Russell, Sir Bertrand Arthur William (1872-1970)
Filósofo, matemático, sociólogo y escritor británico, nacido en Trelleck (Gales) el 18 de mayo de 1872 y fallecido en Penrhyndendraeth (Gales) el 2 de febrero de 1970. Poseedor de una vasta formación humanística que le convirtió en una de las mejores encarnaciones, en pleno siglo XX, de la figura renacentista del artista e intelectual polifacético, desplegó una intensa actividad de estudio, creación y reflexión que le llevó a brillar primero como filósofo (especializado en la investigación de la lógica matemática), más tarde como político y sociólogo y, al final de su longeva existencia, también como literato.
En 1950 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, "en reconocimiento -según la Academia Sueca- de su variada y significativa producción literaria, en la que defiende los ideales de la humanidad y la libertad de pensamiento". En la actualidad, está considerado como la figura cimera del pensamiento filosófico inglés del siglo XX, tanto por sus aportaciones al campo de la lógica y las matemáticas como por sus polémicas y decididas intervenciones en los principales conflictos políticos y sociales del mundo occidental.
Vida
Nacido en el seno de una familia aristocrática perteneciente a la más pura tradición del ala liberal (whig) del espectro político británico, heredó del pensamiento y la ideología de sus mayores un talante rebelde que, ya desde su temprana juventud, habría de impulsarle a cuestionarse los prejuicios sociales y políticos, las convicciones morales y, en general, cualquier clase de idea imperante dentro del orden establecido. Este carácter inquieto y opuesto al pensamiento y las formas políticas más reaccionarias no era sino la continuidad de una larga tradición familiar que había empezado a manifestarse entre sus antepasados del siglo XVI, quienes se significaron de forma muy especial en la lucha contra la corona inglesa para alcanzar las libertades constitucionales.
Dentro de esta prolongada estela liberal que protagonizaron los mayores de Bertrand Russell, destaca la figura de su progenitor, un discípulo directo y amigo íntimo del filósofo y economista John Stuart Mill, que desempeñó un destacado papel en la política activa de su tiempo (llegó a ocupar un escaño como miembro del Parlamento británico) hasta que su defensa activa y prematura del Birth Control ("control de natalidad") le ocasionó un grave descalabro electoral en 1886. Por aquel entonces, este político adelantado a su época no se ocupaba ya directamente de la crianza y educación de su hijo Bertrand, ya que, desde que muriera su esposa en 1876, el pequeño residía en casa de su abuela paterna.
En efecto, huérfano de madre a los cuatro años de edad, Bertrand Russell se educó al lado de una culta y severa escocesa presbiteriana que, entre otras acciones que hablan elocuentemente acerca de su firmeza de carácter, defendió con ahínco al pueblo irlandés y manifestó su desaprobación de las feroces prácticas imperialistas llevadas a cabo por el gobierno británico en África. En este ambiente aristocrático de tradición contestataria y orgullo inconformista, el joven Bertrand Russell creció en solitario aunque nunca abandonado por sus abuelos, quienes cuidaron muy especialmente su formación académica. Así las cosas, rodeado de preceptores particulares que, procedentes de varios países de Europa, le ayudaron a dominar a la perfección las lenguas francesa y alemana (en las que el joven Bertrand se expresaba con frecuencia y fluidez durante esta etapa de su educación), tuvo acceso también a la amplia biblioteca de su abuelo paterno, lord John Russell, otro ilustre antecedente familiar dentro del campo de la política (había llegado a ocupar una cartera ministerial en uno de los gobiernos de la época victoriana).
Movido, pues, por una viva curiosidad intelectual que ya comenzaba a ser autodidáctica, Bertrand Russell espigó por su cuenta los numerosos libros de su abuelo y desarrolló, a través de su lectura y consulta, un precoz interés por todas las disciplinas del saber humano, con especial atención al estudio de la historia y, cuando sólo tenía once años de edad, por la geometría euclidiana. El descubrimiento de esta última materia le llevó a compaginar desde entonces su vivo interés humanístico con su no menos despierta curiosidad científica, aunque en plena juventud, cuando le llegó el momento de decidir su ingreso en un colegio universitario, se inclinó por los estudios matemáticos.
