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PolíticaHistoriaBiografía

Álvarez de Toledo y Pimentel, Fernando, III Duque de Alba (1507-1582).

Noble español nacido en Piedrahita (Ávila) el 29 de octubre de 1507 y muerto en Lisboa el 11 de diciembre de 1582.

Síntesis biográfica

Fue un importante general, consejero y administrador del emperador Carlos V y del rey Felipe II de España. Recibió su bautismo de fuego en Fuenterrabía contra los franceses, muy joven, en 1524. En 1531 acudió a defender Viena contra los turcos. Su participación en la toma de Túnez en 1535 y sus servicios como consejero se ganaron el favor del emperador, que le fue confiando progresivamente puestos de mayor importancia. Encargado de la defensa de la frontera española, en 1542 hizo retroceder a los franceses en el Rosellón. Más tarde luchó junto a Carlos V contra los protestantes alemanes, siendo uno de los principales artífices de la gran victoria de Mühlberg en 1547, que deshizo la Liga de Esmalkalda. En los años siguientes, mayordomo mayor y ya cabeza de uno de los principales partidos de la Corte, sirvió como consejero del príncipe Felipe (desde 1554 en Inglaterra).

Por intrigas fue enviado en 1555 a Italia como virrey de Nápoles y capitán general de Milán. Defendió con éxito estos territorios contra los franceses y el papa Paulo IV y tomó parte en 1559 en la firma de la paz de Cáteau-Cambresis. En la cima de su carrera como militar, quedó relegado en la corte tras su máximo rival Ruy Gómez de Silva. Recuperada la preponderancia, en 1567 fue enviado como capitán general y luego gobernador a los Países Bajos con el objetivo de devolver el orden a la provincia. Sin embargo, se comportó con escaso tacto (Tribunal de Tumultos, ejecuciones, poca tolerancia con el protestantismo, centralización y nuevo sistema de impuestos). Rechazó en 1568 a Guillermo de Orange, pero no pudo impedir en 1572 el estallido de una grave sublevación. Reemplazado en 1573, cayó en desgracia en 1579 y estuvo un año confinado, pero en 1580 fue liberado y se le encomendó el mando del ejército que debía asegurar a Felipe II el trono portugués. Alba cumplió ejemplarmente y entró en Lisboa en agosto, ciudad en la que moriría dos años después.

Los Álvarez de Toledo y la educación de Fernando

Era hijo de García Álvarez de Toledo (nieto por tanto de Fadrique Álvarez de Toledo, II duque de Alba) y de Beatriz de Pimentel, que le llamaron Fernando en honor de Fernando el Católico, entonces rey de Aragón y regente de Castilla. Tuvo dos hermanas mayores que él, Catalina y María, y un hermano menor, Bernardino. Pertenecía, por tanto, a una de las grandes familias aristócratas españolas, con amplios dominios en torno a la sierra de Gredos; el título más importante que los Álvarez de Toledo poseían, el de duque de Alba, provenía de uno de esos lugares, Alba de Tormes (Salamanca). El joven Fernando quedó huérfano de padre muy pronto, al morir García Álvarez de Toledo en 1510, en el desembarco del conde Pedro Navarro en la isla de los Gelbes (isla Djerba, Túnez), víctima de una emboscada musulmana en un oasis.

Su abuelo Fadrique, veterano soldado, se preocupó de darle una esmerada educación, tanto en lo militar como en lo tocante a las letras. Fernando tuvo como primer preceptor a un monje benedictino de Mesina, Bernardo Gentile, y desde 1521 a un dominico de Piacenza llamado Severo; su abuelo había tratado de contratar al humanista Luis Vives, pero no pudo obtener sus servicios. Severo le enseñó latín en los autores clásicos, al tiempo que le daba a conocer el erasmismo. Desde 1520 fue ayo suyo el poeta Juan Boscán, que además de infundirle gusto por la literatura le acompañaría como amigo hasta que murió en 1542. De la instrucción militar y otras cuestiones prácticas, como la dirección del patrimonio de los Alba, se encargó el propio Fadrique, llevándole consigo a sus campañas guerreras y a los frecuentes recorridos que hacía por sus dominios.

