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ReligiónBiografía

Toribio Alonso de Mogrovejo, Santo (1538-1606).

Prelado español, nacido en Mayorga, León, el 11 de noviembre de 1538 y fallecido en Saña el 23 de febrero de 1606. Fueron sus padres don Luis Alfonso de Mogrovejo y doña Ana de Robledo. Fue el tercero de cinco hermanos, incluida su hermana María, quien fuera dominica. Perteneció a una familia con grandes ascendientes entre los que se cuentan Alfonso X el Sabio y San Luis IX de Francia.

Inició sus estudios en Valladolid, sede de la corte de Felipe II, durante 1550 y 1560. Allí estudió gramática, leyes y cánones, y se graduó como bachiller. Entre 1562 y 1570 prosiguió sus estudios en la Universidad de Salamanca y fungió como licenciado en cánones en 1568. Entre 1564 y 1566 estuvo en Coimbra, al lado de Juan Mogrovejo, su tío, quien le heredara una cuantiosa biblioteca que pasó a América. Pasó luego al Colegio Mayor de San Salvador de Oviedo, cuando fue nombrado inquisidor de Granada a la edad de 32 años. Destacó por su virtud, sabiduría y pureza, y por esto quedó presidiendo dicho tribunal a pesar de que la mayoría de sus miembros fueron destituidos. Hacia sus 40 años había vivido en diferentes ciudades de España.

Estando en Granada fue designado arzobispo de Lima por Felipe II, propuesta que decidió meditar durante tres meses. Su familia, sobre todo sus hermanos, lo convencieron, le dijeron que "si deseaba ser mártir (que siempre lo decía) aquélla era una buena ocasión de serlo". Al fin aceptó y fue reconocido por el Papa Gregorio XIII. Regresó entonces de Salamanca para recibir el diaconado y las órdenes mayores. Pasó luego a Sevilla, donde fue consagrado.

Partió rumbo al Perú en septiembre de 1580, del puerto de Sanlúcar de Barrameda, acompañado de un séquito de 22 personas a su servicio, incluida su hermana menor Grimanesa y su esposo; y sin pago de derecho, seis esclavos negros.

Casi perece en Chagres (Panamá) cuando es derribado de la mula. Luego de tres meses y medio de navegación, con varias escalas, llegó a avistar las costas desérticas del Perú, y en lugar de seguir navegando unos cuarenta días, decidió desembarcar en Paita, a unos 1.100 km al norte de la capital. Recorrió la costa peruana hasta su arribo a Lima el 24 de mayo de 1581, a pie, sin ostentación alguna, entrando por el barrio de los pescadores camaroneros de bajo el puente hasta la iglesia del hospital de San Lázaro. Le esperaba una extensa diócesis, vacante desde la muerte de fray Jerónimo de Loaysa, ocurrida cinco años antes.

Una de sus obras centrales y claves para la historia de la evangelización en el Perú fue la celebración del III Concilio Limense en agosto de 1582. Acudieron los obispos de Quito, Charcas, Cusco, Santiago y Tucumán. El concilio luchó contra el grave inconveniente de las denuncias y reclamaciones presentadas contra el obispo del Cusco. Por otras parte, se trataba de un acontecimiento de extraordinaria importancia, pues ante ellos se presentaba el reto de trazar los lineamientos pastorales de la evangelización de la mayor parte de América del Sur debido a la supremacía de la arquidiócesis de Lima. La duración del este III Concilio abarcó catorce largos meses. La preocupación central del concilio estaba inspirada por los problemas de la Iglesia en Europa, esto es, la lucha contra las herejías y otras religiones luego de la reforma, así como por la reforma interna en la conducta del aparato eclesiástico.

Con respecto a los indios y su evangelización, no se les consideró herejes sino menores de edad y neófitos en el cristianismo; se esbozaron las pautas para extirpar las idolatrías, que los indios aprendiesen en su propia lengua las oraciones, que se les diera el viático y la comunión pascual y que nada se les cobrara por administrarles los sacramentos. Este Concilio también estableció los cimientos del Derecho Canónico Indiano. Recomendaba que los curas visitasen sus doctrinas, por lo menos siete veces al año, y que los indios tuvieran libertad para casarse fuera de su ayllu.

