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HistoriaLiteraturaBiografía

Tibulo, Aulo Albio (ca. 57 a.C.-ca. 17 a.C.).

Poeta latino, autor de elegías eróticas, nacido hacia el año 57 a.C. y muerto hacia el 17 a.C., aunque algunas fuentes situán el fallecimiento en el 19 a.C.

Vida

“Albio Tibulo, caballero romano de Gabios [la ciudad italiana de Castiglione], conocido por su belleza y admirable por el cuidado de su aspecto, antes que a otros prefirió al orador Corvino Mesala, de quien también fue compañero en la guerra de Aquitania y premiado con honores militares. Éste, según el parecer de muchos, ocupa un lugar principal entre los elegíacos. Asimismo sus epístolas amatorias, si bien breves, son en todo útiles”.

Éste es uno de los pocos vestigios, por desgracia plagado de variantes textuales, sobre la vida de Tibulo. Esta sucinta “vida de Tibulo” fue obra de un compilador medieval que tal vez pudo hojear algún capítulo, hoy perdido, del De poetis de Suetonio. También adjunto a sus manuscritos aparece un epigrama de un tal Domicio Marso que poco añade a la escueta semblanza medieval. Así pues, los pocos datos biográficos derivan principalmente de estos dos testimonios, de sus propias elegías y de algunas referencias de sus contemporáneos, entre ellos Horacio, quien alude a un Albio, identificado con este poeta, en Carmina (I 33) y en Epístolas (I 4); y también Ovidio habla en Tristia (IV 10, 51-54) de Tibulo como predecesor suyo en el género elegíaco latino, así como en Amores (III, 9) lamenta su muerte.

Seguramente su familia fue ecuestre y pudiente. Por mucho que hiciera gala de pobreza en su elegía inaugural (I 1), hay que atribuirla a un simple tópico literario: el amante y poeta elegíaco debía ser pobre por convención. Y de su acomodada situación nos avisa Horacio en Epístolas (I 4, 6-7):

“los dioses te otorgaron belleza, los dioses te otorgaron riquezas y el arte de disfrutarlas”.

Y, además, su elegía II 1 presenta una escena de campo nutrida de esclavos, algo que casa con la típica aristocracia de su época. Menciones sueltas se leen en su obra sobre su madre, su hermana y su padre, quien debió de haber muerto cuando el poeta era aún niño. Como menciona la “vida tibuliana” de época medieval, trabó enseguida amistad con el orador, militar y protector de las letras Valerio Mesala Corvino (64 a.C.-8 d.C.), durante las campañas en la Galia y en Oriente. Pese a visitar lugares exóticos como Palestina y Tiro, siempre echó de menos la vida campestre de su Italia natal. Ni la política ni la milicia atraían a Tibulo tanto como su vocación poética, a la que dedicó, no obstante, poco tiempo de su vida. Tibulo fue el poeta por antonomasia del círculo literario de Mesala, en compañía de Lígdamo, Vagio Rufo o Sulpicia. Su muerte ocasionó honda consternación entre los ambientes poéticos de Roma, más si cabe cuando otro de los grandes, Virgilio, había muerto recientemente en el 19 a.C.

