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Sholojov, Mikhail Alexandrovich (1905-1984).

Narrador, periodista y político ruso, nacido en Kruzhilino (Rostov) en 1905 y fallecido en su ciudad natal en 1984. Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1965, y considerado -tanto en su dimensión pública como en la estrictamente literaria- como la figura más destacada de las Letras rusas del siglo XX, fue honrado y admirado por críticos, lectores y autoridades políticas de la Unión Soviética, a la que prestó innumerables servicios como intelectual y como político, en calidad de diputado del Soviet Supremo y partícipe destacado en los consejos del Partido Comunista. Fue miembro de la Academia rusa, huésped asiduo del Kremlin, número uno en las listas de ventas a lo largo de muchos años y, en definitiva, uno de los mejores emblemas nacionales e internacionales (sus obras fueron traducidas a más de treinta idiomas) del desarrollo cultural alcanzado por su pueblo tras la Revolución y la implantación del régimen soviético.

Nacido en el seno de un familia campesina de muy baja extracción social, a pesar de su innata curiosidad intelectual pronto se vio forzado a interrumpir su formación académica para ponerse a trabajar, lo que también le permitió comenzar a explorar en profundidad esa región de los cosacos del Don que, al cabo de unos años, habría de convertirse en el escenario de su obra maestra. Así pues, desde los trece años de edad su educación puede considerarse autodidáctica, y siempre enriquecida con una serie de duras experiencias que luego dejarían un sólido poso en sus relatos y novelas.

Sus primeras inquietudes políticas le llevaron, desde su más temprana juventud, a tomar parte en la guerra civil para enfrentarse contra los cosacos blancos. En 1920, con tan sólo quince años de edad, se afilió al Partido Comunista y, tras instalarse en Moscú, se vio obligado a subsistir trabajando de albañil. Sin embargo, ya por aquel entonces el joven Mikhail Sholojov había sentido el despertar de una encendida vocación literaria que le animó a dedicarse al cultivo de la prosa de ficción, por lo que abandonó la capital y regresó a su pueblo natal, donde empezó a compaginar sus primeras incursiones en la narrativa con una serie de actividades rurales (caza, pesca y cría de ganado) que practicó a lo largo de toda su vida. Este carácter de hombre apegado a las tradiciones campesinas (muy propio de los cosacos que siguieron manteniendo sus ancestrales vínculos a la tierra natal en medio de una inquebrantable adhesión al nuevo régimen comunista) se haría presente también en sus grandes creaciones literarias, lo que contribuyó a crear alrededor de su persona un aura de gran patriota -y, con el paso de los años, patriarca- soviético, más preocupado por las cuestiones intrínsecas de su nación que por los grandes acontecimientos públicos del panorama político y literario internacional. Por lo demás, la condición franca y áspera de los hombres de la Rusia interior se manifestó también en las actitudes personales de Sholojov frente a ciertas posiciones extremistas que le llevaron a vituperar con crudeza el servilismo de la crítica y la censura oficiales, así como la mecánica producción de algunos de los escritores más afectos al régimen, a los que tildó de "burócratas de la literatura". A pesar de que, en alguna ocasión, él mismo tuvo que plegarse a los dictámenes del Partido y revisar varios pasajes de sus novelas, lo cierto es que la posición de preeminencia de que gozó durante toda su brillante trayectoria literaria y política le permitió hacer públicas sus opiniones acerca de cualquier materia, consagrándose como una especie de guía intelectual del dogma comunista. Pero, frente a la mediocre producción literaria de la mayor parte de los propagandistas oficiales del régimen, la gran virtud de Sholojov radica en que, con independencia de sus ideas políticas, su obra raya a la altura de la mejor literatura rusa de cualquier época.

El Don apacible.

La primera manifestación literaria de las agitadas experiencia juveniles de Mikhail Sholojov quedó plasmada en un volumen de relatos que, bajo el título de Cuentos del Don (1925), se servía de las técnicas del naturalismo para reflejar los apuntes tomados por el joven autor durante su participación en la guerra civil. Por aquel tiempo, el narrador novel se ganaba la vida merced a sus frecuentes colaboraciones enviadas a diferentes medios de la prensa local, que le dejaban el tiempo libre necesario para seguir atendiendo sus ocupaciones agropecuarias y, sobre todo, para embarcarse en la redacción del monumental proyecto que habría de convertirse en su obra maestra: la gran novela épica titulada El Don apacible, concebida como una magna historia novelada de la vida de los cosacos durante el primer cuarto del siglo XX, y publicada en cuatro entregas independientes (El Don apacible, La guerra continúa, Rojos y blancos y El color de la paz) entre 1928 y 1940.