Otro logro importante del concilio fue el establecimiento del catecismo trilingüe, en castellano, quechua y aimara, debido a que el idioma constituía una de las barreras al proceso de evangelización. Buscó la ayuda de los teólogos doctos y lingüistas expertos para que también hubiera conformidad en la doctrina cristiana en el lenguaje de los indios. Uno de ellos fue el ilustre jesuita Antonio de Acosta.

Hubo a raíz de este concilio diversas competencias y desavenencias. Los encomenderos se sintieron ofendidos por varios decretos del Concilio que promulgaban excomuniones. El Concilio fue aprobado en Roma por el Papa Sixto V el 26 de octubre de 1588. Entre los acuerdos del Concilio cabe destacar lo siguiente: se prohibió que los indios utilizaran en sus bautismos y matrimonios los nombres prehispánicos; se procuró que los sacerdotes no fueran doctrineros de muchos indios más allá de sus reales posibilidades; se estableció también que los varones conservasen los apellidos de sus padres y las mujeres el de sus madres; se prohibió a los sacerdotes el consumo de tabaco antes de la celebración de la misa; asimismo se censuró a las mujeres que se cubrían el rostro para ocultar sus conductas relajadas, sobre las cuales la literatura limeña cuenta muchas anécdotas y contra las cuales las autoridades tuvieron relativo éxito. A parte de estos concilios, emprendió Santo Toribio trece sínodos diocesanos entre 1582 y 1604.

Tuvo Santo Toribio sus desavenencias con el poder virreinal debido a varios factores. Uno de ellos fue el haber elevado un Memorial a Roma informando de las intromisiones del virrey en asuntos eclesiásticos, cosa que disgustó tremendamente al Consejo de Indias, quien pensó llamar al arzobispo hasta la propia España. Otra razón fue debida a problemas de protocolo en las ceremonias y eventos públicos; tanto es así que el virrey dejó de asistir un tiempo a la catedral por el disgusto. Se cuenta que en cierta ocasión, a donde fueron invitados tanto el virrey como el arzobispo, colocaron la silla del arzobispo detrás del dosel. Santo Toribio procedió a colocar él mismo la silla en el dosel, diciéndole al virrey "bien cabemos, que todos somos del Consejo de su majestad".

La extremada preocupación y celo del santo por la situación de los indios molestó a las autoridades. El virrey llegó a tildarlo de incapaz y de pasar todo el tiempo entre "indios miserables". El arzobispo respondió estar dichoso de haber emprendido dicha labor. Otro problema que lo enfrentó a las autoridades coloniales fue el de las cajas de comunidad, donde se guardaba el dinero procedente del tributo y que debía servir para el bienestar de los indios. Esto no se cumplía debido a las intromisiones y abusos de los corregidores. Una Real Cédula enviada al Virrey Conde de Villar don Pardo lo instaba a apoyar al arzobispo en esta denuncia.

Otro incidente ocurrió a propósito del Cercado, cuando el nuevo Virrey García Hurtado de Mendoza decidió movilizar a los indios del barrio de San Lázaro al Cercado sin previa autorización. El arzobispo Mogrovejo se encontraba fuera de la ciudad, pero a su regreso apoyó a los indios que se habían resistido. Años más tarde varios de estos indios regresarían a San Lázaro.

Santo Toribio procedió a fundar el primer seminario en el Perú en el año de 1591, colocando en la puerta principal su escudo de armas, lo cual ocasionó el recelo del Virrey Hurtado de Mendoza, quien envió autoridades para intervenir en la administración de dicho centro. Esto generó una respuesta tenaz y de oposición por parte del arzobispo. El seminario se fue perfilando al puro estilo tridentino.

