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Tomás Moro, Santo (1478-1535).

Filósofo, político y humanista inglés, canciller del reino entre 1529 y 1532. Nació en Londres el 7 de febrero de 1478 y falleció en la misma ciudad el 6 de julio de 1535. Fue beatificado el 29 de diciembre de 1886 y canonizado el 19 de mayo de 1935 por el papa Pío IX; su festividad se celebra el día 22 de junio. Está considerado, en esencia, como el más brillante intelectual y erudito del humanismo británico. Dejando aparte su talla literaria, fue un gran estadista y embajador al servicio de la corona inglesa, así como un fervoroso defensor de la legalidad del catolicismo ante las pretensiones de Enrique VIII de formar una nueva iglesia. Esta defensa, a la postre, fue la causante de su muerte, ya que fue ejecutado por traidor a pesar de que su gran fama como literato y justo canciller minimizó, incluso en su época, tal acusación.

Perfil biográfico

Primeros años y formación cultural

Tomás Moro (castellanización del inglés Thomas More) fue el hijo primogénito de John More, un prestigioso abogado londinense cuyos servicios a favor de la monarquía le harían merecedor, ya en vida de Tomás Moro, de un puesto entre los jueces reales y también el título de caballero, así como el cargo de mayordomo de Lincoln's Inn (sociedad que preparaba a los futuros abogados). Gracias a la posición desahogada de la familia, y también a la solvencia paterna, el joven Tomás Moro fue educado en la Saint Anthony's School; una vez acabada esta primera etapa de estudios, abandonó la residencia familiar de la londinense Milk Street en 1486, para pasar a servir como paje en la casa de John Morton, arzobispo de Canterbury y canciller inglés. Rápidamente, el canciller Morton se dio cuenta de las extraordinarias aptitudes que albergaba su discípulo, por lo que en 1492, a instancias de Morton, Tomás Moro fue admitido en la Universidad de Oxford, donde permaneció dos años estudiando Lógica y Latín. Allí conoció a algunos de los que posteriormente formarían parte del círculo de humanistas ingleses, como Thomas Linacre, William Grocyn y el helenista William Lily.

En 1494, por consejo de su padre, Moro regresó a Londres y continuó sus estudios de leyes en el New Inn, institución dependiente del Lincoln's Inn, que admitió finalmente a Moro como asociado en 1496. El espaldarazo definitivo llegó en 1501, cuando fue nombrado utter barrister (especie de 'portavoz de los abogados') y, por tanto, su futuro en la curia y cancillería inglesa parecía brillante, pues sólo contaba con 23 años de edad. También a partir de este año, figuraba como profesor de Derecho en el Furnivall's Inn, otra de las asociaciones que preparaban a los futuros letrados. Sin embargo, la enorme curiosidad y capacidad de lectura hizo que Moro no descuidase su formación literaria, especialmente dedicada a la lectura de la Biblia y de las enseñanzas de la Iglesia; a su vez, tal como era preceptivo en el Humanismo de la época, no descuidaba tampoco otro tipo de actividades intelectuales, como los clásicos o incluso el teatro, cuyos contactos y lecturas ya le habían impresionado en su época de colegial en Saint Anthony's.

Espiritualidad y matrimonio

Durante su época de universitario en Oxford, y también como consecuencia de su ingente estudio de cuestiones relacionadas con la Teología, había nacido en Tomás Moro la vocación religiosa, asunto por el que se enfrentó a los deseos de su padre, que prefería que continuase con la carrera judicial y cortesana. Moro vivió durante cuatro años en el cenobio cartujo adyacente a Lincoln's Inn, para demostrar, tanto a su padre como a sí mismo, la veracidad de tal vocación. Durante este tiempo, aunque laico, Moro realizó vida de auténtico monje, por lo que pensó en formar parte de la orden franciscana en calidad de terciario. Finalmente, la insistencia de su padre, y también su propio gusto por un tipo de literatura a la que difícilmente tendría acceso en el caso de profesar hábitos, terminaron por inclinar la balanza hacia la vida laica, aunque austera, dado el ferviente catolicismo que sentía.

Después de su experiencia voluntaria en la vida monacal, en los primeros meses de 1505 Moro contrajo matrimonio con Jane Colt, procedente de una familia de la nobleza rural (gentry) de Essex. Tras la ceremonia, la nueva familia se trasladó a vivir a la mansión de Bucklersbury, junto al Támesis, hogar que se haría famoso por la cantidad de eruditos y hombres de letras que, en tanto amigos de Moro y de lady Colt, se hospedarían allí durante diversas temporadas. Es el caso, entre otros, de los británicos Holt y Skelton, pero sobre todo de Erasmo de Rotterdam, a quien Moro había conocido en 1499. Como prueba de este mutuo afecto, valga que la primera edición del clásico erasmista por antonomasia, el Elogio de la locura (1509), está dedicado a Moro, pues el literato holandés lo había acabado de componer en la mansión de su amigo británico. A finales del mismo año de 1505, Moro y Jane Colt tuvieron una hija, Margaret, la primera de la parentela del humanista inglés, que se completa con Elizabeth (1506), Cecily (1507) y John (1509).

