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Ocio y entretenimientoBiografía

Rodríguez Ortega, Joaquín, "Cagancho". (1903-1984).

Matador de toros español, nacido en Sevilla el 17 de febrero de 1903, y muerto en Ciudad de México el 1 de enero de 1984. En el planeta de los toros es conocido por el singular sobrenombre de "Cagancho", heredado de un abuelo que -a saber por qué- se anunciaba bajo dicho remoquete en los tablaos por los que iba triunfando como cantaor flamenco.

Nacido en el taurino barrio de Triana (que tantos toreros de pellizco y duende ha dado al Arte de Cúchares), Joaquín Rodríguez Ortega pertenecía a una familia gitana por los cuatro costados, lo que en buena medida vino a determinar su estilo y sus maneras delante de los toros. No tuvo, empero, una infancia tan difícil como la de la mayor parte de los muchachos de su raza, ya que su padre era herrero y ejercía en Sevilla dicha profesión; de ahí que no llegara al mundo del toro en un esfuerzo por huir del hambre y la miseria, como tantos otros maletillas de su tiempo. Antes bien, su afición -que era innata- se adensó y curtió con la amistad que trabara desde niño con otro chaval gitano de su misma edad, Francisco Vega de los Reyes ("Gitanillo de Triana"), pariente y vecino suyo, con quien jugó sin cesar al toro por las populosas calles trianeras.

Así, empecinado en ejercer profesionalmente el toreo, en 1923 consiguió un primer contrato en el coso gaditano de Isla de San Fernando, para despachar una novillada procedente de las dehesas de Bohórquez. Dicen las crónicas de entonces que, en este su debut, anduvo tan fino en el manejo de los engaños como torpe a la hora de blandir el acero de muerte, anunciando así dos características de su toreo que no habrían de abandonarle nunca. Un año después, el día 25 de julio de 1924, hizo su presentación oficial ante sus paisanos en el coso de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, en el transcurso de una modesta novillada nocturna en la que se lidiaron reses marcadas con el hierro de don Anastasio Martín. Aquella noche volvió a brillar con desusado esplendor el toreo de "Cagancho", que no quedó tan deslucido por el manejo del estoque como el día de su debut.

Este discreto triunfo le propició un aceptable número de contratos por varias plazas andaluzas durante la campaña de 1925, así como un ajuste en la Ciudad del Turia, en cuya plaza dejó una asombrosa muestra de ese toreo plástico que llevaba cosido a sus muñecas. A partir de entonces, comenzó a ser requerido en las principales plazas y ferias del país, lo que le permitió cosechar un triunfo aún más clamoroso en las arenas de la Ciudad Condal, el día 4 de julio de 1926, fecha en la que impartió una lección magistral sobre cómo torear con el capote. Tan sonado fue este triunfo barcelonés, que volvió a ser anunciado en dicha plaza el día 25 de aquel mismo mes y, ante la renovación del éxito, el día 1 de agosto siguiente. De ahí que, cuatro días después, Joaquín Rodríguez Ortega ya se considerase suficientemente facultado para comparecer ante una severa afición madrileña que, asombrada por el vuelo de su capote, lo consagró de inmediato como gran figura del toreo. Las burlas y desaprobaciones que hasta entonces había provocado su peregrino apodo dieron paso, en el agitado mundillo taurino de los años veinte, a una continua pronunciación exclamativa del nombre de "Cagancho".

Así las cosas, el día 27 de abril de 1927 hizo el paseíllo a través de la arena de la capital murciana, dispuesto a recibir la alternativa de manos de su genial padrino, el diestro madrileño Rafael Gómez Ortega ("El Gallo"); el cual, bajo la atenta mirada del coletudo sevillano -y también trianero- Manuel Jiménez Moreno ("Chicuelo"), que comparecía en calidad de testigo, cedió al toricantano los trastos con los que había de muletear y estoquear a un morlaco perteneciente a la vacada de doña Carmen de Federico, que atendía a la voz de Orejillo.

