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FilosofíaBiografía

Vico, Giambattista (1668-1744).

Filósofo y humanista italiano, nacido en Nápoles el 25 de junio de 1668 y fallecido en su ciudad natal el 23 de enero de 1744. Fundador de la Filosofía de la Historia, fue uno de los principales continuadores del Humanismo renacentista y, desde una perspectiva finalista y providencialista, intentó encontrar un esquema ordenado capaz de ofrecer una explicación racional del devenir histórico. Su obra suele presentarse en oposición al racionalismo de Descartes (1596-1650), aunque acusa influencias notables del método cartesiano.

Vino al mundo en el seno de una humilde familia napolitana, formada por el librero Antonio Vico y su esposa Cándida Masullo, quienes, a pesar de su escasez de recursos, se empeñaron en ofrecerle una excelente educación. Fue su progenitor quien, valiéndose de los libros que tenía en su tienda, le enseñó sus primeras letras.

Su vida estuvo a pique de verse prematuramente truncada debido a un serio accidente que sufrió a los ocho años de edad, del que le quedaron graves secuelas físicas. Ya en plena madurez, seguía conservando una deformidad que le afeaba el rostro, con los ojos muy abiertos y el gesto demacrado, y una pronunciada cojera que le obligaba a caminar dificultosamente, siempre ayudado por un bastón.

Tal vez debido a este accidente y sus secuelas, no debió de relacionarse mucho con los niños y jóvenes que poblaban su entorno. Se consagró, por contra, al estudio y la lectura, con tanto ahínco que enseguida llegó a procurarse una formación autodidacta muy superior a la de cualquier otro muchacho de su edad. A pesar de este interés innato por el conocimiento, su padre quiso que asistiera a la Escuela de los Jesuitas de Gesú Vecchio, una de las más prestigiosas de Nápoles; pero el joven Giambattista sólo permaneció dos años en sus aulas, ya que, en 1681, se sintió agraviado por la decisión tomada por sus profesores en un certamen escolar y, siempre con la anuencia de su progenitor, determinó abandonar la escuela.

Así pues, desde los trece años se estuvo preparando por su cuenta, con los consejos y los libros que le prestaba su progenitor, y mostrando una especial inclinación hacia los saberes filosóficos. Por aquel tiempo, comenzaba a extenderse entre la juventud culta napolitana una corriente de pensamiento ciertamente innovadora, bien caracterizada por una inspiración atomista o cartesiana que despertó el recelo de las autoridades civiles y religiosas. En la Autobiografía que habría de escribir muchos años después, Giambattista Vico procuró dejar bien claro que él jamás tuvo contacto con aquellos jóvenes cartesianos, como si quisiera demostrar que, desde los orígenes de su trayectoria filosófica, su pensamiento había discurrido por la orilla contraria a la transitada por las ideas de Descartes.

En 1685, con tan sólo diecisiete años de edad, dio por concluidos sus estudios de Filosofía. Pasó luego a la Universidad de Nápoles, donde, entre 1688 y 1692, cursó la carrera de Leyes con el propósito de ampliar sus conocimientos y, sobre todo, de asegurarse algún oficio ventajoso en el ámbito de la Judicatura o en cualquier otra instancia de la Administración. Pero no tuvo demasiada fortuna en estas pretensiones laborales, por lo que, entre 1692 y 1698, se ganó la vida como maestro, impartiendo clases de Retórica en Vatolla (Cilento) a los hijos del marqués de Rocca, en cuya nutrida biblioteca tuvo ocasión de continuar ampliando sus saberes humanísticos. Ganó, enseguida, un merecido crédito por su brillante dominio de dicha materia, lo que le sirvió para obtener, por oposición, la Cátedra de Elocuencia en la Universidad de Nápoles, que ocupó en 1699 (año en el que contrajo nupcias con Teresa Catalina Destito).

La de Elocuencia no era, en modo alguno, una de las cátedras más relevantes de la universidad napolitana, lo que quedaba bien reflejado en el magro estipendio con que se retribuía a quien la regentaba. De ahí que Vico, consagrado a la labor de preparar clases, redactar discursos e, incluso, escribir poemas, pasase buena parte de su vida agobiado por dificultades económicas que agriaron aún más su carácter -ya híspido desde sus días de niño solitario y retraído- y acentuaron sus frustraciones y resentimientos. Para colmo, su dedicación a la escritura de densos ensayos y voluminosos tratados sobre los temas más diversos (Retórica, Jurisprudencia, Educación, Historia, etc.) le reportaba, sí, un considerable reconocimiento intelectual, pero no le ayudaba a sobrellevar sus cada vez más agobiantes cargas familiares.