La política y los negocios

La primera intervención de Tomás Moro en la política sucedió el año antes de su boda, en 1504, cuando, desde el Parlamento, criticó con dureza unas nuevas tasas impuestas a los comerciantes por el rey Enrique VII. A partir de entonces, sobre todo después de que en 1507 fuera nombrado mayordomo del Lincoln's Inn, el erudito británico compaginó su vida académica y docente con la política del país. En 1509 fue elegido como representante y portavoz de los mercaderes ingleses en las negociaciones que se mantenían entre las compañías comerciales de Inglaterra y Amberes, en las que se trataba de llegar a un acuerdo satisfactorio, en materia económica, para ambas partes. En septiembre de 1510, Tomás Moro fue elegido como uno de los dos alguaciles (ayudantes del sheriff) de Londres, un cargo dificultoso pero que le ayudó a despertar las primeras simpatías entre la población inglesa, pues comenzó a ser proverbial la sabiduría, imparcialidad y beneficencia del alguacil Moro.

Toda esta apacible vida se quebró violentamente en 1511, cuando falleció lady Jane Colt, dejando viudo y con cuatro hijos al erudito inglés. Como solía ser habitual en aquella época, apenas unos meses después Moro ya había vuelto a contraer matrimonio, esta vez con lady Alice Middleton, una rica viuda de un mercader londinense que sobrepasaba en bastantes años la edad del nuevo esposo. Moro no tendría más descendencia, aunque aceptaría como miembro de su familia a la hija que aportaba al matrimonio su nueva mujer.

Después de este cambio de rumbo familiar, Moro continuó su actividad política representando a los mercaderes de productos básicos en las negociaciones comerciales celebradas en 1512, y también como embajador de Inglaterra en Flandes, en el año 1515, viaje en el que se gestó gran parte del contenido de Utopía. Dos años más tarde, Moro demostró su gran carisma popular con ocasión del incidente llamado Evil Mayday, el 1 de mayo de 1517, cuando los aprendices de los mercaderes extranjeros de Londres se sublevaron contra sus dueños. La intervención del humanista fue decisiva para que las aguas volvieran a su cauce. Con posterioridad, entre septiembre y diciembre del mismo año, Moro participó en las negociaciones que mantuvieron Inglaterra y Francia en Calais y Boulogne, al respecto de las tiranteces que habían surgido entre ambos países. Su éxito no pasó desapercibido por uno de los hombres fuertes del gobierno inglés, Thomas Wolsey, que le propuso pasar al servicio de la corona. A finales de 1517, Moro ya figuraba como maestro de peticiones del consejo real, y en 1518 renunció a sus oficios políticos en Londres para pasar íntegramente a desempeñar cargos en la curia regia como juez de paz.

Al servicio del rey

En principio, lo que más atrajo a Moro del ofrecimiento del canciller Wolsey fue la posibilidad de introducir cambios y reformas de raigambre humanista en el seno no sólo de la política británica, sino también, y mucho más valorado por el erudito, en el campo de la educación. Esta última cuestión, la introducción del erasmismo en Inglaterra, ya había sido objeto de la atención de Moro desde 1515, fecha en la que había esbozado un proyecto de reforma educativa en la que los puntos principales eran la extensión de los estudios de lengua griega, para un mejor conocimiento de las fuentes teológicas, así como el regreso al estudio de las cuestiones bíblicas desde los escritos de los Padres de la Iglesia. De esta forma, el gobierno del canciller Wolsey pareció aceptar de buen grado la extensión de la mezcla entre erasmismo y humanismo cristiano que agavillaba Tomás Moro cuando éste fue reclamado para el servicio de la monarquía. Desde entonces, el palacio de los cardinales cercano a la abadía de Westminster pasó a ser su lugar de acción preferente.

Su primer contacto con el mundo de la alta política tuvo lugar en junio de 1520, en el famoso Field of Cloth of Gold ('Campo vestido de oro'), nombre con el que han pasado a la historia las conversaciones mantenidas cerca de Calais entre el rey inglés, Enrique VIII, y su homólogo francés, Francisco I. Allí Moro coincidió con Guillaume Budé, otro de los erasmistas franceses con quien le unió una gran amistad. Durante este año y el siguiente, Moro participó activamente en las conversaciones celebradas tanto en Calais como en Brujas entre la comisión de mercaderes de la Hansa germana y el emperador Carlos V, intentando que los intereses británicos no se vieran menoscabados. Como premio al desempeño de esta labor, Moro fue nombrado caballero en 1521 y se le honró con el oficio de ayudante del Tesoro. A partir de esta época también comenzó la relación de amistad, consejo y ayuda literaria de Moro hacia el rey Enrique VIII, visible, especialmente, en la redacción de la Defensa de los Siete Sacramentos, firmada por la pluma regia y en la que el erudito británico actuó como asesor y compilador de los materiales redactados por el monarca.

