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Uslar Pietri, Arturo (1906-2001).

Poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, pensador, periodista, crítico literario, político y diplomático venezolano, nacido en Caracas el 16 de mayo de 1906 y fallecido en su ciudad natal el 27 de febrero de 2001. Autor de una extensa y fecunda producción literaria y ensayística que se caracteriza por su lucidez analítica, su rigor constructivo y expresivo, su sorprendente versatilidad genérica y temática y su constante indagación en la búsqueda de la identidad nacional venezolana (y, por extensión, en las claves de mestizaje que definen la esencia de todos los pueblos hispanoamericanos), desempeñó también a lo largo de su prolongada existencia -murió a los noventa y cuatro años de edad- una incesante actividad política y diplomática que le convirtió en una figura señera de la intelectualidad venezolana del siglo XX. Entre los numerosos honores, galardones y reconocimientos que jalonan su deslumbrante trayectoria literaria y su firme compromiso con el presente histórico de su nación, figura el prestigioso Premio Príncipe de Asturias, que le fue otorgado en 1990 por haber sido el "creador de la novela histórica moderna en Hispanoamérica" y "por su incesante y fructífera actividad literaria, que ha contribuido señeramente a vivificar nuestra lengua común, iluminar la imaginación del Nuevo Mundo y enriquecer la continuidad cultural de las Américas".

Vida y obra

Sus deslumbrantes dotes intelectuales, manifiestas en él desde su temprana infancia, orientaron sus pasos por el sendero de las disciplinas humanísticas, con especial atención a la creación literaria. Con apenas catorce años de edad, dejó patente su asombrosa precocidad en algunos poemas y artículos publicados en la revista Paz y Labor (de Maracay), aunque no tardó en abandonar el cultivo de la poesía para consagrar su pluma al género prosístico, en el que habría de alcanzar algunos de los mayores logros de la lengua castellana en el siglo XX. Sus primeros cuentos, escritos antes de haber cumplido los veinte años, vieron la luz en las páginas de otra publicación cultural venezolana, la revista Billiken, en la que continuó colaborando al tiempo que realizaba sus estudios superiores de Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela.

A partir de 1925, Arturo Uslar Pietri comenzó a publicar asiduamente en la revista Elite, de la que pasó al rotativo humorístico Caricatura, donde compartió el pseudónimo de "Bárbaro de Braganza" con otro joven valor de las letras venezolanas, Miguel Otero Silva, con el que luego habría de protagonizar otras aventuras literarias de notable interés. Enfrascado ya por aquellos años en la escritura de varios relatos, dio a conocer a través de las páginas de la revista Cultura Venezolana algunos de los cuentos que pronto habrían de conformar su primer volumen de narraciones breves, publicado en 1928 bajo el título de Barrabás y otros relatos.

Plenamente integrado merced a estas publicaciones periódicas en la animada vida cultural y artística venezolana, se vio inmerso en las polémicas estéticas suscitadas por aquel tiempo a raíz de la llegada a Hispanoamérica de los postulados vanguardistas que habían florecido en Europa. Impulsado por la necesidad de hallar nuevas fórmulas expresivas que pudieran satisfacer su deseo de crear un lenguaje literario de mayor riqueza que el tradicional, Uslar Pietri se enroló en la singladura de los jóvenes autores de la Vanguardia por razones que, muchos años después (en 1995), explicó con claridad en el prólogo de una reedición española de sus obras: "Fue mi respuesta temprana al angustiante desafío de mi identidad cultural de hispanoamericano y, en este sentido, aparte de su valor como obra de literatura, forma parte indisoluble de mi propio sentimiento existencial". Desde esta nueva perspectiva estética e intelectual, el joven escritor caraqueño se unió a otros compañeros de generación (como el ya citado Miguel Otero Silva y, entre otros muchos autores, Nelson Himiob, Fernando Paz Castillo, Carlos Eduardo Frías, Juan Oropesa, Joaquín Gabaldón Márquez, Luis Rafael Castro, Alfonso Espinosa, José Salazar Domínguez, Gonzalo Carnevali, Pedro Sotillo y Leopoldo Landaeta) para fundar, en 1928, la revista válvula -con su cabecera escrita siempre con letras minúsculas-, en la que Uslar Pietri volvió al cultivo de la poesía para publicar algunas composiciones vanguardistas firmadas bajo el pseudónimo de "Antonio Clavo". Aquel mismo año de la aparición de válvula vieron la luz, como ya se ha indicado anteriormente, sus primeros cuentos reunidos en forma de libro (Barrabás y otros relatos [Caracas: Tipografía Vargas, 1928]), que merecieron de inmediato los elogios de críticos y lectores y revelaron a Uslar Pietri como una de las voces más prometedoras de la narrativa venezolana del momento.

