Ruiz, Juan, Arcipreste de Hita (s. XIV).
Poeta español del que no poseemos apenas datos más que los que nos aporta su obra, en la que es difícil distinguir entre ficción y realidad; al menos, gracias a la labor de F. J. Hernández, hoy se conoce un documento en copia del siglo XV en el que, por vez primera, hay una mención a este personaje, aunque algunos estudiosos han mostrado dudas respecto de su autenticidad. Su nombre y su cargo del Arcipreste de Hita se citan en varios lugares del Libro de Buen Amor, extensa composición en verso narrativo (cuaderna vía) que sirve de hilván a numerosas composiciones líricas. Su tradición textual, aparte de un puñado de fragmentos, está representada por dos manuscritos, Gayoso (G) y Toledo (T), fechados en 1330, y otro más, Salamanca (S), de 1343.
Las diferencias textuales y de fecha entre aquellos dos y este códice han llevado a plantear, en el caso de algunas investigaciones (como las de Joan Corominas), la existencia de una doble redacción; sin embargo, la crítica más reciente y autorizada (tras los estudios ecdóticos de Giorgio Chiarini y, en fecha más reciente, de Alberto Blecua) apuesta de forma unánime por la redacción única. El debate erudito también ha atendido al propio título, que Menéndez Pidal fijó como Libro de Buen Amor por su materia y una referencia concreta en el interior de la obra; sin embargo, testimonios de época como uno del Marqués de Santillana inducen a pensar que el título verdadero fue el de Libro del Arcipreste de Hita.
El Libro es una autobiografía o, mejor dicho, una pseudoautobiografía erótica de un personaje cuyo nombre y profesión coinciden con los de un individuo de carne y hueso que vivió en la primera mitad del siglo XIV y hacia quien hoy se suele mirar en busca del autor. Varios han sido los personajes históricos que se han identificado con este Juan Ruiz: un maestro cantor de Las Huelgas, un clérigo de Valdevacas y un tal Juan Rodríguez de Cisneros al servicio del cardenal Gil de Albornoz; con todo, estas propuestas han sido prácticamente abandonadas en los últimos años. En cualquier caso, es muy problemática apelar al Libro como fuente de información sobre su autor por las razones indicadas, lo que impide cualquier seguridad; por ejemplo, parece muy dudoso que estuviese en la cárcel por orden del cardenal Gil de Albornoz, como parece haber deducido el copista salmantino Alfonso de Paradinas tras leer los versos introductorios y finales de la obra, donde el Arcipreste está haciendo referencia a una cárcel alegórica.
Éstos no son, en ningún caso, los únicos problemas que plantea esta obra, difícil como pocas, pues en ningún momento queda clara la voluntad del Arcipreste, que oscila en su enfoque de los problemas humanos con el paso de los versos. La ambigüedad y parodia son continuas en el Libro de Buen Amor, que ofrece una extraordinaria dificultad para apostar por una lectura en clave única: moral, jocosa o erótica; de hecho, el Libro, en el que hay un solo éxito rotundo en materia amorosa (fuera del caso ficticio de don Melón y de la historia peculiar con la monja doña Garoza), difícilmente puede ofrecerse a su público como un verdadero tratado teórico sobre el amor, esto es, como una ars amatoria. Por voluntad del Arcipreste, la obra está compuesta a modo de muestra variada de formas métricas, como un auténtico cancionero en el que la principal de las materias es de tipo amoroso, abordada de veras o en clave burlesca. El conjunto poético, en el que faltan no pocas piezas, cuenta con el apoyo narrativo de las estrofas de cuaderna vía.
Ese diseño justifica la inserción en el interior del Libro de materiales de diversa procedencia: poemas eróticos o burlescos en forma de zéjel se unen a otros de asunto religioso, cuentos de raigambre varia, composiciones de tipo goliardesco y hasta la parodia de una comedia elegíaca, el Pamphilus de amore, metamorfoseado ahora en el cuento de don Melón y doña Endrina. El experimento, aun cuando cuenta con precedentes claros en el conjunto de la literatura europea (por ello, no parece atinado dirigir la atención hacia otras tradiciones hispánicas, como la árabe o la hebrea), sorprende por su extraordinaria originalidad y calidad que alcanza en manos de Juan Ruiz.
La obra permaneció ignorada durante el Siglo de Oro hasta que en 1790 Tomás Antonio Sánchez la publicó íntegramente. Hoy en día, junto con El poema del mío Cid, el Romancero y La Celestina, se considera que El Libro de Buen Amor constituye uno de los pilares básicos de la literatura del período y que su lectura es obligada para entender la cultura medieval española en su plenitud. El lector cuenta hoy con magníficas ediciones de esta obra, como las de Jacques Josset, G. B. Gybbon-Monypenny, Alberto Blecua y otras tantas; además, hay buenas ediciones modernizadas, como la de Nicasio Salvador Miguel.
Juan Ruiz, Arcipestre de Hita: Libro de Buen Amor.
A. GÓMEZ MORENO
Enlaces de Internet.
http://www.esfera.com/arcipreste/portada.htm; Caminos del Arcipreste de Hita.