Esta primera fase de colaboración de Moro con el organigrama político de la monarquía inglesa se tradujo en su presencia constante, entre los años 1521 y 1523, como embajador a diversas recepciones, fundamentalmente comerciales, pero también de orden político; asimismo, gran parte de las respuestas, discursos e intervenciones públicas tanto del rey como del canciller Wolsey que fueron pronunciadas en estos años se deben a su capacidad literaria. El colofón a esta nueva fase de su carrera política tuvo lugar en abril de 1523, cuando Tomás Moro fue elegido portavoz de la Cámara de los Comunes en el Parlamento británico. El cargo no estaba exento de problemas, toda vez que la elección de Moro fue vista en la época como un intento de que Enrique VIII controlase una institución de honda tradición litigante con la monarquía, pero el discurso de apertura realizado por el humanista británico tranquilizó a todos los asistentes: Moro quería la paz, por supuesto, y pensaba que la mejor manera de garantizarla pasaba por trabajar para el fortalecimiento de la monarquía, aunque su independencia y su rectitud alejaban de él cualquier sospecha de colaboracionismo ilegal.

Primeros problemas con Enrique VIII

De manera paralela a su proyección política y a su producción literaria, que se encontraba en plena efervescencia durante estos años, Moro elevó ampliamente en esta época su relación con las instituciones educativas del país. Las dos principales de ellas, las universidades de Oxford y Cambridge, le incorporaron a su organigrama como administrador con apenas un año de diferencia (1524 y 1525, respectivamente). En el primero de esos años, Moro abandonó su residencia de Bucklersbury, en el corazón londinense, para trasladarse a Chelsea, el popular barrio de la capital inglesa que, en el siglo XVI, era una especie de pequeño rincón campestre cercano a la gran urbe. La Great House de Moro en Chelsea pasó a ocupar el mismo papel que la antigua mansión: centro de reuniones literarias y artísticas de alta solvencia, con huéspedes tan destacados como Hans Holbein el Joven, que pasó una larga temporada en Chelsea durante el año 1526. La mansión de Moro contaba con una impresionante biblioteca, tal como correspondía a un humanista de su talla. Uno de los más habituales asistentes a aquellas tertulias era el duque de Lancáster, que nombró a Moro su canciller en 1525, lo que, entre otras cosas, significaba que todo el amplio territorio norteño del ducado quedaba bajo su control administrativo y judicial.

A pesar de estas nuevas responsabilidades, Moro no abandonó su exitosa relación política con la monarquía. En 1527 fue de nuevo enviado como embajador a Francia, al lado del canciller Wolsey, pero fue reclamado de inmediato debido a la cuestión que, a la postre, tendría una vital importancia no ya en el propio devenir del humanista inglés, sino en toda la Historia de Inglaterra: el matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón. En 1522 el monarca inglés ya había conocido a quien se iba a convertir en su segunda esposa, Ana Bolena, y desde ese momento no había parado de fomentar la duda entre sus súbditos acerca del carácter ilegal de su matrimonio con la princesa hispana. Enrique VIII alegaba una condición incestuosa del enlace, ya que Catalina se había casado en primeras nupcias con Arturo, hermano de Enrique. Apelando a la amistad que le unía con Moro, el monarca le solicitó que estudiase con toda calma el asunto, con el objetivo claro de demostrar la invalidez matrimonial. Moro, consecuente con tal petición, pasó largas jornadas estudiando el proceso, pero la existencia de una bula pontificia expedida en 1509 por Julio II, en la que se proclamaba sin consumar el matrimonio entre Catalina y Arturo, además de las fervientes creencias católicas de Moro, hicieron que la respuesta a Enrique VIII fuese negativa. Es evidente que se trató del primer roce entre ambos por este complejo asunto: la independencia de Moro se había demostrado una vez más, aunque las consecuencias fuesen negativas. Durante 1528 y 1529, Moro aprovechó el hallarse estudiando los problemas derivados del matrimonio de Arturo y Catalina para realizar diversas obras refutando herejías del catolicismo. Como ayuda a esa labor recibió permiso del arzobispo de Londres, Cuthbert Tunstall, para poder leer libros y textos heréticos custodiados en su biblioteca.

