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PolíticaHistoriaBiografía

Hudayl Ibn Jalaf Ibn Razin, Rey de la taifa de Albarracín (ca. 993-ca. 1045).

Rey de la taifa de Albarracín, nacido hacia 993 y muerto hacia 1045. Perteneció a la importante familia de los Beni Razin, cuyo nombre formó el topónimo de la taifa en cuestión. Durante la mayor parte de su reinado se mantuvo independiente del resto de los poderes peninsulares, ya fuese el califato, las diferentes taifas o los reinos cristianos.

Hijo de Jalaf Ibn Razin, durante los años inmediatos a la descomposición del califato cordobés, tenía mando militar de gran categoría en el territorio de la Shala y disfrutó de una alta consideración en la corte califal. De su padre, que apenas es mencionado en las crónicas, debió de heredar este territorio, cuyos límites ya habían sido fijados durante su mandato. No hay ningún motivo para pensar que anteriormente al siglo XI la Shala fuese una ciudad, sino tan sólo un castillo y una pequeña población cristiana al servicio del mismo, agrupada en torno a una vieja iglesia. A este conjunto se le denominó al-Shala, pero en los textos del siglo XI, su denominación más frecuente es Santa María.

Según el historiador musulmán Ibn al-Abbar, Hudayl y su familia comenzaron a destacar entre 1010 y 1011, por su participación en las luchas internas (fitna) en el califato que condujeron a la quiebra de la unidad omeya, lo cual les valió la amonestación del califa que, sin embargo, no tomó ninguna medida contra los Beni Razin. Tras la muerte del califa Muhammad al-Mahdi el 23 de julio de 1010 se disputaron el poder Hisham II y Sulayman al Muta`in, el primero como califa legítimo y representante de la unidad omeya; el segundo era el imam del partido beréber. La crisis hizo pasar la corona califal de uno a otro, lo que creó una gran inestabilidad política que fue aprovechada por algunos señores territoriales para negar al califa el menor reconocimiento de soberanía sobre su territorio. En este momento Hudayl se encontraba entre el Señor de Zaragoza, Mundir Ibn Yahya, defensor de Sulayman y los jefes amiríes del Levante, enemigos de todo lo berberisco y el señor de la Shala se opuso a todo reconocimiento de la autoridad de Sulayman, lo cual no le impidió desgajar su territorio de la autoridad de Hisham II.

Hudayl Ibn Jalaf fue proclamado señor del castillo Santa María de Levante entre el 23 de junio de 1012 y el 12 de julio de 1013. Desde aquella fecha Hudayl se preocupó de cerrar en un triángulo estratégico su capital-residencia, que había sido comenzada a construir en tiempos de su padre, Jalaf. Para ello, a la vez que fortificaba el castillo, que se levantaba sobre el meandro del Guadalquivir, mandó construir una torre de vigilancia, la "torre del Andador", en la colina del otro lado del río; desde ambas construcciones se podía atisbar perfectamente cualquier movimiento en el valle del Guadalquivir. Desde entonces Santa María de Levante tomó el nombre de Santa María de Aben Razín y adquirió una entidad geográfica e histórica digna de toda consideración.

En la guerra entre Hisham II y Sulayman, Hudayl se mantuvo fiel al primero hasta el final; sin embargo, cuando el califa berberisco venció a Hisham II (1013), el señor de Santa María no tuvo más remedio que tomar el partido de su homónimo de Zaragoza y ponerse de lado del nuevo califa que, lejos de reprender a Hudayl por su anterior adhesión a Hisham II, hizo lo posible por ganar su fidelidad y reconoció oficialmente su señorío sobre Santa María. En realidad, Sulayman ya no podía aspirar a que su autoridad fuese reconocida más allá de los límites de Córdoba y debió conformarse con aceptar de los señores locales -algunos ya se titulaban reyes- el reconocimiento de la legitimidad de su cargo religioso y político, aunque de ninguna manera tuvo el califa participación en el dominio de las diferentes taifas.