Tras haber publicado, durante las dos primeras décadas del siglo XVII, diversos estudios de hondo calado histórico y filosófico, y notable valor jurídico -como De nostri temporis studiorum ratione (1709), Liber metaphysicus (1710), De rebus gestis Antoni Covaphaci (1715), De universi iuris uno principio et fine uno (1720) y De constantia jurisprudentis (1722)-, el humanista napolitano se creyó sobradamente facultado para aspirar a un puesto docente de mayor prestancia y se presentó a las oposiciones convocadas para cubrir una Cátedra de Derecho Romano. Pero el tribunal universitario adjudicó el puesto a otro opositor, circunstancia que incrementó la misantropía de Giambattista Vico y le animó a poner énfasis, dentro de su obra filosófica, en la maldad intrínseca del ser humano. Concibió así la idea de un modelo genérico de civilización o sociedad que, en el curso de su historia, pasa por tres edades; y que, al alcanzar la que con mayor propiedad le caracteriza -es decir, la Edad Humana-, entra necesariamente en una fase de declive y agonía, provocada en justicia por la maldad, la locura, la necedad y los errores de los seres humanos.

Concebir esta idea, Giambattista Vico se propuso contribuir desde su condición de filósofo a la corrección de este mal social, por lo que se determinó a componer una magna obra centrada en lo que, en su opinión, habría de ser a partir de entonces una Ciencia Nueva que interpretase el devenir histórico de las naciones y el desarrollo de las sociedades civiles a la luz de la intervención de la Divina Providencia.

Entregado a este proyecto monumental, en 1725 dio a la imprenta sus célebres Principi di una Sciencia nuova d’intorno alla natura delle nazioni, per la queale si ritruovano i principi di altro sistema del diritto naturale delle genti (Principios de una Ciencia Nueva sobre la naturaleza de las naciones, a través de la cual se hallan los principios de otro sistema del derecho natural de las gentes), obra que continuó perfeccionando y corrigiendo en otras dos reediciones: Ciencia nueva segunda (1730) y Ciencia nueva tercera (1740).

En la década de los años treinta, su prestigio intelectual era ya tan elevado que consiguió, finalmente, el reconocimiento oficial al que se consideraba acreedor desde hacía ya muchos lustros. Fue, en efecto, honrado con el cargo de Historiador Real, que conservó hasta la fecha de su muerte, sobrevenida, a comienzos de 1744, en la ciudad que le había visto nacer.

Obra

La producción filosófica de Giambattista Vico -y, de un modo muy señalado, su pieza maestra, Principios de una Ciencia Nueva- se asienta en un axioma fundamental: la Ciencia humana no puede aspirar a un conocimiento completo de la realidad -como pretenden los cartesianos y, en general, toda la tradición científica y filosófica derivada de Galileo ( (1564-1642)-, ya que, en opinión de Vico, este conocimiento pleno está reservado al Ser Supremo, único artífice del objeto que se pretende conocer. Y ello es debido -siempre según el filósofo napolitano- a que verum y factum son nociones necesariamente coincidentes; es decir, a que el conocimiento de lo real y verdadero está únicamente reservado a quien lo ha creado.

Partiendo, pues, de la premisa substancial de que sólo se puede poseer una Ciencia verdadera acerca de aquéllo que se ha creado, Vico llega a la conclusión de que el auténtico objeto de conocimiento reservado al ser humano es la Historia, ya que el hombre puede llegar a conocerla plenamente en la medida de que ha sido su artífice directo.

