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FilologíaLiteraturaBiografía

Verhaeren, Émile (1855-1916).

Poeta y crítico literario belga, nacido en Saint-Amand (cerca de Amberes) en 1855, y fallecido en Ruán (Francia) en 1916. Considerado como uno de los poetas que mayor influencia han dejado en la poesía europea contemporánea, fue autor de una obra que, partiendo de la más radical frialdad parnasiana (véase parnasianismo), evolucionó hacia un intenso y sensible Simbolismo que aspiraba a mostrar su preocupación por los problemas sociales de su época. El reconocimiento unánime profesado hacia el conjunto de su extensa y fecunda producción lírica le convierte en uno de los poetas belgas más destacados de todos los tiempos.

Alentado desde muy temprana edad por una encendida curiosidad intelectual, completó su educación secundaria en el colegio Sainte Barbe de Gante, donde adquirió una sólida formación humanística que le movió a cursar estudios superiores de Derecho en la Universidad de Lovaina, al tiempo que le impulsaba a desarrollar el cultivo de su innata vocación literaria. Una vez licenciado en Jurisprudencia, se instaló en Bruselas para ejercer su oficio en los tribunales de dicha ciudad, aunque enseguida se sintió arrastrado por una incesante actividad cultural que le situó en el epicentro del renacimiento de las Letras y las Artes belgas durante el último cuarto del siglo XIX.

Así las cosas, en 1883 irrumpió ruidosamente en el panorama literario de su nación con la opera prima titulada Les flemandes (Las flamencas), un poemario en el que el joven Verhaeren se presentaba como uno de los creadores belgas que mejor habían asimilado la estética parnasiana vigente en Francia desde hacía algunos años, en detrimento de la antigua corriente realista que, en lo que a la creación poética se refiere, ya daba muestras de un agotamiento extremo. Esta obra primeriza de Émile Verhaeren causó un auténtico revuelo entre críticos y lectores especializados, que enseguida auparon al poeta novel a las cimas literarias del momento y se encargaron de subrayar el paralelismo de su perfección parnasiana con el estilo exhibido por los grandes pintores flamencos.

Pero el éxito de esta primera entrega poética de Émile Verhaeren no se circunscribió a los estrechos límites del ámbito belga, ya que los grandes escritores franceses del momento (con François Coppée, Joris-Karl Huysmans y Victor Hugo a la cabeza) dedicaron encendidos elogios a Les flemandes e introdujeron a su joven autor en los principales cenáculos de la vanguardia literaria parisina. Así las cosas, la creación poética de Verhaeren comenzó a progresar al hilo de la evolución notoria de la lírica gala de finales del siglo XIX, lo que supuso el abandono de la fría perfección parnasianista y la aceptación de una mayor intimida simbolista. A ello contribuyó también, en gran medida, la honda tensión religiosa que perturbaba al poeta por aquellos años, manifiesta en un segundo poemario que, bajo el título de Les moines (Los monjes, 1886), era sólo el anuncio de una profunda crisis espiritual que habría de quedar bien plasmada en las sucesivas entregas líricas del poeta de Saint-Amand, marcadas por los modelos de Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire, y caracterizadas por un tono sombrío y pesimista -inmerso, a veces, en la auténtica neurastenia- que, a pesar de su morbosa delectación en temas y motivos que conducen a la desesperación, no descuida por ello esa inquietud estilística habitual en toda la producción poética de Verhaeren. Entre las obras más significativas de este período de hundimiento depresivo y estética simbolista del poeta belga, cabe recordar los poemarios titulados Les soirs (Las tardes, 1886), Les débâcles (Los desastres, 1888) y Les flambeaux noirs (Las antorchas negras, 1981).

Huyendo de esta acuciante crisis espiritual, Émile Verhaeren buscó refugio en la rutina del matrimonio y, en lo que su obra literaria se refiere, en la atención que exigían los graves problemas sociales de su tiempo, marcado por la veloz imposición de las inhumanas formas de vida derivadas del feroz desarrollo industrial. Así, en la misma línea que los principales poetas simbolistas franceses, el escritor de Saint-Amand supo enfocar sus hallazgos técnicos sobre esos nuevos temas que se iban asentando en las principales literaturas europeas de la época (aunque no por ello abandonó ese estilizado hermetismo que venía caracterizando su obra desde sus afortunados comienzos parnasianos), y dio a la imprenta numerosas entregas poéticas caracterizadas por su añoranza de la vida campesina, su preocupación por las nuevas costumbres impuestas a la fuerza por la vida moderna, y su amor hacia su esposa, que le inspiró la trilogía de poemarios titulada Les hueres (Las horas, 1896, 1905 y 1991).

Entre las obras más celebradas de esta etapa de Émile Verhaeren, cabe destacar Les campagnes hallucinées (Los campos alucinados, 1893), Les villages illusoires (Las aldeas ilusorias, 1895), Les villes tentaculaires (Las villas tentaculares, 1896), Les forces tumultueuses (Las fuerzas tumultuosas, 1902) y La multiple splendeur (El múltiple esplendor, 1906), sin olvidar Toute la Flandre (Todo Flandes, 1904-1911), una obra de carácter más intimista y recogido, centrada en recuerdos familiares y evocaciones del paisaje flamenco. A pesar de la extraordinarIa calidad de todas estas colecciones de versos recién citadas, lo cierto es que el Verhaeren que más influyó en toda la poesía europea de la primera mitad del siglo XX fue el simbolista, que se convirtió en el modelo más imitado por los jóvenes poetas futuristas, los simbolistas rusos y algún que otro autor de trayectoria tan singular como el italiano Gabriele D'Annunzio.

Émile Verhaeren, que en alguna ocasión fue definido por sus contemporáneos como el "poeta de la energía", recuperó su preocupación civil tras el estallido de la I Guerra Mundial, que le impulsó a contribuir desde el ámbito literario a las luchas sostenidas, dentro de su propio país, contra las fuerzas invasoras alemanas. Así, dio a la imprenta los poemarios patrióticos titulados La Belgique sanglante (Bélgica sangrante, 1915) y Les ailes rouges de la guerre (Las alas rojas de la guerra, 1961), y escribió un tercer volumen de versos, Les flammes hautes (Las llamas altas, 1917) que, centrado en la misma temática, vio la luz a título póstumo, después de que su autor perdiera la vida trágicamente en la ciudad francesa de Ruán, en cuya estación ferroviaria resultó atropellado por un tren cuando regresaba de una manifestación en defensa de la soberanía belga.

J. R. Fernández de Cano

Autor

  • JR