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Anneo Séneca, Lucio (4 a.C-65 d.C).

Escritor y filósofo español del siglo I de nuestra era. Hijo de un afamado rétor (conocido como Séneca "el Viejo"), Séneca procedía al igual que su familia de la ciudad de Corduba (Córdoba en la actualidad), donde hubo de nacer entre el año 4 a. C. y el año 1 de nuestra era. Por lo que dice su padre en su curiosa recopilación de Suasoriae y Controversiae, sus hijos (Séneca, L. Anneo Novato y L. Anneo Mela, padre del famoso poeta Lucano) se habían sentido desde muy pronto atraídos por el arte de la declamación practicada por los rétores de la generación anterior, amantes apasionados de las sententiae o pensamientos generales formulados con gran concisión. Fue esta pasión la que llevó a su padre a preparar esa recopilación, que nos permite averiguar cómo pudo formarse el estilo y el gusto literario de nuestro escritor, quien además de amar a estos oradores aprendió a valorar la poesía de Ovidio.

Lucio Anneo Séneca.

Este joven provinciano se marchó a Roma para acompañar a su padre y a su tía y decidió quedarse allí con esta última. Es muy poco lo que se sabe de este período de tiempo; de hecho, no tenemos noticias seguras hasta el año 41, en que Séneca tuvo que marcharse desterrado a Córcega por orden del emperador Claudio, pues se le acusó de haber mantenido relaciones adúlteras con un miembro de la familia imperial, Julia Livilla. Para entonces ya se había casado y había tenido un hijo. En cuanto a su vida en la urbe antes de esta fecha, se sabe que muy pronto se sintió atraído por la Filosofía y que fue discípulo de Sotión y de Papiro Fabiano, seguidores a su vez de Sextio, representante de un nuevo movimiento filosófico puramente romano e influido por el estoicismo y el neopitagorismo. También se sabe que durante cinco años vivió con sus tíos en Egipto, donde había ido a causa de su mala salud. A su regreso a Roma, inició su carrera política (ya su padre había señalado al publicar su obra, en el año 37, que sus hijos se preparaban para la política): primero fue nombrado cuestor y, bajo el gobierno de Calígula, alcanzó una gran fama como orador, lo que llegó a contrariar al propio emperador, envidioso de aquellos que florecían en las artes (de hecho, si hemos de creer a Suetonio, este emperador llegó a decir de Séneca que sus escritos eran arena sine calce). Llegamos así a la época de Claudio y a su destierro, durante el cual se volcó en el estudio y la escritura.

Finalmente, Agripina, la madre de Nerón, lo mandó llamar en el año 49 para que se encargase de la educación del joven príncipe Nerón, que tenía entonces 12 años. Cuando Nerón ascendió al poder, Séneca disfrutó de una enorme influencia y llegó a ser considerado amicus del Príncipe, una especie de consejero y ministro aunque sin categoría oficial. En estas circunstancias conoció a Burro, el prefecto del pretorio, otro de los personajes más influyentes del momento. Durante los siguientes ocho años, el Imperio regido bajo la influencia de Séneca y Burro tuvo una época de esplendor y de buen gobierno. Durante este período, justo hasta la muerte de Burro en el año 62, Séneca desarrolló una hábil política que le permitía aunar las relaciones con los miembros de la corte y con el ejército; además, alcanzó fama como orador y como escritor al tiempo que también se hizo célebre como político. Sin embargo, a partir de ese momento su estrella comenzó a decaer al buscar Nerón otro tipo de compañías más dadas a la acción y la violencia y al perder Séneca su fama como consejero ante los ojos de aquéllos que execraban los crímenes cometidos por el Emperador (entre ellos, el de su propia madre Agripina).

Séneca.

Desde este momento hasta el año 65, Séneca alejado de la corte llevó una vida de retiro, dedicado por completo a la Filosofía. A pesar de ello, en el año 65, cuando se produjo la conjuración de Pisón, Séneca fue acusado de apoyar a los conjurados y se le ofreció la posibilidad de una muerte digna gracias al suicidio, muerte que el filósofo aceptó.

Obras.

Las características de su propia vida, marcada por su ejercicio del poder, y su cuidada educación hicieron crear a Séneca un nuevo tipo de literatura, personal y única, que, en opinión de Quintiliano, provocó la admiración entre sus contemporáneos, deseosos de imitarle.

Escritos en prosa.