Contaba, a la sazón, dieciocho años de edad cuando formalizó su matrícula en el célebre Trinity College de la Universidad de Cambridge, por aquel tiempo mucho más avanzada que su rival de Oxford en la enseñanza de materias científicas y disciplinas filosóficas, disciplinas que, al término de sus estudios, comenzó a impartir también en dicha institución superior el propio Russell, ya en calidad de fellow ("profesor residente"). Pero, alentado entonces por la tradición política de su familia, pronto abandonó esta dedicación a la docencia para iniciarse en la vida pública del Reino Unido, al que comenzó a servir como agregado honorario en la embajada británica en París.
Su paso por la carrera diplomática fue muy breve, pues poco tiempo después ya estaba de nuevo en su país natal, donde contrajo nupcias con Alis Pearsall Smith. Todavía inserto en un fecundo proceso de formación que el propio Russell consideraba abierto a pesar de haber obtenido ya una primera titulación como licenciado en Filosofía, el joven humanista se instaló durante una breve temporada en Berlín, en donde se enfrascó en el estudio de la política y la sociedad alemanas y, muy especialmente, de la ideología socialdemócrata, a la que convirtió en el objeto de su primer libro de investigación, publicado en 1897. Concluida esta fase de su educación, regresó otra vez a Inglaterra y se afincó en Sussex, donde reprimió cualquier tentación de dedicarse a la política para consagrarse de lleno al estudio y la investigación de las ciencias matemáticas y su relación con los sistemas filosóficos.
Así las cosas, ahondó en el conocimiento de los grandes pensadores que constituirían el fundamento de su propia reflexión filosófica posterior, como los filósofos alemanes Immanuel Kant y Georg Wilhelm Friedrich Hegel, y su compatriota Francis Herbert Bradley. Pero el paso más decisivo en la forja de su propio sistema tuvo lugar en 1900 en París, donde, en el transcurso de un Congreso Internacional de Filosofía, conoció personalmente al matemático italiano Giuseppe Peano, a la sazón considerado el mayor especialista en lógica simbólica, por la difusión de sus brillantes axiomas sobre el concepto lógico de los números naturales. El deslumbramiento que experimentó Russell ante las propuestas del pensador italiano le impulsó definitivamente hacia el estudio de la lógica simbólica, a la que de inmediato reputó como el mejor instrumento de análisis a la hora de implantar la precisión matemática en los caóticos dominios del lenguaje filosófico.
Fruto de esta admiración por los postulados matemáticos de Peano y de su subsiguiente consagración al estudio de la lógica fue, en 1903, la publicación de la obra que habría de difundir su nombre por todos los foros intelectuales del planeta: Principles of Mathematics (Principios de matemáticas). En esta primera entrega de su fecunda aportación a la filosofía desde los ámbitos de la lógica y las matemáticas, Bertrand Russell dejó impresa una brillante exposición y su pertinente discusión de los fundamentos de la lógica, que, en su opinión, sólo pueden ser desligados de los fundamentos de las matemáticas de forma artificial, ya que por su naturaleza están ambos íntimamente ligados. Estas investigaciones realizadas en el campo de las matemáticas y basadas en los trabajos anteriores de Giuseppe Peano sobre los fundamentos de la matemática y la lógica formal le permitieron, finalmente, construir su lógica simbólica, expuesta en la doctrina bautizada a partir de entonces como logicismo.