Tibulo y el círculo poético de Mesala

Durante el gobierno de Octavio Augusto florecieron dos círculos poéticos de gran trascendencia para las letras latinas. De una parte, el oficial, apadrinado por el mismo emperador y patrocinado por Mecenas, a cuyo abrigo escribieron Virgilio y Horacio, por ejemplo; y por otra, el club literario de Mesala, en cierta medida disidente de la política imperial y ajeno a la propaganda política que el primero, a veces, hacía con el empeño fundamental de divulgar las mercedes de la restauración augústea y de exaltar valores estoicos, muy acomodados a los ideales del príncipe. En el segundo ateneo prosperó especialmente la elegía erótica latina, en esencia apolítica, gracias a las contribuciones, entre otros, de Propercio, el propio Tibulo, su adalid, y finalmente Ovidio. Pese a esta supuesta rivalidad ideológica, las amistades personales entre miembros de ambos círculos fue fluida, así como el intercambio de inquietudes e intereses poéticos. Esto es fácilmente constatable por los homenajes en verso que poetas de uno y otro ámbito se tributaron. Ahora bien, existieron algunas diferencias entre uno y otro ambiente aparte de las puramente políticas. Si en el círculo de Mecenas la dirección moral y literaria recaía en el patrón, en el segundo Mesala aportaba fundamentalmente los recursos, delegando en Tibulo los criterios literarios. Éste creó un mundo poético al que los miembros de su club se ceñían, hasta tal punto que Lígdamo o Sulpicia modelaron sus elegías según los parámetros tibulianos tan bien que se parecen mucho por su tono y temática a las del maestro. En otro sentido, la poesía acaudillada por Augusto, al elogiar el nuevo estado político instaurado gracias al príncipe o, en último caso, las viejas glorias romanas, buscó temas y géneros elevados, como la épica (el más ilustre ejemplo es la Eneida de Virgilio), para cantarlas acorde. En cambio, Tibulo y su discípulo poético bebieron del género elegíaco propio de los neotéricos (Gayo Valerio Catulo o Cornelio Galo), del que adoptaron sobre todo el subjetivismo, el tema amoroso y el metro, el dístico elegíaco. Y así, por ejemplo, el anónimo Panegírico a Mesala, obra de un componente del círculo con ocasión del ascenso de Mesala en el 31 a.C. al consulado, debe entenderse como una muestra de gratitud del poeta a su patrón, pero no como un encomio político, forzado por la pertenencia al grupo. Mesala Corvino conseguía el prestigio al mantener una pléyade de poetas bajo su patrocinio, pero no los utilizó abiertamente para fines personales y políticos, pese a tener ideales republicanos.

Obra

La obra de Tibulo está recogida en el cancionero del círculo de Mesala, conocido como Corpus Tibullianum, donde se integran en tres libros las creaciones de Tibulo, Lígdamo y Sulpicia, todas escritas en dísticos elegíacos. En concreto, las composiciones de los dos primeros libros pertenecen a Tibulo. El tercer libro contiene las creaciones de Lígdamo, con seis poemas (III 1-6) de Sulpicia, junto con otros seis (III 13-18), aunque otros cuatro (III, 8-12) se le atribuyen con reservas; dos poemas considerados de Tibulo (III 19 y 20) y el famoso Panegírico a Mesala (III 7).

Temas

Tibulo había padecido los estragos de la guerra fratricida en sus propias carnes. Curtido en campañas militares al mismo tiempo que su amigo Mesala —conocedor, por tanto, directo de sus tragedias— muestra en su poesía un talante pacifista (cf. I 10) y un anhelo de tranquilidad que cuaja con numerosas evocaciones de la placidez campestre, de forma similar que en las Bucólicas y Geórgicas de Virgilio. En este marco rural, el poeta canta y llora sus amores reales, no ficticios. Así pues, estas dos esferas son constantes en su poética: el amor entendido como milicia (militia amoris) y la vida campesina, aprendida según los preceptos epicúreos. Y resulta paradójico que sus aventuras amorosas se desenvuelvan en el entorno casi pastoril predicado por el epicureísmo y, sin embargo, resulten en exceso apasionadas, donde el poeta termina sollozando su propia desgracia, algo que la filosofía epicúrea rechazaba por completo. En su poemario, Tibulo hilvana un rico ramillete de tópicos relacionados con el amor: el desprecio de las riquezas, la avaricia de las jóvenes (puellæ avaræ), el amante esperando en la puerta de la amada (exclusus amator), el maestro de amor (præceptor amoris), el amante rico (dives amator), la Edad de Oro, la Edad de Hierro, el pacto de amor transgredido (f?dus amoris violatum) o la alcahueta instigadora (lena avara).

