A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
Ocio y entretenimientoBiografía

Romero López, Francisco, "Curro Romero" (1935-VVVV).

Matador de toros español, nacido en Camas (Sevilla) el 1 de diciembre de 1935. En el planeta de los toros es conocido por el sobrenombre de “Curro Romero”, aunque sus numerosos admiradores suelen ennoblecerlo con el gallardo título de “El Faraón de Camas”. Aupado a las cimas del Arte de Cúchares por una legión de fervorosos partidarios que le siguen por dondequiera que toree, en la temporada de 1998 -con más de sesenta años de edad y casi cuarenta de alternativa- sigue estando en activo, aclamado y respetado desde hace varios años como el decano de los toreros que ejercen en la actualidad.

Pocos fenómenos de devoción hacia un torero se han dado en la historia de la tauromaquia con el relieve y la difusión del que concurre en la figura de “Curro Romero”, sólo comparable, si acaso, a las pasiones que en sus respectivas épocas despertaron y mantuvieron el genial espada sevillano José Delgado Guerra (“Pepe-Hillo”) y el Gran Califa cordobés Rafael Molina Sánchez (“Lagartijo”).

En contra de lo que suele ser habitual en las biografías de otras grandes figuras del toreo, no fue Francisco Romero López un torero precoz. Vestido de luces, su primera comparecencia ante esos paisanos que luego habrían de idolatrarlo se hizo esperar hasta el 22 de agosto de 1954, cuando al novillero de Camas le faltaba poco tiempo para cumplir los diecinueve años de edad. Además, esta “puesta de largo” no mereció los honores otorgados a otros toreros que, durante su andadura novilleril, han suscitado mayores expectativas, ya que tuvo como escenario la pequeña plazuela de La Pañoleta, y no las arenas de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.

Medio mes más tarde (concretamente, el día 8 de septiembre de aquella campaña de 1954), Francisco Romero López hizo su debut en un festejo con picadores. Tal evento, verificado en el coso de la plaza de toros de Utrera (Sevilla), fue el preludio de una larga serie de novilladas picadas que habría de prolongarse hasta la temporada de 1959. Conforme a esta pausada progresión de su trayectoria novilleril -sosegada y premiosa hasta la exasperación, máxime cuando se confronta con la impaciencia juvenil y la consecuente precipitación que suelen regir los primeros pasos de tantos novilleros actuales-, la presentación de “Curro Romero” en la plaza Monumental de Las Ventas (Madrid) se demoró hasta el 18 de julio de 1958.

Si esta tardanza en su comparecencia ante la primera afición del mundo no suele ser, hogaño, demasiado frecuente (y menos cuando el retraso no viene forzado por ningún imperativo mayor, como el dictado por cornadas o lesiones graves), aún menos habitual resulta en estos tiempos que un toricantano se disponga a recibir la alternativa en la campaña en que va a cumplir los veinticuatro años. Pero el carácter tranquilo y reposado de Francisco Romero -que tal vez ya estaba anunciando la serena lentitud del vuelo de su capote en el trazado de la verónica- no le forzó a doctorarse hasta el 18 de marzo de 1959, fecha en la que hizo el paseíllo en la plaza de toros de Valencia apadrinado por el coletudo toledano Gregorio Lozano Sánchez (“Gregorio Sánchez”). En calidad de testigo, estuvo presente aquella tarde el matador ecijano Jaime Ostos Carmona, que contempló cómo “Curro Romero” se ganaba la borla de doctor en tauromaquia dando lidia y muerte a estoque a un toro perteneciente a la vacada del Conde de la Corte.

