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HistoriaReligiónBiografía

Aragón, Hernando de (1498-1575).

Religioso, reformador y político español, nacido en Zaragoza en 1498 y fallecido en la misma ciudad el 29 de enero de 1575. Hernando fue el último de los miembros de la casa real aragonesa que ocupó el arzobispado de Zaragoza (1539-1575), y también fue el único de ellos que sintió la vocación religiosa y se comportó como prelado en sentido espiritual: su carácter, austero, prudente y comprometido, fue la base de la reforma tridentina en el reino de Aragón. Destacó por ser un extraordinario mecenas que vigorizó la educación y el arte del reino durante su extenso gobierno de la diócesis.

El camino religioso

Era hijo de Alonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza y, por tanto, nieto de Fernando el Católico. Se crió en la corte de su abuelo, quien, al parecer, le profesaba un cariño especial. Allí fue educado en un ambiente caballeresco, donde Hernando destacaba por su ingenio, su aplicación al estudio y por ser un experto jinete. A instancias de su abuelo, fue nombrado caballero de la orden de Calatrava con tanto sólo ocho años, en la primera parte de un plan que pasaba por obtener el derecho a la sucesión en la encomienda mayor de la citada orden o, en su defecto, de la de Montesa. El acceso al solio pontificio de León X provocó que en 1513 Hernando ya tuviera la conformidad de la Santa Sede para ocupar el culmen de la orden de Montesa, siempre y cuando, claro está, falleciese su, en aquel momento, comendador mayor, Bernat Despuig. En 1518, ya fallecido el Rey Católico, obtuvo don Hernando las encomiendas de Alcañiz y Caracuel, con lo que parecía consolidarse su futuro en la carrera militar.

Sin embargo, y aunque no se tienen demasiados datos de por qué se produjo, en 1521 Hernando de Aragón decidió abandonar el siglo y consagrar su vida a Dios. Tras renunciar a sus cargos y donar sus bienes económicos a sus criados y parientes, se refugió en el monasterio de Nuestra Señora de Piedra (Zaragoza), donde fue recibido como fraile cisterciense el 25 de octubre de 1523. Casi de manera inmediata, tomó las órdenes menores y, el 27 de enero de 1524, ya era sacerdote. Durante los siguientes años, Hernando vivió como un monje más en el cenobio de Piedra, donde se dedicó a las labores monacales y, especialmente, a la lectura de los muchos volúmenes que engalanaban la biblioteca del monasterio. Al cotejo con el resto de su vida, parece fuera de duda que su conversión se trató, a todas luces, de un verdadero ejemplo de fe. Buena prueba de ello es que, a pesar de las muchas dignidades eclesiásticas alcanzadas, como se verá a continuación, Hernando de Aragón jamás abandonó el hábito cisterciense, aunque podía hacerlo dado su rango.

Del cenobio al arzobispado

En 1535, catorce años después de su entrada en religión, Hernando de Aragón fue requerido por su primo, el emperador Carlos V, para ocupar el puesto de abad del monasterio de Veruela. Tomó posesión del mismo el 23 de febrero de 1535 y se mantuvo en el puesto hasta que en 1539 fue, de nuevo, solicitado por Carlos V para ocuparse de la vacante diócesis de Zaragoza. Durante su época de abad de Veruela trabó amistad con Lope Marco, que le sucedería en la dirección de la comunidad; ambos hombres, religiosos, eruditos y francos, honraron al monasterio con diversas obras para ampliar y restaurar su núcleo principal. Como abad de Veruela, Hernando de Aragón también fue elegido diputado por el brazo eclesiástico para las Cortes generales del reino, aunque estuvo a punto de renunciar ya que, al contrario que su padre y su hermano (anteriores obispos de Zaragoza), no era demasiado amigo de las disquisiciones políticas. La alta solvencia y escrupulosidad de Hernando de Aragón agradaron enormemente a Guillaume VII Fauconnier, abad de Cîteaux, quien lo nombró en 1536 visitador general de la Orden en la Corona de Aragón y en el reino de Navarra. De esta forma, a finales del mismo año, don Hernando presidió el Capítulo Provincial de la orden, celebrado en Zaragoza.

