Rosa, João Guimarães (1908-1967).
Poeta, narrador, médico y diplomático brasileño, nacido en Cordisburgo (en el estado oriental de Minas Gerais) en 1908, y fallecido en Río de Janeiro en 1967. Humanista fecundo y polifacético, hábil en la conciliación de sus preocupaciones científicas, sus inquietudes literarias y sus servicios públicos prestados a su país natal, dejó un brillante legado impreso en el que sobresale, por su audacia experimental, la espléndida novela titulada Grande sertão: Veredas (1956), un deslumbrante ejercicio de creación lingüística e innovación genérica en el que la premeditada eliminación de fronteras entre los discursos lírico y narrativo da lugar a una armoniosa sinfonía léxica gobernada por los caprichos melódicos del lenguaje.
Vida y Obra
Nacido en el seno de una familia acomodada que debía su solvencia a la explotación agropecuaria, las primeras vivencias del niño João Guimarães Rosa -transcurridas en el sertón minero donde estaba emplazada su ciudad natal- le suministraron después abundante material literario para la elaboración de sus narraciones, casi todas ellas ambientadas en dicha región interior del Brasil. Sus grandes dotes intelectuales -que, entre otros muchos logros, habrían de permitirle, andando el tiempo, expresarse con plena fluidez en alemán y ruso- quedaron patentes desde su temprana infancia, en la que mostró una singular capacidad para el aprendizaje de todas las disciplinas del saber humano.
Al tiempo que desarrollaba su innata vocación literaria, emprendió sus estudios superiores de Medicina, que cursó con aprovechamiento en la universidad Belo Horizonte, donde en 1930 obtuvo la titulación necesaria para ejercer como facultativo. Por aquel entonces, João Guimarães Rosa se dio a conocer como escritor por medio de la publicación de algunos relatos que, aparecidos entre las páginas de la revista cultural O Cruzeiro (de Río de Janeiro), fueron distinguidos por la crítica especializada con varios galardones. Pero la atención debida a su trayectoria profesional, sumada a sus juveniles inquietudes revolucionarias, le llevaron a apartarse un tiempo de la creación literaria para ejercer como galeno en Itaguara (Minas Gerais) entre 1931 y 1932, con el heroico paréntesis de su intervención armada, en calidad de voluntario, en la Revolución de 1932. Y aunque durante este primer lustro de los años treinta no logró centrarse en el cultivo de la literatura, lo cierto es que sus intensas experiencias acumuladas en los terrenos de la medicina y la lucha armada dejaron marcadas, en su andadura vital, unas huellas indelebles que pronto habrían de reaparecer en su obra literaria (el propio João Guimarães Rosa puso de relieve, en una conversación sostenida con el crítico alemán Günter Lorenz, la importancia de tres ingredientes fundamentales en sus textos, todos ellos procedentes de las vivencias experimentadas durante estos años: "Como médico conocí el valor místico del sufrimiento; como rebelde, el valor de la conciencia; como soldado, el valor de la proximidad de la muerte").
Un brusco viraje en el rumbo de su trayectoria profesional vino a brindarle, a partir de 1934, la posibilidad de dedicar más tiempo y atención a la creación literaria. En efecto, en dicho año João Guimarães Rosa fue admitido en el Instituto Itamaratí, donde inició una brillante carrera diplomática que habría de conducirle a diferentes lugares del planeta, en los que pudo completar su concepción del ser humano y de las diversas circunstancias en que se desarrolla su existencia. Sólo dos años después de haber comenzado a desempeñar estas funciones diplomáticas, el escritor de Minas Gerais reapareció de forma estelar en el universo cultural brasileño con el espléndido poemario Magma, obra que, a pesar de haber sido distinguida en el mismo año de su aparición con el prestigioso premio de poesía que otorga la Academia Brasileña de las Letras, nunca llegó a merecer los esfuerzos de su autor para que fuera llevada a la imprenta.
Tal vez este desinterés era debido al convencimiento del propio Guimarães Rosa en sus mayores posibilidades dentro del género narrativo, al que retornó, después de la experiencia inicial de sus premiados cuentos juveniles, en 1937, con la publicación de una recopilación de narraciones breves presentada bajo el título de Sagarana. Este magnífico volumen de relatos, que obtuvo el segundo premio en el certamen literario al que lo presentó su autor, no pasó por los tórculos hasta casi un decenio después (Río de Janeiro: Ed. Universal, 1946), circunstancia que de nuevo pone de manifiesto la falta de ambiciones mundanas de un escritor paciente y sosegado que se iba preparando, lenta pero concienzudamente, para la minuciosa labor de orfebrería lingüística que habría de dejar plasmada en una de las grandes narraciones de la literatura universal. Con todo, el valor de los cuentos recogidos en Sagarana resulta inapreciable a la hora de juzgar la evolución de toda su producción impresa posterior, ya que en el conjunto de estos relatos aparecen esbozados los principales núcleos formales y temáticos del resto de su obra: la recuperación y exaltación de las tradiciones autóctonas; la descripción precisa de unos patrones humanos específicos de su región natal (colonos, indios, bandidos, negros descendientes de esclavos, extranjeros ávidos de fortuna, etc.); y la utilización en todo momento de un rutilante lenguaje poético, que, plagado de resonancias esotéricas, conduce inexorablemente a los lectores a los nebulosos dominios de la fantasía irracional.
