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HistoriaPolíticaBiografía

Prado, Mariano Ignacio (1826-1901).

Militar y político peruano, nacido en Huánuco el 18 de diciembre de 1826 y muerto en París el 5 de mayo de 1901. Llegó dos veces a la Presidencia de la República; la primera sólo de modo efímero: 1865-1867; la segunda mediante elecciones, en 1876. Ocho meses después del estallido de la guerra con Chile salió del Perú en lo que se consideró un vergonzoso abandono del cargo.

Mariano Ignacio Prado fue el fundador de un clan familiar que llegaría a gobernar por cuatro veces el Perú entre mediados del siglo XIX y mediados del XX. Nació en el seno de una familia destacada en la región, pero sin fortuna que trascendiera más allá de ella. El padre fue alcalde de Huánuco, ciudad que dominaba una región de economía agrícola articulada en el centro minero de Pasco. Su madre era de ascendencia española. El sacerdote Agustín Rato, que fue su preceptor de la infancia y adolescencia, consiguió trasladarlo a Lima, al Colegio de San Carlos, para que cursara estudios de derecho, pero la muerte del hermano mayor lo obligó a retornar a Huánuco y asumir los negocios familiares.

No logró levantar una fortuna, pero sí tuvo un hijo natural con María Avelina Gutiérrez: el más tarde famoso y precoz coronel Leoncio Prado, héroe de la batalla de Huamuchuco, tras la que sería fusilado. En Huánuco la familia Prado gozaba de la protección y el apoyo de la más importante familia Durand, y Mariano Ignacio se desempeñó como capataz en una hacienda de ésta. En 1853, ya con 27 años, Prado se trasladó a Lima. Huánuco no ofrecía futuro; ni político, por su aislamiento; ni económico, por la postración en que yacía la minería de Pasco. En la capital de la república, Prado se implicó en los debates desatados alrededor del escándalo de la consolidación de la deuda interna, por lo que fue deportado a Chile. La revolución de Castilla contra Echenique lo trajo de vuelta y ganó en ella los grados militares que se estilaban en la época: entre julio y noviembre de 1854, la victoriosa revolución lo encumbró de capitán a teniente coronel.

Formando parte ya de la argolla castillista, en 1857 fue elegido diputado por Huánuco a la Convención Nacional; un año después fue nombrado Prefecto de Arequipa. Desempeñó el cargo durante muy poco tiempo, porque en 1859 volvió a los cuarteles por cuatro años. En 1863 fue destinado a Tacna como Prefecto, y más tarde volvió a Arequipa otra vez como Prefecto. Era común en la época que los militares no fueran solamente los Presidentes de la República, sino además los Prefectos del interior.

En 1864, ya en vísperas de la acción que definitivamente lo encumbraría a la alta política nacional, contrajo matrimonio con la dama arequipeña Magdalena Ugarteche Gutiérrez del Cossío. Tan largos apellidos no le venían en vano, porque esta señorita, dieciséis años menor que el novio, pertenecía a una acaudalada familia.

Un matrimonio de fortuna y una expectante carrera militar necesitaban ser coronadas, sin embargo, por una acción bélica de envergadura. La ocasión se la dio el tratado Vivanco-Pareja firmado por el gobierno de Pezet con España en 1864, a raíz de la ocupación española de las islas guaneras. Prado se encaramó como líder de la indignación nacional que recorrió el país por lo que se consideraba un humillante acuerdo. En Arequipa dio inicio a la revolución contra Pezet, que lo llevó al gobierno en 1865. Al año siguiente la victoria del dos de mayo en el Callao lo elevó ya a la categoría de héroe nacional.

