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Manrique Cabrera, Francisco (1908-1978).

Poeta, ensayista, periodista, crítico literario y profesor universitario puertorriqueño, nacido en Bayamón el 25 de diciembre de 1908 y fallecido en San Juan el 15 de junio de 1978. Humanista fecundo y polifacético, firmemente comprometido con la lucha por la soberanía nacional y la implantación de un gobierno autónomo que garantizase la justicia y la igualdad social, desarrolló a lo largo de toda su vida una fructífera labor en pro del desarrollo cultural de su pueblo y fue el primer puertorriqueño que promovió una fundación dedicada a financiar proyectos destinados a destacar la identidad nacional y los valores de Puerto Rico en todas sus manifestaciones sociales y culturales. Para ello, dispuso en su testamento que la mitad de su fortuna fuera invertida en la creación de la hoy prestigiosa fundación que lleva su nombre.

Nacido en el seno de una humilde familia campesina, vino al mundo en el popular Barrio Dajaos, de Bayamón, en cuya escuela pública elemental recibió los primeros rudimentos de su formación académica. Inició luego sus estudios secundarios en dicha localidad, los continuó en Naranjito y los concluyó en Bayamón, siempre dentro de las instituciones docentes públicas, pues en su hogar no había medios económicos suficientes para pagarle la matrícula en centros de mayor prestigio. A pesar de esta escasez material, su familia, en vista de la brillantez con que había cursado estas etapas iniciales de su instrucción, apoyó su decisión de trasladarse a San Juan para que tuviera allí acceso a la enseñanza superior; ya por aquel entonces, el joven Francisco Manrique Cabrera había dado muestras de poseer una viva inteligencia natural y una acusada vocación humanística que le impulsaron a matricularse en la Facultad de Letras de la Universidad de Puerto Rico, donde muy pronto renovó los premios y honores que había cosechado durante sus estudios primarios y secundarios. Para poder pagarse estos estudios superiores y mantenerse en San Juan mientras los realizaba, el futuro escritor buscó trabajo en la residencia de estudiantes "Carlota Matienzo", donde se desempeñó como lavaplatos y camarero. Poco después, sus condiciones laborales mejoraron notablemente al conseguir un empleo en la Biblioteca General, lo que le permitió ampliar sus saberes al tiempo que cumplía con las obligaciones de su cargo.

Entretanto, su capacidad para la organización y promoción cultural quedó bien patente en todas las aulas por las que iba pasando. Elegido presidente de la clase graduanda -algo así como delegado de los estudiantes en el claustro de la Universidad-, administró con sumo acierto los fondos que quedaron a su cargo y empleó una parte considerable de ellos en la reunión de una valiosa colección de libros de autores puertorriqueños que fueron donados a la ya citada Biblioteca General, donación que fue el origen de la Sala de Colección Puertorriqueña, una de las secciones más importantes y visitadas de cuantas conforman en la actualidad dicha biblioteca. Sus obligaciones laborales y su dedicación a la comunidad académica no le impidieron seguir brillando con máximo esplendor en sus actividades puramente académicas; y así, obtuvo el diploma de maestro normalista (1929) y se graduó de bachiller en Artes de Educación (1931) con la calificación de "cum laude", lo que le permitió obtener una beca de la Sociedad Cultural Española destinada a financiar la ampliación de sus Estudios en España.

Cruzó, pues, el Atlántico y se estableció en Madrid, en cuya Universidad Central obtuvo el grado de doctor en Filosofía y Letras (1934), después de haber leído una espléndida tesis titulada El Negro en la Literatura Española. A su regreso a Puerto Rico, comenzó a ejercer la docencia en calidad de profesor de escuela superior, lo que le llevó a recorrer diferentes centros de enseñanza de su país (como los de Arecibo y Caguas) y a conocer in situ la vida cotidiana en los más variados puntos de la isla. Vivo ejemplo, a lo largo de toda su andadura vital, de una generosidad y un desprendimiento poco habituales, Francisco Manrique Cabrera continuó interesándose por los problemas políticos, sociales, económicos y culturales que afectaban a sus compatriotas, y comprometiéndose sin titubeos en la defensa de la identidad nacional, lo que le acarreó numerosas persecuciones políticas desatadas por las autoridades partidarias de la colonización norteamericana. Durante algún tiempo, encauzó estas inquietudes sociales por vía de la militancia en el Partido Nacionalista; pero, a partir de 1950, decidió dar un paso adelante en la lucha por los intereses de su pueblo y asumió un alto cargo dentro de la Comisión Ejecutiva del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP).