Desde la salida a la calle del primer volumen de El Don apacible, la crítica soviética saludó la consagración de un joven maestro de la narrativa que, al parecer, estaba dispuesto a seguir el camino abierto por Lev Tolstoi en Guerra y Paz (tanto era así, que Aksinia, la heroína de la novela de Sholojov, fue pronto denominada "la Ana Karenina cosaca"). En efecto, el narrador de Kruzhilino no sólo emulaba al gran maestro de Yasnaia Poliana en la combinación de hechos históricos con biografías novelescas, en la alternancia de batallas con episodios de la vida cotidiana, y en la descripción de grandes desplazamientos colectivos en los que latían las emociones individuales de los personajes; además, Mikhail Sholojov seguía el magisterio de Tolstoi a la hora de utilizar las grandes mutaciones sociales (guerras, revoluciones, cambios de regímenes políticos, etc.) para involucrar en la misma dinámica los vaivenes del destino de sus personajes, y mostrar, de paso -como afirma el estudioso de las Letras rusas Marc Slonim (vid., infra, "Bibliografía")- "cómo la lucha política determinaba la felicidad o la ruina de diferentes individuos".

Desde esta concepción inicial de su gran relato épico (y teniendo en cuenta, además, que El Don apacible no sólo describe las costumbres y tradiciones de los guerreros y campesinos cosacos afincados en las riberas del gran río, sino que ofrece también una colorida y minuciosa estampa de la Rusia de comienzos de siglo sujeta todavía al dominio zarista, y de su posterior evolución histórica durante la Primera Guerra Mundial, la Revolución y las luchas civiles que enfrentaron a Rojos contra Blancos), no es de extrañar que la crítica literaria contemporánea apreciase, por encima de cualquier otra dimensión de la novela, esa valiosa carga testimonial y documental que hacía de ella una suerte de compendio de la historia del pueblo ruso durante el primer cuarto del siglo XX. Sin embargo, vista desde la perspectiva actual, la novela de Sholojov resulta tanto más valiosa en la medida en que se aprecia la maestría de su autor a la hora de crear unos personajes ficticios que parecen cobrar vida propia dentro de ese marco histórico perfectamente reconstruido; o, dicho de otro modo, El Don apacible, al margen de su innegable valor como testimonio fidedigno de una época, puede leerse -y, de hecho, se lee- como una espléndida obra de ficción.

El protagonista masculino de la novela es Grigori Melejov, un cosaco del Don que odia a los Rojos, pero tampoco se siente plenamente integrado entre los Blancos, que le tratan con el mismo desprecio que dirigen a cuantos consideran advenedizos. Aunque, durante la Primera Guerra Mundial (en la que ha servido como suboficial en el frente ruso-germánico), Melejov ha sentido ciertas simpatías por la causa de los enemigos del zar, al final su inquina contra los Rojos le ha llevado a capitanear una facción armada contra los bolcheviques. Sin embargo, poco a poco comienza a advertir que, frente al iluso optimismo de sus superiores en el ejército antisoviético, la lucha de los Blancos está condenada al fracaso; así que, cuando el grueso de las tropas contra-revolucionarias se exilia en Constantinopla, Melejov experimenta un brusco cambio ideológico y se alista en las filas de la Caballería Roja, para tomar parte en la campaña de Polonia. Pero su situación personal, lejos de mejorar, empeora, porque su pasado como cabecilla de los rebeldes antisoviéticos genera tal recelo entre sus nuevos compañeros, que pronto se ve expulsado de las tropas a las que se acaba de incorporar.

Condenado a sufrir el rechazo permanente de quienes le rodean, tras su forzoso regreso a su aldea natal padece el hostigamiento de los comunistas, que ahora gobiernan el lugar y le encomiendan las más agrias labores burocráticas. Cuando la persecución se le vuelve insostenible, su desesperación le lleva a unirse a los cosacos rebeldes que atacan los destacamentos del Ejército Rojo para robar provisiones, bajo el lema de "por el poder soviético, pero contra los comunistas". Cuando los cosacos caen derrotados, Grigori Melejov hace balance de sus últimos años de existencia y se encuentra solo y vacío, perdido y desconcertado en una nueva realidad en la que no parece existir un lugar para él. Después de siete largos años entregado a la guerra (primero contra los alemanes, y luego contra sus compatriotas de uno y otro bando), todas las energías gastadas le han conducido a la ruina, la soledad y la desolación: sus padres, su mujer y su amante (Aksinia, "la Ana Karenina cosaca") han muerto; su casa está prácticamente derruida; y sus ideales, víctimas de la enorme confusión que envuelve todo el país, no saben distinguir ya entre el bien y el mal, la verdad o la mentira. Sólo le queda una apacible dedicación al trabajo cotidiano, y un hijo pequeño para el que, a partir de ahora, empieza una nueva vida (el mismo futuro que les espera a todos los hijos del Don): la reconstrucción del país por medio del esfuerzo colectivo.