No obstante, poco después Hudayl negó la fidelidad prometida a Sulayman y en su señorío volvió a invocarse al destituido Hisham en la oración del viernes, adheridos al partido de los amiríes y contrariamente al bando encabezado por Mundir, Señor de la Marca Superior. La causa de esta defección fueron las apetencias del Señor de Zaragoza sobre la Shala, sobre la que quiso establecer un protectorado bajo su dominio, como ya había ocurrido con los pequeños señores locales de la Marca; ante esta situación Hudayl se adhirió decididamente a la causa de los amiríes eslavos de Levante y se declaró enemigo de Mundir. Éste intentó reducir por la fuerza al señor de Santa María, pero la inmejorable situación estratégica de la fortaleza del segundo y el valor de sus hombres evitó la anexión de la Shala a las posesiones de Mundir.

Hudayl mantuvo desde entonces una posición alejada de la turbulenta política peninsular y se mantuvo al margen de las guerras sucesorias en las que Jayran de Almería se había aliado con Mundir ibn Yahya en contra del recién proclamado califa Alí ibn Hammud (1016-1018), intentando los primeros la restitución en el trono califal de un omeya, encarnado en la persona de Abd al-Rahman IV, bisnieto de Abd al-Rahman III. Aunque es posible que Hudayl simpatizase con la causa de los legitimistas, que estaban formando un ejército en Levante, no aportó los hombres que su antiguo enemigo, Mundir, solicitó para nutrir dicho ejército, y permaneció desde entonces aislado en su nido de águilas, evitando cualquier alianza o compromiso bélico; Abd al-Rahman IV y el resto de los califas hasta el final de la fitna sólo consiguieron de Hudayl que su nombre fuese pronunciado en las oraciones públicas.

Esto permitió al señor de Santa María mantener los límites de su territorio tal y como habían sido fijados por su padre. En el periodo de la fitna (hasta 1031, en que cayó el último califa omeya de Córdoba, Hisham III) y el subsiguiente de los reinos de taifas, Hudayl actuó como soberano independiente y no participó con los hammudíes, ni con sus oponentes berberiscos, en el intento de resucitar el sueño califal, aunque es evidente que estaría más unido al partido hammudí que a los berberiscos, encabezados por Habbus ibn Maksan de Granada, lo cual no implica que reconociese al falso califa Hisham III, coronado en Córdoba en noviembre de 1035, ni que se mencionase su nombre en las preces públicas.

Hudayl vivió en paz hasta su muerte y su nombre no es mencionado en las crónicas musulmanas que dan cuenta del turbulento periodo en el que ejerció su reinado. Favorecido por la fertilidad de sus tierras y enriquecido por los tributos de los mozárabes que habitaban en ellas (tributos que anteriormente iban a parar a Córdoba), sin haber pagado él mismo tributo a ningún califa, amasó una enorme fortuna, con la que se rodeó de las mejores cantoras y orquestas de su tiempo. La crónica de Ibn Hayyán muestra a Hudayl ibn Jalaf como un justo gobernante y un estricto observador de la ley, que castigaba duramente a quien la infringía; las crónicas hablan de Hudayl como un hombre de bello porte, trato afable y valor sin límites, con una refinada oratoria que le valía para conseguir lo que deseaba; sin embargo, junto a estas virtudes, las fuentes ponen de relieve una serie de defectos que parecen inconciliables con las virtudes mencionadas: la vanidad, la avaricia y la dureza de corazón se unirían la crueldad que le hizo asesinar a su madre con sus propias manos después de haber sospechado de ella, sin que ninguna crónica ponga de relieve en qué consistieron tales sospechas ni la fecha del parricidio.

Como los demás reyes de taifas, Hudayl tomó títulos califáticos como Izz al-dawla ("gloria de la dinastía") y Dulmachdain ("el de las dos noblezas"). Su muerte ocurrió en el año 436 de la hégira, entre julio de 1044 y julio de 1045 de la era cristiana. Fue sucedido por su hijo Abd al-Malik.

Bibliografía

  • BOSCH VILÁ, J. El reino de taifas de los Beni Razín, hasta la constitución del señorío cristiano. Teruel, 1959.

  • LÓPEZ DE COCA CASTAÑER. "Los reinos de Taifas", en Historia de Andalucía, vol. II. Madrid-Barcelona, 1980.

  • JOVER ZAMORA, J.M. (dir). "Los reinos de Taifas. Al-Andalus en el siglo XI", en Historia de España Menéndez Pidal, vol. VIII-I. Madrid, Espasa Calpe, 1994.

Autor

  • Juan Miguel Moraleda Tejero