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LiteraturaBiografía

Bécquer, Gustavo Adolfo (1836-1870)

Gustavo Adolfo Bécquer. Sevilla.

Poeta, narrador y periodista español, considerado como la cima del Romanticismo hispano y el iniciador de la poesía española contemporánea. Nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836, y murió en Madrid con tan sólo treinta y cuatro años. Su verdadero nombre fue Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida; para firmar sus escritos, tomó el tercer apellido de su padre, Bécquer, procedente de un antepasado flamenco.

Vida

De familia de pintores (su padre fue el pintor José María Domínguez Insausti), recibió una esmerada educación artística que despertó desde sus primeros años un carácter sensible y ágil. En 1846, consigue entrar en el Colegio de san Telmo, donde conoce a Narciso Campillo y Julio Nombela, que comparten su afición por la poesía. Con el primero escribe el drama Los conjurados que representaron en el colegio. Junto con ellos, planeará la huida a Madrid en busca de la fama: Para ello, deciden llenar entre los tres un cofre con poemas que ofrecer a los editores madrileños. Al clausurarse el colegio al año siguiente, y dado que sus padres habían muerto durante su infancia, es recogido por su madrina, la culta dama sevillana doña Manuela Monnehay, en cuya casa encuentra una rica biblioteca que lo encamina, definitivamente, hacia la literatura. No obstante, manejará siempre con soltura y gracia los lápices de dibujante. En 1852, comienza a publicar en el periódico sevillano La Aurora. Será 1854 el año en el que, finalmente, se traslade a Madrid, donde las cosas no le resultarán, ni mucho menos, tan fáciles como él pensaba. Introducido en el mundo del periodismo, colabora en El Porvenir, La España musical y literaria y El correo de la moda. La necesidad lo lleva, incluso, a colaborar, siempre bajo seudónimo, en libretos de zarzuela, género que despreciaba. Así, bajo el nombre de Adolfo García escribió La novia y el panteón, que fue un rotundo fracaso, y La venta encantada, adaptación de los episodios de la venta en la primera parte del Quijote, que no se llegó a estrenar. En colaboración con Rodríguez Correas, llevó a los escenarios El nuevo Fígaro (1862) y Clara de Rosemberg (1863), única de todas las zarzuelas de Bécquer que alcanzó algún éxito, merced a que la música ya era conocida. También como Adolfo García adaptó varias piezas del francés, como Nuestra Señora de París, de Victor Hugo, bajo el título de Esmeralda en 1856. Asimismo, participó en el ambicioso proyecto de una Historia de los templos de España, de la que sólo vio la luz el primer volumen, dedicado a Toledo, en 1857. En este mismo año, los síntomas de la tuberculosis que acabaría con él comienzan a ser evidentes. Al año siguiente debe volver a Sevilla a reponerse.

En 1859 lo encontramos de nuevo en Madrid, y en 1861 entra a trabajar como redactor en El Contemporáneo. Es el mismo año en el que contrae matrimonio con Casta Esteban Navarro, hija de un médico soriano afincado en Madrid. La pobreza del poeta -el periodismo nunca lo sacará de pobre- y las enormes diferencias de carácter entre los cónyuges hicieron del matrimonio una experiencia difícil, sobre la que la crítica se ha extendido en divagaciones tan peregrinas y discordantes entre sí como ajenas a la valoración de la obra del poeta que, eso parece seguro, no dedicó a su esposa sino un poema de circunstancias ("Tu aliento es el aliento de las flores", número LXXXII del Libro de los gorriones) por el que no hubiera pasado, probablemente, a la historia. El matrimonio tuvo tres hijos y parte de la crítica asegura, sin que sepamos por qué, que la paternidad del tercero es dudosa.

Son años de labor constante y poco recompensada, a la que hay que añadir la conciencia de una enfermedad que avanza, que ocasiona gastos y que se sabe sin remedio. En 1864, precisa de reposo, para lo que decide retirarse por una temporada al monasterio de Veruela, abandonado tras la Desamortización. Al retiro lo acompaña Casta y en él recibirá con frecuencia la visita de su hermano Valeriano. De las colaboraciones enviadas por Bécquer a El Contemporáneo se entresacaron las nueve Cartas desde mi celda, excelente ejemplo de prosa poética. El poeta colabora, además en El Museo Universal y, desde 1870, en La Ilustración de Madrid, de la que será también director literario.