Otro aspecto crucial del gobierno de Santo Toribio fue su política de visitas eclesiásticas por toda su diócesis, que era inmensa. La diócesis de Lima comprendía por esa época todo el norte del Perú, desde los confines de las provincias de Ica, por la costa, y los valles de Jauja, por la sierra, hasta el territorio de Quito y Popayán, por el norte. Todo esto hace difícil trazar un itinerario de sus viajes: atravesó desiertos, escaló montañas y pernoctó en las punas desafiando peligros. Santo Toribio fue el paradigma del pastor ambulante. La relación de su primera visita constituye el primer censo del Perú, pues indicaba respecto de cada pueblo el número de indios tributarios, y, en muchos casos, incluye datos sobre las haciendas y ganados.

Llevó a cabo tres visitas, la primera entre mayo de 1584 y enero de 1591; la segunda desde julio de 1593 hasta la Semana Santa de 1598; la tercera desde enero de 1605 hasta su muerte, ocurrida en marzo de 1606. Se dice que confirmó a más de un millón de personas y andaría algo más de 6.000 leguas en sus recorridos. Entró en los territorios más remotos de la diócesis sin exceptuar las montañas, visitó Jauja, Huancabamba, Motilones y Moyobamba. Sin embargo, el ausentismo del arzobispo en la capital molestó al Virrey García Hurtado de Mendoza, quien se quejó ante el Rey diciendo no haber visto jamás al arzobispo porque paraba entre los indios.

Como parte de su programa de visitas fue estableciendo escuelas de alfabetización y medios para la catequesis; él mismo participaba de estos programas y daba muestras de un profundo celo y paciencia con los indios, propios del buen maestro.

Invirtió muchos esfuerzos en ayudar a los más pobres a través de obras de caridad, en las cuales invertía gran parte de las rentas de su diócesis. Cuentan que en muchas casos repartió cosas de su propio uso. Por todo esto fue comúnmente llamado el "Padre de los pobres". También ayudó de una forma peculiar al Hospital de San Andrés, y a falta de dinero donó un esclavo que valdría 500 pesos, al que le pidió que sirviese con todo cuidado a los pobres. Era un hombre de su tiempo, y allí la esclavitud era aceptada.

Tuvo también una labor destacada en la reforma de la Universidad de San Marcos, gracias a su trayectoria académica y su formación en la Universidad de Salamanca.

Esta personalidad fuerte frente al poder contrasta con la humildad cotidiana frente a los pobres y su trato sencillo con los indios. Uno de sus biógrafos lo retrata de esta forma: "No era altivez aquella grave compostura, sino conocimiento de los que representaba; pedía reverencias cuando hacía veces de Dios, y sólo desprecios cuando hablaba por sí".

De acuerdo con las pautas de la época, y como otros santos, ejerció sobre su cuerpo fuertes mortificaciones, como por ejemplo el quitarse el sueño; para ello dormía en unas tablas y no en la cama destinada para él; practicaba también ayunos y abstinencias.

Luego de una agonía a consecuencia de las tercianas, fiebres elevadas que se manifestaban cada tres días, falleció en Saña el 23 de febrero de 1606 en plena visita pastoral. Su cuerpo tuvo que ser trasladado a la capital. En el imaginario popular quedó registrado un hecho milagroso: "Al pasar el caudaloso río Santa, se apartaron las aguas, retirándose hacia atrás hasta que pasó el cuerpo". Este hecho fue recogido más tarde en el proceso que se siguió a su muerte. No sólo eso; se dice que en el lugar donde murió se presenció un eclipse lúgubre, lo cual fue interpretado como una señal divina. Los prodigios milagrosos continuaron y dieron lugar a su beatificación que ocurrió el 28 de junio de 1679. Finalmente fue canonizado el 10 de noviembre de 1726.

Bibliografía

  • BELAUNDE, Víctor Andrés: Peruanidad (Lima, Banco Central de Reserva, 1983)

  • NIETO VÉLEZ, Armando: La primera evangelización del Perú: hechos y personajes. (Lima, Vida y Espiritualidad, 1992).

  • PINI, Francesco, LEON, Miguel y VILLANUEVA, Julio: Presencia de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo en el Callejón de Conchucos. (Huari).

C. O. Aburto Cotrina

Autor

  • mfe / Carlos Oswaldo Aburto Cotrina