Mientras alcanzaba estas modestas satisfacciones dentro del ámbito de las Letras, João Guimarães Rosa seguía progresando en su incipiente carrera diplomática, que en 1938 le condujo hasta suelo alemán con el cargo de cónsul de Brasil en Hamburgo. El resultado de esta intensa actividad pública al servicio de sus compatriotas fue un nuevo paréntesis en la producción literaria del escritor de Cordisburgo, quien no volvió a aparecer en los anaqueles de las librerías hasta bien entrados los años cincuenta, cuando un sello editorial minoritario dio a la imprenta, en forma de volumen libresco, su excelente reportaje titulado Com o vaqueiro Mariano (Niterói [Río de Janeiro]: Ed. Hipocampo, 1952), que había visto la luz, cinco años antes, entre las páginas del rotativo Correo da Manhã.
Otras preocupaciones, en efecto, inquietaron al animoso cónsul brasileño durante la década de los cuarenta, en la que, desde sus dependencias de Hamburgo, prestó ayuda a numerosos judíos que se veían obligados a abandonar Alemania huyendo de la persecución nazi. Tanto llegó a significarse en contra de las actuaciones políticas y militares de Hitler, que, a pesar de su pasaporte diplomático, en 1942 fue detenido y encarcelado en compañía de otros artistas e intelectuales brasileños que a la sazón se hallaban en territorio alemán, circunstancia que, tras las gestiones pertinentes, obligó al gobierno de Brasil a buscar un nuevo destino para Guimarães Rosa en la capital colombiana.
Asentado, pues, en Bogotá, se enfrascó en la reescritura de los cuentos agrupados en la primera versión de Saganara, para dar a la imprenta la ya mencionada redacción definitiva de 1946, que le granjeó un nuevo galardón literario, otorgado esta vez por la Sociedad Felipe d'Oliveira. Sus servicios prestados al Ministerio de Asuntos Exteriores de Brasil le condujeron aquel mismo año hasta París, en donde quedó acreditado como representante de su país en la célebre Conferencia de Paz celebrada tras la Segunda Guerra Mundial. Alternando, con tanta discreción como eficacia, sus actividades literarias (de las que no volvió a dar noticia hasta 1956) con estas tareas diplomáticas, permaneció en la capital gala hasta 1951, en calidad de delegado del Brasil en la UNESCO; y, ya de nuevo en su país natal, concentró toda su capacidad creativa para dar a la imprenta, casi al mismo tiempo, sus dos obras maestras.
En efecto, a mediados de la década de los cincuenta Guimarães Rosa volvió a los titulares de la prensa cultural brasileña merced a la publicación de una serie de novelas cortas (o novelle) que, agrupadas en el volumen conjunto titulado Corpo de baile (Río de Janeiro: José Olympio, 1956), volvieron a sorprender gratamente a críticos y lectores, sin que esta nueva "revelación" de la calidad literaria de su prosa llegara a alcanzar las cotas de perfección logradas por el escritor de Cordisburgo con su siguiente -e inmediata- entrega narrativa, presentada bajo el título de Grande sertão: Veredas (Río de Janeiro: José Olympio, 1956). En apenas cuatro meses (el breve intervalo de tiempo transcurrido entre una y otra publicación), João Guimarães Rosa se había consagrado como una de las voces más descollantes -y de mayor proyección universal- de la literatura brasileña contemporánea. Por aquel entonces, los relatos de Sagarana andaban ya por su cuarta edición, y pronto habrían de ser leídos con avidez en Europa merced a su aparición, en 1961, en tierras portuguesas; los galardones y reconocimientos cosechados por Corpo de baile y Grande sertão: Veredas se sucedían sin solución de continuidad, así como los primeros estudios serios dedicados por la crítica especializada al conjunto o a una parte de su obra; sus celebradas novelle, a partir de la tercera edición, cobraron entidad suficiente como para ser publicadas en volúmenes exentos (Manuelzão e Miguilim [Río de Janeiro: José Olympio, 1964]; No Urubuquaquá, no Pinhém [Río de Janeiro: José Olympio, 1965]; y Noites do sertão [Río de Janeiro: José Olympio, 1956]), y fueron volcadas al francés para ser editadas por el prestigioso sello galo Seuil; y a todos estos éxitos y reconocimiento nacionales e internacionales vino a sumarse la publicación de una nueva entrega narrativa del autor de Minas Gerais, Primeiras estórias (Río de Janeiro: José Olympio, 1962), una bellísima colección de relatos que mereció, nuevamente, el beneplácito de su ya fiel legión de lectores.
