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PinturaBiografía

Theotokópulos, Doménikos o El Greco (1541-1614)

Pintor de origen griego, conocido universalmente como El Greco, cuya principal actividad artística se desarrolla en España, en la ciudad de Toledo.

La Vida

Retrato de hombre joven. El Greco. España.

Nació en 1541 en Candía, capital de la isla de Creta. Sobre los primeros años de su vida y su formación no se sabe nada con certeza, sólo que vive en Creta, donde se hace pintor. La primera noticia documentada es de 1566. En 1568 se encuentra en Venecia, desplazándose a Roma dos años después, ciudad en la que conoce al miniaturista dálmata, Giulio Clovio, que se encuentra al servicio del cardenal Alejandro Farnesio. En 1570 Clovio escribe una carta a su mecenas recomendando a El Greco para que lo tomara a su servicio.

En 1572 fue admitido en la corporación de pintores romanos, la Academia de San Lucas, en la que es inscrito como miniaturista. Pocas noticias más se conocen de su actividad artística de este momento, es evidente que la carrera italiana, en el mejor de los casos, fue de un éxito moderado.

En España aparece documentado por primera vez el 2 de Julio de 1577. No están nada claras las razones precisas por las que abandona Italia, pero está claro que pensaba conseguir los importantes encargos que no había obtenido en Roma. Su principal objetivo era entrar en la Corte y pertenecer al círculo de pintores protegidos por el rey Felipe II, que se encontraba reclutando pintores para la decoración de El Escorial. En su decisión de trasladarse a España, tuvo que ser determinante la influencia del eclesiástico español, Luis de Castilla, con el que había trabado amistad en Roma. Cuando El Greco llega a España éste le ayuda, consiguiendo el encargo de tres retablos para la iglesia de Santo Domingo el Antiguo de Toledo, e igualmente parece probable su mediación para que le fuera encargado el cuadro El Expolio para la sacristía de la catedral de Toledo. Con estas obras El Greco establece una reputación muy favorable en la ciudad, que va a conservar hasta el fin de sus días.

En 1583 presenta en la corte su obra El Martirio de San Mauricio, que es rechazada por el rey, con lo que el artista abandona sus intentos de convertirse en un pintor de Corte, estableciéndose definitivamente en Toledo, ciudad donde ejerce toda su actividad. Poco después de llegar a Toledo, entabla relación con una mujer, Jerónima de las Cuevas, con la que tuvo un hijo, Jorge Manuel, que estudió pintura y escultura y que hacia 1600 comienza a trabajar con su padre.

En Toledo, El Greco frecuentará la compañía de eruditos, poetas y sacerdotes, más que la de los pintores. Poseerá una pequeña biblioteca de libros en griego, italiano y castellano, y se hará famoso por su vivo ingenio y su inteligencia (aunque también por su orgullo y su arrogancia, hecho que en numerosas ocasiones provocaba desavenencias con sus clientes). Murió en Toledo en 1614.

Patio. Casa del Greco. Toledo.

Valoraciones de la obra de El Greco

A lo largo de los siglos la apreciación de la obra de el Greco ha sufrido diferentes consideraciones. Durante los dos siglos siguientes a su muerte fue considerada como la producción de un excéntrico, descaminado, que merecía un lugar marginal en la Historia del Arte. Sólo a partir de mediados del siglo XIX, críticos y artistas comienzan a reinterpretar y redescubrir su pintura.

Para los escasos contemporáneos que escriben sobre él, El Greco mostraba en sus cuadros una contradicción y un enigma; su dominio técnico no se podía discutir, pero su obra era desconcertante por no encontrarse adscrita a ninguna corriente y tener un carácter original y único. En general sus contemporáneos mostraron opiniones de reservada admiración.

En el siglo XVIII, la obra de El Greco es claramente despreciada. Antonio Palomino ofrece un texto en el que expresa su menosprecio, por ser una obra totalmente alejada de los nuevos gustos clásicos. A esta opinión se suman los pintores y escultores neoclásicos.