Consagrado, a raíz de la publicación de esta obra, como una autoridad mundial en la materia, Russell comenzó entonces a colaborar con otro destacado pensador británico, el filósofo y matemático Alfred North Whitehead, con quien, tras largas sesiones de estudio, dio a la imprenta entre 1910 y 1913 su celebérrima obra Principia Mathematica (Los principios de las Matemáticas). En esta obra de repercusión universal en todos los foros científicos y filosóficos de la época, ambos pensadores proponían la utilización de la notación simbólica de las matemáticas, además de estudiar la lógica de las funciones, el cálculo proposicional, y las teorías de la definición y de la deducción (véase Teoría de las descripciones). Una de las mayores aportaciones de este trabajo en común entre Russell y Whitehead es el desarrollo de la doctrina de ambos denominada "atomismo lógico", según la cual la función de la filosofía consiste en el análisis del conocimiento en sus elementos básicos. La aplicación de esta doctrina en la vida cotidiana dio lugar al desembarco de Russell en el agitado puerto de la política y de la moral, donde pronto tomó partido por los problemas que afectaban entonces a los seres humanos y afrontó un firme compromiso que le llevó a militar de forma activa en el liberalismo político.
Entretanto, Bertrand Russell había vuelto, en el plano profesional, al ejercicio de la docencia, para impartir clases en calidad de lector en la Universidad de Cambridge. Contratado en 1910, fue expulsado de dicha institución universitaria seis años después, cuando, en plena Guerra Mundial, su preocupación por los conflictos humanos le impulsó a significarse como uno de los principales líderes en el movimiento pacifista que se oponía al reclutamiento obligatorio de soldados en su país. Dos años después, estas mismas ideas le acarrearon un proceso judicial que dio con sus huesos en la cárcel durante seis meses. Conviene anotar, empero, que desde su condición de liberal comprometido con las causas progresistas de su tiempo, Bertrand Russell pronto acusó el impacto de la Revolución Rusa y denunció sin prejuicios los excesos de las autoridades bolcheviques.
Sin embargo, el ejercicio de sus derechos ciudadanos y la exhibición de ese inconformismo político que venía caracterizando durante varios siglos a los miembros más destacados de su familia no le impidieron ahondar, simultáneamente, en sus particulares ideas filosóficas. En el espacio de tiempo que tardó en aparecer la monumental recopilación de los Principia Mathematica que había sistematizado en colaboración con el citado Whitehead, Bertrand Russell publicó numerosos artículos y ensayos menores en diferentes publicaciones científicas y culturales, y en 1912 dio a la imprenta una obra original titulada The Problems of Philosophy (Los problemas de la Filosofía). A partir de entonces, vivió inmerso en un fecundo proceso creativo que, desde finales de la década de los años veinte hasta 1927, le permitió dar a la imprenta algunos títulos tan relevantes en el conjunto de su legado político, religioso, sociológico y filosófico como Socialism, anarchism and sindicalism (Socialismo, anarquismo y sindicalismo, 1918), The prospects of industrial civilization (Perspectivas de la civilización industrial, 1923), What I believe (En qué creo, 1925) y Why I am not a christian (Por qué no soy cristiano, 1927). En todos estos títulos, Bertrand Russell hizo gala de un lúcido y ameno estilo literario que, desde su gusto por la fina ironía y su rigurosa pretensión de claridad y transparencia, se ponía siempre al servicio de sus ideas progresistas para defender -en ocasiones, desde posturas abiertamente polémicas- el derecho del individuo a la conquista de la libertad (y, en particular, el derecho del intelectual a ejercer libremente sus facultades de investigación).
En 1927, desde la nueva orientación pedagógica que había tomado por aquel entonces su polifacético humanismo, fundó, en compañía de su segunda esposa, Dora Winifred Black, un centro de enseñanza que, bajo la denominación de "escuela libre", pretendía poner en práctica algunos de los métodos educativos más novedosos y revolucionarios del momento, entre los que se incluía la supresión tajante de los castigos físicos, la libertad para que los alumnos de ambos sexos pudiesen compartir las mismas piscinas, la invitación a los educandos para que frecuentasen libremente todo tipo de lecturas y, en fin, otras medidas que en la actualidad carecen aparentemente de importancia, pero que en aquella época suponían un gran hándicap para el libre desarrollo mental y espiritual del educando en las instituciones de enseñanza británicas (por ejemplo, en la escuela de Russell y Dora no tenía vigencia la ridícula disposición que obligaba a los alumnos de otros colegios a practicar los deportes británicos tradicionales).