Al tiempo que desplegaba esta intensa actividad de promoción y creación literaria, el escritor de Caracas seguía cursando estudios universitarios de Ciencias Políticas, que en 1929 le permitieron obtener el grado de doctor en dicha materia. Tan pronto como abandonó las aulas ingresó en la carrera diplomática, y en el transcurso de aquel mismo año de 1929 fue enviado a París en calidad de agregado civil de la Embajada de Venezuela en la Sociedad de las Naciones. Durante el lustro que permaneció en la capital francesa (1929-1934), Arturo Uslar Pietri amplió sus ya extensos conocimientos literarios y trabó contacto con algunos intelectuales venezolanos que desempeñaban también misiones diplomáticas en suelo francés (como el ensayista César Zumeta y el historiador Caracciolo Parra Pérez), así como con algunas de las figuras en ciernes de las Letras hispanoamericanas que, a la sazón, residían en suelo francés, como los guatemaltecos Luis Cardoza y Aragón y Miguel Ángel Asturias, y el cubano Alejo Carpentier. En compañía de los dos últimos, Uslar Pietri protagonizó largas sesiones de debate literario y lectura de originales que habrían de convertirse en el germen de lo que después se denominaría "lo real maravilloso", un concepto acuñado y desarrollado por estos tres escritores mucho antes de que tuviera lugar el llamado Boom de la narrativa hispanoamericana, que pronto se apropió, bajo la etiqueta de "realismo mágico", de esta interesante propuesta de los autores de Las lanzas coloradas (1931), Ecué-Yamba-O (1933) y El señor presidente (novela publicada en 1946, pero gestada durante esta estancia parisina de Miguel Ángel Asturias, en un relato de aquellos días titulado "Los mendigos políticos").

El cumplimiento de sus misiones diplomáticas (que le llevaron también hasta Suiza, en calidad de delegado de Venezuela en la Conferencia Internacional del Trabajo celebrada en Ginebra) no impidió a Uslar Pietri mantener numerosos contactos con otras figuras destacadas del panorama intelectual y artístico universal. Célebre ya, por aquel entonces, por esa espléndida primera novela que había visto la luz en Madrid (Las lanzas coloradas [Madrid: Zeus, 1931]), el escritor caraqueño frecuentó el trato del maestro de los surrealistas André Breton; de los poetas franceses Paul Valéry y Robert Desnos; de los italianos Massimo Bontempelli y Curzio Malaparte; de los españoles Rafael Alberti y Luis Buñuel; y, en definitiva, de numerosos artistas, escritores e intelectuales europeos que compartieron con el venezolano las inquietudes vanguardistas y las preocupaciones sociopolíticas que agitaban el pensamiento de la época. Además, su larga estancia en Europa permitió a Uslar Pietri realizar prolongadas visitas a varios países del Viejo Continente (como Italia y Suiza) y a algunos puntos de Oriente, en donde recogió abundantes impresiones que luego dejaría plasmadas en su libro de viajes Las visiones del camino (Caracas: Ediciones SVMA, 1945).