De esta manera, Grigori Melejov se convirtió en el espejo donde se miró toda una generación de rusos que, confundidos entre los vaivenes políticos e ideológicos de Rojos y Blancos, se encontraron en los años veinte, al término de la guerra civil, con el dolor de contemplar sus vidas y sus haciendas arruinadas, y, al mismo tiempo, con la imperiosa necesidad de emplearse a fondo en las labores de reconstrucción. Si a esta plena identificación de los lectores rusos con el héroe de El Don apacible se suma la vigorosa maestría de Sholojov en la descripción de los paisajes rurales y las formas de vida campesina, no es de extrañar que la novela fuera aclamada (incluso en las grandes ciudades como Moscú, donde casi todos los habitantes conservaban con añoranza su mentalidad campesina y su nostalgia de la tierra natal) como el lamento colectivo de toda una nación que asistía, entre ilusionada y atónita, a la desaparición de sus costumbres y tradiciones milenarias. Al respecto, resulta muy significativo que Mikhail Sholojov, el gran escritor del Partido Comunista, jamás ambientara sus grandes novelas en los medios urbanos sometidos al riguroso proceso de industrialización de los planes quinquenales y septenales; sus personajes literarios no son obreros ni políticos burócratas, sino gentes del campo que sueñan con verdes praderas apacibles, sencillas vidas familiares, tranquilas labores agrícolas y calmos atardeceres difuminados en el sosiego y la quietud de la estepa.

Campos roturados.

A comienzos de los años treinta, la necesidad de extender el socialismo comunista por todos los lugares y entre todas las clases sociales del país llevó a Stalin a decretar la colectivización forzosa de la agricultura, lo que, entre otros muchos desmanes, provocó la masacre de millares de campesinos pudientes que se negaban a entregar sus tierras. Como era de esperar, algo tenía que decir al respecto el gran cantor de la vida campesina en Rusia, quien interrumpió bruscamente el fluido proceso de creación de El Don apacible para enfrascarse en la redacción de una nueva obra centrada en este aspecto, cuya primera parte salió de los tórculos en 1932 bajo el título de Campos roturados. En ella, Sholojov planteaba la necesidad de colectivización en términos tan favorables a la propuesta real de los burócratas del Partido Comunista, que el Gobierno llegó a establecer su texto como lectura obligatoria en el programa de formación de los inspectores encargados de su implantación. Sin embargo, el éxito cosechado por el narrador de Kruzhilino entre críticos y lectores (que, en poco más de un año, adquirieron más de dos millones de ejemplares de Campos roturados) no lograba ocultar un fuerte bajón de calidad literaria respecto a El Don apacible, sin duda provocado por la gran diversidad de historias intercaladas y anécdotas irrelevantes que Sholojov vertió en esta novela. Además, la acusada propensión al humor de que hizo gala el escritor en Campos roturados dio lugar, es cierto, a un buen puñado de pasajes y personajes realmente divertidos, pero también a una excesiva frivolización de un asunto que afectaba gravemente a muchos millones de rusos.

Más humorística, si cabe -y, desde luego, aún menos atractiva desde el punto de vista literario-, resultó ser la segunda entrega de esta historia, que no vio la luz en formato de libro hasta 1960 (aunque Sholojov la había adelantado, en entregas folletinescas, entre 1958 y 1959).

Otras obras.

La profusión de temas y argumentos secundarios que, junto con un a veces fastidioso exceso de cómica verbosidad, malograba buena parte de Campos roturados, se incrementó en la tercera narración extensa de Mikhail Sholojov, publicada de forma incompleta, también por entregas folletinescas, entre 1943 y 1960. Se trata de Lucharon por la patria, una mediocre novela centrada de nuevo en la guerra civil, pero demasiado cargada de tintes grotescos como para merecer la misma recepción entusiasta dispensada a El Don apacible. A lo largo de su azarosa redacción y publicación, Sholojov fue pergeñando además la novela breve titulada El destino de un hombre (1957), obra que, muy al contrario de lo que ocurre en Lucharon por la patria, huía de cualquier tentación humorística para presentar lo que el autor consideraba el modelo ejemplar del ciudadano soviético, plasmado en un héroe que, a pesar de haber pasado por un sinfín de penosas peripecias a lo largo de la guerra, no ha perdido su bondad ni su conducta moral intachable.

Bibliografía

  • - ABOLLADO VARGAS, Luis. Literatura rusa moderna (Barcelona: Labor, 1972).

- LO GATTO, Ettore. La literatura rusa moderna (Buenos Aires: Losada, 1973).

- SHOLOJOV, Mikhail Alexandrovich. Campos roturados [tr.de A. Herráiz y J. Vento Molina] (Barcelona: Planeta, 1967).

-------------------. Cuentos del Don [tr. de J. Fernández Sánchez] (Madrid: Alianza, 1973).

-------------------. El Don apacible [tr. de J. Laín Entralgo] (Barcelona: Planeta, 1971).

- SLONIM, Marc. "Mikhail Sholojov: el narrador épico", en Escritores y problemas de la literatura soviética, 1917-1967 (Madrid: Alianza, 1974), págs. 226-236.

J. R. Fernández de Cano

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.