En cuanto a sus obras en prosa, se adscriben todas ellas al ámbito de la Filosofía y más en concreto al de la Ética y la Física (con lo que se deja de lado la Lógica, la tercera de las partes en que se subdividía la Filosofía para los estoicos). Dichas obras se presentan por lo general ante el público bajo la forma de diálogos o epístolas, aunque en este aspecto también resulta original el tratamiento del género dialogístico por parte de Séneca. En realidad, muchos de sus tratados suponen la existencia de un interlocutor ficticio, con lo que no nos hallamos ante verdaderos diálogos que intenten reproducir literariamente el curso de una conversación entre personajes previamente definidos (en este sentido, debe recordarse que la tradición filosófica distinguía entre dos tipos fundamentales de discursos: los platónicos, con unos personajes reales y bien definidos que exponen sus opiniones contradictorias y que avanzan hacia la verdadera solución de un problema, y los aristotélicos, donde existe una voz principal y un coro de voces secundarias que sólo sirven para marcar el ritmo de ese discurso autorizado con sus intervenciones ocasionales). En los dialogi de Séneca, su voz se dirige hacia una segunda persona ficticia que, en numerosas ocasiones, es sólo un procedimiento para que el tema avance de una manera más amena y placentera para el lector.

De este modo, la tradición manuscrita nos ha transmitido 10 tratados bajo el epígrafe de dialogi (en las traducciones de la Edad Media y el temprano Renacimiento aparecerán catalogadas como tratados, al igual que los del siguiente grupo): De providentia, De constantia sapientis, De ira, Consolatio ad Marciam, De vita beata, De otio, De tranquillitate animi, De brevitate vitae, Consolatio ad Polybium y Consolatio ad Helviam. A pesar de que todas estas obras aparecen agrupadas bajo la etiqueta de "diálogos", es preciso hacer algunas observaciones, pues las consolationes podrían adscribirse a un género distinto, bien conocido por la Antigüedad. En estos casos, no existe un interlocutor ficticio, sino que como el propio título indica se dirige a personas determinadas y el tema, claro está, desarrolla de una manera más individualizada los distintos tópicos propios de la consolación; de ese modo, no se trata aquí de asuntos generales sino, por el contrario, de unos temas muy particulares; así, por ejemplo, la Consolatio ad Marciam fue escrita para consolar a la hija de Cremucio Cordo ante la muerte de un hijo y la Consolatio ad Helviam está dirigida a su propia madre para consolarla por el destierro de su hijo (Séneca) a Córcega. En todos estos casos, frente a lo que ocurre en los otros dialogi, se avanza de lo particular hacia lo general.

Aparte de estas obras, conservamos también los tratados De clementia, Naturales Quaestiones, De beneficiis y las Epistulae morales ad Lucilium. En este caso, es preciso señalar que las Epistulae ad Lucilium representan un género literario distinto del diálogo aunque está estrechamente relacionado con él: el género epistolar. Ya los antiguos distinguían entre las epístolas familiares (públicas o privadas) y las epístolas filosóficas, que venían a representar el diálogo entre personas entre las que media una distancia. Este subgénero epistolar (el de la epístola filosófica) fue muy practicado por los miembros de las diferentes escuelas, pues de ese modo el maestro podía mantener un contacto asiduo y doctrinal con sus discipuli una vez que éstos habían abandonado su compañía. Séneca sigue esa tradición en sus 124 cartas dirigidas a su discípulo Lucilio; posiblemente, la edición del epistolario de Cicerón a Atico influyó de manera notable en estas epístolas de Séneca, quien a pesar de que dice seguir la tradición de Epicuro, no puede dejar de referirse a algunos tópicos propios del género epistolar según aparecían en el epistolario ciceroniano.

Con todo, sus epístolas (frente a la frescura de las cartas de Cicerón) tienen una clarísima intención propedéutica que le lleva a eliminar lo cotidiano (elemento fundamental de la carta entre amigos); cuando este ingrediente se introduce, se hace con la única intención de conferir a sus epístolas un cierto halo de carta verdadera. Así, la mayor innovación de Séneca consiste en servirse del molde formal de la carta para ofrecer a sus lectores un tratado filosófico, con lo que se aparta del tratado con forma dialógica de Cicerón. La ventaja de la carta es que, aunque las referencias a la propia experiencia no sirvan más que como marco, no impide que el lector se forme una cierta imagen del autor de las misivas; por ello, creemos que cuando Séneca adoptó la epístola pretendía dejar un retrato autobiográfico (más completo que el que se podía ofrecer en un diálogo), pero no tanto de su vida cotidiana como de su vida interior o experiencia sapiencial.

