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ReligiónHistoriaBiografía

Santos Atahualpa, Juan (ca. 1712-ca. 1752).

Juan Santos constituye todo un personaje enigmático de la historia amazónica peruana de la época colonial. Fue líder de un movimiento indígena, milenarista y mesiánico, que nunca fue derrotado.

En realidad se conoce muy poco de la vida de Juan Santos. La mayor parte de los testimonios proceden de las crónicas misioneras de los franciscanos, los más perjudicados por el levantamiento indígena. En ellas, Juan Santos aparece como un criminal, un personaje abominable y hasta diabólico.

Según los escasos datos biográficos que se poseen, Juan Santos habría nacido en 1712 en el Cuzco o Cajamarca, ciudades serranas (de esto no hay total certeza). Huyó a la selva central del Perú debido a un presunto asesinato cometido contra un padre jesuita. Se desconocen totalmente las razones de este hecho que recién apareció tres años después del estallido de la rebelión. Algunos dudan de la veracidad de estas informaciones, mucho mas cuando las fuentes jesuitas no lo mencionan.

Su discurso marcadamente religioso, así como su facilidad con las lenguas —español, quechua, latín y otros dialectos—, hace pensar que se trataría de una persona con una elevada cultura. Si a esto se une su presunta relación y preferencia por los jesuitas, es muy probable que haya sido un indio noble, y como tal haya tenido acceso a un tipo de educación especial en el Colegio de San Francisco Borja del Cuzco, donde aprendió además nociones de contabilidad, humanidades, etc. Esta cercanía con los padres jesuitas le permitió, inclusive, viajar a Europa y conocer el norte del África y Angola, de lo cual se vanagloriaba.

Fue por mayo del año 1742, momento en el que la estación de lluvias estaba terminando y los pajonales enseñaban su verdor mas intenso, cuando este hombre serrano de unos treinta años, de pelo corto y vistiendo una túnica de colores (cushma), llegó al río Shimaqui en el Gran Pajonal y empezó a dirigir sus acciones contra la misión franciscana de Quisopango, en el corazón de la selva central peruana. Así empezaba la rebelión.

La selva central peruana, epicentro del movimiento, era una región de frontera. Allí se encontraban sistemas económicos y culturales diferentes, con haciendas azucareras y de otro tipo, chacras, aserraderos y parcelas sembradas de cocales. Además, era un espacio propicio para albergar a desarraigados y fugitivos de distinto origen étnico. Este no fue sólo un movimiento de nativos, sino que se sumaron luego habitantes de la sierra y de la zona fronteriza de la ceja de selva (piedemonte), la mayor parte de ellos escapados de otros lugares.

Esta zona estaba habitada, principalmente, por población indígena, mayormente de lengua arahuaca y de costumbres diferentes a los indios de la sierra. Algunos de ellos ya vivían en pueblos misioneros organizados por los frailes franciscanos. No obstante, ésta no era la situación de la mayoría de los indios, quienes vivían dispersos en los bosques y las riberas y obtenían su alimento de la caza, recolección y pesca o practicando una agricultura itinerante. Se calcula que, en el momento del estallido de la rebelión, los franciscanos tenían bajo su control treinta y dos pueblos de misiones con un promedio de trescientos habitantes cada uno, distribuidos en las intendencias de Tarma y Jauja. Todo hacía una población aproximada de nueve mil personas.

Las causas de la rebelión son complejas. Intervienen no sólo motivos políticos y económicos, sino también factores de índole religiosa y cultural. Además, no era la primera vez que los indios selváticos, denominados de forma despectiva "chunchos" o "salvajes", se rebelaban. Su espíritu indómito y su relación especial con la naturaleza les hacía percibir la vida sedentaria como penosa e insoportable porque les coartaba su libertad. Antes de Juan Santos se habían rebelado los indios amuesha y ashaninkas en alianza con los Piros en 1724 y 1737.

Otro factor que hay que considerar fueron los trabajos excesivos encargados a los indios ashaninka (campas) y amuesha, consistentes en la apertura de caminos, puentes y tambos (almacenes).