Tomás Moro, canciller de Inglaterra

La relación con el arzobispo Tunstall, otro destacado humanista británico, se hizo más fuerte en ese mismo año de 1529, cuando los dos personajes fueron enviados por Enrique VIII a la Paz de Cambrai (Francia), firmada entre el monarca galo Francisco I y el emperador Carlos V. Esta paz supuso un duro golpe a la tibia política internacional del canciller inglés, lord Thomas Wolsey, lo que, unido a la negativa de éste ante Enrique VIII para llegar más allá en el asunto del divorcio de Catalina de Aragón, supuso su destitución fulminante como canciller. Las cosas parecían complicarse para el círculo de los humanistas ingleses, toda vez que el propio Tomás Moro fue uno de los cuatro miembros del tribunal que, el 29 de mayo de 1529, se entrevistó a la reina Catalina para realizar una pesquisa. Los fieles sectarios de Enrique, Thomas Cromwell y Thomas Cranmer, intentaron hostigar a la reina para que acatase la voluntad de su esposo, pero la valiente actitud de Tomás Moro arrastró al legado pontificio, el cardenal Campeggio, para que el juicio quedara empatado a dos votos y la reina Catalina no fuese inmediatamente inmolada en su condición regia.

A pesar de este nueva confrontación con la monarquía, o tal vez por esa misma razón, Enrique VIII eligió a Tomás Moro como el sustituto de Wolsey en la cancillería del reino. Moro accedió a tal dignidad el 26 de octubre de 1529, culminando con ello su carrera en los círculos políticos ingleses, pero enseguida comenzó a saborear el amargo gusto de tal premio. Como nuevo canciller, Moro tuvo el privilegio de pronunciar el discurso de apertura del Parlamento, el 3 de noviembre de 1529, en el que, actuando como portavoz del rey, no le quedó más remedio que leer las duras acusaciones de la corona contra su amigo Wolsey, así como los diferentes dictámenes favorables al divorcio de Enrique y Catalina que llegaban de las universidades británicas, totalmente sometidas a la voluntad del rey. No obstante, ser el primer laico que llegaba al puesto de canciller y, por la misma condición laica, no tener capacidad de voto, le permitía cierto margen de movimientos que Moro utilizó para intentar moverse con soltura dentro de las rápidas aguas de la política interna. Pero las muchas contradicciones existentes entre su rectitud personal y las altas esferas políticas pusieron demasiados obstáculos para que el nuevo canciller saliera indemne.

En el plano personal, Moro se negó a firmar en 1530 el documento que, a instancias de Enrique VIII, todos los clérigos británicos enviaron al Papa, en el que reconocían como nulo el matrimonio de Enrique y Catalina y, por tanto, daban validez al divorcio. Al año siguiente, a pesar de seguir representando al monarca como canciller, también Moro se negó a firmar el documento mediante el que el rey quedaba instaurado como cabeza de la Iglesia en Inglaterra. El enfrentamiento comenzaba a ser demasiado evidente como para que los acontecimientos no se precipitasen de manera violenta.

Polémicas filosóficas y abandono de la cancillería

La actividad de Moro al frente de la cancillería tropezó también con la intransigencia de aquellos que, en detrimento de la jerarquía eclesiástica pontificia, apoyaban totalmente la causa de Enrique VIII. Para paliar todos estos problemas, Moro se lanzó a una frenética actividad literaria, visible en la publicación de sus polémicas contra William Tyndale, que le hicieron enfermar (posiblemente, una angina de pecho) y solicitar el relevo como canciller. Casualmente, Enrique VIII se lo concedió el 16 de mayo de 1532, el mismo día en que el sínodo de la Iglesia de Inglaterra validaba la supremacía del rey al frente de la Iglesia, y dejaba únicamente al libre albedrío y a la voluntad cristiana del monarca el que éste pudiese dictar leyes en contra de la Iglesia. El sustituto de Moro en el máximo puesto político de la corona, Thomas Cromwell, no iba a desaprovechar la oportunidad que se le presentaba para acometer las reformas anglicanas y, de camino, eliminar la incómoda figura del ex-canciller.

Después del abandono de la alta esfera política, Moro pudo reanudar su labor en defensa de la fe católica, aguzada en esta época por las polémicas con el citado Tyndale y con Christopher Saint Germain. Si Moro había criticado con dureza la traducción del escritor galés, que había vertido la Biblia del latín al inglés con evidentes errores, Tyndale no dudó en acusarle de lucro y malversación de dinero público, argumentando que sus publicaciones se realizaban mediante partidas económicas regias. La polémica entre ambos tuvo lugar en 1533, cuando Moro editó sus dos mayores obras de defensa de la fe católica: The apology of sir Thomas More y The Debellacion of Salem and Bizance, publicaciones en la que prácticamente se arruinó invirtiendo sus ahorros. A pesar de que ciertos clérigos, entre ellos su amigo Tunstall, recaudaron una gran suma de dinero para paliar esta tormentosa situación económica, Moro rehusó aceptarla, pensando seguramente en las funestas consecuencias que un hecho así tendría en labios de polemistas como Tyndale: aceptar las libras donadas de forma altruista por la jerarquía religiosa hubiera sido, en la austera filosofía moreana, prácticamente como dar la razón a Tyndale sobre los supuestos sobornos.