El éxito de este ambicioso proyecto pedagógico estaba ligado a la marcha del segundo matrimonio del filósofo, por lo que la escuela no dio mucho más de sí cuando Bertrand y Dora se divorciaron. La tercera esposa del humanista de Trelleck, Patricia Ellen Spencer, se convirtió en uno de sus mejores colaboradores en el desarrollo de las matemáticas como instrumento adecuado -sino el más propicio- para el conocimiento de todos los ámbitos de la realidad, lo que permitió a Russell establecer definitivamente un método de trabajo que otorgaba un valor preferente (y, en muchas ocasiones, único) a los procedimientos empírico-científicos. Por aquel entonces, el pensador británico estimaba que una de las primordiales misiones del filósofo consistía en extremar su mirada crítica sobre la ciencia y, simultáneamente, contribuir a esclarecer los conceptos científicos, para acabar así con ese lenguaje oscuro y enrevesado que, lastrado por los vicios de la retórica acumulados durante siglos de tradición cultural, entorpecía tanto al progreso de la ciencia como al propio fluir del pensamiento filosófico.
A comienzos de los años treinta dio a la imprenta un nuevo ensayo de gran hondura filosófica, titulado The conquest of hapiness (La conquista de la felicidad, 1930), y, un año después, la suma de todos sus trabajos publicados dio lugar a un amplio reconocimiento intelectual en todas las esferas culturales y políticas del Reino Unido, que culminó en su nombramiento como lord por parte de la Corona. Por aquellos años, siguió escribiendo y publicando algunas obras en las que abordaba temas de interés general desde la perspectiva de su honda reflexión filosófica, como el volumen titulado Elogio de la ociosidad (In praise of idlness, 1935). Tras realizar varios viajes de conocimiento por el Este de Europa y Asia (Rusia y China), vivió en período de entreguerras seriamente preocupado por el auge de la amenaza nazi, a la que, desde su pacifismo militante y su protagonismo en la política y el pensamiento europeos del momento, denunció en numerosas ocasiones con la esperanza de que fuera conjugada.
El estallido de la II Guerra Mundial le forzó a abandonar de nuevo las islas británicas para instalarse en Estados Unidos, donde, ya a punto de cumplir los setenta años de edad, volvió a ejercer la enseñanza, ahora desde una cátedra de Filosofía que ocupó en el City College de Nueva York. Posteriormente, siguió impartiendo clases en Pensilvania hasta que de nuevo sus ideas inconformistas le obligaron a renunciar a sus cargos docentes, por lo que se concentró en la escritura para dar a la imprenta una obra divulgativa de alcance universal, su famosa Historia de la filosofía occidental (1945). Volvió, empero, a ser requerido para dar lecciones en Norteamérica, esta vez en la Universidad de Columbia en 1950, año en el que el conjunto de su producción impresa fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
La recepción del mayor reconocimiento de la cultura occidental cuando sólo le faltaban dos años para alcanzar los ochenta insufló a Bertrand Russell un segundo aliento juvenil que dio lugar a numerosos cambios en su labor intelectual (como, por ejemplo, el consagrarse ahora a la creación literaria) y en su propia peripecia personal (se casó, ya octogenario, con la que fue su cuarta esposa, Edith Finch), aunque no por ello perdió un ápice de vigor en la defensa de los principios que había mantenido siempre, desde su firme inconformismo, contra los abusos del poder y la moral vigentes. Cierto era que, una vez realizado el magno esfuerzo intelectual de codificar la lógica bivalente y los fundamentos básicos de la matemática, había abandonado consciente y voluntariamente dicho campo de trabajo para centrarse en sus reflexiones políticas, sociológicas, religiosas y filosóficas, con la tranquilidad de haber dejado en las manos de sus mejores discípulos (como el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein) el desarrollo de la teoría logicista; pero no lo era menos que, a partir de los años veinte, había desplegado una brillante y fecunda labor artística e intelectual que, en los citados ámbitos del saber y la realidad contemporánea, le había convertido en uno de los principales adalides de la libertad y de la lucha contra toda suerte de totalitarismos.