Además de estas obras, conocemos el título de otros trabajos que no se han conservado: Moralis philosophiae libri, De officiis, De remediis fortuitorum ad Gallionem, De paupertate, De superstione, De matrimonio, De inmatura morte, Exhortationes, De motu terrarum, De lapidum natura, De piscium natura, De forma mundi, De situ Indiae, De situ et sacris Aegyptiorum, De vita patris. En estas obras, Séneca vuelve a tratar los mismos temas que en las obras conservadas (la Ética, aplicada a la vida de los hombres, se presenta así como una de sus preocupaciones básicas); de todos modos, resulta curioso su interés por la Etnografía y la Geografía (lo que podría relacionarse con su dedicación a la Filosofía Física). Todas estas obras están marcadas por el estoicismo, aunque se trata de un estoicismo un tanto ecléctico, pues Séneca acude al simple sentido común aderezado con una preocupación muy marcada por la moral y el deseo de alzarse como una voz capaz de denunciar los vicios y defectos para enseñar. De todos modos, su visión de mundo, cuando la describe, se halla totalmente imbuida por los principios del estoicismo: así, le fascina la visión de la destrucción periódica del universo por agua y fuego. El mundo puede presentar así imágenes de terribles terrores que no sólo pueden ser causados por fenómenos naturales como el rayo o los terremotos, sino también por la rabia y furor humanos. Cuando esa insania se instala en la mente de un hombre puede conducirle a su propia destrucción y a la de todo aquello que lo rodea (este tema estará también muy presente en sus tragedias). Ante este triste panorama, la única salvación posible para el hombre está también en su interior, donde habita una pequeña partícula divina: la razón (ratio); por ello, el hombre debe intentar cada vez más asemejarse a la divinidad, para lo que tiene que limpiar esa ratio del contacto con todas las pasiones con lo que llegará a una perfecta imitación de dios.

Tragedias.

Al lado de estas obras en prosa, Séneca también escribió nueve tragedias que, además, son las únicas tragedias romanas que conservamos completas: Hercules Furens, Troades, Phoenissae, Medea, Phaedra, Oedipus, Agamemnon, Thyestes y Hercules Oetaeus. Junto a estas obras de tema griego, la tradición ha transmitido bajo el nombre de Séneca una praetexta, titulada Octavia, cuya autoría es rechazada por la crítica en la actualidad. En todas esas tragedias, Séneca muestra las características propias de la poesía de la edad de plata, con su gusto por lo patético, lo exagerado, lo muy retórico, lo que le lleva a adoptar a Eurípides como su modelo preferido. De todos modos, Séneca no se pliega por completo al modelo original sino que elabora su tragedia de una manera personal; de hecho, el mito es casi un mero pretexto para su tratamiento original de los temas. Y su originalidad es tanta que incluso altera el espíritu dramático de sus obras, pues hay en ellas datos que parecen indicar que estas obras no se concibieron para la escena sino para la lectura (aunque esta última idea, aceptada por la crítica casi con unanimidad, es puesta hoy en entredicho al considerar que, a pesar de los problemas, estas obras son perfectamente representables).

En cuanto a la valoración artística de estas obras, no hace mucho que se las tachaba de excesivamente retóricas, con abuso de hipérboles, sentencias, el gusto por un realismo exagerado y una continua exhibición de los conocimientos eruditos. Todos esos elementos no son más que una manifestación de los gustos literarios de la época en que estas tragedias fueron escritas, un período en que la retórica impregna tanto la prosa como la poesía. Otra de las críticas que se ha hecho a estas obras es que, en realidad, no son más que una nueva manera empleada por Séneca para exponer su doctrina filosófica cargada de estoicismo. De todos modos, esta valoración un tanto negativa también ha ido cambiando, pues aunque la filosofía estoica impregna estas tragedias esto no es más que un reflejo del ideario de su autor, que no puede dejar a un lado esas convicciones; de todos modos, Séneca pretendió tratar en sus obras dramáticas el conflicto interior del hombre, quien (frente a lo que ocurría en la tragedia griega) ya no ha de luchar contra las divinidades o su destino divino, sino contra sí mismo; de hecho, la ira y el furor se convierten en elementos fundamentales de estos dramas, donde se observa la continua oposición entre esa ofuscación mental y la razón-tranquilidad de ánimo. De este modo, no es preciso considerar que Séneca escribiera estos dramas como un mero ropaje para adornar sus ideas filosóficas; más bien, son verdaderas piezas literarias en las que afloran con más fuerza si cabe las tensiones interiores de los hombres y que fueron escritas en un momento en que la tiranía hacía más evidente esa dificultad extrema del individuo para encontrar la paz interior.

Otras obras.

