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Hucbaldo de Saint-Amand (ca. 840-930).

Monje, músico, poeta latino y filósofo franco-flamenco, también conocido como Hugbaldo, nacido hacia el año 840 y fallecido en el 930. Célebre en su tiempo por su sabiduría, su sensibilidad artística y su longevidad, en la actualidad es principalmente recordado por haber sido el primer músico que propuso un nuevo método de notación de tono claro y útil, destinado a acabar con la compleja y ya caduca notación griega, que se venía usando en Europa desde que la introdujera el filósofo y estadista romano Boecio (480-526) en el año 524. Entre sus obras más conocidas figura el poema extenso en lengua latina De laude calvorum, escrito en alabanza del monarca Carlos II, el Calvo (823-877), así como el magno tratado de música titulado De institutione harmonica. También se la ha considerado tradicionalmente como el autor de otro tratado musical de notable interés para el estudio de la evolución de esta disciplina artística en la Alta Edad Media, titulado Musica enchiriadis; en la actualidad, la investigación especializada señala esta autoría como apócrifa.

Poco se sabe de la vida de Hucbaldo, salvó que profesó en el convento de Saint-Amand (o San Amando) de Tournay, en donde escribió toda su obra. Vivamente interesado por el canto, se propuso acabar con las enormes dificultades que la escritura musical tradicional presentaba para el cantor, por lo que se sirvió en sus libros de dos líneas que marcaban una distancia de una quinta (cinco tonos): una de ellas correspondía a la nota fa, y la otra la nota do. Para hacerlo más claro, Hucbaldo dio distintos colores a dichas líneas (rojo y amarillo, respectivamente).

Hucbaldo partió de las modificaciones introducidas en la notación griega por Boecio y, basándose en el mismo sistema de letras que utilizaba ésta, redujo los casi trescientos signos diferentes a unos quince signos que hicieron la escritura musical mucho más simple y accesible para cualquier cantor. En su libro De institutione harmonica, escribió la palabra “aleluya” con signos convencionales, aunque vagos, encima de cada sílaba. A continuación, añadió su propia notación de letras y estableció la altura de cada sonido, sin prescindir para ello de los símbolos convencionales (llamados neumas), que reúnen ciertas características expresivas necesarias para el canto. De esta manera, el monje de Saint-Amand se nutrió de la antigua notación y de las novedades por él propuestas para enseñar al cantor la exactitud del tono y la variedad de expresión. Asimismo, le instruyó en los rudimentos de la armonía (o consonancia), a la que definió como “dos notas, de distinta altura, que suenan juntas”, definición que luego enriqueció considerablemente en su ya mencionado tratado: “La consonancia es la mezcla calculada y armoniosa de dos notas, que se produce sólo cuando estas dos notas, ocasionadas por fuentes diferentes, se combinan en una sola unidad musical, como, por ejemplo, cuando cantan juntos un niño y un hombre, que, usualmente, se llama 'organizatio'”.

Aunque no ha llegado hasta nuestros días ninguna obra polifónica de Hucbaldo de Saint-Amand, se sabe que en su tiempo gozó del reconocimiento otorgado a los grandes músicos, y que algunas de sus piezas (como su tropo de gloria "Quem vere pia laus", o sus tres oficios para san Andrés, san Teodorico y san Pedro). Respecto a la ausencia de piezas polifónicas en la obra del monje de Saint-Amand, resulta obligado recordar que los compositores cristianos de la Alta Edad Media no se les permitía escribir contrapuntos para ninguno de los cantos litúrgicos monocordes que pretendiesen musicar. Desde altas esferas de la organización eclesiásticas se dictaban órdenes precisas y tajantes acerca las partes de la misa y del oficio litúrgico que podían ser enriquecidas con añadidura de voces adicionales, y, aunque el canto llano era un factor básico para el significado de la liturgia, en función de la importancia de la festividad conmemorada se admitía un mayor perfeccionamiento de la parte musical. Así, v. gr., en determinados responsorios se asignaban partes bien diferenciadas a los solistas y al coro, y se permitía a los compositores adaptar las partes que habían de cantar los primeros; en los salmos cantados, sólo se admitía una versión "organizada" para la antífona; en los himnos y secuencias, los versos alternados podían recibir un tratamiento contrapuntístico; en los cantos del Ordinario de la Misa, se dejaban sin música los textos básicos y se dotaba de acompañamiento musical a los tropos, que eran inserciones músico poéticas dentro de los textos consagrados por la costumbre y la regla. En la composición de estos tropos era frecuente (como ocurría en el caso de Hucbaldo de Saint-Amand) que el autor fuera, a la vez, músico y poeta.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.