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Schweitzer, Albert (1875-1965).

Teólogo protestante, médico, filósofo y musicólogo francés, nacido en Kaysersberg (localidad de la antigua Alsacia que, a la sazón, estaba anexionada a Alemania tras la derrota gala en la Guerra Franco-Prusiana; y hoy pertenece al departamento francés de Haut-Rhin) el 14 de enero de 1875, y fallecido en Lambaréné (Gabón) el 4 de septiembre de 1965. Hombre de profundas convicciones éticas que le impulsaron a convertir el respeto a la vida en el eje central de su existencia, defendió la concepción del Cristianismo como una escatología (o conjunto de creencias en una vida futura que, para Schweitzer, no es otra cosa que el Reino de Dios) y puso todos sus conocimientos científicos, humanísticos, artísticos y teológicos al servicio de los más desfavorecidos. Tras haber alcanzado celebridad mundial por sus obras ensayísticas y musicales, se convirtió en un humilde misionero y, desde la lucha diaria contra la enfermedad y la pobreza, llegó a ser uno de los hombres más influyentes en el pensamiento de su generación, lo que le valió el Premio Nobel de la Paz en 1952.

Vida

Hijo del pastor protestante Louis Schweitzer, a los seis meses de edad fue llevado a Günsbach, población del Valle de Münster a cuya parroquia había sido destinado su progenitor. Creció, pues, en un marco natural idílico que, desde muy pequeño, despertó su amor hacia todos los seres vivos que lo poblaban. Pronto se distinguió, entre sus compañeros de juegos, por su defensa enconada de los animales y su tendencia a proteger siempre a los más débiles.

Dado que en su familia existía una sólida tradición musical, comenzó a tomar clases de piano a los cinco años de edad, al tiempo que iniciaba su andadura escolar en Günsbach, donde cursó sus estudios primarios entre 1880 y 1884. Pasó, a continuación, a la escuela pública de Münster, en la que completó su enseñanza básica.

En 1885, al cumplir los diez años de edad, ingresó en el Instituto de Mülhausen, donde compaginó sus estudios secundarios con las clases de órgano que recibía del maestro Eugene Münch, gracias al cual empezó a deslumbrarse con la música de Johann Sebastian Bach (1685-1750).

A los dieciocho años de edad, recién concluido el bachillerato (1893), viajó por vez primera a París para visitar a sus tíos August y Charles Schweitzer. Por aquel tiempo conoció al célebre organista y compositor francés Charles Marie Widor (1845-1937), profesor del Conservatorio de París, quien contribuyó definitivamente a la formación musical del joven Albert. Fue él quien consolidó su temprano interés por la figura y la obra de Bach, y, en cierto modo, el responsable de que, andando el tiempo, Schweitzer escribiera uno de los estudios teóricos de mayor enjundia sobre la música del genial compositor alemán (Johann Sebastian Bach, el músico poeta, de 1905).

En el transcurso de aquel mismo año de 1893, Albert Schweitzer inició sus estudios superiores de Teología y Filosofía en la Universidad de Estrasburgo, carrera que hubo de interrumpir al año siguiente para cumplir con sus obligaciones militares. Luego, tras haber servido durante algo más de un año en el 143 Regimiento de Infantería de Estrasburgo (1894-1895), comenzó a experimentar una intensa vocación sacerdotal y decidió, durante la festividad de Pentecostés de 1896, que a partir de los treinta años de edad había de consagrarse a la labor pastoral, sirviendo a todos los hombres y, en especial, a los más necesitados.

Con esta firme resolución retomó sus estudios universitarios y, tras superar con brillantez sus primeros exámenes de Teología, en 1898 regresó a París para volver a ponerse bajo la tutela de Widor, con el que perfeccionó notablemente su técnica al teclado del órgano. Al mismo tiempo, recibió clases de piano de otros destacados profesores, como Isidore Philippe y Marie-Jaël Trautmann. Amplió luego estos y otros conocimientos en Berlín, por espacio de tres meses (entre mayo y julio de 1899), al tiempo que progresaba velozmente en sus estudios de Filosofía, disciplina en la que obtuvo el grado de doctor el día 2 de agosto de aquel mismo año. Su tesis doctoral versaba sobre la filosofía religiosa de Kant (1724-1804).