Años antes, desde 1867, el ministro Luis González Bravo protege al poeta, así como a su hermano, el dibujante Valeriano Domínguez Bécquer. En ese mismo año, le consigue el cargo de censor de novelas que le hubiera permitido llevar una vida digna de no haber sido cesado por la revolución que destronó a Isabel II en 1868. La huella de la "Gloriosa" en la vida de Bécquer no se limita -no sería poco- a la pérdida del empleo: durante los disturbios acaecidos en Madrid en los días de la revuelta, la casa de González Bravo fue saqueada y en el saqueo se perdió un manuscrito que el poeta había entregado a su protector con sus poemas a fin de que le ayudara a publicarlo. La pérdida del manuscrito obligó a Bécquer a reconstruir de memoria su obra en el manuscrito que hoy conservamos: el llamado Libro de los gorriones que, corregido en parte por sus amigos, serviría de base a la publicación realizada tras la muerte del poeta.

En 1870, la muerte de su hermano Valeriano, al que estaba profundamente unido, lo sumió en la tristeza. No duraría mucho: el avance de la enfermedad y el poco cuidado que se otorgaba (el día antes de la última recaída, un veintidós de diciembre se había empeñado en viajar en la parte descubierta de un tranvía, bajo la nieve) lo condujeron muy pronto al sepulcro.

La cuestión de las amadas del poeta llamó mucho la atención de la crítica realista, especialmente dado que no parece haber sido Casta la inspiradora de sus verso (no hubiera sido poca novedad que un romántico transido de absoluto hubiera cantado a su doméstica y burguesa esposa). La búsqueda entre las conocidas del poeta dio como resultado únicamente un amor juvenil, Julia Espín y Colbrandt, hija de un profesor del conservatorio madrileño, sobrina política de Rossini (su madre era hermana de la primera mujer del compositor, la soprano madrileña Isabel Colbrandt), a la que Bécquer trató durante sus primeros años en Madrid cuando asistía a las tertulias de la casa de los padres de Julia, donde, habitualmente, se interpretaba música (Gustavo Adolfo tocaba el arpa). Posteriormente, Julia siguió los pasos de su tía Isabel cantando por toda Europa y no nos consta que continuase relación alguna con el poeta. Respecto a la supuesta Elisa Guillén, es de sobra sabido a estas alturas que el episodio de la "dama de rumbo" vallisoletana no fue sino una superchería tramada por el poeta vallisoletano Fernando Iglesias Figueroa, quien trató, con indudable éxito, de medir su pluma con la de su maestro. Las dos rimas dedicadas a Elisa ("¿No has sentido en la noche..." y "Para que los leas con tus ojos grises") aparecieron en tres volúmenes de Páginas desconocidas de Gustavo Adolfo Bécquer, publicadas entre 1922 y 1924, repletos, en realidad, de páginas apócrifas. La superchería fue confesada años después por el propio autor. Todo ello no es óbice para que algunos críticos poco avispados continúen incluyendo ambas rimas en el corpus becqueriano y el nombre de Elisa Guillén en la vida del poeta.

Obra

La obra de Gustavo Adolfo Bécquer nos ha llegado (dejando aparte la producción dramática, nunca tenida en cuenta ni por el autor ni por la crítica) en tres grandes bloques: las Rimas, las Leyendas y los artículos. Dentro de este último bloque, amplísimo, destacan las dos series constituidas por las Cartas desde mi celda y las Cartas literarias a una mujer. De este último aspecto, el del Bécquer periodista que escribe sobre todo lo que se tercia, conocemos un buen número de artículos, de los que sólo los referidos a literatura (así, la reseña que dedicó a La Soledad de Augusto Ferrán) han merecido la atención de la crítica. Debemos contar, además, con el hecho de que redactaría editoriales y sueltos sin firma que se encontrarán perdidos por las páginas de los diarios y revistas en que colaboró. Es interesante señalar esto por cuanto la obra del mayor poeta de nuestro Romanticismo está escrita en su mayor parte (un 91'86 del total) en prosa y sobre temas de actualidad ajenos por completo al ensueño poético.

Con todo, las Rimas son lo más conocido de la obra del poeta sevillano, especialmente la número LIII, "Volverán las oscuras golondrinas":

Gustavo Adolfo Bécquer, "Volverán las oscuras golondrinas" (Rimas, LIII).

