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QuímicaMedicinaBiografía

Leblanc, Nicolas (1742-1806).

Médico, químico e industrial francés, nacido en Ivoy-le-Pre (Francia) el 6 de enero de 1742 y fallecido en París el 16 de enero de 1806. Alcanzó celebridad mundial por haber desarrollado el primer método industrial de bajo coste para la obtención de sosa a partir de la sal marina, con el que dio un impulso decisivo a la fabricación de diferentes productos de gran utilidad en la vida cotidiana, como el jabón o el vidrio.

Vino al mundo en el seno de una familia modesta, formada por un obrero que trabajaba en la extracción del hierro. Al quedar huérfano de padre a los nueve años de edad (1751), fue recogido por el doctor Bien, amigo de su familia, quien le ofreció cobijo, manutención y una buena educación en su casa de Bourges.

A la sombra de su padre adoptivo, el joven Nicolás comenzó a interesarse vivamente por la Medicina, lo que fue visto con agrado por el doctor Bien, que le inició en los secretos del oficio. La muerte de este benefactor, acaecida en 1759, no impidió que Nicolás Leblanc ingresara, aquel mismo año, en la Escuela de Cirugía de París, donde enseguida hizo gala de poseer unos notables conocimientos -fruto de su aprendizaje al lado de Bien- y una especial predisposición para las prácticas facultativas.

Así las cosas, pronto acabó con brillantez los estudios oficiales de Medicina y, ya con el título de maestro en cirugía, se instaló en París, donde abrió una consulta por la que pasaron numerosos pacientes que le otorgaron un merecido prestigio. Sin embargo, por aquel tiempo el oficio de cirujano no gozaba del reconocimiento social que adquirió más tarde, lo que venía a traducirse en una concatenación de apuros económicos para quienes lo ejercían. Leblanc, que había contraído matrimonio en 1775 y sido padre de un niño cuatro años más tarde, se vio agobiado por los escasos beneficios que le reportaba la práctica profesional de la cirugía, actividad con la que a duras penas lograba sacar adelante a su familia; de ahí que decidiera olvidarse de su vocación de cirujano para aceptar, en 1780, el cargo de médico privado del duque de Orleáns, quien poco después habría de ser popularmente conocido, entre las masas revolucionarias, como Philippe Egalité ("Felipe Igualdad").

Su llegada a la casa de Orleáns fue determinante en la evolución de su trayectoria profesional, ya que pronto contó con la amistad personal y la afinidad intelectual del propio Duque, quien le financió varios proyectos de investigación. Fue así como Leblanc comenzó a estudiar a fondo el proceso de cristalización, que habría de llevarle a realizar su más valioso hallazgo: la obtención de sosa (hidrato de sodio) a partir de sal marina (cloruro sódico).

Por aquel tiempo, el hallazgo de un procedimiento sencillo y barato para obtener sosa se consideraba algo prioritario para el desarrollo industrial y la mejora de la calidad de vida. Hasta la fecha, se venía utilizando la sosa natural o la obtenida de la quema de vegetales; pero la creciente demanda de jabones -derivada de un nuevo concepto de la higiene personal, así como de la pujanza de la industria textil- y de objetos de vidrio y porcelana -fruto de un desarrollo económico que propiciaba el lujo- ponía de relieve la insuficiencia de estos métodos naturales de obtención de la sosa. La escasez de este producto llegó a tal extremo que, en algunos casos, fue sustituido con éxito por potasa, substancia que era entonces más barata; con ella se elaboraban unos jabones blandos (o jabones potásicos) que, por medio de la adición de sal común, podían ser transformados en jabones sódicos, de gran calidad y consistencia.