Casado, pues, con la susodicha Edith Finch, imprimió de forma consciente y programada un nuevo rumbo a sus trabajos intelectuales para adentrarse con pulso firme y elegante en el complejo género de la novela. Tan seguro estaba de la novedosa orientación que él mismo daba a su obra, que en declaraciones a los medios de comunicación se expresaba con palabras tan lúcidas como éstas: "He consagrado los ochenta primeros años de mi vida a la filosofía, me propongo ahora dedicar los ochenta siguientes a otro género distinto de ficción. He encontrado en la filosofía toda la satisfacción que uno podría esperar razonablemente". Fueron las suyas unas narraciones que combinaban a la perfección algunos elementos fantásticos con los ingredientes característicos de la intriga policíaca; pero, a pesar de su indiscutible calidad literaria, ninguna de estas novelas alcanzó la grandeza, hermosura y agudeza que, años después, dejó plasmadas en su celebérrima Autobiography (Autobiografía, 1968), un bellísimo ejercicio de agudeza en el análisis del ser humano y de sus relaciones con el mundo que le rodea, concebido desde el candor y la sinceridad de un talante inconformista y luchador, y realizado con una elegancia y sobriedad estilística que facilitan su comprensión a cualquier género de lectores.
Porque, dentro de este impetuoso "rejuvenecimiento" que experimentó el Bertrand Russell octogenario, siguió manteniendo una importancia fundamental en todas sus preocupaciones intelectuales la defensa de las causas progresistas. Una vez conjurada la amenaza nazi, durante las décadas de los años cincuenta y sesenta el pensador de Trelleck se convirtió en una de las figuras más destacadas del panorama mundial en el movimiento antinuclear, y abanderó las grandes acciones organizadas contra este nuevo peligro en la comunidad científica e intelectual internacional. En 1953 lanzó un nuevo libro, titulado What is democracy (Qué es democracia), y un año después realizó esfuerzos supremos para reunir a los principales científicos del mundo en una manifestación de denuncia contra el uso del armamento atómico y, aunque no logró un éxito completo, quedó desde entonces a la cabeza de la vertiente intelectual del pacifismo mundial, ya que desde su postura contraria a la guerra nuclear evolucionó hacia un rechazo general de cualquier clase de armamento.
Presente, así, a pesar de su avanzada edad (y gracias, en parte, a su proverbial salud de hierro), en todos los foros, congresos, reuniones, manifestaciones y, en general, cualquier clase de acto en defensa de la paz mundial, en 1963 su nombre volvió a ocupar las primeras planas de toda la prensa internacional, a raíz de su denuncia de la aniquilación de un pueblo que estaban llevando a cabo en Vietnam los Estados Unidos de América. Al hilo de estas y otras actividades de idéntico tenor, Russell promovió y creó la denominada Fundación Atlántica para la Paz (una especie de versión a contrariis de la NATO), y en 1966 consiguió llevar a feliz término un viejo proyecto al que se habían opuesto muchas voces en todo el mundo: el establecimiento del denominado "Tribunal Russell", que, originado en un anterior "Tribunal Internacional para los crímenes de guerra cometidos contra el Vietnam" (cuya presidencia cedió al pensador francés Jean-Paul Sartre), aspiraba a convertirse en una institución judicial suprema que, por encima de fronteras e ideologías, tuviese atribuciones para juzgar estos delitos bélicos contra la humanidad. Fruto de esta dedicación fue un nuevo libro de Russell titulado War Crimes in Vietnam (1967).