Ciencia nueva e historia

Queda, pues, fuera de cualquier duda el rechazo total de Vico a la tradición científica galileana y a la filosofía cartesiana que la intenta racionalizar, corrientes que, en vez de identificar lo real y verdadero (verum) con lo hecho (factum), equiparan la realidad a la evidencia geométrica y matemática. Según Vico, este planteamiento cartesiano es vanamente optimista, pues aspira a otorgar al hombre un conocimiento pleno del mundo que le rodea, en la medida en que se pueda ir penetrando racionalmente en sus leyes y secretos; pero esta concepción de la Ciencia se le antoja errónea al humanista napolitano, ya que, por un lado, se olvida de la rica y compleja realidad espiritual del ser humano; y, por otra parte, desprecia esa máxima de que únicamente el creador de algo es capaz de llegar a conocer plenamente lo que ha creado.

A partir de aquí, surge una interesante contradicción en el pensamiento de Vico, muy comentada por sus exegetas: por un lado, el hombre "ha hecho" la Historia y, por ende, su Ciencia aspira a conocerla en su totalidad; pero, por otro lado, es innegable para el italiano la intervención constante de la Divina Providencia en cada una de las historias particulares de las sociedades civiles y, en general, en el devenir histórico de la Humanidad, hasta el extremo de que esta presencia constante del Ser Supremo en la historia del hombre ha dado lugar a la creación de una "Historia ideal eterna".

Esta contradicción procede del peso específico que poseen, en la formación autodidacta de Vico, el Cristianismo y el Platonismo. Educado en la necesidad de escrutar atentamente la dimensión civil de la sociedad en la que vive (noción netamente platónica), así como en el deseo de conocer a la perfección su pasado, Vico reacciona con furia ante la propuesta de Descartes acentuando -frente a la predilección del francés por la geometría y la matemática- tanto el valor del conocimiento histórico como el de sus ramas afines (en particular, la Filología); y siempre alentando el deseo expreso de llegar a poseer un conjunto de conocimientos que permitan alcanzar la sabiduría plena acerca de las sociedades y culturas del pasado y del presente de la Humanidad.

No trata, pues, Vico de renunciar a ese mismo conocimiento científico que postula Descartes, ya que el humanista napolitano propone también una Ciencia Nueva que permita el conocimiento de toda la casuística civil, con la inclusión de una serie de leyes universales que puedan explicar los actos del hombre; pero se trata de leyes no guiadas por la precisión matemática del empirismo científico, sino por el libre albedrío del ser humano y, en última instancia, por la voluntad suprema de la Divina Providencia.

Surge así, en el pensamiento de Vico, la Teoría de los avances y retrocesos, que coadyuva a establecer los principios y a determinar las leyes de esa Ciencia Nueva llamada a dar cuenta de la Historia ideal eterna -cuyas pautas marcar el devenir, como ya se ha indicado más arriba, cada una de las historias particulares de las distintas sociedades que en el mundo han sido-. Se puede, pues, en opinión del humanista italiano, explicar la naturaleza común de todas las naciones, siempre que se tengan en cuenta dos reglas básicas: la primera, que la única manera de penetrar en la naturaleza humana es recurriendo a esa Ciencia Nueva que es la historia; la segunda, que cabe un desarrollo de la noción de providencia cuyo origen no es divino, sino natural.

Así, para Vico la Historia adquiere la conformación metafórica de una corriente o un flujo constante en el que, de forma precisa y regular -como si una providencia natural así lo estableciese-, surgen crisis cíclicas. Enriqueciendo esta imagen, Vico habla de la Historia como de un grande y caudaloso río que presenta desbordamientos periódicos (crisis), y que, en cada uno de su meandros, fija el comienzo de una nueva época donde, necesariamente, seguirán apareciendo las anegaciones provocadas por los desbordamientos. La vida humana se enmarca así en un cauce labrado por la Historia ideal, donde alternan el orden (flujo continuo y regular) y el desorden (crisis y desbordamiento), y donde ambos conceptos -orden y desorden- son igual de necesarios, en la medida en que van marcando puntos de arranque y de límite que el hombre no puede rebasar.

El caos, pues, la angustia del desorden, no es algo extraño al ser humano, sino que forma parte de su propia naturaleza y, en un determinado momento, es necesario para el devenir de la historia. Y ésta, la historia humana, aparece en el pensamiento de Vico como un perpetuo proceso de muerte y renacimiento, una tensión constante entre avance y retroceso, en medio del cual es fácil hallar innumerables paralelismos entre las historias particulares de las sociedades antiguas y modernas (pues determinadas situaciones históricas, como las crisis, se repiten constantemente). Del mismo modo, es fácil explicar, a la luz de esta interpretación de la Historia ofrecida por Vico, las diferencias habidas entre las historias particulares de los diversos pueblos o civilizaciones, que según el filósofo italiano se producen en función de la mayor o menor resistencia que opone cada sociedad a las crisis cíclicas y al abandono de una edad o etapa para pasar a la siguiente (resistencia que, cuando es extrema, da lugar a la desaparición completa de una civilización antes de haber completado su ciclo).

