A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
PolíticaLiteraturaBiografía

Azpeitia Gómez, Julene (1888-1980).

Ensayista, pedagoga, erudita y militante nacionalista española, nacida en Zumaya (Guipúzcoa) en 1888 y fallecida en Bilbao (Vizcaya) en 1980. Dotada de una innata capacidad intelectual y un profundo amor por el estudio y la investigación de las diversas manifestaciones culturales de su tierra natal, se convirtió en una de las primeras mujeres vascas que publicó libros en su lengua vernácula, y desarrolló una firme convicción nacionalista que, orientada hacia todos los aspectos de la sociedad en que se desenvolvía, la condujo -entre otros cargos de alta honorabilidad- a ser nombrada académica de honor de la Euskaltzandia (Academia de la Lengua Vasca) en 1975.

Nacida en el seno de una familia modesta que, como la mayor parte de las familias del pueblo guipuzcoano de Zumaya, tenía su principal fuente de ingresos en la actividad pesquera, creció al lado de sus tres hermanas menores (María, Anita y Catalina) rodeada del afecto de sus padres, Martina Gómez y Marcos Azpeitia. Éste era un vasco tradicional que, firmemente enraizado en la cultura de su pueblo, había desarrollado una especial habilidad para la repentización poética (era, entre los suyos, celebrado por sus dotes de bertsolari), afición que transmitió a su hija mayor, pronto interesada por la cultura humanística. Al mismo tiempo, Marcos Azpeitia era un nacionalista ortodoxo que, con tal de defender los fueros de su tierra, llegó incluso a abandonar su hogar familiar para enrolarse en las filas carlistas; vivamente impresionada, desde su primera niñez, por la figura paterna, la pequeña Julene también admiró este gesto de su padre y heredó de él esa pasión nacionalista que, a la postre, habría de gobernar la mayor parte de su longeva existencia.

Pronto también dio muestras de poseer una innata inteligencia natural que parecía reclamar una formación académica bastante más completa que la que, por desgracia, se dispensaba a las niñas de su época. A pesar de los usos y costumbres regionales, sus padres advirtieron esta capacidad de Julene y la matricularon en el colegio local de las Carmelitas de la Caridad, donde la joven guipuzcoana permaneció hasta los quince años de edad, cada vez más segura de obedecer a esa vocación que la impulsaba a seguir la carrera de magisterio. Finalmente, a dicha edad se trasladó a San Sebastián y comenzó a realizar allí los primeros cursos de unos estudios que habrían de reportarle el título oficial de maestra; pero, tras recibir una formación elemental durante un par de años (1903-1904), decidió desplazarse a la ya por aquel entonces rica y bulliciosa ciudad de Bilbao, donde se acababa de abrir una Escuela Normal de Maestras cuyas aulas frecuentó Julene Azpeitia hasta obtener, en 1906, el ansiado diploma que la facultaba para ejercer la docencia.

No había alcanzado aún los veinte años de edad cuando empezó, en efecto, a trabajar como enseñante, primero en la escuela mixta de la pequeña localidad guipuzcoana de Aizarnazábal y, a partir de 1911, en la escuela femenina del pueblo pesquero de Ea, situado en la costa vizcaína. Entre uno y otro destino había logrado superar, tras unas duras pruebas celebradas en Valladolid, las oposiciones al cuerpo oficial de maestras, de las que salió no sólo airosa, sino con el número uno de su promoción, lo que le daba derecho a elegir su destino laboral antes que nadie; consciente de este privilegio, Julene Azpeitia se incorporó a su nuevo trabajo en la citada población marítima después de haber buscado intencionadamente un destino que reuniera dos condiciones que, para ella, hacía ya muchos años que eran indispensables: pueblo vasco y costero.

Por espacio de seis años, la joven y entusiasta maestra ejerció la docencia en esa pequeña escuela que no llegaba a reunir, en la suma total de sus aulas, un centenar de alumnas; pero en 1916 se vio impelida a abandonar sus labores docentes a causa de su reciente unión matrimonial con Enrique Escauriatza, un ciudadano vasco que residía en México y con el que se había casado por poderes. Deseosa de reunirse con su esposo, en 1916 Julene Azpeitia dejó la escuela de Ea y su Euskal Herría natal, cruzó el océano Atlántico y se instaló en la capital azteca, donde pronto empezó a entablar contacto con los emigrantes vascos que seguían manteniendo vivas, a tantos miles de kilómetros de distancia, la cultura y las costumbres de su tierra. Fruto de la añoranza de estos emigrantes eran las denominadas euskal etxeak ("casas vascas"), una especie de centros regionales que abrieron sus puertas a Julene Azpeitia y financiaron y difundieron sus primeros escritos literarios en euskera, alumbrados al socaire de esa nostalgia de la tierra natal.