En medio de este aluvión de honores y distinciones, en 1963 João Guimarães Rosa fue elegido miembro de la Academia Brasileña de Letras, institución en la que demoró su ingreso efectivo durante cuatro años, en el transcurso de los cuales pudo asistir al estreno de las primeras versiones cinematográficas de sus textos. Su prestigio se extendía ya por toda Hispanoamérica y buena parte de Europa, donde sus libros habían sido volcados al francés, al inglés, al italiano y al alemán (sólo en esta última lengua, Grande sertão: Veredas había sido objeto de tres reediciones consecutivas).
A pesar de este inusitado reconocimiento literario, el escritor de Cordisburgo no se alejó demasiado de sus antiguas labores de representación de su pueblo en territorios foráneos. Así, en 1967 acudió al I Congreso Latinoamericano de Escritores, celebrado en México, donde se acreditó como la figura más representativa de las Letras brasileñas contemporáneas y aceptó su nombramiento como Vicepresidente. De retorno al Brasil, dio a los tórculos la que habría de convertirse pronto en la última obra que viera publicada en vida. Se trata de Tutaméia (Río de Janeiro: José Olympio, 1967), otra brillante colección de cuentos que, frente a sus relatos anteriores, venían ahora caracterizados por su estudiada brevedad, en la que Guimarães Rosa supo condensar, como esfuerzo creativo postrero, una prosa plagada de sugerentes claves herméticas. Esta peculiaridad no fue mal recibida por los críticos y lectores que, aunque acostumbrados ya al estilo anterior del consagrado maestro, convirtieron pronto el volumen en uno de los libros más vendidos.
En la cumbre de su carrera literaria, cuando todos los factores anejos al fenómeno de la escritura parecían haberse conciliado en favor suyo (crítica positiva, éxito comercial, reconocimiento institucional, admiración de los colegas, proyección internacional, etc.), el escritor de Minas Gerais decidió, por fin, formalizar su ingreso en la Academia Brasileña de las Letras, en medio de una solemne ceremonia oficiada el 16 de noviembre de 1967. Pero apenas tuvo tiempo de gozar de su nueva condición de "inmortal", ya que un fulminante infarto de miocardio acabó con su vida al cabo de tres días, mientras se hallaba en residencia habitual, entregado a la redacción de nuevos escritos. Su ejemplar discurso de ingreso en la Academia Brasileña fue publicado, un año después de su muerte, entre las guardas del volumen titulado Em memória de João Guimarães Rosa (Río de Janeiro: José Olympio, 1968).
Póstumamente, vieron la luz dos nuevas colecciones de cuentos de João Guimarães Rosa, compuestas en su mayor parte por relatos inéditos y publicadas bajo los títulos de Estas estórias (Río de Janeiro: José Olympio, 1969) y Ave, palavra (Río de Janeiro: José Olympio, 1970). Además, en la década de los años setenta apareció impresa una parte del nutrido epistolario del escritor de Minas Gerais, recogida en dos volúmenes distintos, que revela aspectos muy interesantes del proceso de creación de algunas de sus obras: João Guimarães: correspondência com o tradutor italiano (São Paulo: Instituto Cultural Italo-Brasileiro, 1972) y Sagarana emotiva: cartas de João Guimarães Rosa a Paulo Dantas (São Paulo: Duas Cidades, 1975).