A finales de aquel fructífero 1899 ya era vicario en prácticas en la parroquia de San Nicolás (de Estrasburgo), donde pronto adquirió fama por sus dotes de predicador. Pasó, a continuación, a centrarse de lleno en su carrera de Teología y, en particular, en el estudio del Nuevo Testamento, tema sobre el que trató la tesis con la que, a mediados de 1900, obtuvo el título de doctor en dicha materia (Representación crítica de varias concepciones recientes de la Última Cena).

A finales de 1900 ya era vicario titular en San Nicolás, y al cabo de un par de años, merced a un brillante trabajo titulada Misterio del Mesianismo y la Pasión de Jesús, se convirtió en profesor agregado en la Facultad de Teología de la Universidad de Estrasburgo, donde se especializó en la investigación sobre las dos figuras precipuas del Cristianismo: el apóstol san Pablo (2 a.C.-67 d.C.) y el propio Jesús de Nazaret. Fruto de esta especialización fueron otras dos obras de Albert Schweitzer de gran calado intelectual y hondo rigor historicista: La historia de las investigaciones sobre la vida de Jesús (1913) y La historia de las investigaciones paulinas desde la Reforma hasta hoy (1911).

Continuó compaginando sus labores de vicario con su dedicación a la docencia y sus aficiones musicales; y, tras dar a la imprenta el ya citado estudio sobre Bach -que había realizado por sugerencia de su maestro Widor-, en 1905 sorprendió a sus familiares y amigos con la noticia de que había decidido estudiar Medicina para dedicarse a socorrer a los enfermos más menesterosos. Tal fue su determinación, que sin descuidar por ello sus otras muchas ocupaciones, entre 1905 y 1911 completó su formación superior como galeno, al tiempo que escribía varias obras sobre música, filosofía y teología, y continuaba ejerciendo de vicario en San Nicolás.

Exhausto por el ímprobo esfuerzo intelectual que había realizado, tuvo que posponer el viaje a África que había planeado para inaugurar su trayectoria como facultativo al lado de los desvalidos. Durante unos meses, permaneció reposando en la localidad de Günsbach, donde su padre aún era pastor; y aprovechó este fugaz período de descanso en su agitada peripecia vital para contraer matrimonio con Helene Breslau. Sus principales ingresos provenían, por aquel entonces, de su actividad como organista, en la que alcanzó un clamoroso triunfo en 1911, interpretando la Symphonia Sacra de Widor en Múnich.

Pero era incapaz de permanecer inactivo durante mucho tiempo, por lo que empleó buena parte del tiempo que se había otorgado como merecido descanso en la redacción de la tesis con la había de obtener, en febrero de 1913, el grado de doctor en Medicina (Análisis psiquiátrico de Jesús). Entretanto, el propio Schweitzer y su flamante esposa se habían entregado a una febril campaña de organización de conciertos de órgano que, destinada a recaudar fondos para sufragar su anhelado desplazamiento al África ecuatorial, habría de permitirles emprender esta generosa aventura el primer día de la primavera de 1913.

Así las cosas, el día 16 de abril de dicho año ambos cónyuges llegaron a la ciudad de Lambaréné (Gabón), a la que habrían de permanecer estrechamente ligados durante el resto de sus vidas. Con el dinero obtenido durante los recitales de órgano que había ofrecido el año anterior en Europa, Schweitzer logró levantar en breve tiempo un hospital en la misión de Andende, donde el médico y humanista de Kaysersberg empezó a ejercer su profesión facultativa en medio de grandes dificultades.