Fernando dio muestras tempranas de vocación castrense: en 1524, a la edad de diecisiete años, se escapó de casa para ponerse a las órdenes de Iñigo de Velasco, condestable de Castilla, y participar así en el asedio de Fuenterrabía, ocupada por los franceses. Muy maduro para su edad, se comportó valerosamente y, una vez tomada la plaza, recibió temporalmente el gobierno de la misma. El 27 de abril de 1529 casó con María Enríquez de Toledo, hija de Diego Enríquez de Guzmán, III conde de Alba de Liste y de Aldonza Leonor Álvarez de Toledo. Con ella tendría a García (1530-1548), Beatriz (1534), Fadrique (1537-1585, IV duque de Alba), y Diego (1542-1583). De una amante anterior a su boda, María, nació Hernando Álvarez (1528). Curiosamente, salvo en lo militar, no dio a sus hijos una educación tan cuidada como la que él había recibido: sólo Fadrique y Hernando tendrían cierta importancia como soldados. Poco más se sabe de la vida de Fernando Álvarez de Toledo en estos años hasta la muerte de su abuelo en septiembre de 1531.

Un nuevo general imperial: de la liberación de Viena a la conquista de Túnez

Con veinticuatro años Fernando heredó los títulos familiares (duque de Alba y Huéscar, marqués de Coria y conde de Salvatierra), posesiones y rentas. Al año siguiente acudió al llamamiento de Carlos V para luchar contra los turcos, que habían puesto sitio a Viena. Acompañado del poeta y militar Garcilaso de la Vega, amigo suyo, se reunió con el emperador hasta marzo, en Ratisbona. No llegó a entrar en combate: cuando en septiembre todo estuvo listo el sultán turco Solimán I, viendo difícil sostener el asedio ante el invierno que se avecinaba, se retiró con sus ejércitos. El duque, que mandaba un escuadrón de caballería croata, se mostró partidario de perseguirlos y atacar su retaguardia; no fue escuchado, pero al menos se había dado a conocer al emperador, y cuando éste se trasladó al poco a Italia para entrevistarse con el papa Clemente VII recibió el mando de la retaguardia.

Estuvo en Bolonia durante las negociaciones, hasta febrero de 1533, volviendo con Carlos V a España. Por entonces se habían intensificado los ataques de los piratas berberiscos de Khair Ben Eddyn, Barbarroja, a las costas mediterráneas españolas y napolitanas y el emperador preparó una expedición de castigo. Alba obtuvo la capitanía de un cuerpo de caballería pesada, cargo no muy relevante en una operación naval pero prestigioso; le acompañaban su hermano Bernardino y su hijo mayor, García, que contaba con cinco años de edad. Sus fuerzas apenas participaron en la toma del fuerte de La Goleta, en la entrada del puerto tunecino, y en el asalto a Túnez tuvo que permanecer en retaguardia, con una fugaz intervención. Rendida la plaza en julio de 1535, recuperó la armadura de su padre, que se guardaba allí tras su derrota y muerte. Después pasó nuevamente a Italia con el emperador. Los meses finales de 1535 y los iniciales de 1536 estuvo en Nápoles, y luego en Roma. En todo este tiempo, además de crear una verdadera red de clientelismo en Italia, apoyada en familiares con cargos importantes, estrechó su relación con Carlos V, de ideas afines, contándose pronto entre sus consejeros.

El duque de Alba y la guerra contra Francia

A punto de estallar la guerra contra Francia, se opuso a comenzar la campaña sitiando Marsella, puerto muy bien defendido y cuyo asedio daría tiempo a reorganizarse al debilitado ejército francés. Desoído su consejo de atacar Lyon, los hechos le darían la razón: hubo que retirarse al poco de llegar a Marsella. El propio Alba recogió los suministros que trajo por mar el genovés Andrea Doria y aseguró la retirada del emperador. No pudo impedir, sin embargo, la muerte de su amigo Garcilaso en una acción menor. En tanto se negociaba una tregua con Francia estuvo todo el año de 1537 en España; en julio murió su madre. En la primavera de 1538 formó parte del séquito imperial que asistió a la firma de un tratado de paz temporal con los franceses en Niza.