Fuera de España, las valoraciones sobre la obra de El Greco no existen; prácticamente todas las obras de este pintor se encuentran en España, y algunas de ellas en lugares de difícil acceso, por lo que, en general, fueron ignoradas.

Es en la segunda mitad del siglo XIX cuando la crítica empieza a revalorizar su obra, hecho que trajo como consecuencia una dura batalla entre conservadores (que seguían la línea de Palomino) y revisionistas (que lo empezaban a valorar como un gran maestro).

Esta primera revisión se debe al movimiento romántico, que aprecia sobre todo sus rasgos exóticos y subjetivos, y se iniciará en Francia. En España su valoración es posterior a la revisión que se hace en Francia, y queda confirmada en 1886, cuando Manuel B. Cossío publica una obra entusiasta y bien documentada del artista. Cossío propone una interpretación que convierte la obra de El Greco en la expresión de espíritu español, y que la pone en relación con los místicos de la época.

Durante el primer tercio del siglo XX la obra de El Greco se magnifica, siguiendo el punto de vista de Cossío. Pocas veces la obra de un artista ha experimentado un cambio de fortuna tan espectacular. Después de siglos de abandono, se convierte en el mayor genio de la pintura española, considerándole en muchos casos como un ejemplo a seguir en el arte moderno, reivindicándosele como el precursor de las inquietudes artísticas de ese momento.

La historiografía actual ha tratado de situar la obra del Greco dentro de su propio tiempo, interpretándola como el producto de un hombre anclado en el final del siglo XVI. Mantiene una indudable originalidad, producto de la formación intelectual del artista, en cuyos escritos muestra su adhesión a las ideas de la teoría y practica artística del siglo XVI italiano.

Periodo anterior a su llegada a España

El Greco aprende a pintar en Creta, probablemente en Candía, su ciudad, formándose como pintor de iconos, trabajando en el estilo tardomedieval que se conoce propiamente como estilo postbizantino y es característico de la continuación estereotipada de la pintura bizantina tradicional. Entre 1570 y 1576 se encuentra en Venecia, ciudad donde empieza su formación en el arte italiano.

De este momento son las obras La Anunciación, conservada en el Museo del Prado de Madrid, y La Expulsión de los Mercaderes, obras que muestran las mismas características formales y que son claves para entender su periodo veneciano. En su ruta de Venecia hacia Roma pasa por Parma, donde conoce las obras de Correggio, artista a quien admiró profundamente.

En Roma, a través de su amigo Giulio Clovio, encuentra un lugar entre el amplio circulo del cardenal Farnesio, compuesto por estudiosos de la Antigüedad, teólogos, artista, coleccionistas, escritores, etc. El Greco frecuentó este círculo, aunque la influencia sobre su obra es difícil de detectar en el pequeño corpus que se conserva de este periodo, entre las que se encuentran El muchacho encendiendo una candela, La curación del ciego y Retrato de Giulio Clovio.

Su obra en España

En 1575-76 llega a Castilla, donde consigue sus dos primeros encargos: El Expolio, de 1577, para la sacristía de la catedral de Toledo, y el Retablo de Santo Domingo, de 1577, hoy disperso, del que destacan las escenas de La Asunción, conservada en Chicago, La Trinidad y San Benito, del Museo del Prado y la Santa Faz y San Juan Bautista, conservadas en la iglesia para la que fue hecho el retablo.

Entre 1577 y 1579 pinta Alegoría de la Liga Santa, también conocida como Adoración del Santo Nombre de Jesús, para el Monasterio de El Escorial, obra que pudo ser encargo directo de Felipe II. Para el que también pinta en esos años El Martirio de San Mauricio.

A partir de este momento su amplísima producción, fundamentalmente de pintura religiosa, se va a centrar en el círculo de Toledo.