Finalmente, cuando el hombre es capaz de asumir esa ley de avances y retrocesos que regula su historia, es cuando desaparece el velo que le impide descubrir la presencia de la Divina Providencia como última responsable de todo este proceso.

Para ilustrar todas sus teorías acerca de la Historia con ejemplos tomados de la realidad, Vico recurre a la Antigüedad y se centra, casi exclusivamente, en los ejemplos concretos brindados por Grecia y Roma. Del estudio de ambas civilizaciones, el napolitano deduce que sus respectivos ciclos históricas han pasado por tres etapas: la teocrática, la heroica y humanizada. En la primera de ellas, la más poética y mística de las tres -pero también la más salvaje y agresiva-, predomina la fantasía sobre el raciocinio, con especial sometimiento del hombre a las deidades, en un sentimiento colectivo de espiritualidad que, en cierto modo, mitiga la violencia inherente al primitivismo de esta fase inicial.

En la segunda etapa, la heroica, el hombre sigue fijándose en sus dioses, pero atiende también al ejemplo de sus héroes, que son todavía de procedencia divina. Posteriormente, ya en la etapa humanizada, el hombre se reconoce artífice de su historia y, en su mejor o peor adaptación a las crisis cíclicas, procura gobernarse por criterios racionales como la tolerancia, el equilibrio, el respeto, la mesura, la inteligencia y, fundamentalmente, el derecho. Sin embargo, este punto no supone el fin, ya que, como se ha indicado en parágrafos anteriores, surge a la postre la decadencia y se inicia un nuevo ciclo evolutivo, otra vez desde la fase teocrática. No es extrañar que, dejando al margen la intervención de la Divina Providencia, esta concepción de la Historia postulada por Vico se haya interpretado, muchos años después, como un asombroso anticipio de la dialéctica hegeliana y marxista.

Giambattista Vico comenzó a redactar su Ciencia Nueva hacia 1715, aunque no publicó su mencionada primera edición hasta diez años después. Esta primera entrega, escrita en un vigoroso italiano -cuando solía emplear el latín para todos sus escritos- apenas ocupaba trescientas páginas, ya que no era más que el esbozo de un magno proyecto que se había visto obligado a presentar muy resumido para afrontar los gastos de impresión. Se trata de un volumen dividido en cinco capítulos (que, en la edición de 1730, reciben ya el nombre de libros) y una conclusión.

En 1729 emprendió la redacción de esta segunda versión, corregida y aumentada, que apareció definitivamente en dicho año de 1730, ya con cerca de quinientas páginas. La tercera versión, aparecida póstumamente en 1744 (a los pocos meses de la muerte de Vico), está dividida en dos volúmenes y contiene cinco capítulos nuevos, además de un extenso apéndice. Las tres versiones -conocidas, popular y abreviadamente, como Ciencia Nueva, Ciencia Nueva segunda y Ciencia nueva tercera- vieron la luz en Nápoles.

Otras obras de Vico

Discursos inaugurales (1699-1706). Se trata de los textos que redactó para sus clases de Elocuencia.

De nostri temporis studiorum ratione (1708). Ataque furibundo contra el racionalismo, el método deductivo y, en general, contra todo el pensamiento cartesiano. Vico antepone aquí su preferencia por la fantasía y la memoria, frente a la frialdad de la geometría y la matemática.

De antiquissima italorum sapientia ex linguae latinae originibus eruenda (1710). Excelente tratado sobre los orígenes del lenguaje filosófico.

El derecho universal. magna obra de jurisprudencia que comprende, además de una Sinopsis, dos libros independientes: De universi iuris uno principio et fine uno (1720) y De constantia iurisprudentis (1722).

Autobiografía (1725). Recorrido por los episodios más notables de su vida, con especial énfasis en su dedicación al estudio y al saber. Ofrece una perspectiva idealizada de su formación autodidacta.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.