Amores

Tibulo escribe fundamentalmente sobre el amor heterosexual a mujeres, si bien dedica un ciclo de tres elegías al amor homosexual por un jovencito llamado Márato (I 4, 8 y 9). Se trata de una historia típica de pederastia (que parte de la crítica considera un invento), de corte alejandrino, con el que Tibulo probó fortuna literaria en un tópico trillado desde la lírica griega y que tenía ya emuladores en la poesía latina bajo la etiqueta de puer delicatus o amor puerorum (“el chico tierno” o “el amor por los jóvenes”). Virgilio, en sus Bucólicas, ya había poblado su universo idílico de pastores homosexuales, así como el amigo de Tibulo y compañero de círculo, Valgio Rufo (cónsul en el 12 a.C.), también flirteó poéticamente con el joven Miste. Con todo, la aristocracia romana de época augústea puso de moda, a la zaga de un mayor refinamiento, costumbres griegas entre las que se encontraba la pederastia, de guisa que, tal vez, este trío de poemas relaten una verídica relación homosexual del autor, tal como ocurre en las composiciones que cortejan o reprenden a sus amadas. De hecho, otro elegíaco, Propercio, elogió sin reparos las virtudes de la efebía (II 4, 17-22).

Son dos las amantes a quienes trova Tibulo: Delia y Némesis. De una posible tercera amante, Glícera, no sobrevive testimonio nominal en su obra, aunque las composiciones III 19 y 20 puedan dirigirse a ella. De su existencia y su relación sentimental con nuestro elegíaco tan sólo quedan noticias debidas a Horacio, quien en su Oda I 33, 1-3 nos avisa de que el poeta la ha perdido por otro cortejador más joven y que le escribe elegías. Tanto Delia como Némesis son pseudónimos poéticos tras los que se disfrazan sus verdaderos nombres, según la costumbre elegíaca iniciada por Cornelio Galo y Catulo. Ellos ocultaron, respectivamente, con el nombre literario de Licóride a la mima Volumnia Citéride y con el de Lesbia a Clodia. Y así el primer amor de Tibulo, Delia, según noticia de Apuleyo (Apología 10), encarnaba en la vida real a una dama conocida como Plania, seguramente de origen griego. Ni Némesis ni Glícera despertaron en Tibulo la misma pasión que Delia. Pero todas se muestran infieles y, en exceso, amantes del dinero, ambición que maldice repetidamente Tibulo como causa de sus cuitas y de la decadencia moral de Roma. Némesis fue el último amor poco antes de la muerte del poeta, y es el prototipo de cortesana avara, más infiel incluso que Delia. La relación sentimental entre ambos fue corta, pero de gran intensidad pasional. Estas derrotas en el terreno amoroso tiñen sus poemas de pesimismo, en los cuales amenaza siempre una futura pérdida y la sensación de no poder gozar la felicidad en plenitud. La dicha campestre y sus amores están siempre bajo la sospecha de que vendrá una tormenta de sufrimiento. El poeta, entonces, se reconforta con el pasado mejor recordando la Edad de Saturno, tiempo cándido y dichoso, donde el amor era fidedigno y no había instaurado su anarquía el deseo desmesurado de riquezas. Un ejemplo hermoso de esta añoranza se lee en su elegía II 3. Dicen así algunos de sus versos (68-74a):

“la bellota sirva de alimento y bébase el agua a la antigua usanza. La bellota alimentó a los antiguos y siempre amaron a discreción. ¿En qué perjudicó no haber tenido los surcos sembrados? Entonces, a quienes Amor inspiraba, Venus condescendiente propiciaba a las claras sus goces en un valle sombrío. No había guardían alguno, no había puerta alguna que excluyera a los que sufren...” (traducción de Juan Luis Arcaz Pozo).