En 1934, ya otra vez afincado en Venezuela, el escritor caraqueño se encontró en su patria con una agitación política que le animó a tomar parte activa en la vida pública del país. Entre 1936 y 1945, cursó estudios de Derecho y Economía, al tiempo que comenzaba a intervenir en lides políticas, mantenía su privilegiada posición de animador cultural, relanzaba su carrera periodística e iniciaba su fecunda trayectoria docente. En compañía de Alfredo Boulton ("Bruno Pla") y Julián Padrón, fundó la revista literaria El ingenioso hidalgo en 1935, año en el que se produjo la desaparición del dictador Juan Vicente Gómez y la subsiguiente calma social sostenida, durante un breve período de tiempo, por el presidente provisional Eleazar López Contreras, que restableció las libertades políticas por medio de la constitución otorgada en 1936. Pero el estallido de la huelga en el sector petrolero, apoyada de inmediato por los sectores estudiantiles progresistas, llevó a las autoridades a ilegalizar los partidos de izquierda y a expulsar del país a numerosos intelectuales que profesaban esta ideología. Fue entonces cuando se hizo famoso el escrito de Uslar Pietri "Sembrar el petróleo" (1936), cuyo título pronto fue elegido como consigna de las facciones políticas que se situaban en la misma línea de pensamiento del autor caraqueño. Pero este firme compromiso con la actualidad política de su nación no le impidió seguir cultivando la escritura creativa, actividad que le reportó, en aquel mismo año de 1936, el premio de narraciones breves convocado por la revista Elite, que recayó en su cuento titulado "La Lluvia". Animado por este éxito de crítica y lectores, Uslar Pietri dio a la imprenta su segunda recopilación de relatos, publicada bajo el título de Red (Caracas: Elite, 1936).

De asombrosa podía calificarse ya la capacidad de trabajo de Arturo Uslar Pietri, quien, al tiempo que escribía y publicaba estas narraciones breves, seguía de cerca la vida política de su nación y desplegaba una incesante actividad periodística, ora como editorialista del rotativo El Universal, ora como articulista del cotidiano Ahora, donde mantenía una muy leída columna de contenido político en la que apareció, entre otros muchos escritos, el ya citado texto emblemático "Sembrar el petróleo". Y, por si todo ello fuera poco, asumió por aquellas fechas la presidencia de la Asociación de Escritores Venezolanos y desarrolló una feraz dedicación docente en la Universidad Central de Venezuela, donde fundó la cátedra de Economía (1937) y la Escuela de Ciencias Económicas (1938), en la que impartió clases durante muchos años.

En 1939 -año en el que contrajo nupcias con Isabel Braun Kerdel, en quien engendraría a Arturo (1940) y Federico (1944)-, Arturo Uslar Pietri aunó sus inquietudes políticas y sus preocupaciones pedagógicas en el cargo de Ministro de Educación (1939-1941) del gobierno de Eleazar López Contreras, ocupando así la primera de las tres carteras ministeriales que quedaron bajo su mandato a lo largo de su dilatada trayectoria política. Fruto de esta presencia activa en el Poder Ejecutivo de su nación fue la famosa Ley de Educación (más conocida como "Ley Uslar Pietri") que él mismo redactó y puso en vigencia en 1940, en la que dio cabida a numerosas reformas encaminadas a modernizar el obsoleto sistema educativo del país. Absorbido durante aquellos primeros años de la década de los cuarenta por su incondicional dedicación a la política, tras la llegada al poder presidencial del militar Isaías Medina Angarita se significó como uno de los ideólogos de la sorprendente apertura liberal y democrática iniciada por éste, con especial influencia en la devolución del estatuto de legalidad a los partidos del ala izquierda y en la suspensión de las órdenes y los decretos que habían enviado al exilio a gran número de intelectuales venezolanos. Satisfecho con las medidas progresistas adoptadas por Medina Angarita (sobre todo, con su respeto hacia las libertades políticas y con su implantación de una audaz reforma electoral que permitió el sufragio femenino y la elección directa de los diputados), Arturo Uslar Pietri aceptó cuantos cargos le ofreció el jefe del Gabinete Ejecutivo, entre ellos los de secretario de la Presidencia (1941-1943 y 1944-1945), ministro de Hacienda (1943) y ministro de Relaciones Interiores (1945). Dada esta estrecha colaboración del humanista caraqueño con el presidente Medina Angarita, no es de extrañar que en 1945, a raíz del derrocamiento de éste, Uslar Pietri se viera acosado por numerosos enemigos políticos que consiguieron llevarlo a presidio durante un breve período de tiempo y, finalmente, expulsarlo de Venezuela, después de haberle expropiado sus bienes bajo la falsa acusación de desfalco y apropiación indebida de caudales públicos.

