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Ocio y entretenimientoBiografía

Gaona y Jiménez, Rodolfo (1888-1975).

Matador de toros mejicano, nacido en León de los Aldamas el 22 de febrero de 1888, y muerto en Ciudad de México el 20 de mayo de 1975.

Apenas sintió despertarse la marcada vocación taurina que habría de acompañarle durante toda su vida, cuando tuvo la ocasión de acceder a la escuela de tauromaquia que acababa de fundar en México el madrileño Saturnino Frutos (“Ojitos”), antiguo banderillero de alguna figura tan señalada como Salvador Sánchez Povedano (“Frascuelo”). “Ojitos” se había establecido en México a finales del siglo pasado, para fundar allí una escuela de toreo en la que Rodolfo Gaona y Jiménez aprendió, entre otras muchas lecciones, los fundamentos de ese vistoso lance de capa que luego pasó con su nombre a la historia del Arte de Cuchares: la gaonera.

El primer día de octubre de 1905, atravesando la arena de la plaza de toros que había en su ciudad natal, el joven Gaona hizo su primer paseíllo enfundado en un traje de luces. Pronto destacó entre sus colegas aztecas por la elegancia clásica que apuntaban sus incipientes maneras, adornadas, además, por la variada amplitud de su repertorio, vistoso y regalado tanto en las suertes de capa como en los pases de muleta. Si a ello se añade su gracia y facilidad en el difícil lance de clavar las banderillas, no resulta extraño el hecho de que, en poco más de dos años de andadura novilleril por su México natal, Gaona interviniera en ciento veintidós festejos.

Con esta inmejorable tarjeta de presentación, en los primeros meses de 1908 cruzó el Atlántico y pisó por vez primera suelo español, muy decidido a consagrarse como figura del toreo en la mismísima cuna del Arte de Cúchares. Así, el día 31 de mayo del susodicho año compareció en la plazuela madrileña de Tetuán de las Victorias, apadrinado por el coletudo gaditano Manuel Lara Reyes (“Jerezano”), quien le cedió los trastos con los que había de acometer la lidia y muerte a estoque de un astado perteneciente al hierro de don Basilio Peñalver, que atendía al nombre de Rabanero. Rodolfo Gaona cosechó un brillante triunfó que le permitió volver a anunciarse en los carteles de aquella misma plaza el 28 de junio siguiente, fecha en la que su toreó volvió a complacer a los madrileños.

Así las cosas, todo estaba dispuesto para que, al impulso de su vertiginosa progresión, el joven diestro mejicano confirmase su grado de doctor en tauromaquia ante la severa afición de la plaza pincipal de Madrid. Tal evento se verificó el día 5 de julio de aquella fecunda -para él- temporada, cuando holló la arena capitalina en compañía del matador madrileño Juan Sal López (“Saleri”), presente en calidad de padrino, y del también madrileño Tomás Fernández Alarcón (“Mazzantinito”), que hacía las veces de testigo. En aquella ocasión, Rodolfo Gaona y Jiménez despachó al morlaco Gordito, que se había criado en las dehesas de don Juan González Nadín. Buena prueba de lo bien recibido que fue el toreo de Gaona en la Villa y Corte la ofrece el hecho de que, en compañía de dos figuras consagradas del Arte de Cúchares -Ricardo Torres Reina ("Bombita") y Rafael González Madrid ("Machaquito")-, hizo el paseíllo que inauguró la castiza plaza de Vista Alegre ("La Chata"), sólo diez días después de que el joven espada azteca hubiera confirmado su alternativa.

Por sorpresa, la gran cantidad de contratos que se le brindaba cuando era novillero dio paso a una repentina reducción de la oferta en cuanto tomó la alternativa, mengua que, lejos de preludiar un inexplicable declive de Gaona, tiene su explicación en la mayor rivalidad y competencia que encontró en la Península Ibérica. Así se entiende que, acabada la temporada de 1908, sólo hubiese cumplido seis ajustes en suelo español, mientras que tuvo ocasión de intervenir en catorce corridas en su país natal.

Afortunadamente para los buenos aficionados de su tiempo, esta precariedad inicial no pasó de su primera campaña como matador de toros, porque en la de 1909 Gaona ya afrontó cuarenta y dos festejos (entre los que lidió en España y en plazas de Ultramar). No obstante, el conjunto de su trayectoria torera, contemplada desde el mero cómputo de los contratos que cumplió año tras año, ofrece una irregular oscilación que enfrenta temporadas de mucha actividad con otras campañas en las que redujo considerablemente el número de paseíllos. En efecto, en 1910 se vistió el terno de luces en cuarenta y seis ocasiones; en 1911, en setenta y una; en 1912, en ochenta y cinco; y en 1913, en cincuenta y tres, a pesar de que una afección de hígado y varios percances sufridos entre las astas de los toros le alejaron un tiempo de los ruedos. Ya repuesto de estas indisposiciones y cogidas, en la temporada de 1914 hizo el paseíllo en sesenta y cuatro ocasiones; sin embargo, en la de 1915 sólo toreó treinta y cinco festejos, para volver a incrementar el número de contratos en 1916, año que dio por concluido habiendo despachado sesenta y siete lotes.

En la campaña de 1917 intervino en cincuenta y ocho corridas, cifra que se elevó hasta sesenta en la temporada siguiente, a pesar de que el maestro mejicano anduvo algo abúlico a lo largo de todo aquel año. A partir de aquí comenzó su declive, al menos en suelo hispano: en 1919 sólo despachó veintiséis lotes, los mismos con los que se enfrentó en la temporada siguiente. Volvió a aumentar un poco el número de contratos en las dos campañas posteriores (treinta y ocho en 1921, y treinta y dos en 1922), pero la cifra no resulta demasiado apreciable si se considera que durante aquellas dos temporadas Gaona no se vistió de luces en España. Sí lo hizo en 1923, año en que un conflicto entre los empresarios taurinos de ambas orillas del Atlántico provocó que regresara a México sin haber toreado apenas (lo que no fue óbice para que despachara treinta y tres lotes ante el entusiasmo de sus paisanos). Tampoco visitó la Piel de Toro en la campaña de 1924, que dedicó a torear treinta y dos festejos en su patria. Y día 12 de abril de 1925, ya dispuesto a abandonar el ejercicio activo del toreo, hizo el paseíllo en la plaza El Toreo (de Ciudad de México), donde se cortó la coleta tras haber pasaportado al último morlaco de su carrera, Azucarero, perteneciente al hierro de San Diego de los Padres, que fue corrido en séptimo lugar porque se trataba de un regalo que Rodolfo Gaona pagó de su bolsillo para obsequiar a sus compatriotas en el día de su despedida.

Alejado de la profesión taurina, Rodolfo Gaona y Jiménez aún vivió medio siglo más, entre el respeto y el agasajo de una afición que supo valorar la excelsa elegancia de su toreo artístico. Tal vez sólo le faltó una pizca de valor en los momentos más comprometidos, y algo más de regularidad en las fases en que alcanzó las cotas más elevadas del Arte de Cúchares.

Autor

  • JR.