Caída y ejecución de Tomás Moro

1533 también fue el año en que Enrique VIII cumplió sus planes y repudió a Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena; Moro, siempre consecuente con sus ideas, no acudió a la boda. Más que este desplante, la gota que colmó el vaso de la desgracia del erudito fue ser el único personaje en importancia (junto al arzobispo Fisher) que rehusó firmar el Acta de Sucesión, mediante la cual se daba validez a todas estas acciones. El guante exhibido por Tyndale, el de los sobornos, fue recogido por los agentes reales para comenzar el acoso a Moro. En febrero de 1534, su nombre apareció en una orden de captura de bienes, por la ridícula acusación de estar en connivencia con cierta monja, llamada Elizabeth Barton, que había emitido insidiosas profecías en contra del nuevo matrimonio del rey Enrique. Lo cierto es que sí existía relación entre la religiosa y Moro: una misiva en la que el erudito conminaba a la hermana a cesar este tipo de actividades, contrarias a la moral cristiana, por respeto a las decisiones del estado, incluyendo, claro está, el perjuicio que sobre ella podía recaer. En realidad, y como cualquiera puede suponer, se trataba sólo de la excusa que buscaron sus enemigos.

Moro fue citado para declarar en la corte regia el 13 de abril de 1534; su ingenio fue desbaratando una por una todas las ridículas acusaciones vertidas contra él, pero el punto de inflexión se asestó al final de la audiencia: Moro fue obligado, una vez más, a firmar el Acta de Sucesión. Dejando claro que, con referencia a lo temporal, no negaba la cualidad de reina a Ana Bolena, Moro renunció de nuevo a estampar su autógrafo en el acta, debido a que la derivación legal de la misma constituía un atentado contra la supremacía del Papa en asuntos espirituales. Cuatro días más tarde, Moro fue hecho prisionero y encerrado en la Torre de Londres, donde permaneció cautivo durante más de un año hasta la celebración de su juicio, el 1 de julio de 1535. Durante este tiempo, Moro sólo se había sentido confortado en su estrecha celda por las visitas de su hermana Margaret, y también por la redacción de la que, sin mediar la afortunada Utopía, sería sin duda la obra maestra salida de su pluma: el Diálogo de la Consolación contra la Tribulación.

Los nuevos hombres fuertes del gobierno inglés, Thomas Cromwell y Thomas Cranmer (éste ya elevado al arzobispado de Canterbury), no dejaron ningún detalle al aire para el juicio y colocaron como fiscal general del Estado a Richard Rich, de toda su confianza. También sobresalía la presencia en el tribunal del vizconde de Rochford (padre de Ana Bolena), del conde de Norfolk (tío de Ana Bolena) y del hermano de la nueva reina, lo que, ya desde el principio, hacía que tal tribunal pudiese ser calificado de cualquier cosa menos de imparcial. La agilidad retórica e irónica de Moro deshizo por completo la acusación de desacato a la Corona efectuada por Rich, llegando incluso a humillar a éste y hacerle parecer el fantoche que en realidad era. El erudito inglés se mantuvo firme y sí negó la supremacía de cualquier rey sobre la Iglesia, pero los miembros del tribunal lo interpretaron como la negación a que Enrique VIII fuera la cabeza de la iglesia anglicana y lo declararon culpable. Ya con la sentencia dispuesta, Moro pronunció un discurso en el que puso de relieve sus firmes e irrevocables convicciones, pero no sirvió más que para enardecer los ánimos de sus enemigos, aunque también para que el aura de santidad comenzase a rodearle desde horas antes de su muerte.

Tal vez la única piedad mostrada por Enrique VIII ante la condena de un hombre, Tomás Moro, que había prestado tan inmejorables servicios a la monarquía iglesia, fue la conmutación de la tradicional pena para los traidores, es decir, desentrañar el cuerpo, colgarlo en la horca y partirle en pedazos, por la simple decapitación. Moro apareció en la fúnebre ceremonia tranquilo, sereno y en paz, después de haber redactado varias cartas de despedida y alguna oración. Pidió vendarse los ojos él mismo y reiteró ante el verdugo que moría por defender la fe de la iglesia católica. El filo del acero sesgó su vida minutos más tarde, al mediodía del 6 de julio de 1535, en la famosa colina de la Torre de Londres donde se llevaban a cabo las ejecuciones. Fallecido el hombre, nació el mito y también el mártir, pues ni siquiera durante los días subsiguientes la espuria acusación que le había llevado al cadalso fue capaz de superar, ni en las clases populares ni entre las clases cultas de Europa, la bondad, justicia, sabiduría y ecuanimidad de Tomás Moro. Tradicionalmente, las últimas palabras que pronunció en el cadalso (que han pasado al refranero británico) resumen la vida del erudito perfectamente: "Servir al rey es bueno, pero Dios es lo primero". Fue enterrado en la iglesia de San Pedro ad Víncula, en la propia Torre de Londres, pero su cabeza reposaría varios días en el London Bridge, tal como era preceptivo para los acusados de traición. Poco tiempo más tarde, fue inhumada en la iglesia de Saint Dustan (Canterbury).