Para finalizar esta visión de la actividad poética de Séneca, hay que citar los 67 epigramas que se le atribuyen, aunque su autoría no es del todo segura. También, como moralista que era, Séneca escribió una sátira menipea (esto es, mezcla de prosa y verso), la Apocolocyntosis, una divertida y original ridiculización de la divinización del emperador Claudio. Así, asistimos al proceso judicial al que es sometido el emperador Claudio a su llegada al Hades, donde es condenado sin que pueda ni siquiera defenderse (lo que viene a ser una crítica a los propios procesos judiciales instaurados en vida del emperador). Finalmente recibe un castigo: tendrá que jugar a los dados eternamente aunque con un cubilete sin fondo (alusión sin duda a la pasión que Claudio demostró por el juego en vida); nada más empezar su castigo aparece Calígula, quien lo reclama como esclavo, con lo que tras pasar por varios amos la vida que corresponde a Claudio en el mundo de los muertos es la de esclavo de un liberto (con lo que se viene a satirizar el sometimiento del emperador a lo largo de su vida a la voluntad de sus libertos, verdaderos artífices del poder en su reinado).

De ese modo, Séneca contribuye a ridiculizar y satirizar todos los aspectos de la vida de este emperador en una composición en la que no hay sitio para exponer alguna de sus posibles virtudes en medio de tantos defectos. En cuanto al estilo de esta menipea, la mezcla no sólo se limita a la alternancia de verso y prosa, sino que, para acentuar su carácter de parodia, Séneca mezcla también distintos registros lingüísticos; de ese modo, lo muy culto y erudito se da la mano con los coloquialismos e incluso los vulgarismos; la visión y la grandeza de la épica aparecen salpicadas de elementos procedentes del lenguaje de la calle, que también puede revistir el ropaje de la tragedia. Con todo ello, Séneca consigue una obra abigarrada, de compleja estructura, con continuas parodias que le dan viveza y suvizan su aspecto de dura y cruel invectiva contra quien había sido responsable de su destierro.

Estilo.

El estilo de Séneca era de una gran originalidad, hasta el punto de que los propios romanos tenían conciencia de lo difícil que era imitarlo; esta idea no sólo se pone en boca de Quintiliano sino que también fue frecuente entre los grandes pedagogos y rétores del Renacimiento, quienes admiraban al filósofo y escritor a pesar de considerarlo pernicioso para la juventud como modelo para la escuela. Séneca muestra una fortísima influencia de la Retórica, disciplina que, como se vio, había formado parte de su educación y de su vida desde joven; con todo, no podemos decir que su obra sea por ello un simple artificio vacío. La técnica retórica le prestó sus armas, que puso al servicio de unas ideas y pensamientos extremadamente originales. Séneca parece hablarnos desde sus páginas con un estilo que podríamos considerar oral e improvisado. Sus ideas y pensamientos (en que se revela un perfecto conocimiento de la naturaleza humana y una increíble capacidad de observación) son brillantes, como también lo son las páginas en las que nos lo muestra. Con todo, quizás podría echársele en cara su excesiva prolijidad y, en ocasiones, su falta de proporción. Todas sus obras están llenas de pinceladas maestras, de sentencias brillantes esparcidas por aquí y por allá, pero están faltas de una visión de conjunto y una preocupación por la estructura de sus escritos.

Séneca fue un maestro en el arte de sintetizar un pensamiento complejo en unas pocas palabras, combinadas con tal gracia y acierto que se convierten en candidatas perfectas para alcanzar la inmortalidad. Su pensamiento se desmenuza así en un sinfín de frases ingeniosas y rotundas que se presentan sin trabar, por lo que siempre fue repudiado por todos aquéllos que tuvieron a Cicerón como el maestro de la prosa latina.

Posteridad.

Al final del Medievo, Séneca triunfó por doquier con el conjunto de sus obras y, sobre todo, con sus tratados, que fueron vertidos al vernáculo por Alfonso de Cartagena; al conjunto, se adhirieron también unos Proverbios atribuidos al sabio cordobés que, por supuesto, no habían salido de su mano. Aparte, en esa centuria, por toda Europa se encontraban con facilidad sus Epistulae ad Lucilium, en latín o en romance, y sus Tragedias, que fueron romanceadas primero en la Corona de Aragón y en lengua catalana e inmediatamente después en el Reino de Castilla. Séneca y Cicerón triunfaron como moralistas, lo que incluso les valió la consideración de cristianos avant la lettre. Entrado el siglo XVI, se asiste al triunfo de las Tragedias en la escena europea y española, dentro y fuera de las aulas. Para todos estos fenómenos, que revelan la difusión de Séneca en España a lo largo de los siglos XV y XVI, es obligado revisar el libro de Karl Blüher, que dispone de una traducción española: Séneca en España, Madrid, 1983.

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Autor

  • Teresa Jiménez-Calvente