Poco antes de morir, recluido en su residencia del País de Gales y cercano ya a los cien años de edad, volvió a mostrar su carácter lúcido e irónico al redactar su propia nota necrológica, en la que se enorgullecía de haber encarnado en el siglo XX "el carácter anacrónico que recordaba el de los aristócratas rebeldes de comienzos del XIX", lo que a su vez le llevaba a contemplarse a sí mismo como "el último superviviente de una época terminada". A pesar de su avanzada edad, estaba cargado de proyectos de trabajo cuando la muerte vino a llevárselo el día 2 de febrero de 1970, poco después de que hubiera concluido su última y utópica propuesta, un plan idealista que estaba llamado a procurar la paz mundial. Desde la lúcida ingenuidad que había adoptado en sus últimos años, Russell proponía en esta especie de "testamento pacifista" la adopción de una serie de medidas imprescindibles para alcanzar su noble propósito, algunas de ellas tan difíciles de llevar a cabo como la creación de una organización internacional que ostentara el monopolio de la fuerza (y que, por ende, sería capaz de imponer y garantizar la paz); la compensación de las abismales diferencias que separan a las regiones más prósperas de las más desfavorecidas del planeta; la reducción de la tasa de natalidad en todos los lugares del mundo; y, por encima de todo, la protección y el desarrollo de las actividades intelectuales en todas las disciplinas del saber humano.
Pensamiento
Procedente de la tradición filosófica británica dominada por el pensamiento de Hegel, Bertrand Russell asimiló en principio esta formación básica de todos los pensadores de su lugar y época, para apartarse de ella radicalmente a partir de su conocimiento de las investigaciones matemáticas del ya citado Giuseppe Peano, y de otros filósofos y matemáticos como el alemán Friedrich Ludwig Gottlob Frege (1848-1925). Desde estos nuevos elementos integrados en su reflexión, Russell, con la inestimable colaboración de Whitehead, elaboró la primera síntesis coherente de la lógica formal, plasmada en sus famosos Principia Mathematica (1910-1913). A través de esta obra monumental, Bertrand Russell intentó una reducción de la matemática a la lógica, empezando por llevar a cabo una rigurosa sistematización de la lógica de proposiciones, de clases y de relaciones. Surgió, a partir de este trabajo inicial, el valor epistemológico más relevante en la producción filosófica de Russell, que quedó cifrado en su original y novedosa doctrina del atomismo lógico, una doctrina que, siquiera en esbozo, había quedado ya prefijada en la estructura lógica de los Principia Mathematica.
Fundamentales para la forja definitiva de esta doctrina fueron las conversaciones que Bertrand Russell mantuvo, en 1912, con su citado discípulo Ludwig Wittgenstein. Quedó, así, configurada su propuesta definitiva de atomismo lógico como una reducción del lenguaje lógico a una serie de elementos (o átomos) lógicamente irreductibles, a partir de los cuales es posible elaborar un lenguaje lógico de proposiciones atómicas que se bastan por sí mismas para expresar todas las posibilidades de la experiencia. No obstante, este interés por la experiencia llevará a Russell a mantener en todo momento el método inductivo como instrumento fundamental para explicar todo el proceso cognitivo; y así, en el particular sistema del pensador de Trelleck el conocimiento sólo puede elaborarse a partir de la información recibida a través de sensaciones y percepciones, íntimamente relacionadas con la estructura de la materia. Una vez dado este primer paso en la cadena del proceso cognitivo, es cuando interviene decisivamente la aplicación del atomismo lógico, ya que el ser humano busca expresar estos primeros datos procedentes de sensaciones y percepciones por medio de esas proposiciones lógicas verdaderas, fundadas a posteriori en la experiencia.
Rechaza, así, Russell la especulación pura, a pesar de haber alcanzado con sus Principia Mathematica y sus reflexiones logicistas una de las cimas más altas que jamás haya coronado el pensamiento humano. Sus aportaciones a la filosofía matemática (en una etapa en la que esta vertiente de la reflexión filosófica, hoy ampliamente superada, cobró su mayor apogeo) desempeñaron una función trascendental en la organización y el desarrollo de un progreso continuo en la filosofía científica.