De 1577 es la Magdalena Penitente, conservada en Worcester. Entre 1580 y 1585 pinta Las Lágrimas de San Pedro y otra versión de la Magdalena Penitente, hoy en la Nelson Gallery de Kansas City. De entre 1585 y 1590 es la Magdalena Penitente con Crucifijo, de Sitges.

De 1586 y 1588 es su famosa obra El entierro del conde Orgaz, realizado para la iglesia toledana de Santo Tomé.

De 1591 es el Retablo de la iglesia de Talavera. De la misma época es San Luis de Francia, conservado en el Louvre de París y pintado entre 1585 y 1590.

A partir de 1596 la actividad de su taller se vio progresivamente incrementada, tanto por el prestigio conseguido por el pintor, como por la búsqueda activa de encargos, actividad realizada por su hijo, Jorge Manuel, quien hacia 1603 se había convertido en su principal ayudante.

Entre 1596 y 1599, realiza el Retablo de la iglesia del colegio de doña María de Aragón, hoy disperso; de él destacan las escenas de La Anunciación, en el Museo de Balaguer, y el Bautismo de Cristo y el Pentecostés, del Museo del Prado de Madrid. Entre 1598 y 1603, realiza el Santo Domingo en oración de la catedral de Toledo; y de 1600 es San Francisco y fray Luis de León meditando sobre la muerte, conservado en la National Gallery de Canadá.

Paralelamente a las obras antes mencionadas realiza tres retablos para una capilla privada de Toledo, entre cuyas tablas destacan San Martín y el mendigo y La Virgen con el Niño y las santas Inés y Martina, conservadas en la National Gallery de Washington. De este mismo momento es su famosa Vista de Toledo, hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York, fechada hacia 1597.

La Virgen y el Niño con santa Marta y santa Inés (Óleo sobre lienzo, ). National Gallery of Art (Wasinghton, Estados Unidos).

Entre 1607 y 1614, pinta para la capilla de Isabel de Oballe, en la iglesia de San Vicente de Toledo, La Inmaculada Concepción y La Visitación. Igualmente entre 1602 y 1605, realiza El Apostolado para la catedral de Toledo y de 1610 a 1614 realiza otro Apostolado para el Hospital de Santiago, también de Toledo. En estos años retoma el tema de la visión de la ciudad realizando Vista y plano de Toledo, conservado en el Museo de El Greco de la misma ciudad.

Sus retratos son una parte destacada de su producción, entre los que se encuentran: La Dama del Armiño, de 1577, conservado en Glasgow; El Caballero de la Mano en el pecho, de entre 1577 y 1584, actualmente en el Museo del Prado; Retrato de un cardenal del Metropolitan Museum de Nueva York, pintado hacia 1701; Fray Hortensio Félix de Paravicino, realizado hacia 1609 y actualmente conservado en Boston; Don Rodrigo Vázquez y El licenciado Jerónimo de Ceballos del Museo del Prado, realizados entre 1594 y 1604.

De los últimos años de su vida es el único tema mitológico conservado, Laocoonte, realizado entre 1610 y 1614. A su mano se deben también unas pocas esculturas, todas de pequeño tamaño y en madera, destacando La Imposición de la casulla a San Ildefonso, que formaba parte del suntuoso marco realizado para El Expolio de la catedral de Toledo; y Epimeteo y Pandora, conservadas en el Museo del Prado de Madrid.

Características de la obra de El Greco

Para poder acercarse a la obra de el Greco, es importante tener en cuenta los escritos y las reflexiones que realizó sobre el arte y la pintura, que han llegado hasta nosotros de forma fragmentaria. Con ellos se puede definir la naturaleza y la evolución del estilo del artista, revelándole como un hombre de su tiempo, dentro de la estética y preocupaciones manieristas, que él lleva a sus máximas consecuencias.