Comenzó así el exilio del escritor caraqueño, que en 1946 le condujo hasta los Estados Unidos de América, donde buscó acomodo en Nueva York para impartir clases de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Columbia. La mayor parte de las lecciones dictadas en dichas aulas vieron la luz poco tiempo después en el volumen titulado Letras y hombres de Venezuela (México: Fondo de Cultura Económica, 1948), coincidiendo con un feliz regreso de Arturo Uslar Pietri al cultivo de la literatura. En efecto, durante su provechosa -aunque forzada- estancia en Nueva York, el escritor de Caracas se entregó a una feraz actividad creativa que arrojó frutos tan sazonados como su célebre ensayo titulado "El cuento venezolano" (inserto en el volumen recién citado), donde por vez primera se aplica el marbete de "realismo mágico" a la prosa de dicho país; además, redactó por aquel entonces su segunda novela, El camino de El Dorado (Buenos Aires: Losada, 1947), considerada, junto a Las lanzas coloradas, como la culminación de sus incursiones en la narrativa extensa, y escribió también los cuentos que habrían de configurar su tercer libro de relatos, publicado bajo el título de Treinta hombres y sus sombras (Buenos Aires: Losada, 1949). Simultáneamente, comenzó a difundir por los principales rotativos y revistas de toda Hispanoamérica una celebérrima columna periodística que, bajo el epígrafe de "Pizarrón", siguió publicando con periodicidad hebdomadaria durante casi cincuenta años (a mediados de los años noventa, cuando Uslar Pietri alcanzó la condición de nonagenario, los contenidos de esta columna se podían seguir a través de dieciocho medios de comunicación dispersos por los más variados puntos geográficos del subcontinente americano).

No obstante, durante ese exilio neoyorquino las preocupaciones de Uslar Pietri no fueron únicamente docentes y literarias, ya que el autor caraqueño anduvo muy interesado en demostrar su inocencia respecto a los graves cargos imputados contra él por el gobierno de la Junta Revolucionaria presidida por Rómulo Betancourt. Tras haber enviado a éste una carta pública en la que quedaba patente su honorabilidad, consiguió que su nombre fuera rehabilitado, pero no regresó a Venezuela hasta 1949, meses después de que los mismos militares que habían derrocado a Medina Angarita derribaran también al nuevo presidente y compañero de filas políticas de Betancourt, el escritor Rómulo Gallegos.

El regreso de Uslar Pietri a su Venezuela natal vino marcado por su consagración a la docencia, plasmada en su fundación, en 1950, de la cátedra de Literatura Venezolana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Pero en 1951 la turbulenta vida pública de su país le obligó de nuevo a descender a la arena política, esta vez a causa del arbitrario decreto del abogado Germán Suárez Flamerich -a la sazón, presidente de la Junta de Gobierno-, que venía a suprimir la autonomía de las instituciones universitarias. Como era de esperar, el clamor de protesta entre los docentes universitarios -manifiesto en una dura carta que llevaba estampada, entre otras, la firma de Uslar Pietri- provocó una serie de medidas represivas que obligaron a muchos profesores a abandonar las aulas. Entre ellos estaba el escritor de Caracas, que en 1953 renunció a su cátedra para buscar otras metas profesionales en el novedoso y atractivo ámbito de la publicidad.

Entre tanto, su producción literaria no había sufrido retención alguna: tan pronto como hubo llegado a Venezuela procedente del exilio norteamericano, Uslar Pietri se alzó con el primer premio del certamen anual de cuentos convocado por el diario El Nacional, merced a su relato titulado "El baile del tambor"; poco después, su espléndida novela El camino de El Dorado, centrada en la alucinante aventura del conquistador español Lope de Aguirre (1518-1561), era galardonada con el relevante premio Arístides Rojas; y sus nuevos desplazamientos por diversos países europeos le suministraron abundante material para redactar otro magnífico libro de viajes, publicado bajo el título de El otoño en Europa (Caracas: Mesa Redonda, 1954). Al mismo tiempo, continuó animando de forma activa el panorama intelectual de Venezuela, ahora desde su nuevo cargo de director de Papel Literario, suplemento cultural del periódico El Nacional.