Su capacidad de gestión de los recursos económicos del monasterio de Veruela fue altamente valorada por el emperador, que no dudó en recomendarlo como arzobispo de Zaragoza. La proposición fue aceptada por el papa Paulo III el 21 de mayo de 1539. Hernando tomó posesión del obispado el 16 de julio del mismo año, tras lo cual regresó a su querido monasterio de Veruela, donde se celebró la ceremonia de consagración, oficiada por Pedro Butrón, obispo de Túnez. Ya en Zaragoza, recibió el palio acreditativo el 10 de noviembre, de manos de su homólogo oscense, Martín de Gurrea. Tal como era la costumbre del emperador, elegía en un puesto de importancia a un pariente suyo, y, además, lo hacía a conciencia, dado que el abandono de la diócesis era grande ya desde antes de que Alonso de Aragón, padre de don Hernando, accediera a ella. Ni que decir tiene que los zaragozanos, disconformes hasta ese momento con la imposición de castellanos para los cargos del reino efectuada por el emperador, así como la condición absentista del anterior arzobispo (Fadrique de Portugal), recibieron a don Hernando con los brazos abiertos, pues su fama ya era notoria en la época.

El prelado reformista

Desde los mismos inicios de su oficio arzobispal, don Hernando intentó aplicar con vigor los postulados reformistas que eran debatidos por la cristiandad en el Concilio de Trento. Instauró una nueva espiritualidad, mantuvo contacto asiduo con vicarios, abades y párrocos de la diócesis, y también procuró ser severo, pero persuasivo, con las costumbres desviadas de los miembros de su iglesia. De igual modo, la gestión económica, como ya había sucedido en Veruela, fue mejorada hasta el punto de obtener múltiples excedentes que don Hernando destinó a la edificación de diversas mejoras en la Seo zaragozana, en especial dos claustros, oficinas y diversas obras de mejora, así como la edificación de los monasterios cistercienses de Santa Lucía y San Lamberto, en la propia capital maña. La reformas también llegaron al palacio arzobispal, lugar donde habían residido los prelados desde la época de su padre, y también al Hospital general. Con todo, tal vez su labor más reconocida fue la enorme suma de dinero, unos doscientos mil escudos, que destinó a la reforma de la cartuja de Nuestra Señora de Aula Dei (Zaragoza).

La reforma más importante, con todo, aconteció en la educación. La universidad de Zaragoza, sumida en una larga atonía desde su primigenia fundación en 1474, comenzó a tener momentos de gloria, ya que la provisión de Hernando de Aragón sobre las escuelas elementales y catedralicias hizo que la educación letrada de base fuese obligatoria en todas las iglesias de la diócesis, por lo que, al poco tiempo, desde todos los rincones del reino comenzaron a llegar estudiantes a las aulas universitarias. Hernando de Aragón, además, se entendió a la perfección con el prior de la institución, Pedro Cerbuna, lo que hizo posible que docentes de gran prestigio, como Gaspar de Lax o Domingo Pérez, aceptasen enseñar en la universidad zaragozana, con el consiguiente aumento de prestigio. Como gran amante de las lecturas de Historia y Teología, hizo don Hernando proveer el cargo de cronista del reino a favor de Jerónimo Zurita en 1548; como prueba de su gusto por la lectura, hay que destacar que fuera el propio arzobispo quien ejerciese de corrector y censor en las pruebas de la primera parte de los Anales de Aragón. Dejando de lado su figura reformadora, volvió a ser elegido diputado del brazo eclesiástico en 1542 y 1564, además de figurar asiduamente mientras que fue arzobispo en los tribunales contra los abusos de autoridad de los agentes regios, factor éste que incrementó su fama de hombre justo entre sus acólitos. En lo referente a su actividad política, tal como correspondía por costumbre al arzobispo de Zaragoza, fue don Hernando el encargado de replicar el discurso de apertura del rey en las cortes celebradas en 1542 (en las que se juró como heredero al futuro Felipe II), en 1547, en 1552 y en 1563. Su labor como arzobispo quedaba, pues, plenamente consolidada.

El virreinato de Aragón

Tanto el emperador Carlos como Felipe I continuaron cosechando sinsabores en relación con los virreyes de Aragón, pues, en contra de lo que era costumbre, solían proveer para el cargo a caballeros castellanos, como Beltrán de la Cueva o Diego Hurtado de Mendoza, conde de Mélito, que pretendían gobernar autoritariamente el territorio sin prestar atención a los fueros. Tras el último fracaso del conde de Mélito, Felipe II pensó que el arzobispo sería un recambio ideal, y lo llevó a tal efecto en 1566, a pesar de la avanzada edad de don Hernando de Aragón. Su labor al frente del virreinato fue prácticamente gemela a la realizada en el palio, llevada a cabo además con una difícil situación, dadas las tensas relaciones entre Aragón y Felipe II que, finalmente, acabarían por estallar en 1591, ya fallecido don Hernando, con el incidente de Antonio Pérez, secretario de Felipe II. Así pues, el arzobispo intentó mediar y poner calma en los diversos conflictos existentes entre diputación, Inquisición y monarquía, aunque bien es cierto que recibió nula colaboración por lo enconadas que se hallaban ya las relaciones. Una prueba de ello fue la rebelión de los habitantes de Teruel contra el capitán Matías Moncayo, quien, desobedeciendo las instrucciones de virrey don Hernando, comenzó una fuerte represión contra los insurrectos, con la consiguiente espiral de violencia y protestas al virrey de todos los estamentos del reino. Intentó también reprimir el bandolerismo, problema endémico del reino de Aragón, y reprimió con dureza una invasión de hugonotes desde el vecino condado de Bearne, en el año 1569.