Su obra, sin olvidar su componente esencial de originalidad entre la producción artística del momento, es un continuo esfuerzo por realizar una síntesis entre el color veneciano y el diseño florentino, coincidente con el debate que, hacia la mitad del siglo XVI, se había abierto entre los teóricos y los artistas venecianos por un lado y romanos y florentinos por otro. El Greco, como artista que había trabajado en los dos sitios, adopta una postura intermedia, reconociendo a Tiziano como maestro del color y a Miguel Ángel del diseño. Pese a ello, fue implacable en su crítica a Miguel Ángel como pintor, pese a lo cual mantuvo una estética profundamente imbuida de los ideales de este autor.

Para El Greco la pintura es una actividad principalmente intelectual. Como para los manieristas del momento, su ideal de belleza está alejado de la naturaleza y del mundo, gestándose sólo en la mente del artista, que es un inventor de formas y no un mero imitador de las existentes en la naturaleza.

Esta última valoración de la actividad pictórica, dota a su pintura de un indudable carácter subjetivo y antinaturalista, no siendo resultado, como en otros tiempos se interpretó, de visiones espirituales y reacciones emocionales o defectos ópticos. El Greco trata de crear un arte artificial, dedicado a expresar ideas abstractas sobre la belleza. El uso de las proporciones alargadas para sus figuras, una de las características más conocidas de su arte, se debía a la creencia de que tales figuras eran intrínsecamente más bellas que las de tamaño normal.

La anatomía humana es tratada desde el punto de vista de los manieristas. Evolucionando desde un sentido sólido de la estructura, pese a las distorsiones, hacía formas más alargadas, más sinuosas y ondulantes y posturas más retorcidas y complejas. Todos estos artilugios confieren a la figura no sólo belleza, sino también sentimiento. El sentimiento de las obras de El Greco deriva de eso, rara vez utiliza la expresión más fácil para trasmitirlo.

En sus cuadros se produce una exclusión, casi sistemática, de la naturaleza muerta. Sitúa las escenas en un espacio indefinido, tendiendo a llenar todo el espacio y creando sensaciones de ahogo bastante fuertes.

La luz es igualmente artificiosa. En su mundo nunca brilla el sol, sino que sus cuadros se iluminan con una luz propia, emanada desde un foco que nunca se ve. En sus últimas obras la luz tiende a hacerse más brillante y fuerte, llegando a blanquear los fondos de los colores. Este uso de la luz es coherente con todo su antinaturalismo y con la constante búsqueda de un arte cada vez más abstracto.

Su etapa veneciana tendrá importantes consecuencias, creando constantes que se mantienen a lo largo de toda su vida. La riqueza y la variedad del color será una de estas constantes.

Durante los 37 años que El Greco reside en Toledo su arte sufre una profunda evolución. Desarrolla una primera etapa en la que se mantiene fiel a sus fuentes italianas. Hacia 1600, se inicia una evolución intensificando los elementos artificiales e irreales de sus obras. Las proporciones de las figuras se alargan, las cabezas se hacen más pequeñas, reduciéndose la ilusión de corporeidad. La luz se hace más fuerte y estridente tendiendo a blanquear los ropajes con su brillo. En los últimos 15 años, su tendencia a la abstración llega a las máximas cotas que la pintura del momento le permitía.

Toledo es fundamental en su arte. Por una parte el vacío artístico local, que llenó enteramente él, le permitió conseguir los encargos y el reconocimiento que no había obtenido en otras ciudades. Además le permite llevar a las máximas consecuencias su propia estética, sin condicionantes. Además, verse libre de competencia le permitió acudir a su herencia bizantina en busca de ideas, realizando una fusión entre las dos culturas. Ninguna de estas cosas hubieran sido posibles en un centro cultural importante donde hubiera estado sujeto a límites.

De esta manera y en este ambiente, El Greco consigue conciliar fines aparentemente irreconciliables, como son la estética manierista y la práctica de la Contrarreforma, que imponían temas que debían ser claros y llevar a la devoción.

Obras

La Purificación del Templo o Expulsión de los Mercaderes

Es una obra clave para conocer el periodo veneciano de El Greco. Está pintada al temple sobre tabla y es de pequeño tamaño. Tanto el soporte como el tamaño son propios de un pintor de iconos. Estas características son propias de todas las pinturas que con seguridad realizó en este periodo. Propio también de un pintor de iconos es la técnica que emplea, de pinceladas breves y cargadas de pintura.