Obra literaria

En este apartado serán revisadas las principales obras de Moro que están plenamente adscritas a su pluma. De esta forma, no serán objeto de reseña algunos trabajos como los Twelve merry jests of one called Edith (1525), obra de Walter Smyth, o ciertas obras teatrales, como el Calisto and Melebea (1530) y The four elements (1532), ambas de John Rastell. Estos trabajos, según la crítica literaria, son más que sospechosos de haber tenido una intervención directa de Moro en cuanto a su redacción, pero las dudas son evidentes. Por ello, se ha preferido destacarlos al principio y considerarles una prueba más del espíritu de mecenazgo que realizó, sin entrar en la polémica de qué partes son obra de Moro y cuáles no. De igual forma, toda la ingente cantidad de cartas personales, epístolas sobre diversas materias y pequeños consejos enviados de manera personal tampoco serán específicamente señalados, pero hay que anotar que todo el rico conjunto de las epístolas moreanas merece la categoría de fuente fundamental para el conocimiento del humanismo inglés, y también europeo, del siglo XVI.

Poemas, epigramas y traducciones

Sus primeros epigramas fueron publicados en 1497 para una obra didáctica, denominada Lac puerorum, una gramática latina redactada por John Holt, otro de los humanistas ingleses amigos de Moro. También en 1501 realizó algunos epigramas, latinos y griegos, para acompañar su edición comentada del De civitate Dei de San Agustín de Hipona, aunque el poema más destacado de esta primera época es A rueful lamentation for the death of Queen Elizabeth, una extraordinaria muestra de literatura consolatoria escrita en 1503, tras la muerte de la reina Isabel, esposa de Enrique VII, en la que Moro modifica la rima real, una estrofa introducida por Chaucer, haciéndola algo más fluida y rítmica al utilizar cinco líneas en vez de siete. En 1509, un nuevo acontecimiento insuflaría aires poéticos en Moro, como fue la coronación de Enrique VIII, a la que dedicó también unos versos encomiásticos de indudable calidad. Toda la producción poética de Moro fue publicada en 1518, en la que el humanista inglés da muestras de todo su repertorio: temas serios se mezclan con divertidas ironías, el amor y la muerte comparten protagonismo, y, sobre todo, los temas más serios y los más triviales son tratados de la misma forma para establecer un modelo literario de difícil repetición, por su originalidad y prestancia. También hay que destacar la utilización tanto del latín como del inglés en la redacción de sus poemas, ya que Moro, ferviente partidario de las lenguas vernáculas (como corresponde a su taxonomía humanística), tampoco dejó de lado la belleza lírica de la lengua latina para componer en ella versos.

En el plano de las traducciones moreanas, hay que destacar su primer trabajo como alumno de la Universidad de Oxford, una traducción al inglés de la biografía del humanista italiano Giovanni Pico della Mirandola, impresa en 1510 con el título de Life of Iohan Picus, earl of Myrandula. Más tarde, aunque publicada algún tiempo antes, hay que situar la traducción al latín de los Diálogos de Luciano que Moro y Erasmo realizaron en 1505, durante la segunda de las grandes visitas del humanista holandés a la casa londinense de Moro. Estas traducciones se publicarían en París en el año 1506. En este mismo año también comenzó los trabajos previos de su versión griega del Nuevo Testamento. Otra destacada obra de traducción poética, realizada en la juventud de Moro, junto a su gran amigo William Lily, son los epigramas griegos traducidos al latín que fueron impresos en 1501, con el título de Progymnastica Thomae Mori et Gulielmi Lilii sodalium.

Producción historiográfica y polemista

De la pluma de Tomás Moro únicamente puede contabilizarse una obra de carácter historiográfico, pero la consideración ha de ser mayor al tratarse de la monumental History of King Richard III (1513-1518), estimada por la crítica inglesa como la obra culminante de la historiografía británica. Esta obra representa un buen resumen de las características intelectuales de Moro: representante de la honda tradición historiográfica anterior, su autor supo plasmar las novedades, procedentes de su conocimiento del latín, para ir mucho más allá de la simple relación de sucesos y penetrar agudamente en los acontecimientos y personalidad de la época descrita. Ni qué decir tiene la enorme influencia de la obra de Moro en la historiografía británica, y no sólo en esta disciplina: el propio Shakespeare, para la composición de su tragedia, se apoyó notablemente en la descripción moreana sobre la compleja personalidad del tirano inglés.

