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ArquitecturaBiografía

Guerrero y Torres, Francisco Antonio (1740-1792).

Arquitecto mexicano nacido Nuestra Señora de Guadalupe (localidad próxima a Ciudad de México) en 1740 y fallecido en su lugar de origen en 1792. Figura emblemática del barroco hispanoamericano, está considerado como el último representante de dicha corriente artística en la arquitectura de la capital mexicana.

Levantó la mayor parte de sus obras en Ciudad de México, haciendo gala de un estilo clásico que pretendía conservar los principales rasgos formales de la arquitectura barroca del siglo XVII. Su principal contribución a la arquitectura de la época fue la supresión del estítipe y la vuelta a la columna de orden clásico en la composición de fachadas.

Entre sus creaciones más significativas, cabe citar la Capilla del Pocito (1779-1791), considerada unánimemente como su obra maestra y, sin duda alguna, como uno de los principales monumentos de la arquitectura mexicana del siglo XVIII. Se trata de un templo de planta irregular, anexo a la basílica del mismo nombre, que Guerrero y Torres construyó motu proprio, sin percibir a cambio ningún estipendio.

Otras edificaciones suyas en la capital mexicana son:

- El palacio de los condes de San Mateo de Valparaíso (1769-1772), actual sede del Banco Nacional de México. Su rasgo más destacado -que constituye una de las características esenciales del estilo de Guerrero y Torres- es la combinación, en su fachada barroca, del tezontle y la cantera finamente labrada.
- El palacio de Iturbide (1769-1779). Se trata de una de las más bellas edificaciones de la ciudad, concebida originalmente como residencia del marqués de Jaral de Berrio.
- La mansión señorial de los Condes del Valle de Orizaba, con su característica fachada recubierta de azulejos, que dio origen a su denominación popular (la Casa de los Azulejos).
- El antiguo palacio de los condes de Calimaya (1777-1781), ocupado en la actualidad por el Museo de la Ciudad de México. En el pasado sirvió de residencia a varias familias hispanas descendientes de los condes que, haciendo valer sus títulos nobiliarios, influyeron notablemente en las decisiones de las autoridades políticas y religiosas. Al parecer, fue el propio Hernán Cortés quien, sin saberlo, fijó el emplazamiento original de esta imponente edificación, al repartir entre sus compañeros de armas y sus colaboradores más allegados los solares inmediatos al Templo Mayor Azteca. En la centuria siguiente (siglo XVII), el conde de Calimaya sintió la necesidad de remarcar con una sede ostentosa la altura de su linaje, por lo que ordenó el comienzo de unas obras que, sin embargo, no adquirieron la grandiosidad deseada hasta 1777, cuando Francisco Antonio Guerrero y Torres asumió la total remodelación del primitivo palacio.

El mérito del arquitecto fue tanto mayor en la medida en que los descendientes del conde le encargaron la conservación y, a ser posible, el incremento del esplendor del edificio original, a cambio de un presupuesto ciertamente limitado. Sujetándose a estas premisas, Guerrero y Torres recubrió de tezontle la fachada principal, y, recuperando los usos del siglo XVII, se sirvió de cantera para revestir la portada y las ventanas. Además, siguiendo la inclinación del Barroco hacia los enigmas y la imaginería fantástica, colocó en la esquina inferior derecha un petroglifo prehispánico con la imagen de una cabeza de serpiente, elemento decorativo que, con el paso de los siglos, ha dado lugar a muy variadas interpretaciones (la hipótesis que goza de mayor aceptación plantea la posibilidad de que este monolito fue robado del Templo Mayor durante la conquista de Tenochtitlan, y usado posteriormente como basamento de la primera casa que ordenó construir el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, enviado a la Nueva España después de haber ejercido el cargo de gobernador de Cuba.

El trazado de este palacio consta de dos plantas sin entresuelo, dos patios (que eran habituales en todas las mansiones señoriales), y la capilla familiar. Ésta era un claro signo de la alcurnia de los poseedores de la casa, así como los escudos de armas que coronan las arquerías del patio principal, destinados a remarcar el abolengo familiar. El perímetro superior de la fachada y una parte del portón mayor están adornados con gárgolas en forma de cañón que tienden a resaltar también la antigüedad y clase del linaje.

En la mejor tradición barroca, el edificio contiene otros muchos elementos decorativos de naturaleza escultórica, como los perros ubicados en el arranque de la escalera, o los mascarones del portón principal, cuyo sabor oriental, es, tal vez, el rasgo más infrecuente en una mansión nobiliaria de aquella época. Algunas hipótesis sostienen que los condes hicieron traer de Filipinas las maderas con las que se fabricó dicha puerta; y que, con este cargamento de material exótico, es posible que viajase también algún artesano oriental responsable de esos rasgos tan originales de los mascarones. Pero estudios más recientes sostienen que, tanto la madera como la mano de obra parecen ser autóctonas de la Nueva España.

Cabe destacar, por último, entre los elementos decorativos que adornan el palacio, otra pieza de gran belleza y singularidad. Se trata de la fuente en forma de concha emplazada en el centro de su patio mayor, cuyo principal motivo ornamental es la figura de una nereida que toca guitarra mientras dirige su mirada hacia la capilla familiar. Esto motivo marino lleva implícita una clara referencia al pasado viajero de los condes de Calimaya, quienes, en su condición de adelantados de las Islas Filipinas, hubieron de realizar numerosos periplos transoceánicos. Al parecer, la fuente fue construida con anterioridad a la amplia y compleja remodelación que llevó a cabo Guerrero y Torres, pues su desgaste es mayor que el del resto de los elementos que conforman la arquitectura del palacio. Así lo indica, asimismo, el hecho de que se ubica en un emplazamiento demasiado angosto para sus proporciones, como queda patente en su excesiva proximidad a las ventanas que dan al patio.

Francisco Antonio Guerrero y Torres también trabajó fuera de la Ciudad de México. En el estado de Hidalgo, construyó el puente de Tula y la Casa de Zimapán. Y en el antiguo Virreinato del Perú se hizo cargo de las reformas de las catedrales de Lima, Cuzco y Quito.

JRF

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.