A los dos años de haberse instalado en México, la joven escritora guipuzcoana dio a luz a su primer -y, a la postre, único- hijo, nacido en San Luis de Potosí y bautizado con el nombre vasco de Endika. Comoquiera que el negocio familiar levantado por su esposo en el país americano seguía requiriendo la presencia constante de éste, Julene Azpeitia decidió continuar a su lado en tanto que su primogénito alcanzara una edad en la que pudiera soportar sin grandes riesgos los rigores del duro viaje de retorno a España; pero en 1920, cuando el pequeño Endika apenas contaba dos años de edad, la escritora nacionalista se declaró incapaz de seguir viviendo alejada de su tierra vasca y, a pesar del espléndido recuerdo que guardaba de México, hizo las maletas y volvió a cruzar el océano, pero esta vez de vuelta al País Vasco y en compañía de su hijo.

Acostumbrada, desde su temprana juventud, a valerse por sí misma y a ganarse la vida trabajando, regresó de inmediato a su antiguo oficio de maestra y, nuevamente entusiasmada con una vocación a la que había mantenido solapada por espacio de cuatro años, decidió afrontar las oposiciones convocadas por la Diputación de Vizcaya para cubrir las plazas de enseñantes que reclamaban las recién fundadas escuelas de barriada. El 25 de septiembre de 1920, después de haber superado con brillantez una nueva oposición, Julene Azpeitia ya ostentaba el cargo de directora del personal femenino de estos centros escolares, creados con objeto de garantizar una mínima instrucción a los niños vascos que, diseminados por caseríos rurales, no tenían hasta entonces la posibilidad de acceder a ningún centro educativo. Se presentaban, pues, ante la tenaz educadora de Zumaya una magníficas perspectivas de progresión profesional que corrían parejas a su satisfacción individual, ya que si algún anhelo había albergado con firmeza desde su niñez era el de permanecer por siempre ligada a la docencia; sin embargo, la aparición de oscuros intereses políticos amargó, de golpe, la plácida y fecunda trayectoria profesional que parecía abrirse ante ella.

En efecto, en 1921, cuando Julene Azpeitia apenas llevaba cinco meses en su nuevo cargo, copó los órganos rectores de la Diputación vizcaína la conservadora Liga Monárquica, cuya política educativa chocaba frontalmente con los proyectos nacionalistas de la pedagoga de Zumaya. Forzada, pues, a dimitir en sus cargos directivos, volvió al ejercicio activo de la docencia en las aulas de una de esas escuelas de barriada, la de San Miguel de Dudea, en Amorebieta, donde impartió clases entre 1921 y 1926. Al mismo tiempo, se entregó con entusiasmo a la escritura de una serie de textos ensayísticos que, basados en su propia experiencia, apuntaban siempre a la mejora del sistema educativo nacional, textos que pronto la consagraron como una de las grandes teóricas de la pedagogía del momento. Así, v. gr., en 1921 su trabajo titulado Instituciones peri y post escolares que pueden crearse en las Escuelas de Barriada en Vizcaya se alzó con el primer premio del Concurso Pedagógico-Social convocado por esa misma Diputación vizcaína en la que, por discrepancias políticas, no podía seguir ofreciendo sus servicios; y, cuatro años después, volvió a ganar un certamen de proyectos pedagógicos, esta vez merced al texto titulado Lección práctica a los niños sobre las virtudes y excelencias del ahorro, que mereció el galardón ofrecido por la Caja de Previsión Social de Cáceres.

No descuidó, entre su dedicación a la docencia y su consagración a la escritura, sus contactos con los sectores políticos nacionalistas de Euskal Herría, que en 1931, a raíz de la aprobación de la Constitución de la República, requirieron la colaboración de Julene Azpeitia en un ambicioso proyecto educativo centrado en torno a la creación de las famosas ikastolas (o escuelas vascas, en las que la enseñanza habría de impartirse exclusivamente en euskera). Como miembro destacado de la asociación de maestros de Bilbao, la pedagoga de Zumaya fue una de las figuras más destacadas en la elaboración de ese sistema educativo cuyo eje esencial era la lengua y la cultura vascas; y tanto relieve llegó a adquirir dentro de su parcela profesional, que en 1932 recibió de la Federación de Escuelas Vascas el encargo de redactar una de las primeras obras de lectura destinadas a los alumnos de las ikastolas. Fue así como Julene Azpeitia escribió su primer libro propiamente dicho, Irakurri matte (1932), una extraña combinación de fervor religioso, enseñanzas morales y adoctrinamiento político de claro sesgo nacionalista.