Incluido por los estudios críticos posteriores en la denominada "Generación de 1945" (también conocida, en el ámbito de las Letras brasileñas contemporáneas, como la "Tercera Generación" del vasto movimiento modernista que fructificó allí durante buena parte del siglo XX), João Guimarães Rosa representa, mejor que cualquier otro compañero de andadura generacional, esa preocupación esteticista y esa curiosidad formal (o centrada en la investigación lingüística) que, junto a la conciencia de los valores específicamente ficticios que han de acompañar a la escritura literaria, constituyen las más notables señas de identidad de dicho colectivo de autores. Hasta la aparición de los relatos de Sagarana, la narrativa brasileña de la década de los treinta se había centrado casi exclusivamente en la novela de protesta y denuncia social, con un marcado interés por la plasmación de acontecimientos sociales, políticos y económicos que, por su necesidad de expresarse con firmeza y rotundidad, iba en detrimento de la elaboración artística del lenguaje. Al advertir esta pobreza discursiva, el escritor de Minas Gerais se propuso renovar la lengua literaria portuguesa mediante una estudiada violación de las normas canónicas que regían todos los niveles del lenguaje, desde el más evidente plano léxico (con la recuperación del sentido primigenio que habían ido perdiendo, por desgaste, algunos términos tan específicos del vocabulario brasileño como, v. gr., sertón), hasta el más escondido estrato morfosintáctico (con el aprovechamiento de la amplia gama de posibilidades sintácticas que ofrece la lengua portuguesa, casi todas ellas olvidadas por unos modelos literarios anteriores que no se apartaban un ápice de los estereotipos más sencillos y elementales). Y, aunque en sus audaces innovaciones formales, Guimarães Rosa llegó incluso a infringir con frecuencia la preceptiva gramatical portuguesa (dotando, con ello, a todas sus páginas de una vigorosa frescura y originalidad), lo cierto es que, consciente de los límites de su osadía experimental, no cayó en la tentación de proponer un nuevo idioma literario; el suyo fue, más bien, un fecundo intento de exprimir al máximo las posibilidades de su lengua, explotando todos sus recursos (especialmente, los poéticos, tan olvidados por los prosaicos narradores anteriores) pero sin llegar a postular una ruptura radical con la forma habitual de expresarse de sus compatriotas (cabe subrayar, en este sentido, su convencimiento de que la lengua que utiliza el pueblo está directamente ligada a sus estructuras mentales; de ahí que, en su esfuerzo por abolir una concepción de mundo inmovilista y tradicional -y, en muchas ocasiones, abiertamente reaccionaria-, el escritor de Cordisburgo juzgase imprescindible empezar por la transformación de las fórmulas lingüísticas que las reproducen).
No obstante, el aliento innovador de João Guimarães Rosa no se detuvo en los aspectos relacionados con el lenguaje, sino que abarcó un proyecto mucho más ambicioso en el que cobraba un protagonismo destacado -junto a dichas inquietudes lingüísticas- la concepción tradicional de la novela y revisión urgente de todas las instancias narrativas. En efecto, su producción novelística superó el trasnochado interés por las vivencias realistas de unos personajes "de carne y hueso" para adentrarse en nuevos cauces genéricos que desembocaban directamente en la propuesta de la "antinovela"; o, dicho de otra forma, en una novedosa manera de relatar historias que, heredera de los postulados estéticos de la vanguardia poética y la reciente narrativa telúrica, eliminaba los hasta entonces bien perfilados límites que separaban la lírica de la épica para fundar un nuevo género de compleja definición, sustentado principalmente en la búsqueda de todas las posibilidades que ofrece la lengua literaria. Por este sendero de experimentación, en Grande sertão: Veredas Guimarães Rosa alcanza finalmente un nuevo estilo que, obsesionado por la musicalidad de la prosa, disloca la sintaxis, revitaliza numerosos recursos fónicos (como la aliteración y la onomatopeya), juega con todos los registros del lenguaje (desde el arcaico, pasando por el vulgar y el coloquial, hasta el culto), exprime hasta el agotamiento las figuras de pensamiento (con especial atención a la metáfora), persigue, en suma, una ambiciosa síntesis entre las creencias y expresiones tradicionales y las más innovadoras aportaciones del arte y el pensamiento de vanguardia. En este sentido, con Grande sertão: Veredas llevó a las Letras brasileñas del siglo XX a los dominios transitados, en otras literaturas universales, por el Flaubert de Bouvard et Pécuchet, el Joyce de Finnegan’s Wake o el FauIkner de The sound and the fury; pero, frente a lo que en estos autores y en sus obras recién citadas cabe tildar de empresas fracasadas, en el haber de Guimarães Rosa es necesario anotar un acierto inapelable, plasmado en su magistral resolución del problema fundamental abordado por todos ellos: el lenguaje como tema central de la obra, concebido, por encima de todo, como el único medio para armonizar la musicalidad del habla y los contenidos de las historias fabulosas que se narran.
En lengua castellana pueden leerse las siguientes obras de João Guimarães Rosa, publicadas por diferentes sellos editoriales españoles: Gran Sertón: Veredas (Barcelona; Seix Barral, 1967), traducida por Ángel Crespo; Manolón y Miguelín (Madrid: Alfaguara, 1981), traducida por Pilar Gómez Bedate; Noches del sertón (Barcelona: Seix Barral, 1982), traducida por Estela dos Santos; Primeras historias (Barcelona: Seix Barral, 1982), traducida por Virginia Fagnani Wey; y Urubuquaquá (Barcelona: Seix Barral, 1982), traducida por Estela dos Santos.
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J. R. Fernández de Cano.