Sin embargo la composición y el color pertenecen claramente a la órbita de la pintura italiana.
La composición se ordena mediante las leyes de la perspectiva, introduciéndose varios elementos arquitectónicos para ello. La arquitectura es ilógica y la perspectiva es demasiado pequeña para una obra de reducido formato. Se utilizan las baldosas alternando su color, típico recurso renacentista, y los motivos arquitectónicos utilizados están tomados de los Tratados de Serlio.

La escena está superpoblada de figuras, y éstas adoptan posturas violentas y se encuentran imperfectamente realizadas; todavía no domina el estilo del Alto Renacimiento. Algunas de ellas están inspiradas muy de cerca en los principales pintores venecianos de la época.

Debido a una referencia que hace Clovio, el amigo de El Greco, sobre el artista, se había pensado que éste había trabajado en el taller de Tiziano, sin embargo no hay razones sólidas para pensar que esto es verdad. Está claro que El Greco se inspira en Tiziano, pero igualmente lo hace en otros pintores venecianos como Tintoretto. En esta obra en particular es difícil distinguir cualquier influencia concreta de los pintores del momento.

De Venecia El Greco aprende el color y el concepto de la imagen religiosa como imagen mental, pero con un enorme sentido pasional y dramático. Más tarde, cuando conozca la obra de Miguel Ángel, su arte tratará de superar la dicotomía dibujo-color, intentando una síntesis al optar por una manera miguelangelesca de las figuras y un predominio del color veneciano.

El Muchacho encendiendo una candela

Es una obra perteneciente a su periodo romano. Debido a la aparición del mono y al tema en sí mismo, se había interpretado como una obra avanzada del Naturalismo, pero hoy se ha rechazado esta interpretación, considerándose como una forma de pintura denominada ecfrasis. La intención de estos cuadros, que eran frecuentes en el Renacimiento, era recrear famosas obras maestras perdidas de la pintura antigua, basándose en las descripciones literarias que se conservaron de ellas. Esta obra es una ecfrasis de la pintura de Antífilo, que describe Plinio el Viejo en su Historia Natural. Obra por tanto claramente relacionada con el círculo de Orsini.

La curación del ciego

Con este mismo tema El Greco ya había realizado una obra en Venecia y realiza alguna más en Roma. Siguiéndolas se puede observar la evolución que su arte experimenta en Roma.

Tanto las pinturas como las arquitecturas han aumentado de tamaño respecto a su obra veneciana. Denota influencias directas de los pintores manieristas romanos, como es la figura situada de espaldas en uno de los ángulos, figuras destinadas exclusivamente a mostrar la maestría de los pintores. Las perspectivas cada vez se hacen más complicadas.

En Roma El Greco también conoce la obra de Miguel Ángel y Rafael; el primero de ellos ejerció una particular autoridad en la obra realizada por el artista, pese a que había declarado que no le gustaba, por la deficiente utilización del color. Sin embargo se sintió cautivado por el tratamiento que hace de la figura humana. En Roma se llena la mente con imágenes de la obra de Miguel Ángel a las que va a recurrir toda su vida.

Retrato de Giulio Clovio

Es el amigo que le ayuda en Roma y que le adentra en el círculo de los Farnesio, y que más tarde le proporciona el contacto con los españoles.

Es un retrato apaisado que se separa de los realizados por Tiziano, Tintoretto y Veronés; sin embargo es un típico retrato veneciano, con una salida a un fondo de paisaje, y vestido de negro siguiendo la moda española del momento.

Incluye algo que va a ser típico de los retratos de El Greco, un ojo diferente del otro. En general, va a introducir diferencias entre una parte y otra del rostro, lo que se ha interpretado de muy variadas maneras.