A pesar de esta peregrina combinación de contenidos -que venía exigida por la delicada situación política e ideológica que atravesaba la nación española-, la obra pedagógica de Julene Azpeitia no estuvo lastrada, en lo que a su puesta al día se refiere, por el intenso sentimiento nacionalista que cobraba vida en todos sus escritos. En efecto, supo evitar a tiempo la tentación de encerrarse en los estrechos límites del propio terruño para estar atenta a la evolución de los métodos y sistemas educativos que florecían en el extranjero, con especial interés en los postulados de algunos célebres pedagogos europeos como la italiana María Montessori y el belga Ovide Decroly, y tuvo la amplitud de miras necesaria para reclamar en España, en una época en la que pocos educadores habían reparado en ello, una instrucción especial destinada a aquellos padres y madres que, en su infancia, se habían visto privados de una educación elemental. Con todo, su firme adscripción a la causa nacionalista la llevó a defender también con entusiasmo algunas ideas retrógradas enraizadas en el respeto a ultranza que casi todos sus compañeros de militancia guardan a la tradición; y así, v. gr., se opuso con firmeza a la implantación de una enseñanza laica (medida progresista impuesta por el Ministerio de Educación de la República) y ensalzó el papel tradicional de la mujer vasca en la educación de sus hijos (idea que no era bien recibida por los movimientos feministas de la época).

Para expresar estas y otras opiniones políticas, sociales, culturales y -sean de la naturaleza que fueren- casi siempre vinculadas con la enseñanza, Julene Azpeitia mantuvo durante muchos años una columna periodística en el diario nacionalista Euzkadi, titulada "Euskotar Umien aldez" ("A favor de los niños vascos") y firmada bajo el pseudónimo de "Arritokieta". Desde estas páginas, la pedagoga de Zumaya se significó como una de las más firmes partidarias de la enseñanza en euskera, ya que tenía el convencimiento de que sólo una enseñanza impartida en la lengua materna podía preservar la cultura y las tradiciones autóctonas, al tiempo que espoleaba en los niños ese sentimiento nacionalista que tan bien cuadraba a los intereses políticos de los suyos.

Era, ya por aquel entonces, una de las figuras precipuas del nacionalismo vasco, a cuyo auge y consolidación contribuyó no sólo desde esos postulados pedagógicos que permitieron sentar las bases del sistema educativo establecido en Euskal Herría durante la II República, sino también desde su propia militancia política en el Partido Nacionalista Vasco (PNV), donde adquirió un gran protagonismo en 1933, con motivo de la campaña electoral en la que había de aprobarse o no el Estatuto Vasco. Haciendo gala de un proselitismo ideológico que no parecía encajar demasiado bien en su trayectoria intelectual, tomó la pluma en varias ocasiones para pedir, desde la prensa local, el voto favorable de las mujeres, que en su opinión habría de resultar imprescindible a la hora de obtener el número necesario de papeletas para la aprobación del Estatuto; pero, al mismo tiempo, seguía reclamando la necesidad de que las mujeres de Euskal Herría continuaran dedicándose con entrega ejemplar a sus labores de madres, esposas y, en general, compañeras de unos hombres a los que debían apoyar en todo momento, pues eran ellos los auténticos motores de esos cambios revolucionarios que se estaban empezando a producir. Esta chirriante contradicción ideológica -tan propia de cualquier movimiento político que, como el nacionalismo, viene alentado en el fondo por un espíritu conservador- se mantuvo constante a lo largo de toda la obra periodística y ensayística de Julene Azpeitia, y dejó también alguna huella sombría en sus postulados teóricos sobre la educación de la mujer.

Ostentó, empero, durante todo el período republicano la condición de intelectual querida y admirada por sus paisanos y convecinos, que en 1935, a través de la Academia de la Lengua Vasca, la concedieron otro importante galardón por su estudio titulado Osasuna, merketza ta yabaritzaz (Salud, comercio y comida). Su posición privilegiada dentro de las esferas de la política le permitió advertir con cierta antelación el inminente estallido de la Guerra Civil, lo que no fue obstáculo para que siguiera al pie del cañón en su Euskal Herría natal, siempre pendiente de la defensa de una enseñanza en lengua vasca que pronto quedó terminantemente prohibida. Perseguida por su apoyo constante a su lengua vernácula, desposeída de su plaza de maestra, amenazada por las tropas fascistas que habían tomado la población vizcaína de Durango -en la que, a la sazón, residía la pedagoga vasca- y, en suma, acusada de propagandista, separatista y autora de libros injuriosos, en 1938 se vio obligada a huir de España rumbo al exilio francés, para afincarse primero en San Juan de Luz y, poco después, en Dax.