"Volverán las oscuras golondrinas
de tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala en sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
esas... ¡no volverán!
.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores se abrirán;
pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...,
esas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón, de su profundo sueño
tal vez despertará;
pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
¡así no te querrán!
(LIII).

Las Rimas, tal y como han llegado hasta nosotros, suman un total de ochenta y seis composiciones. De ellas, setenta y nueve se publicaron por vez primera en 1871 a cargo de los amigos del poeta, que introdujeron algunas correcciones en el texto, suprimieron algunos poemas y alteraron el orden del manuscrito original (el mencionado Libro de los gorriones, hoy custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid). El contenido de las rimas ha sido dividido en cuatro grupos: el primero (rimas I a XI) es una reflexión sobre la poesía y la creación literaria:

"¿Qué es poesía? -dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía eres tú
".
(XXI).

El segundo (XII a XXIX), trata del amor y de sus efectos en el alma del poeta:

"Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... ¡yo no sé
que te diera por un beso!
".
(XXIII).

Gustavo Adolfo Bécquer: Las Rimas. Rima XXIII.

El tercero (XXX a LI) pasa a la decepción y el desengaño que el amor causa en el alma del poeta:

"Los suspiros son aire y van al aire.
Las lágrimas son agua y van al mar.
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿sabes tú a dónde va?
".
(XXXVIII).

Y el cuarto (LII a LXXXVI) muestra al poeta enfrentado a la muerte, decepcionado del amor y del mundo:

"Al brillar un relámpago nacemos,
y aún dura su fulgor cuando morimos,
¡Tan corto es el vivir!
La gloria y el amor tras que corremos,
sombras de un sueños son que perseguimos
".
(LXIX).

Las Rimas se presentan habitualmente precedidas de la "Introducción sinfónica" que, probablemente, Bécquer preparó como prólogo a toda su obra.

Al hablar de la poesía de Bécquer, se señalan habitualmente dos influencias principales: la de la poesía popular andaluza, liberada en él del folclorismo fácil de tantos otros poetas contemporáneos, y la de la poesía romántica alemana, singularmente la de Heinrich Heine, que el poeta conocía a través de las traducciones de Ángel María Dacarrete y Eulogio Florentino Sanz, y cuyo Lyrisches Intermezzo, del Buch des Lieder, influyó especialmente en lo que al desengaño se refiere. Con todo, lo volátil de la amada de Bécquer, mujer "que nada dice a los sentidos" y que casi ni existe, resta fuerza al contraste con el desengaño del amor, mucho más trabajado en el poeta alemán que, no lo olvidemos, comienza el Intermezzo situándose en el mes de mayo, recién enamorado y con todos los tópicos habituales del mundo petrarquista, incluida la hipérbole sagrada, lo que da más fuerza al desengaño posterior.

Con todo, la falta de un argumento extrapoético no es óbice para reconocer la indudable calidad del poeta sevillano que logró, a la vez, separarse del mencionado folclorismo y del prosaísmo que, procedente de la poesía del XVIII, había inundado la literatura española de fábulas, odas de circunstancias y consolatorias fúnebres de lo más manido contra las que, precisamente, pretendían luchar los que se volvían en cuerpo y alma a la canción de tipo popular. La grandeza de Bécquer consiste en haber conseguido un ideal de poesía que él definió como una chispa eléctrica (véase la reseña a La Soledad de Ferrán, ya mencionada), como un pensamiento rápido y hondo que llega al alma y que él enfrentó a la poesía retórica e hinchada. A la poesía del público, Bécquer enfrentó la poesía de los poetas, que sería la que él defendía.

Las Leyendas se publicaron en primer lugar en la prensa (Semanario Pintoresco Español Museo Universal y Revista Española de Ambos Mundos), y, posteriormente, vieron la luz como libro en el volumen de Obras que publicaron los amigos en 1871. Al corpus inicial se han añadido también apócrifos de bastante menor calidad que los originales. Tales son La fe salva y La voz del silencio, dos nuevas falsas atribuciones de Fernández Iglesias. Sin contar éstas, las leyendas becquerianas son: Maese Pérez, el organista; El Miserere; La Promesa; El beso; El Cristo de la calavera; La ajorca de oro; El rayo de luna; Los ojos verdes; El Gnomo; La corza blanca; El Caudillo de las manos rojas; La Cruz del diablo; Creed en Dios; La Creación; El monte de las ánimas; La cueva de la mora; y La rosa de pasión.