No descuidaba, empero, su intensa actividad intelectual, que le permitió ocupar una plaza de profesor titular en la Facultad de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico a mediados de la década de los cincuenta. Desde el seno de su antigua alma mater, Francisco Manrique Cabrera siguió desplegando una briosa y tenaz labor política que le convirtió en uno de los principales promotores de la fundación, en 1956, de la Federación de Universitarios Pro Independencia (FUPI). Tres años después, el humanista de Bayamón fue cofundador del Movimiento Pro Independencia (MPI), cuya Dirección General ostentó por espacio de diez años (1959-1969). Durante todo ese lapso, viajó asiduamente por numerosos lugares de Hispanoamérica (Cuba, Venezuela, Ecuador...) y por otros países del mundo (como Japón), en busca de apoyos morales y materiales para el MPI.

Entretanto, seguía manteniendo una feraz dedicación al ámbito de la cultura, en el que estaba bien presente desde que, allá por 1936, diera a conocer su primer volumen de versos, publicado bajo el título de Poemas de mi tierra (1936). Considerado, a partir de esta espléndida opera prima, como una de las figuras más relevantes de la literatura neocriollista puertorriqueña, incrementó su prestigio literario dentro de esta corriente con la publicación de otros poemarios tan notables como el titulado Huella, sombra y cantar (1943), que fue galardonado por el Instituto de Literatura Puertorriqueña. Su particular visión lírica del criollo, reforzada por un lenguaje ágil y terso en el que cobra singular relieve la fuerza expresiva de la imagen, lo presenta como una figura estilizada que, en cierto modo, se aleja de la realidad circundante por la vía de la idealización.

En el transcurso del mismo año en que apareció Huella, sombra y cantar vio la luz uno de los grandes trabajos críticos de Francisco Manrique Cabrera, Antología de poesía infantil (1943), con el que dejó patente su vasto conocimiento de las Letras hispanoamericanas y su lúcida y penetrante capacidad crítica. Dentro de esta parcela del ensayo y los estudios literarios, el humanista de Bayamón cosechó otros éxitos notables con obras tan valiosas como la edición anotada de El jíbaro (1849), del escritor y médico sanjuanero Manuel A. Alonso (1822-1889), realizada en colaboración con José A. Torres Morales y publicada en 1949, para conmemorar el centenario de su primera edición impresa. Esta obra está considerada como la piedra fundacional de la literatura puertorriqueña -se la compara, en este sentido, con el Poema de Mío Cid en España y con el Martín Fierro en las Letras argentinas-, lo que basta para explicar el interés puesto en ella por un defensor a ultranza de la identidad nacional de Puerto Rico, como lo fue Manrique Cabrera. Entre el resto de su producción crítica y ensayística, conviene recordar otros títulos tan dignos de mención como Notas sobre la novela puertorriqueña de los últimos veinticinco años (1955), Manuel Zeno Gandía, poeta del novelar isleño (1955) e Historia de la literatura puertorriqueña (1956), obra -esta última- por la que Manrique Cabrera es sobradamente conocido dentro y fuera de las fronteras de su país natal, al ser uno de los manuales literarios más difundidos de las Letras puertorriqueñas.

El escritor de Bayamón cultivó también con notable acierto la escritura periodística, en la que alcanzó una gran seguimiento por parte de los lectores de la isla antillana merced a sus amenas columnas publicadas en el rotativo Claridad (más tarde recopiladas por los estudiosos de su fundación y ofrecidas en un volumen autónomo). Tras una vida consagrada de lleno a la docencia (impartió clases durante casi cuatro décadas), la creación literaria, la investigación crítica y la lucha en pro de la causa independentista, Francisco Manrique Cabrera se jubiló en 1974 con el título de Profesor Emeritus de la Universidad de Puerto Rico, admirado y respetado como uno de los grandes patriarcas de la cultura y la vida pública puertorriqueñas de la segunda mitad del siglo XX. Al atardecer del 15 de junio de 1978, sin permitirle alcanzar la condición de septuagenario, la muerte le sorprendió en su domicilio sanjuanero, mas no impidió por ello que su legado siguiera siendo uno de los más fecundos, generosos y desinteresados de la historia de su pueblo, encauzado a partir de febrero de 1992 en la Fundación Francisco Manrique Cabrera.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.