El régimen misionero mismo tuvo un fuerte impacto sobre los indios. En esa época, evangelizar implicaba reducir a los indios en pueblos, sedentarizarlos, lo cual era expresado por los misioneros en términos de sacarlos de su estado de salvajismo y "civilizarlos", es decir, que aprendieran a vivir en centros urbanos. Un costo no previsto de la sedentarización fue el incremento notable de enfermedades y epidemias en estos pueblos misioneros, que hicieron que en muchas ocasiones algunos indios asociaran la misión con la muerte. Algunos misioneros llegaron a precisar un promedio de 1.250 muertos por año para el periodo de 1730 a 1742, lo cual resulta bastante exagerado.

El estallido del movimiento de Juan Santos Atahualpa no se produjo de improviso; hay quienes sugieren que el rebelde preparó con antelación su movimiento intentando atraer a los indios de la sierra emplazados entre Cuzco y Cajamarca. Sin embargo, esto no dio los resultados esperados. La poca acogida o el excesivo control de las autoridades coloniales desde la sierra y la capital peruana evitaron que se produjera una respuesta de mayor envergadura. Esto hizo que Santos centrara su atención en otra población: los indios de la selva central.

La base de su apoyo fue un conjunto multiétnico, aunque tuvo una preferencia por los indios amuesha debido a que su panteón religioso se parecía mas al incaico, y era cercano al discurso religioso de Juan. El rebelde decide instalarse entre los nativos conversos y los neófitos, mas no entre indios que no hubieran tenido contacto alguno con los misioneros. Esto seguramente le facilitaría la difusión de su discurso religioso.

En su movimiento hay un rechazo claro a lo español y a otros grupos raciales como los negros. Su rechazo a los negros se explicaría por las funciones que desempeñaban en la selva como acompañantes de los misioneros y soldados, además de que en las misiones eran los únicos portadores de armas de fuego. Este rechazo se expresaría a través de la metáfora de los tres reinos: el de España, el de Angola y el de Juan Santos, que implicaba el retorno de los españoles a Europa y el de los negros al África. En América sólo quedarían los indios y quizá los misioneros jesuitas.

El carácter de su movimiento parece haber sido bastante pacifista. En todo momento, Santos se muestra conciliador y abierto al diálogo; en mas de una ocasión recibe a los misioneros franciscanos y a una comitiva jesuita. No tiene la intención de asustar a los españoles con acciones sangrientas y no era seguramente el miedo lo que lo detenía, ni tampoco la imposibilidad de llevarlas a cabo. Hubo dos momentos importantes en la rebelión: el primero comprende los primeros diez años —de 1742 a 1752—, dominados por las acciones bélicas; luego sobreviene un periodo caracterizado por la retirada de los indios rebeldes desde el pueblo serrano de Andamarca en 1752, que no termina en una fecha exacta, aunque algunos consideran que se prolongó hasta el último tercio del siglo XVIII y que coincide con el retorno paulatino de los franciscanos a la zona.

Su ideología estuvo conformada por una combinación de elementos cristianos, andinos incaicos y de carácter utópico, en tanto que propugnaba el retorno a una época pasada e idealizada, con un carácter restaurador. En la persona de su líder se combinaban los roles del Mesías bíblico (salvador); la visión del Apocalipsis (final de los tiempos) y la influencia indígena a través de los pachacuti (cataclismos).

Santos es tajante al afirmar que no venía a predicar cosas nuevas sino lo que ya predicaban los misioneros. Juan Santos fue un gran predicador; todos los días leía la doctrina cristiana, rezaba en latín y pretendía instalar la ley de Cristo a su manera.

Entre los años 1743 a 1744 se hizo llamar como los tres Reyes Magos. Le pedía a sus seguidores que no lo trataran de Señor, porque ese termino sólo le correspondía a Dios, y en vez de eso les pedía que lo saludaran con un "¡Ave María!" y sólo dos veces al día.