Tras esta alternativa fallera, se vistió de luces en la Feria de Abril de Sevilla, en la que cosechó un sonoro triunfo que le abonó el terreno para confirmar, en la madrileña Feria de San Isidro de aquel mismo año, su inclusión en el escalafón superior del toreo. Y así, el 19 de mayo de 1959 compareció de nuevo ante la sabia y rigurosa afición de la Villa y Corte, acompañado por dos paisanos tan principales en la historia del toreo como los hermanos Vázquez. Fue el mayor de ellos, José Luis Vázquez Garcés (“Pepe Luis Vázquez”), quien, en cumplimiento de las tradicionales obligaciones que su condición de padrino le imponía, le cedió los trastos con los que “Curro Romero” había de lidiar y estoquear al toro Lunito, que había pastado en la dehesa de doña Eusebia Galache de Cobaleda. Para dar fe de esta emotiva confirmación, Manuel Vázquez Garcés (“Manolo Vázquez”) hizo las veces de testigo, en un festejo que acabó siendo suspendido tras el arrastre del tercer toro, ya que la persistente lluvia impedía seguir toreando.

En la campaña de 1960, "Curro Romero" hizo veintitrés paseíllos, y treinta y uno en la temporada siguiente. En general, la media de sus actuaciones por año se mantendrá siempre en una cifra discreta -en ocasiones, francamente reducida-, ya que el maestro sevillano no es partidario de prodigarse en demasía; sin embargo, entre sus muchos méritos hay que subrayar el hecho cierto de que jamás ha rehuido el compromiso con las dos plazas más importantes del planeta de los toros, la de Madrid y la de Sevilla. Esto explica que, a pesar de sus acusados vaivenes y altibajos, "El Faraón de Camas" sea uno de los toreros que más veces ha salido a hombros por la Puerta Grande de la plaza Monumental de Las Ventas (coso que, en otras muchas ocasiones, ha abandonado bajo un infame "pedrisco" de almohadillas, o férreamente abrazado -y no con demasiado cariño- por las fuerzas de seguridad).

En efecto, el día 4 de julio de 1963, en la Corrida de la Prensa, alcanzó un sonoro triunfo en las arenas madrileñas, donde se le galardonó por votación popular con la Oreja de Oro, tras haber superado a tres espadas de tanta maestría como el venezolano César Antonio Girón Díaz ("César Girón"), su hermano Francisco Girón Díaz ("Curro Girón"), y el coletudo albaceteño Pedro Martínez González ("Pedrés). Aquella tarde, los cuatro diestros despacharon un encierro de don Alipio Pérez-Tabernero Sanchón. Tres años después, el 19 de mayo de 1966, la hispalense Puerta del Príncipe se abrió gozosa para dejar pasar a hombros al "Faraón de Camas", tras haber contemplado cómo salía airoso de la brava gesta de enfrentarse en solitario con seis toros. Sin embargo, el 25 de mayo de 1967 se negó a dar muerte a un morlaco de Cortijoliva que le habían echado al ruedo madrileño, alegando que el cornúpeta estaba placeado; tras escuchar los tres avisos de rigor, dejó que la res volviera por su propio pie a los corrales, lo que le llevó a pasar la noche detenido. Para sorpresa de una afición que, a partir de entonces, tendría que ir acostumbrándose a estos abruptos altibajos, al día siguiente "Curro Romero" volvió a torear en la Monumental de Las Ventas, donde destapó su celosamente administrado "tarro de las esencias" y apaciguó las iras de sus más violentos detractores.

En 1968 volvió a encerrarse en solitario ante sus paisanos, con el feliz de resultado de una nueva apertura de la Puerta del Príncipe, ya que cortó cuatro apéndices auriculares. Por aquel entonces, en Sevilla ya gozaba de una rendida admiración que le permitía cualquier suerte de exceso y le perdonaba no pocos defectos, al tiempo que exaltaba hasta el delirio sus cada vez más espaciados logros. En cambio, en Madrid, aunque siempre contó -y sigue contando- con un verdadera legión de fidelísimos partidarios, nunca ha hallado tanta benevolencia a la hora de hacerse perdonar las faenas en que se deja vencer por la desidia o la cobardía (que de todo ha dado muestras "El Faraón de Camas"). El día 26 de mayo de 1982 protagonizó otro ruidoso escándalo en el coso venteño, al negarse a ejecutar la suerte de varas con la pureza y rectitud que dispone el reglamento y exigen los aficionados cabales. Ante la insistencia del Presidente para que se picara al toro como es debido, "Curro Romero" ordenó a su varilarguero -Diego Mazo Rodríguez- que abandonase el redondel, con lo que maestro y subalterno fueron severamente sancionados.