Uno de estos obstáculos fue el estallido de la II Guerra Mundial (1914-1919), que dio lugar a que tanto el Dr. Schweitzer como su esposa tuviesen que trabajar bajo la vigilancia de soldados armados vinculados con el ejército francés, pues se les consideraba peligrosos dada su condición de ciudadanos alemanes (como ya se ha indicado más arriba, la Alsacia natal de Albert Schweitzer había pasado a ser domino de Prusia y, con el paso del tiempo, territorio alemán). Y otras de las grandes dificultades con que topó al poco de haberse instalado en África fue la falta de recursos económicos, que le llevó a endeudarse seriamente hacia 1914.

Privado, en plena África ecuatorial, de la posibilidad de ofrecer conciertos para ganarse la vida, Schweitzer compaginó sus labores de galeno con su dedicación a la escritura y sus frecuentes recorridos de exploración por remotas regiones del Continente negro. Así, empezó a redactar una de sus obras maestras, Filosofía de la cultura (1923), y, en el transcurso de un viaje por el río Ogove, alumbró uno de los conceptos que, a partir de entonces, habría de actuar como motor fundamental de su obra y de su propio código de conducta: el de veneración (o sumo respeto) por la vida.

Las duras condiciones en que vivían en África no arredraban a los esposos Schweitzer, quienes aún tenían que pasar por otros trances mucho más penosos, como la repentina muerte de la madre del doctor en julio de 1916 (arrollada por un caballo del ejército que se había desbocado), o el traslado de ambos cónyuges a Francia como prisioneros alemanes.

En efecto, en 1917 pasaron nueve días recluidos en un cuartel de Burdeos, y luego varios meses en un campo de prisioneros civiles emplazado en la región pirenaica. De allí fueron trasladados al campo de concentración que había en Saint-Rémy (Provence), del que no pudieron salir hasta el 8 de agosto de 1918. Finalmente, atravesando Suiza, llegaron a Suiza, donde Albert Schweitzer hubo de someterse a una intervención quirúrgica para recuperarse de los daños que le había causado este penoso confinamiento.

Al verse de nuevo en Europa, el doctor Schweitzer volvió a ejercer su dignidad de vicario en San Nicolás y reanudó la vida que había llevado antes de trasladarse a África. Ofreció nuevos conciertos de órgano, pero ahora también encontró una fuente de ingresos en su profesión facultativa, en calidad de médico adjunto en el departamento de Dermatología del Hospital Municipal de Estrasburgo.

En 1919, año en el que nació su hija Rhena, volvió a pasar por el quirófano, lo que no le impidió seguir dando conciertos de gran resonancia internacional (como los dos que ofreció en Barcelona aquel mismo año, o los que brindó al público sueco de Uppsala en 1920, invitado por el arzobispo Soederblom). Merced a los pingües beneficios que le reportó esta actividad de organista -complementada con su nueva condición de eximio conferenciante-, Schweitzer logró saldar las deudas que había contraído en Gabón y reunió una partida presupuestaria para afrontar una nueva etapa en Lambaréné.

Su dedicación a la docencia se vio premiada, en 1920, con su investidura como doctor honoris causa por al Universidad de Zúrich, institución que ofreció a Schweitzer una plaza en su plantilla docente, en calidad de catedrático. Pero el médico y humanista de Kaysersberg no quiso ocupar este puesto laboral, pues su intención seguía siendo regresar a África tan pronto como le fuera posible. Aún así, todavía hubo de permanecer en Günsbach, en casa de sus progenitores, hasta 1923, incrementando su prestigio como intérprete, pensador y conferenciante en numerosos lugares de Europa (Suiza, Suecia, Francia, República Checa, etc.). En dicho año, se trasladó a una casa que había mandado construir en Königsfeld, en plena Selva Negra, en busca de un clima más benigno para la tuberculosis que padecía su esposa desde su confinamiento en un campo de prisioneros.