Hacia 1747 reitera que ha sido enviado por Cristo a petición de la Virgen María para coronarse rey y restaurar la ley divina. En este momento critica a la Iglesia, puesto que consideraba que los sacramentos eran imperfectos, mas no la religión, y era su tarea reformarla. Se llegó a considerar a sí mismo como cabeza de su iglesia con potestad sobre sus jerarquías eclesiásticas. Hacia 1752 cambia su discurso y dice ser hijo de Dios y encarnar el Espíritu Santo. Se proclama Dios de América, y llega a afirmar que Cristo pecó; también niega a la Virgen María, señalando que ella estaba en España; blasfema contra San Pedro y los demás santos; critica a la Iglesia y se burla de los sacramentos, sobre todo del de la extremaunción, por considerarlo responsable de la muerte de los indígenas. Se hace llamar por los indios a través de la siguiente jaculatoria: "Apo Capac Huayna, Jesús Sacramentado".

Santos se presenta como Mesías, Salvador, portador de un mensaje de transformación, y predica una nueva era, la tercera, representada por la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo que dice ser. En este sentido, su movimiento tomaba elementos del joaquinismo medieval, herejía que tuvo mucho impacto entre los franciscanos.

En contraste, el estallido del movimiento tuvo un efecto devastador sobre las misiones, que se desintegraron, llevando a los franciscanos a ver en Juan Santos una figura malévola y hasta diabólica. Algunos franciscanos, influidos por el joaquinismo, asociaron la aparición de Santos con el Anticristo, el preludio del advenimiento del Espíritu Santo y del final de los tiempos.

Hay un hecho que llama la atención: el 28 de octubre de 1746, a las 10:30 de la mañana, se produjo un terremoto que devastó la capital y toda la costa peruana y se sintió en otras partes de los Andes. Testigos presenciales sostenían que en la capital peruana quedaron en pie sólo veinticinco casas, las paredes de las iglesias terminaron cuarteadas, una torre de la catedral cayó sobre la otra, y ambas sobre la bóveda. La tierra continuó temblando hasta el 29. Muchos debieron pernoctar a la intemperie. Algunos asociaron esto a un vaticinio del siglo anterior de Santa Rosa de Lima, en el cual la santa había predicho que Lima estaba condenada a desaparecer y que el imperio regresaría a sus legítimos dueños. Si a esto se suma que algunos franciscanos vincularon esta circunstancia a los poderes telúricos que predicaba Juan Santos y a una profecía de un fraile, José Vela, quien predijo que en el año 1742 "se levantaría en este Reyno un monstruo abominable que entraría lleno de soberbia, a coronarse Rey de todo este Reyno y Nuevo Mundo del Perú", se comprende la extensión del temor y el establecimiento de vinculaciones entre el rebelde y los ingleses, enemigos tradicionales de los españoles.

Una estrategia utilizada por Santos para atraerse a los indios selváticos fue controlar el Cerro de la Sal, lugar al cual acudían desde lugares remotos indios del llano amazónico para proveerse de este recurso indispensable no sólo para condimentar sus alimentos sino también para preservarlos. Esto lo comprendieron muy bien los misioneros franciscanos, quienes habían emplazado sus misiones cerca de yacimientos de sal.

Se trata sin duda de un movimiento que no se explicaría solamente por razones económicas, por lo que el discurso de Santos no tendría por qué hacer alusión estrictamente a estos problemas. Es curiosa la forma como se plasma la imagen de Juan Santos en el imaginario indígena selvático, donde, hasta el presente siglo, varios mitos manifestaban la esperanza del retorno del líder, quien no solamente no había sido derrotado sino que no había muerto. Dios mismo había mandado ángeles a recogerlo. El final de Juan Santos se pierde entre el mito y la leyenda.

Cabe, finalmente, volver a un problema inicial sobre el cual se ha insistido mucho. El movimiento nunca fue derrotado, ya que los españoles no pudieron capturar a Santos, decapitarlo y exhibir sus despojos. Sin embargo, vista la sublevación desde el punto de vista de su líder, no puede hablarse exactamente de un triunfo, ya que Lima no fue amenazada.

Bibliografía

  • Stefano Varese: La Sal de los Cerros, Lima, Retablo de Papel, 1968.

  • Alberto Flores Galindo: Buscando un Inca, Lima, Horizonte, 1988.

  • Alonso Zarzar, Apo Capac Huayna: Jesús Sacramentado, Lima, CAAAP, 1989.

Autor

  • Carlos Aburto