Estructura

El primer libro de Tibulo debió de ser publicado con posterioridad al 27 a.C., si bien cada elegía, quizá, circuló por separado antes de su disposición definitiva en el primer poemario tibuliano. Por ende, la distribución actual de sus composiciones seguramente no obedece a una progresión según el orden de escritura en el tiempo, sino, más bien, a la peculiar reorganización que Tibulo les concedió acorde a los preceptos alejandrinos. La poesía helenística limaba con esmero la estructura, la organización del material poetizable y, en consecuencia, los poetas augústeos, admiradores de aquel estilo, emularon su arte compositivo. Quizá, el poema programático sea el aspecto más señero de este cuidado estructural. Tibulo, como Horacio, por ejemplo, en su Oda primera, compuso su elegía inaugural (I 1) con el mismo fín: ser un ideario en el que quedan impresos a grandes trazos los temas, tópicos y motivos más generales que desgranará en minucia en los poemas subsiguientes (la quietud del campo, el recuerdo de un tiempo dorado para el amor y la vida, el denuesto de las riquezas o el anhelo de una mujer estable hasta la muerte). El epílogo del primer libro (I 10), en réplica anular, clausura el libro retomando sucintamente los mismos asuntos. Es más, la invocación inicial de la vida apacible del campo cierra la última elegía del libro, preservando así su unidad. Las elegías I 2 y 3 dejan oír la voz quejumbrosa del poeta por el amor no correspondido de su amada Delia. Su amor por ella vertebra las elegías I 5 y 6, donde la desesperación, la indignación y el lamento se agudizan, pues la amada se vende a un rival rico. La composición I 4 mitiga el naufragio amoroso que Tibulo vive con Delia. Ahora el poeta nos canta sus desvelos pedarásticos con Márato, que desarrollará hasta la definitiva ruptura a través de los poemas I 8 y 9. La elegía I 7 es un remanso de paz en medio del asedio amoroso. Tibulo fabrica una felicitación a la manera helenística para su mecenas; en ella celebra el triunfo de Mesala Corvino sobre los aquitanos al tiempo que su cumpleaños. Recuerda en el poema los lugares exóticos que ha visto en compañía de Mesala, cuando sirvió con él en diferentes campañas militares.

Esta estructuración multicolor, donde se imbrican al unísono relaciones femeninas y masculinas con elogios personales, mana de un criterio, también helenístico, conocido en la literatura latina como variatio. La finalidad de este recurso estilístico es singularizar y realzar cada poema por contraste temático y tonal con los precedentes y siguientes.

Algunos estudiosos han estimado que el segundo libro de elegías tibulianas está inacabado, basándose en su cortedad (tan sólo 6 elegías), en su edición póstuma y en su agrupación, de menor cuidado que la del primer libro. La colocación y la temática de los poemas resultan semejantes a las del primero, pero el poeta, esta vez, se engolfa en una nueva relación, también frustrante, con Némesis. La elegía inicial (II 1) está en la línea alejandrina de su poema I 7, de encomio a Mesala, puesto que se trata de un poema festivo de los Ambarvalia (festividad campesina romana durante la cual se paseaba a un animal sacrificial por los campos con el objeto de obtener de las divinidades fertilidad para los cultivos) dedicado a su mecenas. Este canto celebrativo no retorna a un mundo pastoril idílico como las elegías I 1 y 10, sino que dibuja la vida rústica de su país dando pinceladas sueltas de muchos detalles campestres. En él (II 1, 79-80) Tibulo parece sugerir que otra vez está enamorado. Dice así:

“¡Ay, desgraciados aquéllos a quienes este dios acucia con vehemencia! Pero feliz aquél para quien Amor sopla suavemente plácido”.