Entre la literatura de carácter polémico, hay que destacar el intercambio epistolar mantenido entre Moro y Germain de Brie (1518), así como la carta a Edward Lee en defensa de Erasmo (1519) o la famosa Vindicatio Henrici VIII (1523), magistral y concienzuda respuesta a los ataques que, por parte de los luteranos, había recibido el monarca inglés. En el plano religioso, también cabe destacar la epístola a Johannes Pomeranus (Iohannis Bugenhagen), en 1525, en la que Moro postuló de manera diseccionada todas las razones por las que el Papa de Roma debía ostentar la supremacía de la cristiandad. Con todo, fue el año de 1529, cuando Moro ya era canciller inglés, el más proclive a este tipo de literatura, como lo demuestra la publicación del Dialogue concerning herecies and matters of religion..., en respuesta a las agrias polémicas mantenidas con William Tyndale, o la Supplycacyon of souls, tratado epistolar contra la propuesta de otro reformista, Simon Fish, que había abogado en público por la desamortización de los bienes eclesiásticos. Sin embargo, su obra más larga, más compleja y más ambiciosa se redactó entre 1532 y 1533, The confutation of Tyndale's answer. En su respuesta a Tyndale, Moro llega a plantear con escrupuloso detalle cualquier asunto relativo a la Iglesia, su origen, su formación, sus prerrogativas, la fe, la espiritualidad. Se trata, como cualquier lector podrá adivinar, de la obra más representativa del humanismo cristiano del siglo XVI, y muchos de sus supuestos, ya fallecido Moro, fueron tenidos en cuenta para el planteamiento intelectual de la Contrarreforma.

Entre estas obras de carácter polémico también habría que incluir la Assertio septem sacramentorum, realizada por Enrique VIII con la inestimable ayuda (y puede que algo más) de Moro en 1521. Sí es, en cambio, totalmente aceptado por la crítica que la Responsio ad Lutherum, publicada en 1523 a raíz de un nuevo ataque del reformador germano contra el monarca inglés, es obra de Tomás Moro, continuando con la polémica abierta el año anterior por la Assertio. En esta última obra, la Responsio, Moro se descubre como un fustigante enemigo dialéctico, llegando en algunas ocasiones a la procacidad en sus críticas, pero, desde luego, bien armadas en el aparejo intelectual y católico.

Mención especial merece el Diálogo de la Consolación contra la Tribulación, obra en la que Moro, a modo de Boecio cristiano resucitado en el siglo XVI, apuraba sus últimas horas dejando para la posteridad una excelente caterva de prudentes consejos. Por último, hay que señalar la existencia de una obra inacabada de Moro, titulada The four last things, una especie de moderno libro de horas con consejos dentro del humanismo cristiano abanderado por el literato inglés, que fue comenzada en 1522 pero que no llegó a concluir.

Utopía: obra cumbre de Tomás Moro

La esencia más importante del pensamiento moreano, y también la originalidad más evidente de su producción literaria, se halla en la obra comúnmente conocida con el nombre de Utopía, pero titulada en realidad Libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus, de optimo statu rei publicae, deque nova insula Utopia. La edición príncipe (Lovaina, 1516) fue la primera de las numerosas que, desde entonces, se realizarían de esta obra maestra de la literatura universal, en la que Moro conjuga los elementos de su época y los tamiza por su propio pensamiento para crear una especie de novela-ensayo filosófico, cuyo carácter atemporal la hace ser válida y parecer actual en cualquier época de la historia humana.

Véase Utopía.

Valoración: Moro y el humanismo cristiano

Cualquier intento de juicio sobre la figura de Tomás Moro en la historia política e intelectual, tanto de Inglaterra como de Europa, resultaría finalmente una burda lista de calificativos dedicados a loar sus múltiples facetas humanas que, con todo, no harían ningún tipo de justicia a su figura. El impacto de su muerte fue tremendo en toda Europa: las garras de Enrique VIII habían acabado con el más brillante intelectual de su tiempo. Con el paso de los siglos, la corona inglesa intentaría paliar esta tremenda deuda con la edificación de tres monumentos conmemorativos de Moro, en Westminster Hall, en la Torre de Londres y en un lugar cercano a la mansión moreana de Chelsea.

