Salinas y Zenitagoya, Juan de (1755-1810).
Militar, prócer de la Independencia ecuatoriano, nacido en Sangolquí en 1755 y muerto en Quito el 2 de agosto de 1810. Consiguió el título de maestro en Filosofía en Quito y abandonó los estudios de Jurisprudencia para emplearse en 1777 como escolta del presidente de la Audiencia José Diguja. Destinado a formar parte de la comisión de Límites con el Brasil en 1778, trabajó en el Oriente hasta 1789, donde obtuvo el grado de capitán de Infantería. En 1801 mandaba la guarnición de Quito, compuesta por quiteños y panameños. Por su carácter digno y generoso se ganó la simpatía y aprecio de toda la tropa.
A partir de 1803, cuando la sociedad de Quito se dividió en los bandos realista (europeos) y criollos (patriotas), se adhirió a este último grupo. Tomó parte activa en la llamada Conjura Navideña, aquella que se fraguó el 25 de diciembre de 1808 en la hacienda del Marqués de Selva Alegre, en los Chillos, en la cual se acordó el establecimiento de una Junta Suprema de Gobierno en Quito. Al trascender la noticia de la intriga entre los españoles, varios de los participantes, entre ellos Salinas, fueron apresados y enjuiciados. Valiéndose de varias artimañas, los presos lograron quedar libres, sin mayores consecuencias. De nuevo tomó parte en las reuniones llevadas a cabo en agosto de 1809 en las casas de Francisco de Ascázubi y de Manuela Cañizares, las cuales prepararon el golpe del 10 de ese mes, en el que quedó conformada la Junta Soberana de Gobierno, que se atribuía toda la autoridad, desconociendo por completo la del rey de España. Salinas fue designado Jefe de la Falange de Quito, después de haber sido ascendido al grado de coronel. Pero a los pocos meses fue proclamada la contrarrevolución y el Conde Ruiz de Castilla fue restituido en su cargo de Presidente de la Audiencia. Salinas tuvo que suscribir las capitulaciones de la Junta y entregó sus tropas sin oponer resistencia. Cuando llegaron los refuerzos militares de Lima a Quito, el Conde Ruiz de Castilla comenzó a tramar su venganza. Salinas se creía tan seguro que no hizo intento de huir, por lo cual fue apresado y conducido a prisión donde permaneció ocho meses en duras condiciones, sin que se le permitiera siquiera ver el sol ni recibir más visitas que la de su hija María Dolores, de catorce años. Su esposa y sus amigos hicieron varios intentos por liberarlo pero, descubierto el plan, también ella sufrió prisión domiciliaria.
Salinas murió en la cárcel, junto con otros treinta y un dirigentes patriotas, en la salvaje matanza del 2 de agosto de 1810. Su esposa, a la que se le incautaron todos sus bienes, murió poco después. Cuando triunfó definitivamente la revolución, el esposo de María Dolores, Dr. Joaquín Gutiérrez, logró del general Antonio José de Sucre que se les restituyera a las hijas de Salinas todo lo que se les había usurpado.