Ante la creciente amenaza nazi que se cernía sobre esta última población francesa (y, en general, sobre todo el territorio galo), cuando aún no había terminado la guerra decidió retornar clandestinamente a España y permanecer oculta en la pequeña localidad navarra de Etxalar, donde subsistió impartiendo lecciones a los hijos de la familia que la había acogido. Finalmente, la conclusión de la contienda fratricida permitió a Julene Azpeitia retornar en 1940 a su añorado territorio vasco, en donde sobrellevó como pudo la dureza de la posguerra, acrecentada en su caso con las amenazas que seguían cayendo sobre quienes se habían mostrado, años atrás, partidarios del Estatuto de Euskal Herría. Tras un largo período de silencio y discreción, en 1947 logró ser admitida nuevamente en los planes educativos de la Diputación de Vizcaya, que le buscó un destino en el hospital para niños ubicado en la población de Górliz; pero la feroz represión desatada por el franquismo en contra de quienes habían sido sus enemigos durante la guerra acabó por identificar a la antigua luchadora nacionalista, que en 1949 fue destituida de su nuevo puesto de trabajo y desterrada al pueblo de Anzo, en la provincia castellana de Burgos, donde Julene Azpeitia recurrió a su innata vocación literaria para hacer frente a la melancolía producida por el forzoso alejamiento de su patria.

Fue por aquellos años de mediados del siglo XX cuando dio a la imprenta su obra titulada México visto por una vasca (1950), en la que ofrecía una visión amable de los paisajes, las gentes y las costumbres que había conocido durante sus cuatro años de estancia en territorio azteca. Y, un año después, volvió a los anaqueles de las librerías con una colección de cien cuentos escritos en euskera y publicados bajo el título Amandriaren altzoan (En el regazo de la abuela, 1951), obra galardonada tres años después por la Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia). Destrozada, a pesar de estos reconocimientos, por la prohibición que seguía impidiéndole regresar al País Vasco, luchó de forma incansable por la suspensión de la orden de destierro hasta que, a mediados de los años cincuenta, se le permitió afincarse de nuevo en su tierra natal.

Se dirigió, pues, a Durango para afincarse otra vez en el que había sido su pueblo durante tantos años, y, animada por este feliz regreso, volvió ilusionada a ejercer la docencia en una escuela local, hasta que en 1958, a los setenta años de edad, le llegó la jubilación forzosa. No estaba, empero, la animosa Julene Azpeitia en condiciones de retirarse definitivamente de todo tipo de actividad pública, y menos en un momento en el que acababa de alcanzar su sueño de volver a instalarse en su querida Euskal Herría; así las cosas, recuperó su viejo talante enérgico, laborioso y -dentro de las limitaciones políticas de la época- combativo y comenzó a colaborar, ya septuagenaria, en la emisora Radio Arrate, de Durango, al tiempo que seguía escribiendo numerosos artículos y colaboraciones que, centradas por lo común en aspectos de la nación vasca, vieron la luz entre las páginas de diferentes revistas locales que, con muchas dificultades, seguían utilizando la lengua vasca como vehículo de expresión (como Karmel, Egan o Euskera). Además, comenzó a realizar traducciones al euskera y continuó escribiendo sus célebres cuentos, muchos de los cuales resultaron premiados en diferentes certámenes locales. Su figura comenzó a acrecentarse entre la juventud vasca que empezaba a sentir unas latentes inquietudes nacionalistas, pero también entre los miembros de la clase intelectual pertenecientes a cualquier filiación política, que no tenían más remedio que reconocer la importancia de la labor pedagógica y lingüística desempeñada valientemente por Julene Azpeitia, con independencia de las connotaciones ideológicas que la animaron; de ahí que, en 1959, la humanista de Zumaya fuera objeto de un emotivo homenaje por parte de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. En 1975, cinco años antes de que la muerte acabara, en su domicilio de Bilbao, con una fecunda existencia que apuntaba a alcanzar la condición de centenaria, la Academia de la Lengua Vasca volvió a subrayar los méritos de Julene Azpeitia Gómez y la nombró académica de honor, en un solemne acto en el que fueron objeto de idéntico reconocimiento la escritora guipuzcoana Robustiana Mújika Egaña y Madeleine Jaureguiberry.

Bibliografía

  • AZURMENDI, Nerea: "Tres activistas del euskera", en Emakunde (Vitoria-Gasteiz: Instituto de la Mujer, 1997), pp. 40-42.

  • DÍEZ DE URE, Ana-RODA HERNÁNDEZ, Paco: "Azpeitia Gómez, Julene", en MARTÍNEZ, Cándida-PASTOR, Reyna-PASCUA, Mª José de la-TAVERA, Susanna [directoras]: Mujeres en la Historia de España, Madrid: Planeta, 2000, pp. 412-416.

  • UGALDE SOLANO, Mercedes: Mujeres y nacionalismo vasco, Bilbao: Euskal Herriko Unibertsitatea, 1993.

  • VV. AA.: Julene Azpeitia ehun urte mugan (1888-1980), Zumaiako Udala. Hezkuntza eta Euskara Batzordea, Bilbao, 1988.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.