El martirio de San Mauricio

Es una de sus primeras obras en España, realizada en su intento por convertirse en un pintor de los que trabajaban en El Escorial. Felipe II le encargó un gran lienzo para la iglesia de El Escorial, con el tema asignado del martirio de San Mauricio, jefe de la Legión Tebana ejecutado por orden de Maximiliano en el siglo III; la Legión fue diezmada dos veces, y finalmente sus capitanes fueron pasados a cuchillo. Estos temas son recogidos en la pintura de El Greco.

En primer término se ve a Mauricio exhortando a sus oficiales; en segundo se le ve ayudando a morir a los legionarios diezmados; al fondo, rehusando obedecer a los enviados del emperador, ante un diminuto y magistral paisaje, verde oscuro y blanco.

La obra incluye una gloria, que tiene antecedentes en la obra del Veronés, aunque aquí se coloca simétricamente para compensar la asimetría de los primeros grupos; en ella aparecen tipos de ángeles que luego serán muy repetidos por el pintor, como son el ángel tañedor de viola o el ángel campana. La obra es de composición libre, de cálida factura, consciente y ampliamente manierista, donde utiliza un color brillante y frío y las figuras son tratadas como héroes paganos, alargando el canon de sus cuerpos.

El estilo desarrollado por El Greco no fue del agrado del monarca, que prefería a Tiziano o a su discípulo Navarrete el Mudo. Así lo expresa el Padre Sigüenza: "no le contento... aunque dice que es de mucho arte". El cuadro no fue colocado en el altar de la iglesia para la cual se había realizado, pero fue guardado, perteneciendo a la colección real y siendo admirado por el monarca, pese a que no lo encontró razonable para su Monasterio. Navarrete el Mudo hizo un comentario sobre él: "Los santos se han de pintar de manera que no quiten la gana de rezar ante ellos", siendo esta casi con toda probabilidad la razón por la que el cuadro fue rechazado. El Greco no olvidó esta lección, y en sus cuadros posteriores consigue conjugar la estética manierista con la intención de la Contrarreforma, algo que parecía impensable.

El Expolio

Fue pintado por el Greco entre 1577 y 1579, para el altar mayor de la catedral de Toledo. Constituye una de sus obras más interesantes, y es el ejemplo más destacado de la continuidad que une sus obras romanas con las que realiza en España. El cabildo de Toledo le hace este encargo, al mismo tiempo que el artista se estaba ocupando del Retablo de Santo Domingo, y ambas obras presentan grandes afinidades.

La escena está narrada según el texto literal de San Buenaventura, que cuenta que en ese momento se encontraban presentes las Marías, hecho éste que hizo que tuviera problemas en el cobro de los honorarios convenidos, señalándose que en el cuadro existían "impropiedades", aunque finalmente la obra no fue retocada.

En esta obra el Greco prescinde de los formatos apaisados propios de sus obras italianas, utilizando un formato alargado que permite destacar la figura de El Salvador, que se convierte en centro de la composición, adquiriendo un protagonismo que todo el cuadro significa en un radical proceso de concentración sobre ella. Sin embargo, fiel a la tradición veneciana, no se decide a prescindir del todo de los episodios secundarios, aunque éstos ya no aparecen esparcidos en plazas o pórticos, sino apiñados, sin quedar más espacio libre que el necesario para los pies de Cristo. A un lado de Cristo aparece el sayón, de gran realismo, que barrena la cruz para hacer los agujeros; al otro se sitúan las tres mujeres, que contrastan por su belleza con el realismo del sayón.

La composición se dispone siguiendo el plan de concentrar toda la atención en la figura de Cristo, a lo que también colabora el colorido utilizado y el empleo del claroscuro. La iluminación del semblante de Cristo y la mancha roja de la túnica, se contraponen con los tonos grises del fondo.

El Expolio no es un tema de devoción simplemente, sino una reflexión sobre el tema de la vida de Cristo, como hombre y víctima inocente de las pasiones humanas. La naturaleza sólo se manifiesta en el cuadro en el pequeño palmo de tierra pisado por Cristo y la estrecha franja de cielo nuboso.

