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Biografía

Aparicio Rodríguez, Ramona (1808-1881).

Pedagoga española, nacida en Madrid en 1808 y fallecida en su ciudad natal el 15 de marzo de 1881.

Nacida en medio de los turbulentos episodios de la Guerra de la Independencia Española, la pequeña Ramona Aparicio tuvo la fortuna de recibir, desde su temprana infancia, una esmerada formación académica que por desgracia no era habitual entre las niñas españolas de su época. Cursó, en efecto, su enseñanza primaria en una de las más prestigiosas "escuelas mutuas" del país, la Escuela Lancasteriana de Niñas promovida y sustentada por la Junta de Damas de Honor y de Mérito de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Estos centros aplicaban los denominados "métodos o sistemas mutuos" puestos en práctica en el Reino Unido por el pedagogo londinense Joseph Lancaster (1778-1838), consistentes en la institución de una secuencia de "maestras" engrosada por las alumnas mayores o más aventajadas, que impartían lecciones a las más pequeñas o las que iban más retrasadas en su aprendizaje elemental. Se pretendía, con este peculiar sistema de enseñanza, suplir en cierto modo la carencia de maestros profesionales (lo que hoy serían docentes titulados) en unos niveles formativos que, como la educación primaria femenina, apenas contaban con profesores aptos que pudieran ser mantenidos por los exiguos presupuestos destinados a la enseñanza por las distintas administraciones públicas de la época.

Entusiasta de este modelo paliativo ideado por Lancaster, el pedagogo Juan Kearney dirigía en Madrid la Escuela Lancasteriana de Niñas en la que ingresó la pequeña Ramona Aparicio, quien desde muy pronto dio muestras de poseer una innata curiosidad humanística y una acusada vocación docente que la situó, casi de inmediato, a la cabeza de las alumnas adelantadas. En 1822, cuando apenas contaba catorce años de edad, el propio Kearney examinó a la joven maestra y, deslumbrado por sus amplios conocimientos y por su manifiesta aptitud para la docencia, le otorgó el título de directora de la escuela, con lo que de paso intentaba demostrar a la administración estatal la validez de su novedoso sistema. Aún no existían en la educación pública española las escuelas normales que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, habrían de otorgar los títulos oficiales de magisterio, por lo que puede afirmarse que Ramona Aparicio fue una de las pioneras en el acceso a la enseñanza desde la propia práctica del ejercicio de la docencia.

Durante tres lustros, la vocacional maestra madrileña se mantuvo al frente de la Escuela Lancasteriana de Niñas sin recibir otra titulación que la que le había otorgado, a los catorce años de edad, el director Juan Kearney. En 1837 recibió su primer título oficial como maestra, y con él el reconocimiento de la administración para seguir desempeñando su fecunda labor docente, a la que se consagró con admirable entrega durante otros dos decenios. Finalmente, en 1857 las disposiciones adoptadas por el gran político zamorano Claudio Moyano Samaniego -a la sazón, ministro de Fomento en el gabinete del militar y político Narváez- consiguieron sacar adelante la famosa Ley de Instrucción Pública (más conocida como "Ley Claudio Moyano"), por vía de la cual quedó establecida al año siguiente la Escuela Normal Central de Maestras de Madrid, de la que fue nombrada directora Ramona Aparicio Rodríguez, tras la pertinente recomendación elogiosa de la Junta de Damas de Honor y Mérito. No abandonó por ello sus funciones rectoras al frente de su antigua y querida Escuela Lancasteriana de Niñas, que pasó a convertirse, bajo su nuevo nombre de Escuela de Prácticas de la Normal, en el primer eslabón por el que habían de pasar las aspirantes a ingresar en la Escuela Normal Central. Al frente de ambas instituciones, Ramona Aparicio se mantuvo hasta la fecha de su muerte, compaginando sus funciones administrativas con su dedicación a la docencia en calidad de maestra de labores, como era normal entre las maestras de su edad, casi todas ellas formadas en las antiguas "escuelas de costura" de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX (en las que, junto a las labores de aguja y dedal, se enseñaba a las niñas a leer y escribir, así como los rudimentos de la aritmética).

Sin embargo, esta tradicional especialización de la mujer en la enseñanza de labores domésticas no supuso, en el caso de Ramona Aparicio, una separación de otras funciones de mayor rango académico, como quedó patente en los numerosos requerimientos que se le hicieron para que asistiera, en calidad de examinadora, a las sesiones de los tribunales de reválida de maestras de primera enseñanza. Además, su altura intelectual y su abrumadora experiencia pedagógica le permitieron comparecer como miembro de los tribunales de oposiciones a plazas públicas de escuelas femeninas, así como a otras complejas pruebas en las que se intentaba acreditar la validez de las directoras de escuelas normales de niñas.

A los sesenta y un años de edad, la animosa pedagoga madrileña (de quien se decía que supo extremar el principio de autoridad dominante en su época, pero sin tener que recurrir jamás a las malas palabras, los castigos físicos o cualquier otra medida punitiva de excesiva dureza contra su alumnado) aún se halló con fuerzas físicas y capacidad intelectual para asumir el cargo de directora de la recién creada Escuela de Institutrices, patrocinada por el sacerdote krausista Fernando de Castro y Pajares, que ocupaba, a la sazón, la cátedra de Historia Universal en la Universidad Central de Madrid. La improvisación característica de la administración estatal en materia educativa dio lugar a que, una vez fundada esta institución docente, no existieran en Madrid locales adecuados para albergar su sede, por lo que en un principio quedó instalada en la Escuela Normal Central de Maestras que dirigía Ramona Aparicio, quien aceptó gustosa su dirección. Un año después, el propio Fernando de Castro -que introdujo en la política educativa española numerosas reformas inspiradas en el programa krausista (véase krausismo)- fundó también la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, en cuyo seno halló definitivamente cabida (junto a otras beneméritas instituciones como la Academia de Conferencias Dominicales para la Educación de la Mujer) la citada Escuela de Institutrices, lo que propició el nombramiento de su directora, Ramona Aparicio, como miembro de la junta directiva de la asociación recién fundada por el padre Castro. Animada por este público reconocimiento de una labor docente que se prolongaba ya por espacio de más de medio siglo, la pedagoga madrileña, a pesar de su avanzada edad, siguió al frente de sus cometidos durante otro largo decenio, hasta que únicamente la muerte pudo apartarla de su abnegada dedicación a la enseñanza.

Bibliografía

  • ANADÓN, Juana-FERNÁNDEZ, Aurora: "El profesorado femenino de la Escuela Normal Central de Maestras de Madrid, 1858-1900", en MATILLA, Mª Jesús-ORTEGA, Margarita (editoras): VI Jornadas de investigación interdisciplinaria sobre la mujer: el trabajo de las mujeres (siglos XVI-XX), Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 1996.

  • COLMENAR ORZÁES, Carmen: Historia de la Escuela Normal Central de Maestras de Madrid (1858-1914), Madrid: Universidad Complutense, 1988.

  • RIVIÈRE GÓMEZ, Aurora: "Aparicio Rodríguez, Ramona", en MARTÍNEZ, Cándida-PASTOR, Reyna-PASCUA, Mª José de la-TAVERA, Susana (directoras): Mujeres en la Historia de España, Madrid: Planeta, 2000, pp. 400-401.

  • SAIZ DE OTERO, Concepción: Un episodio nacional que no escribió Pérez Galdós. La revolución del 68 y la cultura femenina, Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1929.

Autor

  • J.R. Fernández de Cano.