Libre en Europa, el emperador convocó Cortes en Toledo para solicitar la financiación de una nueva expedición contra Argel. Las Cortes la denegaron, pero de momento la cuestión fue aplazada por la sublevación de Gante, la ciudad natal del emperador. El duque asistió en 1539 a su represión, después estuvo probablemente en Ratisbona, y en fecha incierta regresó a España. En septiembre de 1541 estaba en Cartagena organizando los suministros de la armada española que al fin iba a atacar Argel; no sin dificultades de avituallamiento y de navegación logró unirse a las fuerzas de Carlos V, que habían llegado antes. Las tropas que transportaba pudieron desembarcar sólo en parte antes de que un fuerte viento del norte encallase o destruyese un gran número de buques. No volvió a realizarse un nuevo intento de conquista por el momento, pues otra vez amenazaba Francia.

Se encomendó al duque de Alba la protección de la frontera española: organizó la defensa de Navarra y fortificó Perpiñán, capital del Rosellón, sobre la que parecía inminente el ataque francés. En agosto de 1542 el Delfín Enrique (Enrique II en 1547) sitió la ciudad con fuerzas superiores. Alba había tomado previamente la precaución de retirarse a Gerona dejando Perpiñán bien guarnecida: su fortaleza y la amenazante presencia de Alba detrás de sus líneas obligaron al Delfín a retirarse. En 1543, cuando el emperador partió hacia los Países Bajos para hacerse cargo de la defensa de la provincia, dejó a su hijo el príncipe Felipe (Felipe II) como regente y al duque como capitán general de las fuerzas peninsulares. Alba organizó el mismo año la boda del príncipe con María Manuela de Portugal, en la que actuó como padrino. En 1544 se firmó la paz de Créspy entre españoles y franceses, por la que se acordaba la boda de Carlos, duque de Orléans (uno de los hijos del rey Francisco I) con María, hija de Carlos V, o con la sobrina de éste la archiduquesa Ana de Hungría. Los Países Bajos o Milán serían la dote. El duque recomendó ceder los Países Bajos, pero aunque el emperador se inclinaba por Milán no se llegó a entregar ni uno ni otro, pues en septiembre de 1545 moriría el duque de Orléans.

De la victoria de Mühlberg a consejero del príncipe Felipe

En enero de 1546 marchó a Utrecht, donde fue recompensado con el ingreso en la Orden del Toisón de Oro; en abril se encontraba una vez más en Ratisbona, donde el emperador había decidido acabar con la protestante Liga de Esmalkalda (constituida en 1531). En tanto llegaban los refuerzos, Carlos V y el duque de Alba abandonaron Ratisbona y se refugiaron en Landshut, algo más al sur. Cuando todo el ejército imperial (unos 40.000 hombres) estuvo formado completamente en Ingolstadt, salieron al encuentro del enemigo. Los protestantes, para evitar un choque directo, se retiraron a principios de septiembre. El ejército imperial recuperó varias plazas de las dos márgenes del Danubio, evitando Alba encontrarse otra vez con el rival a la espera de su disolución. Ello ocurrió en noviembre, tras lo cual muchos príncipes y ciudades luteranas hicieron acto de sumisión. No así los principales cabecillas, el duque de Sajonia Juan Federico y el landgrave de Hesse Federico. El primero continuó combatiendo exitosamente hasta que Carlos V y Alba se dirigieron hacia el Elba: la noche del 23 de abril de 1547 cruzaron el río a la altura de Mühlberg, sorprendiendo totalmente al desguarnecido Mauricio. Muchos de sus hombres murieron y él mismo fue hecho prisionero, siendo entregado para su custodia al duque de Alba. Capturado Felipe de Hesse poco después, las Capitulaciones de Wittemberg (mayo) sometieron por el momento a los luteranos.

Unos meses más tarde, en enero de 1548, el duque de Alba se trasladó a España en funciones de mayordomo mayor de la corte, con la misión de introducir el ceremonial borgoñón y preparar la venida del regente Maximiliano (sobrino del emperador). Luego acompañó al príncipe Felipe a los Países Bajos; durante el camino el duque recibió la noticia de la muerte de su primogénito, García, con sólo dieciocho años. La estancia en aquella provincia le permitió establecer importantes lazos con Felipe, convirtiéndose pronto en uno de los principales personajes de la casa del príncipe. No obstante, encontraría un poderoso rival en el partido del portugués Ruy Gómez de Silva, amigo personal de Felipe y copero mayor, especialmente tras el matrimonio de éste con Ana de Mendoza (1552). Ambas facciones dominarían la vida política española durante las tres décadas siguientes. Entre los partidarios de Alba se encontraban, además de sus numerosos familiares, funcionarios como Gonzalo Pérez, secretario real. De momento, en 1550 el duque se trasladó a Augsburgo con el príncipe, para volver a España con él en mayo de 1551.