El Entierro del Conde de Orgaz

Entierro del Conde de Orgaz. El Greco. Toledo.

Este lienzo, que cabría de calificar de retrato colectivo, le fue encargado en 1586 por Andrés Núñez, que pertenecía al círculo del alto clero que frecuentaba El Greco. El cura de Santo Tomé quiso con él perpetuar la leyenda de cierto piadoso caballero del siglo XIV, don Gonzalo Ruiz, señor de Orgaz, que mereció ser enterrado por los Santos Agustín y Esteban, aparecidos a su muerte. Al mismo tiempo conmemoraba su reciente triunfo en un pleito mantenido contra la villa de Orgaz, por el pago de un dinero establecido por el citado conde a la parroquia de Santo Tomé. Todo ello consta explicado en la larga inscripción colocada bajo el cuadro.

Este cuadro es considerado por muchos la obra maestra del pintor. El celebre lienzo, de formato un tanto apuntado, aparece dividido en dos partes por una línea horizontal de cabezas de caballeros y clérigos contemporáneos al propio artista. Arriba se sitúa una escena de gloria, el cielo; en la parte inferior se desarrolla el entierro, la tierra. Pero cada uno de los dos espacios trasciende y penetra en el contrario y, si en la parte baja la buena sociedad toledana asiste sin asombro (pero con devota veneración) a la milagrosa aparición de los santos, representados según el rango de arzobispos y diáconos de la catedral primada más que en su aspecto de santos, en la parte superior se representa la presentación del alma del conde de Orgaz, en forma de niño translúcido, llevado por un ángel que supone la unión entre los dos espacios, ante el Cristo Juez, situado a la manera bizantina, entre la Virgen y San Juan, mientras que los coros de los bienaventurados observan el entierro.

Lo terrenal y lo celestial aparecen íntimamente unidos en esta obra, síntesis de una fe y de una sociedad reunida para venerar los despojos mortales de un guerrero, envuelto en una rica armadura de acero damasquinado. Sociedad de austeros trajes y ricas vestiduras litúrgicas, entre los que figuran, el propio Greco, asomado por encima de la mano de un santiaguista, y su hijo, un niño que mira atentamente al espectador mientras señala con su dedo el milagro, sirviendo de nexo de unión entre la obra y el que la contempla.

Manuel Bartolomé Cossío, voz original.

[Fragmento de Comentario sobre El Greco, extraído de "El Archivo de la Palabra" del Centro de Estudios Históricos, editado por la Residencia de Estudiantes].

El Caballero de la mano en el pecho.

El caballero de la mano en el pecho (Óleo sobre lienzo, ca. ). Museo del Prado (Madrid, España).

Obra conservada en el Museo del Prado de Madrid, es sin duda su más famoso retrato. Debió de realizarlo hacía 1579, aunque la fecha de los retratos es difícil de conocer, ya que existía la costumbre de no realizar contratos con estas obras.

El Greco realiza un retrato alejado del mundo veneciano, de pura formación toledana, quizá inspirado en la obra de Sánchez Coello y Tomás Moro. Plantea un retrato de busto, situado de frente y con un fondo neutro.

La luz, elemento fundamental de la obra, se concentra en el rostro y la mano, ayudando a la concreción de la figura. La cabeza se ve rodeada de una gola, elemento típico de la indumentaria de la época, que aquí se utiliza para establecer la transición entre el cuerpo y la cabeza y para remarcar la concreción del rostro, ya que se representa como una aureola que lo rodeara.

Normalmente los retratos del Greco son de intelectuales de su círculo de Toledo, no de personajes importantes, sino que se centran en una nobleza media y en el clero, por lo que es difícil identificar quienes son, dificultad que aumenta al no colocar ningún elemento que los pueda definir.
Hay una tendencia hacia el realismo y la penetración psicológica.

Obra

Galería multimédia

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Autor

  • Esther Alegre Carvajal