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BiologíaBiografía

Topinard, Paul (1830-1911).

Antropólogo y médico francés, nacido en L'Isle-Adam el 4 de noviembre de 1830 y fallecido en París el 20 de diciembre de 1911, que estudió las diferencias entre las distintas razas humanas según sus caracteres físicos, fisiológicos y patológicos.

Pasó su juventud en los Estados Unidos y en Nueva Orleans cursó los primeros estudios. Regresó a Francia para continuar su carrera de medicina, doctorándose en 1869. A esta profesión se dedicó hasta que en 1871 decidió encauzar sus estudios hacia la Antropología, bajo la dirección de Broca, quien le nombró conservador de las colecciones y profesor de la Societè d'Anthropologie de París, de la que llegó a ser secretario general en 1881. Dirigió el laboratorio antropológico de la Escuela de Altos Estudios y fue profesor de Antropología de la Escuela desde 1876; asimismo, tuvo a su cargo la dirección de la Revue d'Anthropologie. Se especializó en estudios de anatomía y antropología física, y especialmente en los estudios de razas humanas aplicados al desarrollo de técnicas de antropometría. Pero produjo un gran número de obras que comprenden además de craneometría y antropometría general, etnología, arqueología, sociología, medicina e historia de la antropología. Algunas de estas obras fueron premiadas con Medalla de Oro por la Academia de Medicina y el Instituto de Francia, como L'Anthropologie (1876) y Éléments d'Antropologie générale (1885).

Topinard consideró la antropología como la parte o rama de las ciencias naturales que trata sobre el hombre y las razas humanas, de ahí que en sus trabajos sobre esta disciplina, abordase el hombre como grupo zoológico y las razas humanas como una división de ese grupo. El estudio del hombre podía tratarse desde el punto de vista animal, mental y social, puesto que están comprendidos en él los caracteres físicos, fisiológicos y patológicos, conjuntamente con los datos aportados por la arqueología, pero también por la lingüística (véase Antropología lingüística) y la etnología. El gran interés concedido a los caracteres físicos y a la antropometría (especialmente la craneometría) que caracterizó la antropología positiva francesa, explica el gran volumen de trabajos en que se ocuparon sus promotores y entre ellos, Topinard. Lo cual no quiere decir que se descuidara la fisiología, el desarrollo embrionario y otras muchas cuestiones biológicas.

En cuanto a la etnología, Topinard, estimaba que la raza era "un concepto abstracto, una noción de continuidad en la discontinuidad, de unidad en la diversidad". En 1878 concebía dieciséis razas que diferenciaba según ciertos caracteres somáticos como el índice nasal, forma y color del cabello, el índice cefálico, el color de la piel y la estatura. Por ejemplo, los tonos de la piel, los redujo en 1885 a diez: tres matices para los blancos (blanco pálido y blanco rosado para los nórdicos europeos, y más oscuro para españoles e italianos), tres para los amarillos y cuatro para los rojos y los negros. Se percató de la gran variedad de diferencias que existían en los seres humanos, por lo cual fue cauteloso al hablar del peso del cerebro -uno de los caracteres que se esgrimían de continuo para justificar las diferencias intelectuales entre razas y pueblos- expresando que se requerían estudios a gran escala antes de llegarse a conclusiones válidas. Vio en el medio un factor de gran influencia en el desarrollo de la inteligencia y por tanto en el peso del cerebro. Si bien opinaba que se debían tener en cuenta otros aspectos que alteraban el volumen, tamaño y peso del cerebro, como eran la edad, el sexo, y las enfermedades.

Compartió con muchos antropólogos de la época la opinión discriminatoria de razas inferiores, como estadios inferiores al blanco en la posición o escala evolutiva; lo que conjugaba con su visión poligenista sobre el origen de las razas humanas. Creía encontrar similitudes entre los rasgos antropológicos de algunas tribus africanas y la de los animales, aceptando no sólo dichas semejanzas, sino la pretensión discriminatoria de que existía menor diferencia entre las variedades de osos, perros o lobos, que entre las variedades humanas. Igualmente opinó que entre las varias especies de un mismo género de antropoides las diferencias eran infinitamente menores que entre las principales razas humanas. Así, se apoyó en diversos caracteres anatómicos que denigraban a las tribus africanas; que le sugerían otras de índole moral e intelectual, y que llevaron a este autor a considerar, si no géneros, por lo menos especies diferentes entre los seres humanos. Por ejemplo, expresó que el sueco rubio, de blanca y sonrosada tez, ojos azules, formas esbeltas, rostro ortorgnato y con una considerable capacidad craneal, estaba a una prodigiosa distancia del negro, de rostro negro como el hollín, esclerótica amarilla, pelo corto y lanoso, hocico prominente y labios encorvados; del papú, de cabellera igualmente lanosa, etc.

El intervalo que creía ver entre los caracteres físicos y morales de tipos humanos, mayor que entre los de los animales, le sugería que existían especies distintas entre aquéllos. En estas pretendidas especies humanas, consideraba, por ejemplo, las tres siguientes: una primera braquicéfala, de corta estatura, piel amarillenta, rostro ancho y achatado, ojos oblicuos, párpados cortos y pelo escaso, duro y de sección redonda; una segunda, dolicocéfala, de elevada estatura, color blanco, rostro estrecho y saliente en la línea media; y una tercera, dolicocéfala también, de color negro, prognata y de cabellos achatados o lanosos. A lo que agregaba que se presentaba una objeción, y era que todos los hombres podían con el tiempo crear una raza fija intermedia, mientras que para corresponder a la definición clásica de la especie deberían ser agenésicos. En su opinión esta objeción se destruía ante el hecho de que algunas especies animales eran eugenésicas y de seguro paragenésicas (véase eugenesia).

Su errónea consideración de razas fijas intermedias, obviaba el amplio proceso de mestizaje ocurrido en los seres humanos, probablemente desde los primeros homínidos (aunque él sabía que no había pureza de razas). Por otra parte, los hombres o las razas de ningún modo podían tener un origen alejado y carecer de fecundidad entre ellos (agenésico) ni siquiera paragenésico (de semejante origen y poca fecundidad), sino el mismo origen. El propio Topinard debía reconocer la importante objeción que esto representaba para su teoría poligenista, pues resultaba evidente que las razas humanas eran -según su clasificación- eugenésicas, es decir, se mostraban indefinidamente fecundas; nótese que este último término de eugenesia, poco tiene que ver con el que le había asignado Galton para su concepción sobre el mejoramiento de la especie humana.

Bibliografía

  • ARQUIOLA, E. "Topinard, Médico y antropólogo físico", en Asclepio, 30-31, 41-61, 1978-1979.

  • ORTIZ, F. El engaño de las razas. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975.

  • TORT, P. Dictionaire du Darwinisme et de l'Evolution. Presses Universitaires de France, 1996.

  • TOPINARD, P. "Variedades de la especie humana: razas", en SAINT-MARTÍN, Vivien (et. al). Nueva Geografía Universal, Habana, Valls y Arteaga, 1878.

Armando García González
Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Autor

  • 0212 AGG