Sulayman al-Musta'in bi-llah. Califa de Córdoba (958-1016).
Quinto califa cordobés de al-Andalus (1009-1010; 1013-1016), bisnieto de Abd al-Rahman III (912-961), nacido en el año 958 en Córdoba y muerto en la misma ciudad el 1 de julio de 1016, asesinado por orden del nuevo califa Ibn Hammud. Durante su tumultuoso reinado se intensificó notablemente la fitna (guerra civil) entre las tres etnias dominante en al-Andalus: beréberes, árabes y eslavos.
Vida
Excelente poeta y hombre muy culto, Sulayman se alzó contra su pariente Muhammad II en el año 1009, apoyado por el importante sector beréber, que padecía una persecución sistemática por orden expresa de Muhammad II. Fracasada la primera intentona golpista, Sulayman se refugió junto con sus adeptos en las riberas del río Guadalmellato, donde los beréberes le ofrecieron el título de califa e imán del partido beréber para imprimir con una pátina legitimista lo que constituía a todas luces una rebeldía en toda regla. Después de apoderarse de las plazas de Calatrava y Guadalajara sin apenas oposición, Sulayman sufrió un serio contratiempo en las inmediaciones de Medinaceli, en cuya batalla sus tropas fueron diezmadas por las del excelente general eslavo Wadih, que se había convertido en el único sostén que tenía Muhammad II para seguir como califa.
Sulayman comprendió que para conquistar el califato necesitaba ayuda militar urgente, por lo que pidió la ayuda del conde castellano Sancho García, a cambio de la concesión en plena potestad de varias plazas fuertes situadas en la frontera del valle del Duero, las cuales serían entregadas al conde una vez que Sulayman se sentase en el trono de los omeyas. Seguidamente, Sulayman invitó al eslavo Wadih a que se uniera a su causa y traicionase a Muhammad II, petición que el eslavo rechazó de plano, lo cual reforzó aún más toda la línea fronteriza de la Marca Media. El encuentro irreversible entre ambas fuerzas se produjo en las inmediaciones de la actual Alcalá de Henares en agosto de 1099, y se saldó con una victoria sin paliativos de las tropas coaligadas, lo cual permitió a Sulayman avanzar sin oposición alguna en dirección a Córdoba. El 8 de noviembre de ese mismo año, Sulayman hizo su entrada triunfal en Córdoba sin que Muhammad II pudiera evitarlo, a pesar de que en un intento desesperado sacó a la luz al depuesto califa Hisham II, al que todos ya creían muerto y enterrado. Muhammad II logró esconderse en un lugar seguro de la ciudad hasta que pudo escapar a Toledo, ciudad en la que todavía mantenía un grupo importante de adeptos, con los que al poco tiempo volvería a reclamar el trono omeya que consideraba suyo legítimamente.
Sulayman fue confirmado califa de al-Andalus con el título o laqab de al-Mustain bi-llah (el que busca el auxilio de Alá). El nuevo califa instaló a las tropas beréberes en el magnífico palacio que mandó construir Abd al-Rahman III, Medina al-Zahara, mientras que el conde castellano hizo lo propio en una suntuosa almunia de la capital. Pronto se confirmó un hecho gravísimo para los intereses de Sulayman: su total dependencia de las tropas beréberes que le habían aupado hasta el trono califal, las cuales, en venganza por las humillaciones y persecuciones sufridas durante el reinado de Muhammad II, se entregaron al saqueo, incendios y toda clase de matanzas, con la total aquiescencia del califa. El antagonismo de los cordobeses hacia los beréberes y Sulayman alcanzó su punto más alto cuando este nombró a su hijo como sucesor, maniobra que hizo que sus días en el trono cordobés estuvieran contados.
La reacción de Muhammad II no se hizo esperar. De nuevo, con la inestimable ayuda de Wadih, pudo reunir un impresionante ejército en Toledo, al que se unieron un buen número de contingentes cristianos al mando de los condes catalanes Ramón Borrell III de Barcelona y Armengol de Urgel. La coalición militar impidió a Sulayman cumplir lo pactado con el conde castellano, puesto que en esos precisos momentos se vio incapaz de entregarle las plazas prometidas; la reacción del conde castellano fue dejar solo al califa y retirar todas sus tropas de la capital califal.
Sin más apoyo que los beréberes, Sulayman se dispuso, en una acción bastante suicida y a la desesperada, a hacer frente al avance coaligado, pero fue derrotado el 22 de mayo de 1010 por las fuerzas de Muhammad II, quien se apresuró a tomar por segunda vez el trono cordobés, al mismo tiempo que sus tropas repetían los mismo desmanes de matanzas que anteriormente había realizado los beréberes. Un mes más tarde, el 21 de junio, las tropas beréberes de Sulayman devolvieron el ataque en las inmediaciones del valle alto del Guadiana, donde aniquilaron a más de tres mil hombres de Muhammad II, en su mayor parte catalanes. Muhammad II huyó a la desesperada a Córdoba mientras los condes catalanes rompían la alianza militar. Una vez en Córdoba, Muhammad II se mostró incapaz de ofrecer protección a los habitantes de la capital, por lo que Wadih, harto de tanta incompetencia por parte del omeya, resolvió matarle el 23 de julio y reponer en el trono califal al títere Hisham II. Wadih, en un intento por llegar a un acuerdo con Sulayman, envió la cabeza del depuesto califa al pretendiente y sus seguidores beréberes, e instó a Sulayman a abandonar la actitud revolucionaria y secesionista y a que todos jurasen fidelidad al legítimo califa. Sin embargo, tanto Sulayman como sus partidarios beréberes se negaron a aceptar a Hisham II e insistieron en seguir en pos de su objetivo, aunque esto significase la prolongación de la fitna entre los musulmanes.