Su primer gobierno fue breve, pero pleno de enérgicos deseos de reforma contra la desmoralización en la función pública. Compuso el llamado "gabinete de los talentos", en el que figuraban Manuel Pardo, José Gálvez, Toribio Pacheco, José Simeón Tejada y José María Químper, todos miembros de una nueva generación entusiasta, ilustrada y de ideas liberales. Sin embargo, o el liberalismo de las reformas resultó excesivo, o las intrigas de sus enemigos eficaces, el hecho es que una revolución (la de Diez Canseco) terminó con su gobierno en el inicio de 1867 y lo devolvió a un país bien conocido por los políticos peruanos caídos en desgracia: Chile. Estuvo ahí varios años, dedicado al negocio del carbón y engrosando una fortuna que le permitió realizar el ritual y costoso viaje a Europa que caracterizaba a los miembros de la élite.

Con el encumbramiento a la presidencia de la república de su amigo Manuel Pardo, volvió al Perú en 1873. Recibió el grado de general y se acercó al partido civil. Fue elegido diputado por Cañete en 1874 y luego presidente de la Cámara de Diputados. En las elecciones de 1876 se impuso a Lizardo Montero, y llegó otra vez a la Presidencia, en la que debía permanecer hasta 1880.

La agobiante crisis fiscal le impidió emprender una amplia acción de gobierno. Tuvo que enfrentar la oposición de los intereses salitreros, el cierre del crédito internacional por la moratoria de la deuda externa y la devaluación de la moneda nacional. El parlamento, dominado por el civilismo y dividido frente a la cuestión del salitre, desarrolló una labor de oposición que también lo ató de manos. Producidos en 1878 los primeros escarceos de la guerra del salitre, no tuvo la energía suficiente para impedirla, ya presionando a Bolivia para que resolviera pacíficamente sus diferencias con Chile, ya canalizando la cuestión de las salitreras hacia soluciones que esquivasen el conflicto.

Se dejó llevar por el ánimo especulativo de los políticos civilistas pierolistas y de otras tiendas, y el de los empresarios agrícolas y mineros. Los primeros, estimando que la guerra les serviría para sobresalir frente a la opinión pública, como había pasado con el propio Prado en 1866; los segundos, porque aguardaban que la devaluación de la moneda nacional les permitiera elevadísimas ganancias.

La guerra contra Chile convertiría al héroe del dos de mayo en una especie de traidor nacional. Al comienzo se trasladó al sur para dirigir personalmente el conflicto, pero tras la derrota de Angamos, decidió emprender viaje a Europa, el mismo día que cumplía los 53 años. La razón de este viaje fue realizar personalmente compras de armamento en Europa, pero la población, azuzada por los caudillos rivales, lo entendió como una huida vergonzosa. El Presidente abandonaba el país en plena guerra y tras la destrucción de lo principal de nuestra escuadra.

Sobre "el viaje de Prado" se tejería después una perenne leyenda negra: el general huyó llevándose el dinero público y el recolectado para el armamento; en la imaginación popular ese terrible hurto habría sido el origen de la fortuna familiar de los Prado. Varios historiadores que investigaron el asunto, han negado, empero, que el Presidente se hubiera apropiado del dinero. Fue el ministro de Hacienda, José María Químper, y el tesorero Julio Pflucker Rico, quienes se encargaron de enviar los fondos mediante cheques y letras de cambio. Ambos resultaron exculpados en las investigaciones que se hicieron después de la guerra respecto del uso de los fondos. Con el dinero se adquirieron dos barcos; uno de los cuales llegó al Perú, mientras el otro fue embargado por los acreedores.

En la presidencia quedó el general La Puerta, quien fue depuesto a los pocos días por Nicolás de Piérola. Éste, en un furibundo decreto del 22 de mayo, declaró a Prado traidor a la patria y le retiró sus grados militares y todos sus derechos ciudadanos. En 1887 Prado volvió al Perú; poco se conoce de sus quehaceres en esos años, ya alejado por la fuerza de la opinión pública y de la política. En 1899 regresó a París, donde falleció el 5 de mayo de 1901. Al año siguiente su cadáver llegó al Callao y fue trasladado al mausoleo de la familia de su yerno, Juan Manuel Peña Costas. Cuando su hijo Manuel desempeñaba la presidencia de la república, en 1944, intentó que el féretro de su padre ingresara al Panteón de los Próceres nacionales, lo que fue rechazado por el ejército.

Autor

  • Carlos Contreras.