El abandono de la docencia y el subsiguiente paso al complejo y fascinante mundo de la publicidad supuso un extraordinario auge en la popularidad de Arturo Uslar Pietri, cuya imagen comenzó a ser reconocida -más allá del ámbito académico, político e intelectual- en todos los sectores sociales del país, gracias a su presencia constante en las pantallas de televisión. En efecto, después de haber trabajado en la empresa de publicidad fundada por su antiguo colega de andanzas literarias juveniles Carlos Eduardo Frías -donde volvió a colaborar con otro viejo amigo, el cubano Alejo Carpentier, que se había afincado en Caracas a comienzos de los años cincuenta-, irrumpió en la recién creada televisión venezolana con el espacio titulado Valores humanos, que pronto se convirtió en uno de los programas de mayor audiencia en el país atlántico. La calidad literaria de los textos escritos por Uslar Pietri para este espacio televisivo aconsejó su publicación, en forma de libro, en varios volúmenes que comenzaron a llegar a las librerías en 1955, dos años después de que la definitiva consagración del escritor venezolano como una de las figuras cimeras de las Letras hispanoamericanas hubiera animado a una prestigiosa editorial caraqueña a ofrecer una primera entrega de sus Obras selectas (Caracas: EDIME, 1953). En Valores humanos, que se mantuvo en antena desde 1953 hasta 1987, Uslar Pietri comentaba durante media hora los más diversos temas, desde la historia antigua de su nación hasta los episodios más recientes de la política actual, sin olvidar la atención debida a todos los hechos culturales que se producían en cualquier lugar del mundo. Las altas cotas de audiencia alcanzadas por estas emisiones le animaron a realizar otras dos series televisivas que fueron también muy seguidas por sus compatriotas: Cuéntame a Venezuela y Raíces venezolanas.

Ese exitoso contacto con el mundo de la imagen y el espectáculo despertó la vocación dramática de Arturo Uslar Pietri, quien a mediados de los años cincuenta se enfrascó en la entusiasta redacción de varias piezas teatrales, como El día de Antero Albán (estrenada en junio de 1957) y El dios invisible (que fue llevada por vez primera a las tablas a finales de dicho año). El famoso escritor, que tres años antes había sido galardonado en su país natal con el Premio Nacional de Literatura por la reedición en Venezuela de su colección de textos ensayísticos titulada Las nubes (Santiago de Chile: Ed. Universitaria, 1946), volvió así a la primera plana de la actualidad cultural venezolana, para salir de nuevo a la palestra política a comienzos de 1958, ahora con motivo de la protesta dirigida contra el régimen dictatorial de Marcos Pérez Jiménez, canalizada por una clandestina Junta Patriótica. La popularidad de Uslar Pietri en todas las facetas de la vida pública venezolana llevó a los dirigentes de este movimiento de oposición a solicitar al escritor que su firma encabezara un manifiesto de intelectuales contra la dictadura, petición que aceptó gustoso el humanista caraqueño, lo que provocó su detención el 12 de enero de 1958. Once días después, el derrocamiento de Pérez Jiménez trajo consigo la inmediata puesta en libertad de Uslar Pietri, quien dirigió una vibrante alocución a todo el país desde el Palacio de Miraflores (sede oficial del Gobierno).

Labor como político

Esta nueva y comprometida incursión en el devenir político de su patria le condujo, a finales de dicho año, a ocupar un escaño senatorial (que mantuvo desde 1958 hasta 1973, con dos reelecciones de por medio) en el régimen democrático instaurado por Rómulo Betancourt, en un momento en que su prestigio intelectual alcanzaba cotas pocas veces rozadas por otros artistas y pensadores venezolanos. Elegido miembro de número de la Academia de su país, recibió también el nombramiento de miembro correspondiente de la Real Academia Española, así como varios doctorados honoris causa por parte de numerosas universidades nacionales y extranjeras. Pero, a comienzos de los años sesenta, la atmósfera revolucionaria enseñoreada en toda Hispanoamérica a raíz del triunfo en Cuba de las tropas de Fidel Castro se extendió con rapidez por Venezuela, para dar lugar a una nueva etapa de agitación política en la que volvió a hacerse presente la dimensión pública de Uslar Pietri. En medio de una constante agitación promovida por la extrema izquierda (y a duras penas controlada por las medidas represoras dictadas por Rómulo Betancourt), un grupúsculo de guerrilleros urbanos tomó por asalto el Museo de Bellas Artes de Caracas y se apoderó de los cuadros que configuraban la exposición "Cien años de pintura francesa", logrando así dotar de una enorme repercusión internacional a sus exigencias revolucionarias. A la hora de devolver las obras plásticas sustraídas, los guerrilleros hicieron público su deseo de que Uslar Pietri se convirtiera en el depositario de los cuadros, en un gesto sin precedentes que no sólo reconocía la importancia adquirida por el escritor en el panorama político del momento, sino que venía también a restituir, en pleno gobierno de Betancourt, la honorabilidad de quien veinte años atrás había sido puesto en entredicho por las autoridades sujetas al control de dicho político. La confianza depositada en Uslar Pietri por parte de un grupo revolucionario que estaba muy alejado de la moderada ideología liberal del escritor mostraba bien a las claras la talla política e intelectual de quien se había erigido, por su talante conciliador, en una de las figuras más queridas y admiradas del pueblo venezolano.