El día 22 de junio de aquella misma temporada volvió a colgar el mote de "Cagancho" en los carteles de la plaza de Madrid, en donde anunció que comparecía dispuesto a confirmar su alternativa. Fue su padrino en esta ocasión el matador madrileño Victoriano Roger Serrano ("Valencia II"), quien, en presencia de otro espada madrileño que hacía las veces de testigo, Marcial Lalanda del Pino, le facultó para que diera lidia y muerte a estoque al toro Naranjo, criado en la ganadería de doña María Montalvo.

La extraordinaria elegancia del toreo de Joaquín Rodríguez Ortega ("Cagancho") se desparramó, durante aquella su primera temporada como matador de reses bravas, en cada uno de los cuarenta y seis ajustes que firmó y cumplió. Cuarenta y nueve paseíllos hizo en el año de 1927, a cuya conclusión cruzó el Atlántico para presentarse ante la amable afición mejicana. Desde los primeros lances que ejecutó en suelo azteca se ganó el entusiasmo de sus naturales, alentado "Cagancho" por la benevolencia mejicana y -sobre todo- por la mayor blandura del ganado bravo que se cría en tierras de Ultramar. Porque si cabe poner algún pero al toreo de este gitano esteta y diletante, ha de ser la honrada acusación de que se encontraba mucho más a gusto delante del torito noblote, bonachón y boyante, que del burel bravo, encastado y largo de romana que, hasta la Guerra Civil, se criaba pródigamente por estos pagos.

A esta causa se obedecían los continuos viajes que le llevaron a México al término de cada temporada española. Sin embargo, no perdía por ello el crédito que había merecidamente ganado entre sus compatriotas, quienes vieron cómo el día 7 de mayo de 1931, en el coso de la Villa y Corte, caía herido de gravedad ante las astas de un morlaco que lucía la señal de don Alipio Pérez-Tabernero. Perdió, a causa de este serio percance, varios contratos "Cagancho", pues no pudo volver a hacer el paseíllo hasta el día 2 de agosto de la referida campaña, fecha en la que reapareció en las arenas de Cádiz; y perdió, también, una considerable dosis de ese valor que ya tenía más que justito, por lo que poco a poco fue aumentando sus intervenciones en México, en menoscabo de la expectación con que seguía aguardándole la afición española. Así, en la temporada de 1932 tan sólo firmó en la Península nueve contratos, cifra que aumentó hasta los dieciocho en 1933, para disminuir de nuevo en la campaña siguiente, en la que se vistió de luces en dieciséis funciones.

Sin embargo, en la campaña de 1935 recobró el cartel que había tenido entre sus compatriotas, a los que deleitó en los treinta festejos en que intervino. Pero el estallido de la Guerra Civil truncó violentamente este resurgimiento español de "Cagancho", quien prodigó entonces sus paseíllos mejicanos. Tan querido y admirado era en el país americano, que no dejó de torear allí durante los años en que, por desavenencias entre los gremios de toreros de uno y otro país, se prohibió en las plazas de México la actuación de los diestros españoles. Y allí consiguió remontar de nuevo las más altas cotas del Arte de Cúchares, particularmente en las campañas de 1945 y 1946, en las que sus éxitos fueron atronadores; porque, si bien era cierto que una evidente merma de sus facultades físicas lastraba considerablemente el toreo de la última etapa de "Cagancho", no lo era menos que su técnica y su estilo nunca se habían caracterizado por un excesivo derroche de valor, temeridad y fuerza, con lo que la plasticidad de sus faenas no sufría tampoco una gran pérdida.

Perteneciente por derecho propio a esa clase de toreros artistas capaces de ofrecer lo mejor y lo peor en una misma tarde -en la misma línea de su padrino, el susodicho Rafael Gómez Ortega ("El Gallo")-, Joaquín Rodríguez abandonó el ejercicio activo de la profesión taurina en la campaña de 1953, en la que aún toreó algunas tardes en España. Instalado en la capital mejicana, un proceso cancerígeno acabó con su vida cuando, a sus ochenta años de edad, aún seguía recibiendo el sincero homenaje de la afición azteca.

Autor

  • JR.