El 4 de noviembre de 1010, Sulayman tomó al asalto Medina al-Zahara y puso cerco a la capital, mientras que otro contingente de sus partidarios se dedicaba a reconquistar paulatinamente las principales ciudades andalusíes, como Málaga, Jaén, Elvira y, por último, Algeciras. Sulayman sometió a Córdoba a un durísimo asedio y bloqueo que surtió efecto en cuanto la sed, el hambre y la peste se enseñorearon de la ciudad. El general Wadih intentó huir en medio del desorden generalizado, pero fue asesinado por los líderes cordobeses, quienes se apresuraron a reafirmar en el trono al inepto Hisham II, presa fácil para cualquiera que albergase ambiciones políticas. Finalmente, el 9 de mayo del año 1013, una agotada Córdoba se rindió ante la evidente fuerza militar de Sulayman, acción que por lo menos evitó el más que probable saqueo de la capital.
Nada más hacer posesión, por segunda vez, del Alcázar, Sulayman mandó apresar a Hisham II y se intituló como califa. Parece ser que, una vez en la cárcel, Hisham II fue estrangulado por iniciativa propia del hijo de Sulayman, Muhammad, desapareciendo así el que sin duda alguna fue el peor gobernante de toda la historia del emirato y califato andalusí.
La primera medida que tomó Sulayman al recuperar el poder, fue la de hacer un llamamiento a la calma en todas las provincias y distribuir el gobierno de algunas entre los líderes de las principales familias aliadas (Elvira, Zaragoza, Jaén, Sidonia, Morón, Ceuta y Tánger), medida que provocó la aparición de una nueva realidad política que acabaría imponiéndose una vez que la institución califal desapareciera para siempre, los reinos de taifas (muluk al-Tawaif), ya que en realidad el poder efectivo de Sulayman no iba más allá de los límites territoriales de Córdoba.
El segundo período califal de Sulayman tampoco proporcionó la paz, y sus tres años de reinados acentuaron todavía más las tensiones sociales en vez de mejorarlas. Su total dependencia hacia los beréberes y el favoritismo que les mostró enardeció los ánimos de las elites cordobesas e incluso de gran parte de sus antiguos colaboradores. Ambos grupos reclamaron la vuelta del depuesto Hisham II sin sospechar que éste había sido asesinado anteriormente. El portavoz de la disidencia fue Alí ibn Hammud, gobernador de Ceuta por imposición del propio Sulayman, quien, a finales del año 1013, reclamó el trono cordobés pretextando haber sido el depositario del califato en nombre del depuesto Hisham II, quien según él seguía todavía vivo y oculto.
En la primavera del año 1016, Ibn Hammud abandonó Ceuta, atravesó el estrechom y desembarcó en Algeciras, donde se le unió Jayran de Almería, jefe de los eslavos amiríes de Levante, con quien estaba puesto de acuerdo de antemano, para desde allí dirigirse sin más dilación a Córdoba. El ejército de Sulayman apenas ofreció resistencia armada, dándose pronto a la fuga. Sulayman fue hecho prisionero cuando intentaba escapar. El 1 de julio del año 1016, Ibn Hammud hizo su entrada victoriosa en Córdoba, emplazando a Sulayman a que le entregara, vivo o muerto, al infeliz Hisham II. Una vez que se supo el trágico final del omeya, Sulayman fue ejecutado en el acto por el propio Ibn Hammud, quien se hizo proclamar legítimo califa con el título de al-Nasir li-din Allah ('el que combate victorioso por la religión de Alá').
Bibliografía
-
ARIÉ, R. La España musulmana. (Barcelona: Ed. Labor. 1984).
-
CHEJNE, Anwar G. Historia de España musulmana. (Madrid: Ed. Cátedra. 1980).
-
GLICK, Thomas F. Cristianos y musulmanes en la España medieval (711-1250). (Madrid: Ed. Alianza Editorial. 1991).
-
GUICHARD, Pierre. La España musulmana: al-Andalus omeya (siglos VIII-XI). (Madrid: Ed. Grupo 16. 1995).
-
LEVI-PROVENÇAL, E. España musulmana hasta la caída del califato de Córdoba (711-1031). Volumen nº 4 de Historia de España de Menéndez Pidal. (Madrid: Ed. Espasa-Calpe. 1992).
-
VALLVÉ, J. Los omeyas. (Madrid: Ed. Grupo 16. 1985).
Carlos Herráiz García.