Por extraño que pueda parecer, esta esforzada implicación en la política de su pueblo no le impedía seguir desarrollando su brillante trayectoria literaria, lujosamente incrementada en 1962 con la aparición de la novela Un retrato en la geografía (Buenos Aires: Losada, 1962), primera entrega de una trilogía narrativa concebida bajo el título de "El laberinto de fortuna". En el transcurso de aquel mismo año, las dificultades políticas por las que atravesaba la democracia venezolana (amenazada por frecuentes intentonas golpistas de militares reaccionarios) le obligaron a significarse nuevamente en los foros parlamentarios del país, donde, por su equilibrio y moderación, fue designado con el apelativo encomiástico de "El hombre Congreso". En un desesperado intento por controlar la situación, el gobierno de Acción Democrática presidido por Betancourt incluyó a Uslar Pietri en la Comisión Delegada del Congreso Nacional, buscando beneficiarse del espíritu conciliador del humanista de Caracas. Pero el distanciamiento entre el escritor y el partido gubernamental era ya insalvable, como quedó patente a finales de 1963, cuando el propio Uslar Pietri se presentó a las elecciones generales como candidato independiente a la Presidencia de la República, encabezando una coalición nacional opuesta al partido Acción Democrática.

Su éxito electoral en la zona metropolitana de Caracas (Distrito Federal), donde consiguió un 39,9% de los votos, no se vio respaldado por la confianza del electorado del resto del país, que le entregó sólo un 16,1% de las papeletas. No obstante, a pesar de que las urnas no dieron la victoria al escritor, esta convocatoria electoral reforzó considerablemente su presencia en las esferas del poder. El nuevo presidente electo, Raúl Leoni, se vio forzado a apuntalar su precaria mayoría con una propuesta de alianza entre su propio partido (Acción Democrática), la siguiente formación más votada por el electorado venezolano (Unión Republicana Democrática) y los diferentes grupos políticos que habían apoyado la candidatura de Uslar Pietri. Fue así como el humanista se convirtió en el presidente de un nuevo partido político, Frente Nacional Democrático, que aglutinaba dentro de este gobierno de coalición todas las fuerzas que le habían secundado en su aventura electoral. En el seno de aquella alianza gubernamental -que, de puro improvisada y heterogénea, estaba condenada a un fracaso inmediato-, Arturo Uslar Pietri continuó señalándose por su equidad y moderación, así como por sus desvelos para lograr el asentamiento de la democracia y la legalización de los partidos de izquierda (suprimidos por Betancourt en el gobierno anterior).

Como ya venía siendo habitual, cuando más enfrascado estaba en sus funciones políticas Uslar Pietri volvió a sorprender gratamente a sus lectores con la segunda entrega novelística de la trilogía "El laberinto de fortuna", una narración titulada Estación de máscaras (Buenos Aires: Losada, 1964). Dos años después, por medio de una epístola enviada al presidente Leoni, el humanista de Caracas renunció a sus cargos en el gobierno de coalición y puso con ello punto final a su acción política dentro del poder ejecutivo, si bien continuó desarrollando labores parlamentarias (conservaba aún, como ya se ha apuntado más arriba, su escaño senatorial) y múltiples funciones diplomáticas al servicio de su nación (entre las que destaca el desempeño de fructíferas misiones en diferentes organismos internacionales como la UNESCO). En la capital española apareció, aquel mismo año de 1966, su siguiente colección de narraciones breves, titulada Pasos y pasajeros (Madrid: Taurus, 1966), obra a la que siguió, pocos meses después, la publicación de un nuevo volumen de escritos ensayísticos centrados en asuntos de Economía y reunidos bajo el epígrafe de Petróleo de vida o muerte (Caracas: Arte, 1966).