Pronto retornó a Alemania en el verano de 1552, donde se había formado una nueva coalición de príncipes protestantes (entre ellos el traidor Mauricio de Sajonia) que habían cercado al emperador en Austria. Con 7.000 soldados marchó apresuradamente en su auxilio; habiéndose retirado los protestantes, por orden del emperador puso sitio en octubre a Metz, que había sido ocupada sorpresivamente por Enrique II de Francia. No tuvo éxito por la llegada del invierno, pero no por ello perdió la confianza imperial. Permaneció junto a Carlos V en Bruselas hasta el verano de 1553; con permiso del príncipe Felipe pasó el invierno en Alba de Tormes. En febrero de 1554 recibió un nuevo e importante encargo: acompañar a Felipe en su viaje a Inglaterra, donde iba a contraer un segundo matrimonio con la reina inglesa María I Tudor. Su función era, como en 1543, organizar los preparativos nupciales, y además procurar evitar todo problema del séquito español con los ingleses, los cuales no veían con buenos ojos el matrimonio. Gracias a su labor hubo pocos incidentes, convirtiéndose en el principal portavoz de Felipe en su consejo (Privy Council) y en el parlamento inglés.

Virrey de Felipe II en Nápoles y Milán

Esta preponderancia alarmó a Ruy Gómez de Silva, que mediante intrigas logró el nombramiento del duque como virrey de Nápoles y Capitán General de Milán, región ésta muy amenazada por los franceses con fuerzas superiores. En 1555 Alba reforzó las fortificaciones y expulsó a pequeñas guarniciones francesas, aunque no pudo evitar la pérdida de Volpiano (Piamonte). El invierno evitaría males mayores y obligaría a firmar una tregua en Cambrai; la desventaja en que se encontró durante los combates le hizo comportarse con crueldad con los prisioneros que capturó. En enero de 1556, coincidiendo con la abdicación de Carlos V y la entronización de Felipe II, se trasladó a Nápoles, donde se encontró con una difícil situación pues su lugarteniente Bernardino de Mendoza no había podido con los complejos problemas napolitanos (hambre, bandidaje...).

Más grave aún que éstos fueron sus tensiones con el papa Paulo IV, al que desagradaba la presencia imperial en Italia. El pontífice armó tropas y fortificó la frontera con Nápoles, por lo que el duque de Alba atacó varias plazas estratégicas en los límites de los Estados Pontificios: no quería atacar directamente Roma, sino alcanzar rápidamente la paz. Una breve intervención de Francisco de Lorena, duque de Guisa, terminó con la derrota de éste en Giulianova (en la costa adriática) y con la retirada total tras conocerse el desastre francés de San Quintín (agosto de 1557). Hasta septiembre, incluso con Alba en las proximidades de Roma, el papa se resistió a firmar el armisticio. En enero de 1558 Alba fue recibido triunfalmente por Felipe II en Bruselas. Luego participó en los trabajos de redacción del duradero tratado de paz con Francia, el de Cáteau-Cambresis (29 de marzo de 1559). Trasladado a París para verificar el cumplimiento de los acuerdos, el 21 de junio representó a Felipe II en su tercer matrimonio con Isabel de Valois, hija de Enrique II.

En agosto regresó a España, donde se encontró con la sorpresa de no ser incluido entre los consejeros más cercanos al rey. Alba, que no aceptó esto de buen grado, no pudo evitar que durante dos o tres años su influencia en la corte disminuyese considerablemente. Se retiró a sus propiedades, sólo interviniendo en asuntos de estado por carta. Su suerte comenzó a cambiar a finales de 1563, cuando su protegido el cardenal Antonio Perrenot de Granvela fue destituido como consejero de Margarita de Parma, regente de los Países Bajos, por culpabilizársele de la desorganización, autonomismo de los nobles y extensión del protestantismo. Sus sustitutos, apoyados por Gómez de Silva (ya príncipe de Éboli), gobernaron aún peor, de modo que Felipe II volvió a acordarse del duque de Alba para restablecer la autoridad real. A partir de 1565 su poder en la corte sobrepasó al del príncipe de Éboli, incluso cuando el año siguiente Antonio Pérez, del partido ebolista, sustituyó a su fallecido padre como Secretario del Consejo real.