Su última intervención digna de destacarse en la política aragonesa fue con ocasión de los estertores que, en Aragón, se sufrieron a raíz de la sublevación morisca de 1569. Ante el temor de una insurrección generalizada, las instrucciones de Felipe II y de la Inquisición eran la de desarmar a todos los moriscos aragoneses. Hernando de Aragón, sabiendo que según los Fueros aragoneses tal decisión correspondía a los señores feudales, intentó buscar una solución intermedia, basada en que cada señor controlase a sus moriscos y les vigilase. La rápida resolución del conflicto impidió su extensión por el territorio gobernado por el virrey don Hernando. Tras ello, sus últimos años tuvieron al Palacio Arzobispal como máximo límite, agobiado por el peso de un cargo político que, desde luego, no iba con su mentalidad y carácter. Después de su fallecimiento, el 29 de enero de 1575, dejó una gran suma de dinero para construir su sepulcro, en la capilla de San Bernardo (fundador de la orden cisterciense que siempre profesó don Hernando), que todavía puede contemplarse en la Seo zaragozana. Los elogios que recogió entre sus contemporáneos pueden observarse en las obras literarias de Diego de Espés (autor de una Historia de los arzobispos de Zaragoza), o en las Alteraciones populares de Zaragoza de Bartolomé Leonardo de Argensola. Con independencia de su labor política y administrativa, se destaca el rasgo humano de que don Hernando, durante toda su vida, gastó más de seiscientos mil escudos en obras de caridad, limosnas y gestos benéficos.

Hernando de Aragón como historiador

Continuando con la costumbre familiar, son muchos los misales, breviarios, constituciones de sínodos, ceremoniales y diversos manuales eclesiásticos que se atribuyen al cálamo del arzobispo don Hernando, así como un sinfín de cartas con instrucciones para su ideal reformista que, es obvio decirlo, están inundadas de valor historiográfico para conocer el alcance de su pensamiento tridentino. De igual manera, un epistolario privado, cruzado con personajes como Alonso de Santa Cruz, Zurita y, en especial, los censores de la obra de este último, tienen un clarísimo interés para conocer las dificultades y puntos de vista que el loado cronista aragonés tuvo que sufrir para la redacción de su magna obra. Pero, más allá de estos aspectos culturales, y dejando aparte también su labor de mecenazgo, hay que destacar a Hernando de Aragón como autor de varias obras de carácter historiográfico que, pese a su evidente interés, han permanecido inéditas y silenciadas hasta nuestros días.

La más importante de todas ellas es la Historia de los Serenísimos Reyes de Aragón, en que retaza a grandes rasgos una biografía de cada monarca hasta Felipe II. La obra carece de originalidad, aunque es aguda y rica en detalles en sus tres cuartas partes, y se limita a refundir materiales que había podido consultar (muchos de ellos de Zurita); sin embargo, para los reinados de Carlos I y Felipe II, Hernando redacta, más que unos anales, un verdadero diario de los asuntos ocurridos en el reino de Aragón, por lo que se trata de una fuente inestimable para el conocimiento de estos años. Otras destacadas obras historiográficas son las Historias y catálogos de dignidades seglares y eclesiásticas de Aragón, así como el inestimable Catálogo de los obispos y arçobispos de Çaragoça desde el año de 225 hasta el de 1575, fuente en la que se inspira cualquier estudio que, entre los siglos XVI y XX, tenga por objeto la diócesis de Zaragoza. El erudito aragonés Félix Latassa también señala entre las obras de Hernando de Aragón un Nobiliario de las casas principales de España, así como un proyecto de Catálogo de Antigüedades de Zaragoza, para asentar más el perfil de humanista erudito y culto que tuvo Hernando de Aragón.

Bibliografía

  • COLÁS LATORRE, G., et al.: Don Hernando de Aragón: Arzobispo de Zaragoza y Virrey de Aragón. (Zaragoza: Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1998).

  • LATASSA Y ORTÍN, F.: Bibliotecas antigua y nueva de escritores aragoneses de Latassa aumentadas y refundidas en forma de diccionario bibliográfico-biográfico por don Miguel Gómez Uriel. (Zaragoza: Imprenta de Calisto Ariño, 1884-1886, 3 vols.).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez