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LiteraturaBiografía

Sei Shonagon (ca. 960-ca. 1030).

Escritora japonesa del período Heian (794-1185), nacida en la segunda mitad del siglo X y fallecida hacia finales del primer tercio de la centuria siguiente. Apenas han llegado hasta nuestros días algunos datos referidos a su persona, todos ellos anotados en su diario Makura no soshi (Libro de cabecera o Libro de almohada), obra por la que ha pasado a la historia de la literatura universal.

Figura relevante en la corte japonesa del emperador Ichijô -fue dama de honor de la primera esposa de éste, la emperatriz Teishi, entre los años 991 y 1000-, recibió desde niña una esmerada educación impuesta por su padre, el poeta y erudito cortesano Kiyohara Motosuke, gobernador de Higo, que gozaba de gran prestigio en los círculos artísticos e intelectuales (sus composiciones quedaron recogidas en las principales antologías de su tiempo). A pesar de este reconocimiento tributado a toda su familia, de Sei Shonagon no ha quedado noticia ni siquiera de su auténtico nombre, ya que "Sei" era el apelativo del clan familiar (algo así como el apellido entre los occidentales) y "Shonagon" no era más que un título cortesano que englobaba a los consejeros de escasa relevancia allegados a la familia imperial. Se sabe, en cambio, que contrajo nupcias en el año 986 con Tachibana Norimitsu, y que su matrimonio no fue feliz, ya que se divorció al poco tiempo de haberse casado.

Tras entrar al servicio de la emperatriz Teishi como dama de honor (991), Sei Shonagon se distinguió en la corte por su elegancia, su cultura, su ingenio y su devoción hacia la familia imperial de los Fujiwara; y, al mismo tiempo, dio muestras de poseer un agudo sentido del humor y una visión irónica de la vida que, unidos a su talante desenvuelto, la impulsaron a mostrarse crítica -y, en ocasiones, sarcástica- con otros personajes de la corte. No es de extrañar, por ende, que la otra gran escritora del período Heian, Murasaki Shikibu (ca. 978-ca. 1026), dama de honor de la segunda esposa de Ichijô y autora de la espléndida narración Genji Monogatari, dejara constancia en su obra de la vanidad y los aires de superioridad exhibidos por su rival literaria, a la que, pese a todo, reconocía un inmenso talento creativo.

Tampoco resulta raro que la otra gran figura literaria de su tiempo fuera también una mujer, ya que parece ser que por aquella época había en Japón muchas más escritoras que escritores. Como todas ellas, Sei Shonagon utilizó como vehículo expresivo el hiragana, un silabario de cuarenta y ocho signos de forma cursiva, procedente de la simplificación del kanji chino, y empleado para expresar términos propiamente japoneses. Su nombre se deriva de la voz hira, que designaba lo redondeado (es decir, lo que se simplificaba para un uso común y cotidiano), y en sus orígenes fue utilizado exclusivamente por mujeres, mientras que los hombres seguían sirviéndose del complejo kanji chino; de ahí que recibiera también el nombre de onna ("mano femenina"). Hacia finales del siglo IX, esa copiosa floración de escritoras mencionada más arriba propició que el hiragana se convirtiera en un auténtico vehículo de expresión literaria (aunque los autores varones siguieron escribiendo sus obras en los enrevesados caracteres de la dinastía Tang de China). Conviene aclarar que el hiragana, a pesar de su naturaleza simplificada, no era un sistema alfabético, sino ideogramático: para la configuración de cada uno de sus cuarenta y ocho signos se había procedido a despojar de rasgos a otros tantos kanjis, hasta lograr un nuevo signo más sencillo y redondeado. Para compensar el menor alcance de esta simplificación, el hiragana se utilizaba en combinación con otro silabario japonés, el katakana, constituido también por cuarenta y ocho signos que se distinguían de los del hiragana en que no eran cursivos o redondos (procedían, en realidad, cada uno de ellos de la elección de un rasgo notable de un ideograma kanji, rasgo que destacaba entre los restantes y resultaba fácil de recordar: de ahí que el katakana fuera empleado en sus orígenes como recurso mnemotécnico que facilitaba la correcta pronunciación de los textos budistas escritos en chino). Para más información véase japonés.

Tras la caída en desgracia de Teishi (traicionada por su tío, quien le negó su condición de emperatriz), Sei Shonagon desapareció de la corte y se recluyó en una silente privacidad reforzada por el olvido de todos los cortesanos. Según la tradición, murió en soledad y en la más absoluta pobreza, abandonada por todos los que la habían rodeado y agasajado en sus años de esplendor.

Hacia el año 994, Sei Shonagon empezó a escribir un diario en el que, lejos de conformarse con anotar sus propias vivencias e inquietudes, ofrecía una sutil y amena descripción del mundo aristocrático al que por aquel entonces pertenecía, descripción plagada de humor e ingenio y enriquecida por la asombrosa libertad que exhibió la escritora a la hora de emitir juicios -a veces, bastante corrosivos- sobre sus contemporáneos. A esta agudeza crítica, Sei Shonagon añadía un admirable refinamiento estilístico y una brillante exhibición de su capacidad reflexiva, de la que extraía numerosos aforismos que aproximan su Makura no soshi al género del ensayo o del tratado. Y, simultáneamente, ofrecía en muchas partes del texto un exhaustivo catálogo de nombre de aves, flores, sensaciones, emociones, comportamientos humanos, accidentes geográficos y fenómenos naturales que, al tiempo que conformaban su visión del mundo y su experiencia vital, le permitían ensayar una división de la realidad circundante en dos grandes bloques: el de las cosas que dan placer y las cosas que desagradan. A partir de esta clasificación básica, Sei Shonagon seguía ordenando y catalogando su experiencia vital hasta llegar a conformar su imago mundi en virtud de la siguiente nómina de observaciones: distintos modos de hablar, cosas deprimentes, cosas odiosas, cosas que emocionan, cosas que producen una sensación de suciedad, cosas que aceleran los latidos del corazón, cosas que suscitan profundos recuerdos, cosas encantadoras, árboles floridos, árboles, pájaros, cosas elegantes, insectos, cosas inapropiadas, hierbas, asuntos poéticos, cosas que no pueden compararse, cosas raras, cosas que provocan una impresión patética, cosas espléndidas, cosas fastidiosas, cosas embarazosas, cosas sorprendentes y angustiosas, cosas que pierden al ser pintadas, cosas que ganan al ser pintadas, cosas que dan una sensación de calor, cosas vergonzosas, cosas que han perdido su poder, cosas embarazosas, cosas sin mérito, cosas notablemente espléndidas, cosas que dan una sensación de limpieza, cosas que dan una sensación de suciedad, cosas adorables, cosas insolentes, cosas sórdidas, personas que parecen sufrir, personas envidiables, cosas que una se apura a ver u oír, cosas que se hallan o han estado cerca, cosas que están cerca aunque distantes, personas que parecen satisfechas consigo mismas, vientos, instrumentos de viento, cosas dignas de verse, cosas que deberían ser grandes, cosas que deben ser breves, templos, cosas que caen del cielo, nubes, cosas que me gustan particularmente, cosas placenteras, momentos en que uno debería estar alerta, enfermedades y cosas desagradables de ver.

Resulta imposible dar una idea exhaustiva, en una reseña de esta naturaleza, de la agudeza y la brillantez mostradas por Sei Shonagon a la hora de conformar este catálogo de cosas, elementos naturales y comportamientos humanos. Baste, como botón de muestra, anotar que, entre las cosas que producen placer, figuran algunas observaciones tan sutiles y poéticas como "cruzar un río una noche de luna brillante y ver en el fondo brillar los guijarros" o "recorrer en carruaje el campo y aspirar el perfume que desprenden las ruedas con manojos de hierba fresca adheridos"; entre las actitudes y comportamientos humanos, Shonagon advierte que "es muy importante que un amante sepa despedirse. Para empezar, no se debería levantar con apresuramiento, sino aguardar a que se le insista un poco: 'Anda, ya hay luz...; no te gustaría que te sorprendieran aquí'. Tampoco debería ponerse los pantalones de un golpe, como si tuviera mucha prisa y sin antes acercarse a su compañera, para murmurar en su oído lo que sólo ha dicho a medias durante la noche".

El abanico de las cosas odiosas es, según Sei Shonagon, uno de los más amplios, y en él caben actitudes tan desagradables como las de los embriagados ("Odio el espectáculo de los hombres borrachos que gritan, se meten los dedos en la boca, se mesan las barbas, y pasan el vino a sus vecinos gritando '¡Toma otro poco, bebe!'. Y tiemblan, sacuden sus cabezas, desfiguran sus caras, y gesticulan como niños que cantaran 'Vamos a ver al gobernador'. Vi cómo personas bien nacidas se comportaban de este modo y me repugnó"), las de los niños maleducados ("Algunos niños han venido de visita a mi casa. Los mimo y les doy juguetes para que se distraigan. Los niños se acostumbran a este trato y comienzan a venir regularmente, y sin pedir permiso entran en mi habitación y desparraman mis accesorios y objetos. Detestable"), y, entre otras muchas, las de los amantes torpes y carentes de delicadeza ("El hombre con quien estoy viviendo una aventura alaba a otra mujer. Incluso si se trata de una relación del pasado, es desagradable. Cuánto más si todavía la sigue viendo. Aunque a veces creo que no es tan desagradable"); pero también irritan y desagradan, hasta llegar a provocar el odio, algunos fenómenos naturales como el zumbido de un insecto ("Me he acostado y estoy por adormecerme, cuando se presenta un mosquito, con estridente zumbido. Y hasta me parece sentir la corriente que levanta con sus alas. Aún sabiendo que es un ser insignificante, lo encuentro detestable"), el bullicio canino ("El ladrido de los perros cuando es prolongado y a coro es de mal agüero y odioso") o el llanto inesperado de un recién nacido ("Alguien nos va a contar alguna novedad interesante, y un bebé empieza a llorar").