Todos aquellos humanistas contemporáneos que conocieron a Moro no dejaron de alabar su inteligencia, su simplicidad, su capacidad de trabajo y su amor por sus semejantes, así como su gusto literario. Erasmo de Rotterdam decía de Moro que "su alma era más pura que la blanca nieve". En este sentido, y como colofón a esta sentencia, cabe destacar que la mayor parte de la intelectualidad europea nacida a partir de 1530 creció con un referente clarísimo: intentar aproximarse, humana y literariamente, al gran canciller inglés. La descripción que Erasmo efectuó de su amigo inglés es de obligatoria mención:

"...Su estatura por encima de lo normal, sus miembros bien proporcionados, su actitud noble. Tenía la tez blanca, ligeramente coloreada, el cabello castaño oscuro y los ojos azules. Sus manos rudas y descuidadas, su atuendo descuidado. Tenía una voz dulce y penetrante; sus maneras amables, llenas de atracción, libres de esta etiqueta particular propia de su país y de su época. Amaba apasionadamente el descanso y la libertad; pero cuando le llamaba el deber, se mostraba un modelo de celo y de paciencia. Parecía hecho para la amistad. Poco exigente consigo mismo, sacrificaba sus intereses a los de sus amigos. Gustaba de las bromas, incluso hasta cuando se hacían a su costa. Gustaba toda clase de discursos, tanto de los ignorantes como de los sabios. Le gustaba escuchar al pueblo y con frecuencia iba a los mercados a escucharle. Recibía a su mesa a la gente del lugar con alegría y familiaridad. Sólo con cautela frecuentaba a los grandes y a los ricos, sin hacerse amigo de ellos. Buscaba a los pobres vergonzantes para asistirlos. Moro fue en Inglaterra uno de los protectores más activos y más lúcidos de las letras y de las artes..." (Epístola de Erasmo a Ulrich von Hutten [1519], reproducida por Rodríguez Santidrián en su edición de Utopía, pp. 13-14).

En lo político, la unidad de la Iglesia es el concepto fundamental de la doctrina moreana, inclinada globalmente siempre a la unidad antes que a la diversidad, tanto en materia de gobierno temporal como espiritual. Moro pensaba que el fortalecimiento del poder temporal del Papado significaría, a su vez, idéntico robustecimiento de la corona, y a ello dedicó su vida. El humanismo cristiano propugnado por Erasmo tuvo en Tomás Moro a un extraordinario epígono insular, británico y utópico, al que sólo la funesta decisión de Enrique VIII evitó una más amplia presencia cultural. La posteridad haría justicia a sus numerosas ideas escritas.

Seguramente guiado por otro ideal cristiano, el de predicar con el ejemplo, Moro llevó a la práctica su ideal de educación en la famosa Escuela Moreana. Su hija Margaret fue la primera dama cincelada en la educación humanista cristiana propugnada por Moro, en la que no se hacía ningún tipo de discriminación por sexo o por emolumentos económicos. Todos los cargos domésticos de su casa pasaron por la escuela de Moro, un experimento educativo de primera magnitud al que las ya citadas desavenencias políticas de su fundador, como casi siempre, impidieron extenderse en mayor cantidad. En cualquier aspecto de la vida de Moro, en el político, en el literario, en el educativo, en el filosófico o en el cristiano, la validez de sus presupuestos hace merecedor al santo inglés de ser ese "hombre para todos los tiempos" con que el dramaturgo Robert Bolt, en 1960, tituló su obra teatral dedicada a Moro (A man for all seasons). El guión fue llevado al cine en 1966 (con la infame traducción española de La cabeza de un traidor), película en la que David Scofield interpreta magistralmente los desvelos e inquietudes de Tomás Moro. Se trata de uno de los escasos momentos en que el cine, como ya lo habían hecho la literatura, la historiografía y la filosofía, hace justicia a la figura de uno de los más valiosos europeos de la Historia.

Bibliografía

  • ACKROYD, P. The life of Thomas More. (Londres, 1998).

  • BOLT, R. A man for all seasons. (Londres, 1969).

  • MARC'HADOUR, G. Thomas More. (París, 1971).

  • PRÉVOST, A. Tomás Moro y la crisis del pensamiento europeo. (Madrid, 1972).

  • RODRÍGUEZ SANTIDRIÁN, P. Vida de Santo Tomás Moro. (Madrid, 1992).

  • RODRÍGUEZ SANTIDRIÁN, P. (ed.) Tomás Moro. Utopía (Madrid, 1984).

Enlaces en Internet

http://www.apostles.com/thomasmore.html; Página de información biográfica y bibliográfica sobre Santo Tomás Moro (en inglés).
http://www.luminarium.org/renlit/tmore.htm; Página con enlaces biográficos y fuentes para la biografía de Santo Tomás Moro. Dispone de la transcripción completa de todas las obras literarias del escritor británico (en inglés).

Autor

  • Óscar Perea RodríguezCipriano Camarero Gil