Alba, capitán general y gobernador de los Países Bajos

Después de representar a Felipe II en las deliberaciones de Bayona entre la reina Isabel y su madre Catalina de Médicis, regente francesa, trató de convencer a Felipe II de negar toda concesión al localismo flamenco o al protestantismo neerlandés. Su postura se impuso después de que los principales nobles flamencos presentaran a Margarita de Parma un escrito de protesta y de petición de tolerancia religiosa (Compromise), seguido de diversos desórdenes. En octubre de 1566 Alba recibió la orden de marchar a la tumultuosa región, en principio precediendo el viaje del mismo Felipe II. Partió en abril con 10.000 soldados, viajando por mar hasta Italia y luego por tierra cruzando el Piamonte, Saboya, el Franco Condado, Lorena y Luxemburgo, evitando Francia y las protestantes Suiza y Renania (este fue el origen del “Camino español” usado hasta el s. XVII por las tropas hispanas para ir del norte al sur de Europa o viceversa).

Su llegada con un ejército provocó gran inquietud, confirmada cuando en septiembre arrestó entre otros a Lamoral, conde de Egmont, y a Felipe de Montmorency, conde de Horn, dos de los más importantes nobles flamencos junto con Guillermo de Orange, previamente refugiado en Alemania. Poco después dimitió Margarita de Parma, quedando Alba como capitán general y gobernador civil. Al creer inminente la llegada del rey no creó un sistema definido de gobierno, lo cual causaría numerosos problemas administrativos. Para él su misión se limitaba a devolver el orden a la provincia restableciendo la autoridad real y asegurando la unidad religiosa. Levantó así una serie de fortalezas para acuartelar tropas españolas y creó en octubre un tribunal especial en el que tenía la última decisión, que llamó Tribunal de los Tumultos, conocido popularmente como Tribunal de la Sangre por sus juicios sumarios y condenas a muerte (entre ellas las de todos los firmantes del Compromise de 1566). Las ejecuciones totales de este periodo serían algo más de mil, confiscándose a los condenados sus propiedades. Esta represión no apaciguó los ánimos, sino que creó sensación de terror y deseo de resistencia.

Entre tanto, Guillermo de Orange juntaba en Alemania un ejército con el apoyo de los calvinistas holandeses y franceses, mientras otros exiliados formaban los Mendigos del Mar ('gueux de la mer') y una considerable flota. Los primeros movimientos rebeldes fueron rápidamente neutralizados (abril de 1568), siendo derrotado y capturado en la región de Maastricht Jean de Montigny, señor de Villiers. En junio decapitó a Egmont y Horn, y luego partió hacia Groningen, en el norte, para combatir al hermano de Guillermo, Luis de Nassau, derrotándolo en julio. Luego fue el turno del propio Guillermo de Orange, que entró en septiembre en los Países Bajos; Alba evitó el combate hasta que su rival comenzó a perder orden, y entonces lo atacó no lejos de Bruselas el 16 de octubre. Guillermo tuvo que volverse a Alemania con su ejército deshecho. Alba, a su regreso a Bruselas, se enteró de que Felipe II había renunciado a ir a los Países Bajos por diversos problemas (muerte de su entonces único hijo Carlos y de su esposa, e inicio de la sublevación morisca de las Alpujarras), por lo que solicitó su sustitución, no aceptada.