Finalmente, Helene Breslau hubo de renunciar, debido a su enfermedad, a acompañar a África a su marido, quien partió rumbo a Lambaréné en 1924. En poco menos de un año, rodeado de un nuevo equipo de médicos, enfermeros y otros colaboradores, Schweitzer logró construir un hospital mucho más grande y mejor equipado que el levantado a poca distancia en la década anterior. Enfrascado en esta ingente tarea -y con tal derroche de fuerzas que, en 1927, consiguió trasladar este centro de salud a un lugar más saludable y más adecuado-, Schweitzer no pudo dejar de trabajar ni tan siquiera para regresar a Europa con motivo de la muerte de su padre, sobrevenida en 1925.

En 1927, cuando el hospital estaba perfectamente emplazado en el lugar del que ya no habría de moverse, Albert Schweitzer se concedió un descanso para volver a abrazar a los suyos en el Viejo Continente. Durante varios meses, recorrió numerosos países de Europa impartiendo conferencias (Suecia, Dinamarca, Alemania, Holanda, Inglaterra, Escocia...), y recibiendo nuevos honores y distinciones (como el Premio Goethe, concedido por la ciudad de Frankfurt, que le permitió construirse una gran casa en Günsbach, y convertir a partir de entonces este enclave en el centro de las innumerables actividades que realizaba por todo el mundo).

Su vuelta a Lambaréné tuvo lugar en 1929, esta vez acompañado de su esposa, que intentó sumarse nuevamente a su aventura. Pero su frágil salud no le permitía tolerar la dureza de la vida en el sobrio hospital africano, por lo que tuvo que abandonar a su esposo a los tres meses. Schweitzer no habría de volver a verla hasta 1932, durante un nuevo ciclo de conferencias por Europa, al que puso fin al año siguiente para retornar, una vez más, a su querido hospital en Gabón.

Durante el resto de la década de los años treinta, Albert Schweitzer mantuvo un ritmo de trabajo similar, con prolongadas estancias en Lambaréné que iba alternando con recitales y conferencias en el Viejo Continente. En 1939, después de haber visitado por enésima vez Europa para aprovisionarse de medicamentos, el humanista de Kaysersberg volvió, una vez, a su hospital africano y se vio sorprendido allí por el estallido de la II Guerra Mundial (1939-1945). De nuevo tuvo que hacer frente a problemas parejos a los que tanto daño le causaron durante la conflagración bélica internacional de 1914, ya que en Gabón se enfrentaban entre sí los soldados partidarios del gobierno francés de Vichy con los defensores de la Resistencia francesa.

Huyendo de los estragos de la guerra en Europa, Helene puso en peligro su salud y llegó a Lambaréné en 1941. Permaneció allí hasta 1946, cuando, ya concluida la contienda, pudo regresar al Viejo Continente; pero su esposo se mantuvo en África durante dos años más, de tal modo que, cuando llegó a Burdeos (Francia) a finales de 1948, llevaba prácticamente diez años en el Continente Negro. Viajó, al año siguiente, a los Estados Unidos de América, para dictar conferencias y recibir numerosos tributos de admiración y respeto; y, en 1950, regresó a Lambaréné acompañado por su amada Helene, para unir sus esfuerzos en otro proyecto admirable: la fundación de un poblado para leprosos, dotado de medios, equipamiento y personal sanitario capaz de aliviar las dolencias de estos enfermos.

Con el dinero que llevaba aparejado el Premio Nobel, Albert Schweitzer consiguió ultimar este hermoso proyecto, al que bautizó como Village Lumière (Pueblo Luz). Por aquel tiempo, la mayor parte de las veces que abandonaba el territorio africano era para recoger galardones, algunos tan señalados como el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes (que le fue entregado en Frankfurt en 1951), o las medallas "Paracelsus" y "Príncipe Carlos" (otorgadas -respectivamente- en Alemania y Suecia, en 1952). Además, fue nombrado miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia, y miembro honorífico de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias.

