Ribera, José de o El Españoleto (1591-1652).
Pintor español, conocido popularmente como El Españoleto, nacido en Játiva en 1591. Algunos autores han apuntado la posibilidad de una formación junto a Francisco Ribalta, aunque no se tiene ninguna noticia cierta de los primeros años de su vida. Normalmente su figura se incluye dentro de la escuela valenciana, aunque lo cierto es que su auténtica formación la recibe en Italia, país donde pasa la mayor parte de su vida y donde recibe el sobrenombre anteriormente citado, lo que hace que su influencia en el círculo valenciano sea muy limitada.
Hacia 1610, protegido por el Duque de Osuna, se marcha a Italia, donde en un principio se instala en Nápoles para pasar luego a Parma y a Roma. En Parma visita la corte de los Farnesio y se entusiasma con la obra de Correggio, del que copia algunas obras. En Roma estudia en la Academia de San Luca, donde tiene la oportunidad de conocer y admirar la obra de Rafael, Miguel Angel y sobre todo de Caravaggio, que le influye profundamente. De este momento son obras como Los sentidos, aunque sólo se conserva el original de El gusto, que delatan la huella del caravaggismo.
En 1616 se instala definitivamente en Nápoles, donde permanece el resto de su vida y donde desarrolla su principal actividad artística. En esta ciudad se supone que, debido a las influencias de su suegro, el pintor Azzolino, entre en el círculo de los pintores protegidos por los virreyes, gracias a lo cual Ribera nunca se desarraiga del ambiente pictórico español, hasta el punto que la mayor parte de su obra es encargo de instituciones religiosas destinadas a conventos españoles.
Pese a que la mayor parte de su obra es de temática religiosa, debido sobre todo a los encargos que recibía desde la Península, cultiva también la temática mitológica, excepcional en la España del momento. En esta producción destaca sobre todo Sileno ebrio, obra de 1626, que además es su primer cuadro fechado y firmado. En ella manifiesta un crudo realismo desmitificando el tema.
Entre 1630 y 1635, realiza una obra que se caracteriza por un acusado tenebrismo, donde destacan las figuras de santos como San Sebastián, San Jerónimo, el filosofo Arquímedes, y el Martirio de San Andrés; así como El Calvario, el Esopo y su Mujer barbuda, obras que aluden a Velázquez en cuanto a la tipología de personajes. Frente a ello en este momento realiza también obras de un sereno lirismo como San Sebastián asistido por Santa Irene.
Entre 1635 y 1645, su obra tiende a una mayor libertad, manteniendo el gusto por el detalle y las composiciones de marcadas diagonales, introduce un colorido más rico, de raíz veneciana, a ello añade la adopción de formas humanas más intensas y la introducción del paisaje en sus cuadros. De este momento son El sueño de Jacob, La Inmaculada Concepción, El tránsito de la Magdalena, así como Isaac y Jacob y el Martirio de San Mauricio, consideradas entre sus mejores obras. Igualmente desarrolla una producción en la que va a mostrar influencias diversas, como en La Trinidad, San Antonio de Padua y Cristo niño, donde se observan influencias de Zurbarán, o Venus y Adonis, que remite a modelos de Guercino.
En su última época se observa un retorno a las formas de su primera juventud, retomando en ocasiones el tenebrismo de fuertes contrastes lumínicos, como en Santiago el mayor, San Jerónimo en meditación y San Jerónimo penitente.
La importancia de Ribera es excepcional en todo el arte europeo, tanto en su actividad como pintor como en la de grabador. Ribera consigue un personalísima interpretación del naturalismo de Caravaggio, asimilando con gran maestría técnica la representación de los efectos lumínicos. Poco a poco su obra consigue una armonía entre la tradición de los grandes maestros del Cinquecento con la pintura española, caracterizada por la emotividad, la austeridad y la mística.
El martirio de San Felipe supone la cima de la pintura barroca española, en el tema de los martirios, en ella están presentes todas las características de la pintura de la primera etapa de Ribera. El dominio de la técnica, el gusto por representar las calidades de las cosas, la personalísima interpretación del naturalismo de Caravaggio, donde convierte su enérgico tenebrismo en un claroscuro más nítido, concediendo una mayor importancia a las zonas iluminadas, logrando una mayor definición de las formas, pero sin perder fuerza expresiva.
Toma de la pintura veneciana, no sólo los elementos coloristas y sensuales de la misma, sino también su pasión por el estudio del cuerpo humano, y su belleza, manifiesta en su San Sebastián, pero al mismo tiempo no duda en recrearse en los más mínimos detalles de lo monstruoso y lo deforma, tan propio de la pintura barroca española, como en El patizambo.
Uno de sus últimos cuadros, La comunión de los Apóstoles, es una de sus obras más ambiciosas, apartándose de todo sentido dramático o de exaltación religiosa desmesurada. Supone un intento de interpretación psicológica del ser humano ante la presencia divina y la consecución de un estado místico, dentro de una composición serena y armónica.
Tres cuadros del pintor fueron encontrados en la catedral de Granada, en junio de 2009, mientras se restauraban dos retablos.