En los años siguientes aplicó diversas reformas en los Países Bajos, además de misiones concretas como la de asegurar el traslado a España de la cuarta esposa de Felipe II, Ana de Austria (hija del emperador Maximiliano II). Promovió la redacción de un código legal único que dio como resultado la Ordenanza del Derecho Penal de 1570, abolido tras su marcha. Reorganizó la administración eclesiástica según las disposiciones de la bula Super Universalis de 1559, creando una estructura duradera. Paralela a ésta fue su búsqueda de libros heréticos, que también culminó con éxito. Por último, más problemática fue la introducción de un sistema fiscal más justo: a pesar de sus plenos poderes sobre la cuestión no pudo enderezar la desastrosa situación. Su propuesta de imponer un impuesto del 10 % sobre el comercio y del 5 % sobre la venta de bienes raíces encontró gran resistencia entre los consejeros flamencos. Alba finalmente hizo aprobar en 1571 una tasa más reducida que nunca llegaría a ser aplicada por su marcha a España no mucho después.

Se opuso a la invasión de Inglaterra, desestimada cuando la reina Isabel I expulsó de sus puertos a los Mendigos del Mar. Cuando su cabecilla Lumey de la Marck tomó en abril de 1572 una pequeña ciudad de los Países Bajos, las regiones del norte aprovecharon la ocasión para manifestarse partidarias de Guillermo de Orange. El duque preparó con calma su respuesta: reclutó hombres, reunió medios y se aseguró la neutralidad francesa. Al poco su hijo Fadrique venció en Mons (Hainaut) a una partida de hugonotes franceses. Desaparecida por fin la posibilidad de intervención de Carlos IX de Francia por la matanza de los hugonotes en la noche de San Bartolomé, pudo enfrentarse sin temor a Guillermo de Orange, que había entrado en Brabante. Una vez más se impuso el genio militar de Alba, debiendo retirarse su rival con graves pérdidas sin haber sido capaz de auxiliar a la sitiada Mons. Al rendirse ésta el 21 de septiembre, su hermano Luis de Nassau fue hecho prisionero.

Aún faltaba someter a las plazas septentrionales rebeldes, para lo cual Alba decidió dar un castigo ejemplar a alguna de ellas para infundir respeto a las demás. Malinas y Zutphen fueron sometidas a pillaje y varias ciudades se rindieron al poco sin combatir. Pero cuando el hijo del duque, Fadrique, aplicó la misma política en Naarden, los holandeses creyeron que ello había ocurrido a pesar de haberse rendido sin luchar. Esta acción intensificó aún más la resistencia protestante a los ejércitos de Alba. En marzo de 1573 llegó a un acuerdo con Isabel I para que negase definitivamente toda ayuda a los rebeldes, pero entre tanto el sitio de la vital plaza de Haarlem se prolongaba; el ataque por mar la rindió al fin en julio, tras varios meses de asedio. Era ya tarde para Alba, pues en enero de ese año Luis de Requesens había sido nombrado su sustituto para alegría de los flamencos, que no gustaban del autoritarismo del duque. Requesens no llegó a Bruselas hasta noviembre, regresando contento Alba a España en diciembre. Quedaba incierta la situación de los Países Bajos.

Caída en desgracia y rehabilitación: la conquista de Portugal

Llegó a Barcelona en marzo, para encontrarse con que, muerto Ruy Gómez de Silva poco antes, su puesto en la corte lo había ocupado Antonio Pérez, igualmente enconado enemigo suyo. Permaneció en el Consejo de Estado pero con influencia reducida. Sus enemigos trabajaron el cansancio que sus opiniones causaban en el rey: así, en 1576, como modo de atacarle personalmente, su hijo Fadrique fue recluido en el castillo de Tordesillas en parte por considerársele culpable de la situación militar en los Paíes Bajos, en parte porque aún se recordaba que hubiese pretendido casarse en 1568 con una dama de la corte, Magdalena de Guzmán, sin permiso real. En julio de 1578 esta dama, instigada por Ana de Mendoza, princesa viuda de Éboli, pidió al rey que la sacase del convento en donde estaba desde entonces y se le permitiera desposar a Fadrique. El duque de Alba, alarmado por la posibilidad de un matrimonio desfavorable a los intereses de su dinastía, buscó una esposa de su conveniencia, su sobrina María de Toledo. El matrimonio se celebró en secreto en octubre en Madrid, sin haber pedido a Felipe II su aprobación. El rey se disgustó por este motivo con el duque de Alba y decretó su encierro en enero de 1579; caído en desgracia, fue conducido al pueblo de Uceda (Guadalajara).