En medio de este sincero reconocimiento internacional, el día 14 de febrero de 1955, fecha en la que alcanzaba la condición de octogenario, asistió en Lambaréné a la inauguración de su pueblo para leprosos. Era su undécimo viaje al Continente Africano, al que, a pesar de su avanzada edad, aún habría de volver en varias ocasiones.

A finales de la década de los cincuenta, Albert Schweitzer aprovechó su prestigio internacional como figura galardonada con el Premio Nobel de la Paz para hacer continuos llamamientos en contra del empleo de la energía nuclear con fines bélicos. Sus proclamas sobre este aspecto quedaron recogidas en una de sus obras más célebres, titulada Paz o Guerra nuclear (1958).

Un año antes de la aparición de este libro había fallecido en Zúrich, a los setenta y nueve años de edad, Helene Breslau. Su esposo intentó recuperarse de tan trágica pérdida entregándose con renovados bríos a su labor médica y misionera en África, y simultaneando -como tenía por hábito desde su juventud- esta entrega con su infatigable dedicación a la labor intelectual. Así, continuó yendo y viniendo entre África y Europa durante muchos años más, en una lúcida y vigorosa ancianidad que asombraba tanto a sus estrechos colaboradores como a quienes le conocían por vez primera, ya octogenario. Antes de realizar su decimocuarto -y, a la postre, último- viaje a Lambaréné, aún tuvo tiempo de pronunciar nuevas conferencias en Holanda, Dinamarca, Suiza, Bélgica, Francia, Alemania y otros lugares de Europa.

Pletórico de ilusión y lucidez, Albert Schweitzer llegó a cumplir los noventa años de edad en esa tierra africana a la que tanto amaba; pero, unos meses después, sintió de forma repentina que la vida se le escapaba, se diría que por mero agotamiento, y falleció en Lambaréné el día 4 de septiembre de 1965. Sus restos mortales recibieron sepultura en el cementerio local, junto al lugar donde reposaba su esposa.

Obra y pensamiento

Schweitzer dejó impresa una densa y copiosa producción ensayística y filosófica en la que, al margen de los títulos ya mencionados en parágrafos anteriores, sobresalen otras obras como Entre las aguas y la selva virgen (1920), Cultura y ética (1923), Mi vida y mi pensamiento (1931), La cosmovisión del pensamiento indio (1934). En líneas generales, su obra filosófica -en su mayor parte centrada en la ética y la espiritualidad religiosa- resume su deseo de que el Cristianismo y el pensamiento occidental se hermanen nuevamente -como a lo largo de siglos pasados- para fomentar el desarrollo de una vida espiritual plagada de ricos matices humanitarios; una riqueza espiritual en la que el hombre contemporáneo puede hallar los recursos necesarios para superar el escepticismo y la ausencia de valores morales (que, en opinión de Schweitzer, constituyen dos de las grandes lacras de la vida moderna).

Propone, entonces, como vía para alcanzar esta vida espiritual, propiciar el florecimiento de una especie de "pensamiento elemental" que, básicamente, atiende a los problemas fundamentales del ser humano: la relación del hombre con el universo, el significado de la vida y la naturaleza del bien. Y concluye afirmando que, por encima de cualquier otro saber o intuición, cobra supremacía la experiencia de la vida, por lo que el hombre debe definirse -y aceptarse a sí mismo- como una vida que desea vivir, situada en medio de una vida que también anhela seguir conservando esa experiencia de vida. A esta actitud filosófica basada en la búsqueda y consecución de dicha experiencia primordial corresponde, lógicamente, una ética también primordial, cuyos fines pueden ser enunciados con tanta simpleza como rotundidad: el bien consiste en mantener, promover y llevar hasta su más alto grado el valor de la vida; el mal, en cambio, en destruir la vida, dañarla o impedirla.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.