La elegía II 2 celebra otro cumpleaños, el de su amigo Cornuto. En la II 3 Tibulo desciende a su tónica habitual: la batalla de amor y la vida arcádica. El poeta nos revela ahora, por vez primera, el nombre de su nueva querida, Némesis. Tibulo vive esos días en la ciudad, mientras su amada disfruta en compañía de un nuevo amante, rico y seguramente con alquería en el campo, de unos días de asueto, lejos de la urbe y del poeta. Ante este nuevo descalabro, Albio se reconforta soñando con la vuelta de la Edad de Oro, con el mismo tono que en I 1 y 10, imprecando a su rival y suplicando a Némesis que lo quiera, aunque tenga que arar la tierra como un labriego. Las composiciones II 4 y 6 están unidas por los ruegos monocordes a su amada avara, quien acoge antes los regalos de sus pretendientes ricos (munera amoris) que la poesía del pobre Tibulo. Esta veleidad y egoísmo atormentan a Tibulo, quien se debate entre ser rico para así contrarrestar el atractivo de sus rivales a ojos de Némesis o rogar a los dioses que aparten de su amada a la alcahueta Frine, quien induce a Némesis a preferir a los adinerados galanteadores. La elegía II 5 es un himno de felicitación a M. Valerio Mesalino, hijo de Mesala Corvino, por su elección como miembro de los Quindecimviri (magistrados que custodiaban los Libros Sibilinos).

Estilo

El micromundo poético de Tibulo se desenvuelve en medio de dos esferas que de continuo se dan la mano: el amor y el campo. Y esa dualidad temática está engastada en su obra de los tópicos y motivos que Cornelio Galo, Catulo y él especialmente fueron otorgando al género, en su versión latina, hasta dotarlo de personalidad propia. Así, la faceta amorosa está poblada de amantes ricos, de doncellas avarientas, de celestinas pedigüeñas, de un poeta pobre o de un amante en el umbral de la casa de la amada, mientras que la campestre está habitada por pastores, sobrias y fieles labriegas, así como de numerosas remembranzas de la Edad de Oro o, por el contrario, de maldiciones de la actual Edad de Hierro. Este repertorio de subtemas, verdadero arsenal elegíaco, se eligió, en gran medida, para reflejar la vida real de la sociedad aristocrática de su tiempo. Pero Tibulo vertió estos motivos en un marco rústico, a diferencia de los seguidores posteriores de la elegía erótica, Propercio y Ovidio, quienes situaron sus poesías en su entorno natural, Roma.

Tibulo levantó con estos tópicos una compleja arquitectura donde el lector pasa de uno a otro y luego los repasa de nuevo gracias a versos de transición. En muchos casos, las elegías se desarrollan anularmente, al abrirse y terminarse con un mismo tema. Entretanto, la idea principal repta ligeramente por temas secundarios sin diluirse totalmente. A veces, resulta confuso, casi caótico, falto de lógica, por esa continua transición temática que aspira a contener muchas ideas en poco espacio. Pese a todo, esa conexión vaga de temas variados, hilvanada con escenas y metáforas, resulta amable y llena de emoción para el lector.

Su estilo no es tan exuberante como el de Propercio, sino que se supedita a lo que los críticos alejandrinos denominaron “estilo tenue”, para el que la lucidez y la simpleza están por encima de lo grandilocuente y lo ampuloso. Tibulo rechaza los experimentos lingüísticos, a veces exhibicionistas, al modo de Propercio, y prefiere ceñirse a una sobriedad contenida para dar rienda suelta a un lenguaje íntimo, auténtico y limpio. En sus versos brillan por su ausencia los coloquialismos, tan manidos en Catulo o Propercio, los adjetivos o expresiones adverbiales de tono conversacional. No se encuentran palabras o grupos expresivos cargados de un cariño sensiblero, como mea lux (“mi lux”, de Catulo) o mea vita (“mi vida”, de Propercio), sí, en cambio, mea Delia (“mi Delia”), con igual carga emocional pero de menor artificiosidad. Así pues, la economía del lenguaje al servicio de la pureza y claridad es la premisa mayor del estilo tibuliano. Esta moderación se aprecia también en las imágenes, directas, carentes de monumentalidad decorativa, capaces de transmitir con precisión y encanto las ideas al lector que se conmueve por la cristalina exposición. El ritmo de su verso es elegante, brotado sin esfuerzo, y cada dístico encierra un sentido en sí mismo, encadenándose unos a otros con la misma facilidad que los temas.