Volcado ahora hacia el cultivo de la escritura periodística, a finales de la década de los sesenta asumió la dirección de uno de los más prestigiosos y difundidos rotativos venezolanos, El Nacional, al frente del cual se mantuvo durante un lustro (1969-1974). Le llegaron, por aquellas fechas, numerosos reconocimientos de su labor periodística, procedentes de las más variadas latitudes; entre ellos, cabe recordar los galardones Merghentaler (1972) y María Moors Cabot de la Universidad de Columbia (1972), y, muy especialmente, el Premio Hispanoamericano de Prensa Miguel de Cervantes (1973), otorgado por el Ministerio de Información y Turismo español con motivo de su artículo titulado "Los expulsados de la civilización".

Su acreditada valía en las lides diplomáticas le condujo, en 1975, hasta la sede francesa de la UNESCO, donde, con rango de embajador y cargo de delegado permanente de Venezuela, desarrolló brillantes labores que le auparon en 1978 hasta la Vicepresidencia del Consejo Directivo de dicho organismo internacional, en representación de los pueblos hispanoamericanos. Un año después (ya con setenta y tres a sus espaldas), decidió regresar definitivamente a su país natal, para renunciar en 1980, por motivos personales, a todos sus cargos en la UNESCO. Mas no por ello dejó de trabajar con la eficacia y meticulosidad que le venía caracterizando desde su juventud, ahora entusiasmado con la reedición del programa televisivo Valores humanos -que no se emitía desde 1974- y con la preparación de otras series ya mencionadas en parágrafos anteriores (como los doce capítulos de Cuéntame a Venezuela). Como no podía ser menos, esta vuelta al periodismo audiovisual no le distrajo de su fecunda vocación literaria, que a comienzos de los años ochenta volvió a dar muestras de su esplendor a través de una nueva recopilación de relatos titulada Los ganadores (Barcelona [España]: Seix Barral, 1980), a la que pronto siguió la novela La isla de Robinson (Id. Id., 1981), distinguida en Venezuela con el Premio Nacional de Literatura (galardón que ya había conseguido en 1954 con su colección de ensayos Las nubes).

Inmerso en una actividad ensayística incesante -plagada de títulos como Fachas, fechas y fichas (Caracas: Ateneo de Caracas, 1983), Bello el venezolano (Caracas: Casa de Bello, 1986), Bolívar hoy (Caracas: Monte Ávila, 1986), Godos, insurgentes y visionarios (Barcelona [España]: Seix Barral, 1986), Medio milenio de Venezuela (Caracas: Ediciones Lagoven, 1986) y Raíces venezolanas (Caracas: Ediciones Lisbona, 1986)-, Arturo Uslar Pietri cumplió en 1986 los ochenta años de edad rodeado por el cariño y la admiración del pueblo venezolano, cuyas instituciones (con el Congreso y la Presidencia de la República a la cabeza) le tributaron emotivos homenajes con motivo de dicho aniversario. Pero el escritor de Caracas aún tenía mucho que decir, tanto en materia literaria como en los asuntos políticos de la actualidad. En 1989 coordinó el trabajo de numerosos especialistas encargados de redactar las distintas entregas de un ambicioso proyecto editorial (Iberoamérica, una comunidad) y, ante el asombro de todos, a comienzos de los años noventa dio a los tórculos otra magnífica novela, La visita en el tiempo (Bogotá: Norma, 1990), centrada en la figura histórica de don Juan de Austria (1545-1578), hermano del rey español Felipe II, que fue galardonada al año siguiente -coincidiendo con el reconocimiento mundial otorgado por la entrega del Premio Príncipe de Asturias- con el prestigioso Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.