Así de completo y minucioso es el catálogo de las cosas que agradan o desagradan a Sei Shonagon, autora capaz de extremar la sutileza de sus observaciones hasta el extremo de plasmar con igual maestría en su diario las "cosas encantadoras" ("Un niño de dos años que viene gateando apurado, en el camino encuentra una pequeña basura, la recoge y la muestra a los mayores. Una adorable escena"), las "cosas que no pueden compararse" ("En un jardín muy verde hay cuervos dormidos. Más tarde, hacia la medianoche, los cuervos de uno de los árboles de pronto se despiertan con gran agitación y empiezan a batir sus alas. Su inquietud se extiende a los otros árboles, y de inmediato las aves están sobresaltadas, graznando alarmadas. ¡Cuán diferentes de los mismos cuervos durante el día!") o las tortuosas vivencias de las "personas que parecen sufrir" ("Una mujer locamente amada por un hombre absurdamente celoso").

El poeta y ensayista mexicano Octavio Paz (1914-1998), deslumbrado por la elegancia, la claridad y la transparencia de la prosa de Sei Shonagon, dedicó algunas páginas memorables a su figura y a su obra. Fascinado por la imago mundi de la autora japonesa ("un mundo milagrosamente suspendido en sí mismo, cercano y remoto a un tiempo, como encerrado en una esfera de cristal"), Paz se adentra en las inquietudes estéticas y espirituales de Sei Shonagon, a la que sitúa en un universo autónomo y cerrado (el de la corte) donde "la vida era un espectáculo, una ceremonia, un ballet animado y gracioso". Según el gran polígrafo azteca, "la religión -mejor dicho: las funciones religiosas- ocupaban buena parte del tiempo de señoras y señores. Pero Sei Shonagon nos revela con naturalidad cuál era el estado de espíritu con que se asistía a los servicios budistas: 'El lector de las Escrituras debe ser guapo, aunque sea sólo para que su belleza, por el placer que experimentamos al verla, mantenga viva nuestra tradición. De lo contrario, una empieza a distraerse y a pensar en otras cosas. Así, la fealdad del lector se convierte en ocasión de nuestro pecado'. En realidad, la verdadera religión era la poesía y, aun, la caligrafía. Los señores se enamoraban de las damas por la elegancia de su escritura tanto como por su ingenio para versificar. El buen tono lo presidía todo: amores y ceremonias, sentimientos y actos. Sería vano juzgar con severidad esta concepción estética de la vida. Los artistas modernos sienten cierta repulsión por el 'buen gusto', pero esta repugnancia no se justifica del todo. Nuestro 'buen gusto' es el de una sociedad de advenedizos que se han apropiado de valores y formas que no les corresponden. El de la sociedad heiana estaba hecho de gracia natural y de espontánea distinción".

"La ligereza danzante con que esos personajes se mueven por la vida -sigue diciendo Octavio Paz-, como si hubiesen abolido las leyes de la gravedad, se debe entre otras cosas a que esas almas no conocían el peso de la moral. Las cosas para ellos no eran graves, sino hermosas o feas. Mundo de dos dimensiones, sin profundidad, es cierto, pero también sin espesor; mundo transparente, nítido, como un dibujo rápido y precioso sobre una hoja inmaculada [...]. La señora Shonagon pinta al amante perfecto: Me gusta pensar en un soltero -su ánimo aventurero le ha hecho escoger este estado- al regresar a su casa, después de una incursión amorosa. Es el alba y tiene un poco de sueño pero, apenas llega, se acerca a su escritorio y se pone a escribir una carta de amor -no escribiendo lo primero que se le ocurre sino entregado a su tarea y trazando con gusto hermosos caracteres-. Luego de enviar su misiva con un paje, aguarda la respuesta mientras murmura ese o aquel pasaje de las Escrituras budistas. Más tarde lee algunos poemas chinos y espera a que esté listo el baño. Vestido con su manto de corte -quizá escarlata y que lleva como una bata de casa- toma el sexto capítulo de la Escritura del Loto y lo lee en silencio. Precisamente en el momento más solemne y devoto de su lectura religiosa, regresa el mensajero con la respuesta. Con asombrosa si blasfema rapidez, el amante salta del libro a la carta".

"La prosa de Sei Shonagon -añade Octavio Paz- es transparente. A través de ella vemos un mundo milagrosamente suspendido en sí mismo, cercano y remoto a un tiempo, como encerrado en una esfera de cristal. Los valores estéticos de esa sociedad -por más exquisitos y refinados que nos parezcan- no eran sino los de la moda. Mundo up to date, sin pasado y sin futuro, con los ojos fijos en el presente. Mas el presente es una aparición, algo que se deshace apenas se le toca. Este sentimiento de la fugacidad de las cosas -subrayado por el budismo, que afirma la irrealidad de la existencia- tiñe de melancolía las páginas del Libro de cabecera de Sei Shonagon. El mismo sentimiento -sólo que profundizado, convertido, por decirlo así, en conciencia creadora- constituye el tema central de la obra de la señora Murasaki".

Bibliografía

  • PAZ, OCTAVIO. "Tres momentos de la literatura japonesa", en Las peras del olmo (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1957).

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.