A cambio, el 30 de abril de 1984 volvió a cortar dos orejas en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, y el 1 de junio de 1985 triunfó de nuevo en Madrid frente a un astado de don Santiago Martín, acompañado en los carteles por el madrileño Antonio Chenel Albadalejo ("Antoñete") y el sevillano Francisco Durán Martín ("Curro Durán"). Pero recayó en sus antiguos vicios en 1987, año en que anduvo a pique de ser agredido por un violento aficionado que, exasperado por su dejadez, se arrojó al ruedo de Las Ventas para habérselas cara a cara con el ya cincuentón "Curro Romero". A partir de entonces, el diestro de Camas entró en un fase de acentuado declive, a pesar del cual sigue terne en su empeño de no cortarse la coleta. De vez en cuando, algún éxito aislado vuelve a congraciarle con sus devotos partidarios (esos que, en homenaje a su admirado "semidiós" -que no otra categoría ha alcanzado "Curro" en el sentir de muchos aficionados- acuden a las plazas cargados de ramitos de romero); así ocurrió, por ejemplo, en la Feria de Otoño madrileña de 1992, cuando cortó una oreja tan aplaudida por unos como discutida por otros. Pero lo cierto es que su decadencia ya es incuestionable, y que, en el momento de redactar este artículo (1998), los aficionados más serios y cabales no encuentran ninguna razón para que siga vistiéndose de luces un sesentón poco provisto de facultades físicas y no demasiado sobrado de valor.

Ello no empece para reconocer con admiración los muchos méritos del "Faraón de Camas", y situarlo en ese pedestal de la historia del Arte de Cúchares que ha ocupado en el último tercio del siglo XX. Heredero de esa -a veces entrañable, a veces exasperante- irregularidad que han exhibido por todas las plazas del mundo algunas grandes figuras del toreo -v. gr., Rafael Gómez Ortega (“El Gallo”)-, “Curro Romero” es capaz de protagonizar una tarde la “espantá” más indignante y bochornosa, para salir a hombros la tarde siguiente, aclamado por una afición siempre dispuesta a perdonarle su excesiva abulia y sus frecuentes temores; porque cuando el “Faraón de Camas” está a gusto delante de un toro, y siente que las condiciones de la res se prestan a la mágica quietud de su toreo armonioso y depurado, se produce en el espacio mítico del ruedo una asombrosa materialización de ese concepto tan difícil de definir como es el arte. Por desgracia, el famoso “tarro de las esencias” donde Francisco Romero esconde esa secreta fórmula del arte sólo deja escapar (y cada vez de forma más avara y espaciada) algunas pequeñas gotas de su espléndida concepción e interpretación del toreo; lo cual no sólo no impide que la afición acuda masivamente a verle torear tarde tras tarde, sino que se convierte en acicate y estímulo que predispone a aguardar pacientemente el sortilegio capaz de engendrarse en los alados vuelos de su engaño.

Entre sus grandes virtudes, es obligado mencionar la parsimonia que sabe imprimir a la limpia trayectoria de su capa, convertida -en un ejemplo más de esa solemne dignidad que también es patrimonio de su carácter- en un cómodo, breve y valiente capotillo, lento pañuelo de percal que parece querer afear la ventajosa amplitud de algunos capotes actuales. Y entre sus defectos, no hay más remedio que señalar las fatigas y los sudores que le causa la ejecución de la suerte suprema, casi siempre resuelta por medio de una infame estocada que va directamente en busca de los bajos.

Autor

  • José Ramón Fernández de Cano