Antecedentes literarios

La elegía erótica latina bebió de la tradición helenística, especialmente de las obras de Calímaco (ca. 310-ca. 240 a.C.), Filetas de Cos (ca. 320-ca. 240 a.C.) y Teócrito (ca. 320-ca. 250 a. C.). De hecho, Propercio reconoce a los dos primeros como modelos (II 34, 31-32), pero Tibulo no menciona ninguna fuente. No obstante, el texto mismo aporta datos suficientes para delinear sus influencias. Y, como era de esperar, los alejandrinos ocupan un lugar preeminente, con Teócrito y Calímaco a la cabeza, sobre todo en aspectos métricos y en motivos literarios. Pero se han señalado influencias también de otros muchos autores griegos: Hesíodo, Homero, Baquílides, Píndaro, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Menandro o Teognis. De otra parte, los influjos de la poesía latina derivan de Ennio, Plauto, Terencio, Lucrecio, Catulo, Cornelio Galo, Virgilio y Horacio. Esta riqueza de ecos y débitos sorprende por el absoluto silencio del autor sobre ellos, un gesto poético que se ha entendido como una técnica más del arte de Tibulo, consciente de sus imitaciones pero reservado para ganar cierto halo de originalidad.

Pervivencia

Tibulo disfrutó de un aprecio literario ya en vida, y su poesía fue imitada tempranamente por Lígdamo y Sulpicia, quienes siguieron su magisterio en el círculo de Mesala. Las elegías de Propercio y Ovidio, los continuadores del género, dejan sentir el espíritu tibuliano entre sus versos. No obstante, después de Ovidio, la presencia de Tibulo en la Literatura Latina es anecdótica, circunscribiéndose a alusiones puntuales de otros escritores sobre su vida y, tal vez, a posibles reminiscencias de sus poemas en la tragedia senequiana.

Su mala fortuna manuscrita durante el Medievo lo convirtió en un desconocido y sólo se atisban influencias de su obra en el Speculum historiale de Vicente de Beauvais (ca. 1190-1264). Tras el redescubrimiento de su obra en el Renacimiento, su gloria poética creció especialmente en Italia, donde fue introducido por Petrarca. Fue, entonces, imitado tanto en latín como en italiano. Giovanni Marrasio, Eneas Silvio Piccolomini, Pontano, Ariosto, Sannazaro, Tasso o el propio Petrarca compusieron dísticos al estilo tibuliano. Durante el mismo período la musa de Tibulo fue imitada por el holandés Juan Segundo y por el alemán P. Lotichius. La tradición española de Tibulo se inicia al final de la Edad Media con la Celestina de Fernando de Rojas, cuyo léxico amoroso resulta semejante al de Tibulo, así como la figura de la alcahueta. Bernardo Garet, conocido con el pseudónimo de Cariteo, fue el primero que acogió, durante el renacimiento español, la poesía de Tibulo, quien, más tarde, influiría en Garcilaso de la Vega. Éste sigue, por ejemplo, los versos iniciales de la elegía I 1 tibuliana para su Elegía I (versos 289-94). Diego Hurtado de Mendoza, Juan Boscán, Fernando de Herrera, fray Luis de León, quien tradujo parte de su elegía II 3, o el propio Cervantes en su “Discurso de la Edad de Oro” del Quijote (2ª. parte, Cap. LXVII) vuelven a sus versos para nutrir sus respectivas composiciones.

El religioso y poeta decimonónico Juan Arolas impregnó sus poesías amatorias de muchos ecos tibulianos como en la carta “A Victorino” o en epístola “El amante de Célima a Flora”. Poco más cabe decir de la tradición clásica de Tibulo en España, salvo recordar que la primera traducción castellana de su obra se realizó tardíamente en el siglo XX, de la mano de Pérez del Camino.

Bibliografía

  • Repertorios Bibliográficos

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Ediciones y comentarios críticos

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Traducciones castellanas

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Estudios generales

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Autor

  • Ángel Jacinto Traver Vera