Aún tenía amigos, y era considerado en España como un héroe nacional, por lo que en junio las Cortes solicitaron su perdón. No sería liberado hasta febrero de 1580: viéndose cercana la muerte del rey de Portugal, Enrique I el Cardenal, el monarca español era el legítimo heredero de esa corona como hijo de Isabel de Portugal, pero había rivales y era necesario asegurar el trono por la fuerza. Se pidió insistentemente al rey que fuese Alba el comandante del ejército de ocupación. A disgusto, el rey reconoció la razón de estas peticiones y, sin devolverle su favor, envió al duque a Badajoz (al que acompañaba su hijo Hernando de Toledo), donde se estaban llevando a cabo los preparativos militares. Su cometido era derrotar a Antonio, prior de Crato, el principal rival de Felipe II, pero sin enemistarse con la población. Reunidos hasta 40.000 hombres y asegurado sus suministros de modo que no tuvieran que recurrir al saqueo en Portugal, entró en el Alentejo a mediados de junio, sin encontrar resistencia alguna.

Sus mayores preocupaciones de esta peculiar campaña fueron el intenso calor veraniego y una amenazante epidemia de gripe. En Setúbal, en la costa, debía encontrarse con la flota de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. No obstante, cuando a mediados de julio avistó la ciudad, Santa Cruz aún no había llegado, y en un primer momento los habitantes de la ciudad parecieron incluso dispuestos a luchar. Logrado su control, al arribar por fin la flota embarcó a sus hombres en ella y desembarcó en Cascais, no lejos de Lisboa; vencida la resistencia del general portugués Diego de Meneses (que fue ahorcado), no pudo evitar que sus inexpertas tropas saqueasen la ciudad. En agosto sitió Lisboa por tierra, en tanto Santa Cruz lo hacía por mar. A pesar de la dura resistencia del prior de Crato las defensas portuguesas fueron rápidamente sobrepasadas. En tanto llegaba el rey en persona a tomar posesión del reino, Alba quedó como administrador; Felipe II entró en Lisboa en la primavera de 1581, manteniendo entonces a su lado a Alba como consejero. En otoño del año siguiente, 1582, enfermó y tras unos meses de progresivo debilitamiento murió en diciembre, a la edad de 75 años.

Retratado por Antonio Moro en 1549 y por Alonso Sánchez Coello en 1567, el duque de Alba era alto, delgado, de piel cetrina, fogoso interiormente pero de perfecto control sobre sí mismo gracias a su férrea voluntad, lo que hacía temibles sus escasas pero intensas explosiones de ira. Presentaba una actitud de gravedad tal que transmitía melancolía. Por lo general amable en el trato, aunque distante, a veces pronunciaba frases de extremada ironía. Era un hombre ilustrado (hablaba latín, francés, italiano y aceptablemente el alemán), pero no se trataba en absoluto de un intelectual, sino de un hombre de acción. En efecto, excelente estratega de gran astucia, era más militar que político o diplomático. De gran religiosidad (tuvo como confesores a Alonso de Contreras y, en los últimos años de su vida, a fray Luis de Granada) y austeridad de costumbres, apreciaba el valor y la constancia, soliendo castigar severamente la indisciplina. Su actuación en los Países Bajos le ha dado fama de cruel, alimentando uno de los capítulos de la “leyenda negra” española. Sin embargo, ha sido mejor considerado en España: habiendo permanecido prácticamente imbatido toda su vida, ha sido llamado a veces “Gran duque de Alba”.

Bibliografía

  • BERRUETA, M. D. El Gran Duque de Alba: don Fernando Álvarez de Toledo. (Madrid, Biblioteca Nueva: 1944).

  • CASTRO, J. de. El duque de Alba. (Madrid, Compañía íbero-americana de publicaciones: 1931).

  • Epistolario del III duque de Alba, Don Fernando Álvarez de Toledo. 2 vols. (Madrid: 1952).

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  • MALTBY, W.S. El gran Duque de Alba: un siglo de España y Europa, 1507-1582. (Madrid, Turner: 1985).

Enlaces en Interent

http://cervantesvirtual.com ; Página que contiene parte de una obra de Manuel José Quintana con gran cantidad de información sobre la vida del duque de Alba (en español).

Autor

  • Bernardo Gómez Álvarez