Gustavo Adolfo Bécquer. El Monte de las ánimas. (Leyendas).

Destacan por su ambiente de irrealidad, de misterio, situado siempre sobre un plano real que deforma y desbarata (así, en La Corza blanca, donde la protagonista se transforma de noche en el citado animal; o en El monte de las ánimas, en la que el mismo escenario de un paseo amoroso se transforma en el campo del horror fantasmal y en la que el terror llega hasta la alcoba mejor defendida y adornada; o, por fin, en Los ojos verdes y, sobre todo, El rayo de luna, donde lo irreal, enfrentado a la realidad, hace optar a los protagonistas por el sueño, por la locura en la que quieren vivir lo que la realidad les niega). Destacan las logradas descripciones de ambientes: del barullo de la entrada en la catedral en Maese Pérez, el organista, al silencio del claustro en El rayo de luna, o las procesiones fantasmales de La ajorca de oro y El Miserere.

Junto a las leyendas, se colocan en ocasiones varias narraciones en las que el carácter legendario es menor, toda vez que tiene acción en la época del poeta y que en ellas aparecen elementos autobiográficos (como en Tres fechas) o costumbristas (tal en la conocidísima La venta de los gatos). Son estas narraciones, además de las dos citadas, Memorias de un pavo, ¡Es raro!, El aderezo de esmeraldas, Apólogo, Las hojas secas y la inacabada La mujer de piedra, copiada en El Libro de los gorriones.

Gustavo Adolfo Bécquer, "Yo sé un himno gigante y extraño" (Rimas, I).

Del resto de la producción prosística de Bécquer, destacan las Cartas desde mi celda, enviadas desde Veruela a la redacción de El Contemporáneo, en las que describe, con la prosa justa y limpia que lo caracteriza, los alrededores del monasterio y alguna leyenda de las aldeas vecinas (así, la de las brujas del Trasmoz, que nos lleva de nuevo al ambiente de misterio de las Leyendas). De menor importancia, aunque no de menor calidad en lo que a la prosa literaria se refiere, son las Cartas literarias a una mujer, en las que de nuevo, como en las Rimas, se observa la falta de entidad de esa amada idílica a la que el poeta es incapaz de caracterizar sino por su ausencia: de ahí la escasa verosimilitud de esa correspondencia literaria. La mujer de Bécquer, como señaló acertadamente Juan Ramón Jiménez, es mujer negativa; Bécquer, dirá el poeta de Moguer "sueña y vive en vida y verso el amor que no tiene".

El resto de la producción periodística de Bécquer apenas ha merecido la atención de la crítica; sin embargo, tal vez fuera preciso repasarla en busca de alguna otra joya de la prosa del gran poeta. Sorpresas no han faltado en los últimos años, como la que constituyó, en 1991, la publicación de álbum titulado Los Borbones en pelota, colección de estampas satíricas que, bajo el anagrama de SEM, publicaran Gustavo Adolfo y su hermano Valeriano, pintando a Isabel II y a sus más cercanos allegados (el rey consorte, Marfori, secretario y amante de la reina, el secretario y amante del rey, el confesor de la reina, padre Claret, la archiconocida Sor Patrocinio, la monja de las llagas, e incluso el ministro González Bravo, protector del poeta) en actitudes tan indecorosas que hacen palidecer a las procacidades que sobre la corte de Enrique IV contaran las Coplas del Provincial. Tal actitud se aparta de la imagen conservadora que habitualmente se tenía de Bécquer, que siempre se confesó católico y monárquico, aunque puedan entenderse, sin apartarse de ese credo básico, como interpretación de una realidad concreta en la que, precisamente eran los titulares de las instituciones veneradas las que las desprestigiaban hasta el extremo.

Bibliografía

  • BÉCQUER, Gustavo Adolfo. Rimas y declaraciones poéticas, ed. de Francisco López Estrada. Madrid: Espasa-Calpe, 1977.

  • BÉCQUER, Gustavo Adolfo. Leyendas, ed. de Pascual Izquierdo. Madrid: Cátedra, 1989, 5ª ed.

Autor

  • José Ramón Fernández de Cano