Desde 1776, la Academie des Sciences de París había convocado un concurso para incentivar a los químicos a hallar una forma sencilla y barata de obtener sosa, cuyo premio llevaba aparejada la astronómica recompensa de dos mil cuatrocientas libras. Se habían presentado ya varios proyectos, todos ellos desestimados por los académicos (debido a que sus elevados costes los hacían inviables, como ocurría con el método propuesto por Malherbe; o a que la sosa obtenida resultaba de muy baja calidad, como le pasó a De la Métherie), cuando, en 1786, Nicolás Leblanc fascinó a todos con una demostración del procedimiento que lleva su nombre. Se trataba de una vía tan simple como barata y fácil de realizar, pues consiste básicamente en tratar la sal común con ácido sulfúrico, con lo que se obtiene sulfato sódico (yeso). A continuación, este yeso recibe un tratamiento a base de piedra caliza y carbón vegetal, de donde resulta una ceniza negra que no es sino una mezcla de carbonato sódico y sulfuro cálcico. El primero de estos componentes (es decir, el carbonato sódico o, simplemente, sosa) se extrae disolviendo en agua esa ceniza negra.

El procedimiento de Leblanc fue tan revolucionario -en una época y un lugar donde todo parecía llamado a serlo- que, durante cerca de cien años, se usó de forma cotidiana en todo el mundo, hasta que fue sustituido por un sistema aún más rápido y barato, ideado por el químico belga Ernest Solvay (1838-1922), y basado en el empleo de carbonato de sodio y amoníaco. Pero Leblanc no pudo cobrar el suculento premio fijado por la Academie des Sciences, ya que el estallido de la Revolución Francesa (1789-1799) generó una serie de turbulencias políticas y económicas que perjudicaron directamente al inventor.

En 1790, en plena agitación revolucionaria, el duque de Orleáns, consciente de la importancia del hallazgo de Leblanc, financió la construcción de una empresa en la que éste, ayudado por los químicos Dizé y Shée, se pudo dedicar de lleno a la obtención de sosa. Instalada en St. Denis, la empresa dirigida por Leblanc se sirvió de las ventajas de su método para obtener, diariamente, entre doscientos cincuenta y trescientos kilógramos de sosa, con gran satisfacción de la Asamblea Nacional, que había otorgado la patente a Leblanc en 1791.

Pero en noviembre de 1793, siguiendo el trágico camino que habían recorrido tantos otros nobles, el duque de Orleáns -que, en su ingenuidad, se creía a salvo de los furores revolucionarios por haber votado en la Cámara a favor de la muerte de su primo, el rey Luis XVI (1754-1793)- fue guillotinado, lo que supuso la confiscación de la fábrica por parte de las nuevas autoridades (concretamente, del Comité de Salud Pública). La mala gestión de los funcionarios encargados de su dirección dio lugar al cierre en 1794, año en el que Leblanc perdió también los derechos de su patente, pues, bajo severas amenazas, se le conminó a que la hiciese pública como una generosa dádiva a la Revolución.

Reducido a la pobreza, el químico de Ivoy-le-Pre se vio obligado a sobrevivir desempeñando las miserables labores que le adjudicó la nueva Administración, alguna tan penosa para un científico de su prestigio como el inventario del laboratorio de su querido maestro Lavoisier (1743-1794), recientemente fallecido, cuyos bienes iban a ser puestos a la venta.

Al término de las agitaciones revolucionarias, Nicolás Leblanc quiso cobrar el premio que en su día había ofrecido la Academia. Pero sus esfuerzos resultaron baldíos, así como su intento de percibir en su integridad la recompensa de tres mil francos que, en 1799, le otorgara el nuevo responsable del Ministerio de Sanidad. Tras conformarse con el cobro de una quinta parte, hubo de seguir subsistiendo en una vergonzante penuria hasta que consiguió el apoyo directo del propio Napoleón (1769-1821) para volver a abrir la vieja fábrica de sosa.

Con bríos renovados, Leblanc se aplicó, entusiasta, a esta tarea; pero su vida parecía seguir marcada por el signo de la fatalidad, porque las nuevas autoridades sólo pusieron trabas burocráticas y financieras que, a la postre, impidieron la puesta en marcha de la empresa. Incapaz de soportar este enésimo revés, Leblanc, ya sexagenario, se quitó la vida en París a comienzos de 1806, con la amarga sensación de haber fracasado en todos sus proyectos. Al cabo de más de medio siglo, el II Imperio reconoció oficialmente a Leblanc como el inventor del proceso artificial de obtención de la sosa, y otorgó a sus descendientes una renta estatal.

JRF

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.