Temístocles (525-460 a.C.).
Célebre general y hombre de Estado griego; nació en 525 a.C. Ambicioso de gloria, se dedicó, desde muy joven, a los negocios públicos, y aspirando a un puesto elevado, hizo la oposición a Arístides, que, menos profundo que él, pero dotado de una probidad política intachable, trató de alejar de sí a un rival, cuya ambición le causaba suma inquietud. Temístocles, vencedor en esta lucha, desterró a su adversario, y dueño absoluto del poder, consagró su genio a realzar la gloria de su patria. La derrota de los persas en Maratón le parecía nada más que un preludio de mayores combates; preveía que los bárbaros volverían a amenazar Grecia, y en consecuencia determinó a sus conciudadanos a crear una marina formidable con que poderse oponer a las invasiones y asegurar a los atenienses la preponderancia sobre las demás ciudades de la confederación helénica. Puesto al frente de las tropas de su patria cuando Jerjes invadió Grecia en 480, hizo que sus conciudadanos se refugiasen en las naves, y coronó su obra, hábilmente empezada, con la victoria naval de Salamina. Libre ya de peligros en lo exterior, concentró su pensamiento en Atenas, levantó los muros de esta ciudad, a pesar de la oposición de Esparta, y fortificó el Pireo. Provocados por algunos envidiosos, los atenienses se mostraron hostiles a aquel gran hombre; y celosos de su poder, le condenaron al ostracismo. Temístocles fue a buscar un asilo a la corte de Admeto, rey de los molosos, y después a la de Artajerjes, que le concedió una magnífica hospitalidad, creyendo que podía serle muy útil en sus proyectos de invasión en Grecia. Pero Temístocles, lleno de nobleza, se negó a tomar las armas contra su patria, y se envenenó en Magnesia en 460 a.C. Si ha de darse crédito a cuatro versos de Platón el Cómico, a los que Plutarco no presta mucha fe, los atenienses rehabilitaron a Temístocles después de su muerte, y le erigieron un sepulcro en el promontorio de Alcino, cerca del Pireo.
