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LiteraturaBiografía

Quiroga y Abarca, Elena (1921-1995).

Narradora española, nacida en Santander (Cantabria) en 1921 y fallecida en La Coruña el 3 de octubre de 1995. Autora de una extensa y brillante obra en prosa que se integra entre la producción literaria de los grandes narradores que contribuyeron al resurgir de la novela española en las décadas de los años cincuenta y sesenta -como Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Rafael Sánchez Ferlosio y, entre otros, Juan García Hortelano-, está considerada como una de las voces femeninas más relevantes de esa generación de mediados de siglo que presenta como rasgos comunes la preocupación por el hombre sujeto a las injusticias de la vida y la explotación temática de la experiencia vivida, con especial atención a los años de infancia y primera adolescencia. La crítica especializada ha subrayado, dentro de este selecto grupo de prosistas, el papel decisivo jugado por numerosas narradoras como la propia Elena Quiroga, las ya citadas Carmen Martín Gaite y Ana María Matute, y otras autoras de singular relieve cuyas obras no han gozado de tanta fortuna entre los historiadores de la literatura española contemporánea, como las barcelonesas Carmen Kurtz y Carmen Laforet, y la ovetense Dolores Medio.

Nacida en el seno de una familia acomodada (era hija de los condes de San Martín de Quiroga), tuvo una infancia feliz en la localidad gallega de Villoria, cuna de su progenitor, donde también gozó de una tranquila adolescencia ilustrada por abundantes lecturas. La esmerada formación académica e intelectual que le brindaron sus padres -poco frecuente en una mujer de su tiempo- le permitió desarrollar desde muy temprana edad su innata sensibilidad literaria, puesta de manifiesto cuando apenas tenía veinte años de edad con la publicación de su primera narración, titulada La soledad sonora (1949), en la que reconstruía la peripecia vital de una mujer desde su adolescencia hasta su edad madura.

Esa viva curiosidad intelectual que animó su infancia y juventud la permitió integrarse muy pronto en los círculos más selectos de la cultura local, donde entabló relaciones con el historiador Dalmiro de Válgoma -futuro secretario perpetuo de la Academia de la Historia-, con quien contrajo nupcias en 1950. Tras la celebración de este enlace, el matrimonio se trasladó a la capital de España, donde Elena Quiroga tuvo ocasión de frecuentar los foros y cenáculos literarios de mayor prestigio, entrar en contacto con los principales sellos editoriales del país y, en definitiva, incorporarse a ese nutrido grupo de narradores que estaba llamado a renovar la novela española contemporánea a mediados del siglo XX. La instalación de la escritora cántabra en Madrid coincidió con la publicación de la novela que habría de difundir su nombre por todos los rincones literarios del país, una historia centrada en las relaciones entre una joven sirvienta y su anciano señor, publicada bajo el título de Viento del Norte (1950) y galardonada con el prestigioso Premio "Eugenio Nadal". Ambientada en un pazo gallego, esta espléndida novela dejó ya bien definidas las claves estilísticas que habrían de definir la posterior producción narrativa de Elena Quiroga (entre ellas, un aprovechamiento intimista de sus recuerdos de infancia y adolescencia, una prosa elegante y depurada en la que destaca la riqueza del lenguaje, así como una cuidada elaboración cerebral de la trama y los perfiles de los personajes), y sirvió para que buena parte de la crítica y los lectores relacionase la escritura de la autora santanderina -aunque gallega de adopción- con los modelos formales y temáticos de doña Emilia Pardo Bazán.

Lanzada, a raíz de este temprano éxito editorial, a una fecunda actividad narrativa durante aquellos primeros años de la década de los cincuenta, poco después volvió a los anaqueles de las librerías con su tercera entrega novelesca, titulada La sangre (1952), obra que, en opinión de sus editores, "consagró definitivamente a Elena Quiroga como una novelista extraordinaria por su estilo delicado y expresivo y el interés de los problemas que trata". Presentada como "una novela que atrae y subyuga y que sitúa a su autora entre los valores más destacados de nuestra actual novelística", La sangre relata "la historia de cuatro generaciones a través de un árbol [...] que nos cuenta cuanto ve y oye. Él es el verdadero protagonista del libro, el que irradia una influencia más fuerte". Las preocupaciones manifiestas por la autora cántabra en esta novela dieron pie, asimismo, a que algunos observadores de la literatura española del momento subrayasen sus semejanzas con el tono, los temas y el enfoque social de la obra teatral de Antonio Buero Vallejo Historia de una escalera.

Dos años después de la aparición de La sangre, Elena Quiroga sorprendió gratamente a sus lectores con su cuarta novela, Algo pasa en la calle (1954), donde, al lado de las preocupaciones temáticas recurrentes en su producción anterior y del peculiar estilo que ya había hecho célebre a una escritora tan joven como ella, se aprecia con nitidez un claro intento de explorar nuevos ámbitos novelescos de mayor actualidad. Así, el fracaso amoroso y la ruptura matrimonial que constituyen el eje argumental básico de esta obra se ubican en espacios urbanos y se proyectan a través de personajes cuya mayor complejidad psicológica está más cerca de la mentalidad del hombre contemporáneo. Por otra parte, y a pesar de este traslado de sus argumentos y situaciones al ámbito urbano, Algo pasa en la calle no oculta una sórdida crudeza que permite incluirla dentro de esa corriente tremendista inaugurada en la década anterior por Camilo José Cela con La familia de Pascual Duarte (1942).

Todavía sujeta a una frenética actividad literaria, durante el resto de la década de los cincuenta Elena Quiroga incrementó su producción narrativa con otros títulos tan significativos como La careta (1955), La enferma (1955) -en la que aborda los problemas psíquicos de una mujer que ha sido abandonada por su amante-, Plácida la joven y otras narraciones (1956) y La última corrida (1958) -donde recrea las vivencias de tres matadores de toros-. En total, había dado a la imprenta ocho valiosas obras narrativas en menos de diez años, lo que la convertía en una de las escritoras españolas más prolíficas de su tiempo, sin que por ello se resintiera un ápice la calidad de su prosa.

Como era de esperar, este acelerado ritmo de escritura decayó en la década siguiente, que Elena Quiroga inauguró, no obstante, desde su primer año con la publicación de Tristura (1960), obra galardonada con el Premio de la Crítica Catalana. Pero su siguiente entrega narrativa se hizo esperar ya un lustro (Escribo tu nombre, de 1965) y, a partir de entonces, la autora cántabra fue espaciando cada vez más las publicaciones que añadió a su densa y brillante bibliografía, completada a la postre con otros títulos como Trayecto uno, El pájaro de oro, La otra ciudad, Presente profundo (1973) -tal vez su mejor novela de madurez, centrada en la figura de un médico, Rubén, que rememora la historia de dos mujeres suicidas- y Grandes soledades (1983).

En reconocimiento de esta extraordinaria producción novelesca, en enero de 1983 Elena Quiroga -que, junto a las citadas Kurt, Medio, Laforet, Matute y Martín Gaite, forma parte de esa generación de escritoras que extendieron la profundización psicológica de su mirada testimonial femenina a sus relatos sobre la Guerra Civil- fue elegida miembro de número de la Real Academia Española, donde ocupó el sillón "a", vacante tras la reciente desaparición del también novelista Juan Antonio de Zunzunegui. Fue la segunda mujer en incorporarse a la Docta Casa, después del ingreso en 1978 de la poetisa murciana Carmen Conde.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.