Con un vigor y una lucidez inusitados, en 1993 volvió a levantar su voz en los foros políticos venezolanos para denunciar, al hilo de las acusaciones de malversación y peculado dirigidas contra el presidente Carlos Andrés Pérez, la corrupción reinante en el gobierno de éste, censura que contribuyó a precipitar la caída del máximo dirigente del país, destituido por el Congreso el día 31 de agosto. Esta postrera irrupción de Uslar Pietri en las arenas políticas venezolanas generó, entre las nuevas generaciones que no conocían bien su trayectoria ideológica e intelectual, la equivocada impresión de que el escritor de Caracas era un ideólogo conservador y reaccionario, cuando lo cierto es que durante toda su vida se mantuvo firme en unos postulados liberales que, desde su radical independencia, denunciaron con audacia y severidad todos los abusos de poder, sin dejar de luchar por el establecimiento de la democracia e, incluso (como ya ha quedado bien constatado en esta semblanza bio-bibliográfica), por la legitimidad de las voces políticas del espectro ideológico de la izquierda.

Hasta 1998, ya con noventa y dos años de edad, mantuvo su columna de periodicidad semanal en numerosos diarios de lengua hispana (entre ellos, el rotativo madrileño ABC). A finales del año 2000 se le detectó un agresivo proceso canceroso que, velozmente extendido por su estructura ósea, acentuó su gravedad en los primeros días del año siguiente. Desahuciado por los facultativos, la fase terminal de su dolencia se prolongó hasta el día 27 de febrero de 2001, fecha en la que sufrió una brusca bajada de tensión que, culminada por un paro cardiaco, acabó fulminantemente con su vida. Su muerte, recibida como un duro golpe en la comunidad literaria internacional, sumió en la conmoción a todo el pueblo venezolano, y miles de compatriotas suyos acudieron al caraqueño Cementerio del Este -donde se había instalado su capilla ardiente- para rendir un último homenaje al gran patriarca de las Letras hispanoamericanas.

Entre los honores y distinciones que Arturo Uslar Pietri recibió en vida figuran -al margen de los ya citados en líneas precedentes- la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio y la Cruz de Isabel la Católica, ambas concedidas en España, donde se le nombró también miembro correspondiente de la Academia de la Historia. En su Venezuela natal, ocupó sillones en las academias de la Lengua, Nacional de la Historia, de Ciencias Políticas y Sociales, y Nacional de Ciencias Económicas. En Argentina se le reservó una plaza en la Academia de Letras, y en Chile en la de la Lengua. Obtuvo también, junto a los premios anotados más arriba, otros galardones de tanto prestigio como el Premio Vasconcelos (1988).

Además de las grandes obras mencionadas al hilo de la reconstrucción de su agitada peripecia vital, cabe recordar otros títulos suyos de notable interés, como los volúmenes de poesía Adagio (1931) y Manoa (Caracas: Arte, 1972); los ensayos De una a otra Venezuela (Caracas: Mesa Redonda, 1949), Breve historia de la novela hispanoamericana (Caracas: EDIME, 1955), Pizarrón (Id. Id., 1955), Venezuela, un país en transformación (Caracas: Tipografía Italiana, 1958), Materiales para la construcción de Venezuela (Caracas: Ediciones Orinoco, 1959), Del hacer y deshacer de Venezuela (Caracas: Ateneo de Caracas, 1962), En busca del Nuevo Mundo (México: Fondo de Cultura Económica, 1969), Vista desde un punto (Caracas: Monte Ávila, 1971), La otra América (Madrid: Alianza Editorial, 1974), Fantasmas de dos mundos (Barcelona [España]: Seix Barral, 1979), La imagen del hombre en el arte contemporáneo, Sumario de economía venezolana; los textos dramáticos Teatro [El día de Antero Albán. La Tebaida. El dios invisible. La fuga de Miranda] (Caracas: EDIME, 1958) y Chuo Gil y las tejedoras (Caracas: Tipografía Vargas, 1960); la novela Oficio de difuntos (Barcelona [España]: Seix Barral, 1976); el volumen de relatos de diferentes épocas Cuentos de la realidad mágica (1992); y los libros de viajes Tierra venezolana (Caracas: EDIME, 1953) y Un turista en el Cercano Oriente.

Bibliografía

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  • VIVAS MALDONADO, José Luis: La cuentística de Arturo Uslar Pietri, Caracas: Ediciones de la Universidad Central de Venezuela, 1963.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.