693, la corte decidió que se mantuviera en su puesto. La publicación por el polígrafo Sigüenza y Góngora de un relato de estos hechos, favorable al virrey, constituyó para éste un notable alivio personal.

No obstante, en la zona de Yucatán proseguían los asaltos y ataques piratas, por lo que se ordenó al gobernador de Tabasco que emprendiera una nueva expedición a la Laguna de Términos, lo que permitió apresar a dos barcos piratas. Algo más tarde el capitán Martín Rivas, que dirigió una nueva acción defensiva frente a los ataques ingleses fue mortalmente herido y regresó a Veracruz.

En cuanto al conflicto con Francia, que había desembarcado en 1695 tropas en La Española, al llegar a México la noticia de sus triunfos el virrey envió 2.000 hombres que lograron vencer a los franceses en la llanura de la Limonada, gracias a una brillante carga protagonizada por los lanceros mexicanos.

Enfermo y disgustado por tanto contratiempo, el conde de Galve presentó su renuncia, que le fue admitida en septiembre de 1695, tras reiterarla varias veces. Cedió el virreinato en 1696 y regresó a la Península, donde contaba con el apoyo de su hermano, duque del Infantado y consejero de Estado. Sin conseguir su propósito de recompensa por los méritos que creía haber contraído, murió en el Puerto de Santa María, en Cádiz, el 12 de marzo de 1697.

Bibliografía

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Manuel Ortuño

Autor

  • 0109 Manuel Ortuño